|  | EL EVANGELIOCOMO ME HA SIDO REVELADO
 
 
   Autor: María Valtorta 
 « PARTE 2 de 7 »
PRIMER AÑO DE LAVIDA PUBLICA DE JESUS
  Partes: 
      [ 1 ] 
      [ 2 ]
      [ 3 ][ 4 ]
      
      [ 5 ]
      [ 6 ]
      [ 7 ]
 
 
 44. Adiós a la Madrey salida de Nazaret.
 Llanto y oración de la Corredentora.
 45. Predicación de Juan el Bautista y Bautismo de Jesús. La manifestación divina.
 46. Jesús tentado por Satanás en el desierto. Cómo se vencen las tentaciones.  47. El encuentro con Juan y Santiago.   48. Juan y Santiago refieren a Pedro su encuentro con el Mesías.  49. El encuentro con Pedro y Andrés después de un
 discurso en la sinagoga
 50. En Betsaida, en casa de Pedro. Encuentro con Felipe y Natanael.
 51. María manda a Judas Tadeo a invitar a Jesús a las bodas de Cana.
 52. Las bodas de Caná. El Hijo, no sujeto ya a la Madre, lleva a cabo para Ella el primer milagro.  53. Los mercaderes expulsados del Templo.  54. El encuentro con Judas de Keriot y con Tomás. Simón Zelote curado de la lepra.  55. Un encargo confiadoa Tomás.
 56. Simón Zelote y Judas Tadeo unidos en común destino.  57. En Nazaret con Judas Tadeoy con otros seis discípulos.
 58. Curación de un ciego en Cafarnaúm.  59. Curación de un endemoniado en la sinagoga de Cafarnaúm.  60. Curación de la suegra de Simón Pedro.  61. Jesús agracia a los pobres después de exponer la parábola del caballo amado por el rey.  62. Los discípulos buscan a Jesús, que está orando en la noche.  63. El leproso curado cerca de Corazín.
 64. El paralítico curado en Cafarnaúm.  65. La pesca milagrosa y la elección de los primeros cuatro apóstoles.
 66. Judas de Keriot enGetsemaní se hace discípulo.
 67. El  milagro de los puñales partidos, en la Puerta de los Peces.  68. Jesús  enseña en el Templo estando con Judas Iscariote.  69. Jesús instruye a Judas Iscariote.  70. En Getsemaní con Juan de Zebedeo. Comparación entre el Predilecto y Judas de Keriot.  71. Judas Iscariote presentadoa Juan y a Simón Zelote.
 72. Hacia Belén con Juan, Simón Zelote y Judas Iscariote.  73. En Belén, en casa de un campesino y en la gruta de la Natividad.
 74. En la posada de Belén y en las ruinas de la casa de Ana.  75. Jesús  encuentraa los pastores Elías y Leví.
 76. En Yuttá, en casa del pastor Isaac. Sara y sus niños.  77. En Hebrón en casa de Zacarías. El encuentro con Áglae.  78. En  Keriot. Muertedel anciano Saúl.
 79. Volviendo donde los pastores.  80. En el monte del ayunoy en la peña de la tentación.
 81. En el vado del Jordán con los pastores Simeón, Juan y Matías. Un plan para liberar a Juan el Bautista.
 82. En Jericó. Judas Iscariote cuenta cómo ha vendido las joyas de Áglae.
 83. Jesús  sufre a causa de Judas, que es enseñanza viva para los apóstoles de todos los  tiempos.  84. El  encuentro con Lázaro de Betania.
 85. Antes de ir al Getsemaní, Jesús y el Zelote suben al Templo, donde está hablando Judas Iscariote.  86. El encuentro con el soldado Alejandro en la Puertade los Peces.
 87. Con pastores y discípulos en las cercanías de Doco.Isaac se queda en Judea.
 88. Donde el pastor Jonás, en la llanura de Esdrelón.  89. Adiós a Jonás y llegada de Jesús a Nazaret.  90. La  llegada a Nazaret de los discípulos con los pastores.  91. Primera lección a los discípulos en Nazaret, en un olivar.
 92. Segunda lección a los discípulos en Nazaret, junto a la casa.
 93. Tercera lección a los discípulos en Nazaret, en el huerto de la casa. Palabras de consuelo a Judas de Alfeo.  94. Curación de la Beldad de Corazín. Jesús habla en la sinagoga de Cafarnaúm.  95. Santiago de Alfeo recibido como discípulo. Jesús habla junto al banco de Mateo.  96. Jesús responde a la acusación de haber curado en sábado a la Beldad de Corazín.  97. La llamada de Mateo.  98. Encuentro con la Magdalena en el lago y lección a los discípulos cerca de Tiberíades.  99. En Tiberíadesen la casa de Cusa.
 100. En Nazaret en casa del anciano y enfermo Alfeo. No es fácil la vida del apóstol.
 101. Jesús pregunta a su Madre acerca de los discípulos.  102. Encuentro con el ex pastor Jonatán y curaciónde Juana  de Cusa.
 103. En los  altos del Líbano, donde los pastoresBenjamín y Daniel.
 104. Aava  reconciliada con su marido. Noticias sobre la muerte de Alfeo
 y sobre 
  el  rescate de Jonás.
 105. Los demás  hablan bajo para no turbar su dolor.  106. Expulsión de Nazaret. Jesús consuela a su Madre. Reflexiones sobre cuatro contemplaciones.  107. Jesús y  su Madre en casa de Juana de Cusa.
 108. Discurso a los vendimiadores y curación del niño paralítico.
 109. En los campos de Jocanán y en los de Doras. Muerte de Jonás.  110. En casa de Jacob en las cercanías del lago Merón.  111. Encuentro con Salomón en el vado del Jordán. Parábola sobre la conversión de los corazones.  112. De Jericó a Betania. El encuentro con Marta,
 que habla de María.
 113. Regreso a Betania después de la fiesta de los Tabernáculos.  114. En el convite de José de Arimatea. Encuentro con  Gamaliel y Nicodemo.
 115. Curación del niño arrollado por el caballo de Alejandro.Jesús expulsado del Templo.
 116. En Getsemaní con Jesús, los discípulos hablan de los paganos y de la "velada".El coloquio con Nicodemo.
 117. Lázaro  pone a disposición de Jesús una casita en el llano de Agua Especiosa.
 118. Comienzo de vida comúnen Agua Especiosa.
 Discurso  de apertura.
 119.  Los discursos en Agua Especiosa, Parte 1: Yo soy el Señor tu Dios. Jesús bautiza como Juan.  120. Los discursos en Agua Especiosa, Parte 2 : Yo soy el Señor tu Dios. Jesús bautiza como Juan.  121. Los discursos en Agua Especiosa: No profieras en vano mi Nombre. La visita de Manahén.  122. Los discursos en Agua Especiosa: Honra a tu padrey a tu madre. Curación de un deficiente mental.
 123. Los discursos en Agua Especiosa: No fornicarás. La afrenta de cinco hombres notables.  124. Se da alojamiento a la "velada" en la casita de Agua Especiosa.  125. Los discursos en Agua Especiosa: Santifica las fiestas. El niño de las piernas fracturadas.  126. Los discursos en Agua Especiosa: No matarás. Muerte de Doras.
 127. Los discursos en Agua Especiosa: No tentarás al Señor tu Dios. Testimoniode Juan el Bautista.
 128. Los discursos en Agua Especiosa: No desearás la mujer del prójimo. El joven lujurioso.  129. La  curación, en Agua Especiosa, de un romano endemoniado.  130. Los discursos en Agua Especiosa: No dirás falsos testimonios. El pequeño Asrael.  131. Los discursos en Agua Especiosa: No robes y no desees los bienes ajenos. El pecado de Herodes.  132. Discurso de conclusión, en Agua Especiosa, antes de la fiesta de la Purificación.  133. El trabajo oculto de Andrés. Una carta a Jesús de su Madre. Jesús debe dejar Agua Especiosa.  134. La  curación de Jerusaen Doco.
 135. Llegada a Betania. La Magdalena escucha el discurso de Jesús.
 136. En la fiesta de las Encenias, en casa de Lázaro, se hace memoria del nacimiento de Jesús.  137. Jesús regresa a Agua Especiosa, pero debeabandonar el  lugar.
 138. Despedida del encargado de Agua Especiosa, y del arquisinagogo Timoneo, que se hace discípulo.  139. En los  montes de las cercanías de Emaús. El carácter de Judas Iscariote y las  cualidades de los buenos.  140. En Emaús, en casa del arquisinagogo Cleofás. Un caso de incesto. Fin del primer año.      | 
      
      
        | 
		
             109- En los campos de Jocanán y en los de Doras. Muerte de Jonás              
 Vuelvo  a ver, de día, el llano de Esdrelón; un día medio nublado de finales de otoño.  Ha debido caer durante la noche una de las primeras lluvias de los tristes  meses invernales, porque la tierra está húmeda, si bien no fangosa. Sopla  todavía el viento, un viento húmedo que se lleva las hojas amarillentas y  penetra hasta los huesos con su aliento cargado de humedad. En  los campos hay escasas yuntas de bueyes tirando del arado. Levantan fatigosamente  la tierra densa y pesada de esta fértil llanura para prepararla a recibir la  semilla. Lo que me da pena es ver que en ciertos lugares son los mismos hombres  los que hacen el trabajo de los bueyes, empujando la reja del arado con toda la  fuerza de sus brazos, e incluso del pecho, apretandofuertemente los pies contra  el suelo removido, trabajando como esclavos en esta operación que cansa incluso  a los robustos novillos. También  Jesús mira y ve, y se entristece su rostro, hasta llorar incluso.
 Los  discípulos - once porque Judas aún no ha vuelto y los pastores ya no están -  hablan entre sí, y Pedro dice:
 -Pequeña,  pobre, fatigosa es también la barca... ¡Pero cien veces mejor que este servicio  de animales de tiro! – y pregunta: «Maestro, ¿serán ya siervos de Doras?
 Responde  Simón Zelote:
 
 -No  lo creo. Sus campos están al otro lado de aquellos árboles frutales, me parece.  Todavía no los vemos.
 Pero  Pedro, curioso siempre, deja el camino y va por un lindero entre dos parcelas.  En los bordes se han sentado un momento cuatro fatigados y sudorosos  agricultores. Están jadeantes por el esfuerzo realizado. Pedro les pregunta:
 
 -¿Sois  de Doras?
 -No.  Pero somos de su pariente, de Jocanán. ¿Y tú quién eres?
 -Soy  Simón de Jonás, pescador de Galilea hasta la luna de Ziv. Ahora, Pedro de Jesús  de Nazaret, el Mesías de la   Buena               Nueva  - Pedro dice esto con el respeto y la gloria con que uno diría:  "Pertenezco al alto y divino César de Roma", y mucho más todavía; su  honesto rostro resplandece de la alegría de profesarse de Jesús.
 
 -¡Oh,  el Mesías! ¿Dónde, dónde está? - dicen los cuatro infelices.
 
 -Aquél  es. Aquél, alto y rubio, vestido de rojo oscuro. Aquél, el que mira ahora hacia  aquí esperándome sonriente.
 -¿Si  fuéramos nosotros... nos rechazaría?
 
 -¿Rechazaros?  ¿Por qué? Es el amigo de los desdichados, de los pobres, de los oprimidos, y me  da la impresión de que vosotros... sí, realmente sois de ésos...
 
 -¡Claro  que lo somos! ¡Y cómo! De todas formas, de ninguna manera como los de Doras. A1  menos disponemos del pan que queramos y no nos azotan sino en el caso de que  interrumpamos nuestro trabajo, pero...
 -De  modo que si ahora ese señoriíto de Jocanán os encuentra aquí hablando, os...
 
 -Nos  azotaría como no lo hace ni con sus perros...
 Pedro  silba en modo significativo. Luego dice:
 -Entonces  será mejor así...- y, abocinando las manos en torno a la boca, llama fuerte:  “¡Maestro! ¡Ven aquí! ¡Que hay corazones que sufren y te necesitan!
 
 -¿Pero  qué estás diciendo? ¿Él? ¿Aquí, donde nosotros?! Pero si nosotros no somos más  que unos despreciables siervos!
 
 Los  cuatro hombres están aterrorizados de tanta osadía.
 -A  nadie le gusta que lo azoten, y si pasa por aquí ese "distinguido"  fariseo, no quisiera recibir yo también una ración... -dice Pedro riendo  mientras zarandea con su manota al más aterrorizado de los cuatro Jesús, con su  largo paso, ya está llegando. Los cuatro hombres no saben qué hacer. Quisieran  correr a su encuentro, pero el respeto los paraliza (pobres a quienes la maldad  humana ha transformado en seres atemorizados de todo). Caen rostro en               tierra,  adorando des-de ahí al Mesías, que se llega a ellos.
 
 -La  paz a todos los que me anhelan. El que me anhela, anhela el bien, y Yo lo  quiero como a un amigo. Levantaos.
 ¿Quiénes  sois?
 Pero  los cuatro apenas alzan el rostro del suelo, permaneciendo de rodillas y mudos.
 
 Habla  Pedro y dice:
 -Son  cuatro siervos del fariseo Jocanán, familiar de Doras. Querrían hablarte,  pero... si llega él les dan de palos; por eso te he dicho: "Ven".  ¡Venga, muchachos, que no os come! Tened confianza. Considerad que es un amigo  vuestro.
 
 -Nosotros...  nosotros sabemos de ti... por Jonás...
 -Por  él vengo. Sé que me ha anunciado. ¿Qué sabéis de mí?
 -Que  eres el Mesías. Que te vio cuando eras niño. Que los ángeles, con tu venida,  cantaron la paz a los buenos. Que fuiste perseguido... pero que te salvaste, y  que ahora has buscado a tus pastores y... y los quieres. Esto lo decía ahora,  esto último. Y nosotros pensábamos: si es bueno como para amar y buscar a unos  pastores, sin duda también a nosotros nos querrá un poco...
 
 Necesitamos  verdaderamente a alguien que nos quiera...
 -Yo  os quiero. ¿Sufrís mucho?
 -¡Oh!...  Pero más todavía los de Doras. ¡Si Jocanán nos encontrase aquí hablando!...  Pero hoy está en Gerguesa. Todavía no ha vuelto de los Tabernáculos. No obstante,  su intendente esta noche vendrá a medir el trabajo y luego nos dará la ración  de alimento. Pero no importa, recuperaremos el tiempo no descansando para la  comida de la hora sexta.
 
 -Dime,  muchacho. ¿No sería yo capaz de empujar ese apero? ¿Es un trabajo difícil? -  pregunta Pedro.
 -Difícil  no, pero sí fatigoso. Se requiere fuerza.
 -La  tengo. Déjame ver. Si soy capaz, tú hablas y yo hago de buey. Tú, Juan, Andrés  y Santiago, ¡venga!, a la lección.
 
 Pasamos  de los peces a los gusanos del suelo. ¡Hala! Pedro pone su mano sobre el eje  transversal del timón. Por cada arado hay dos hombres, uno a este lado, el otro  al otro
 lado  de la larga barra del timón. Mira e imita todos los movimientos del campesino.  Siendo fuerte y estando descansado, trabaja bien. El hombre lo alaba.
 -Soy  un maestro de la aradura - exclama contento el buen Pedro. ¡Venga, Juan, ven  aquí! Un toro y un novillo por arado.
 
 En  el otro. Santiago y el mudo ternero de mi hermano. ¡Venga! ¡Ah... eup!»
 Los  dos pares de aradores van parejos removiendo la tierra y trazando los surcos  por el largo campo. Llegados al linde, vuelven el arado y hacen el nuevo surco.  Parece como si hubieran trabajado siempre en el campo.
 -¡Qué  buenos son tus amigos! - dice el más audaz de los siervos de Jocanán - ¿Los has  hecho tú así?
 
 -Yo  he dado una regla a su bondad. Como tú haces con las tijeras de podar. Pero la  bondad ya estaba en ellos. Ahora florece bien porque hay quien la cuida.
 -También  son humildes. ¡Amigos tuyos y servir así a unos pobres siervos...!
 
 -Conmigo  sólo puede estar quien ama la humildad, la mansedumbre, la honestidad y el  amor; sobre todo el amor, porque quien ama a Dios y al prójimo posee como  consecuencia todas las virtudes y consigue el Cielo.
 -¿Nosotros  también podremos conseguirlo, nosotros que no tenemos tiempo para rezar, para  ir al Templo, para ni siquiera levantar la cabeza del surco?
 
 -Responded:  ¿guardáis odio a quien tan duramente os trata? ¿Hay en vosotros rebelión y  acusación contra Dios por haberos colocado entre los ínfimos de la Tierra?
 -¡No,  no, Maestro! Es nuestro destino. Pero cuando, cansados, nos dejamos caer sobre  la yacija, decimos: "Bien, pues el Dios de Abraham sabe que estamos tan  agotados que no podemos decirle más que: ` ¡Bendito sea el Señor!"';  también decimos:
 
 "Un  día más hemos vivido sin pecar"... Ya sabes... podríamos robar un poquito,  comer con el pan un fruto, o echar algo de aceite en las verduras cocidas. Pero  el patrón ha dicho: “A los siervos les basta el pan y las verduras cocidas, y  durante la recolección un poco de vinagre en el agua para calmar la sed y dar  energía". Y nosotros lo hacemos. En fin... se podría estar peor.
 -Os  digo que en verdad el Dios de Abraham sonríe por vuestros corazones, mientras  que muestra rostro acerbo a quienes lo insultan en el Templo con engañosas  oraciones mientras no aman a sus semejantes.
 
 -¡Pero  entre iguales se aman! A1 menos... eso parece, porque se veneran recíprocamente  con regalos y reverencias. Es con nosotros con quienes no tienen amor. Pero  nosotros somos distintos de ellos, y es justo.
 
 -No.  En el Reino del Padre mío no es justo, y distinto será el modo de juzgar. No  recibirán honores los ricos y poderosos por el hecho de serlo, sino sólo  aquellos que hayan amado siempre a Dios, queriéndolo por encima de sí mismos y  por encima  de cualquier otra cosa, como  el dinero, el poder, la mujer, la mesa; y amando a sus propios semejantes, que  son todos los hombres, sean ricos o pobres, conocidos o desconocidos, doctos o  sin cultura, buenos o malvados. Sí, también hay que amar a los malvados. No por  su maldad, sino por piedad hacia su alma, herida de muerte por ellos mismos.  Hay que amarlos con un
 amor  que suplique al Padre celeste curarlos y redimirlos.
 
 En el Reino de los Cielos  serán bienaventurados los que hayan honrado al Señor con verdad y justicia y  hayan amado a los padres y a los familiares por respeto; los que no hayan  robado en modo alguno ni nada, o sea, los que hayan dado y pretendido lo justo  incluso en el trabajo de los servidores; los que no hayan matado ni  reputaciones ni criaturas, y no hayan deseado matar, aunque los modos de actuar  de los demás hayan sido crueles como para soliviantar el corazón en actitud  desdeñosa y de sublevación; quienes no hayan jurado lo falso, dañando al  prójimo y lesionando la verdad; quienes no hayan cometido adulterio o cualquier  otro acto vicioso carnal; quienes mansa y resignadamente hayan aceptado su  suerte sin envidias hacia los demás. De éstos es el Reino de los Cielos. El  mendigo puede ser un rey bienaventurado
 allí  arriba, mientras que el Tetrarca con su poder no será nada; es más, más que  nada: será pasto de Satanás si ha actuado contra la ley eterna del Decálogo.
 
 Los  hombres le están escuchando con la boca abierta de admiración.
 
 Con  Jesús están Bartolomé, Mateo, Simón, Felipe, Tomás, Santiago y Judas de Alfeo;  los otros cuatro continúan su trabajo, colorados, sudorosos, pero alegres.  Basta Pedro para tenerlos alegres a todos.
 
 -¡Qué  razón tenía Jonás llamándote Santo! En ti todo es santo: las palabras, la  mirada, la sonrisa; ¡jamás hemos sentido el alma tanto!
 -¿Hace  mucho que no veis a Jonás?
 -Desde  que está enfermo.
 -¿Enfermo?
 
 -Sí,  Maestro. No puede más. Antes a duras penas lograba moverse, después de las  faenas estivas y de la vendimia ya realmente es que no se tiene en pie; y a  pesar de todo... le hace trabajar ese... ¡Oh..., dices que hay que amar a  todos, pero es muy difícil amar a las hienas, y Doras es peor que una hiena!
 -Jonás  lo ama...
 
 -Sí,  Maestro. Pienso que es tan santo como aquéllos a quienes, por fidelidad al  Señor Dios nuestro, han matado con martirio.
 -Dices  bien. ¿Cómo te llamas?
 -Miqueas,  y éste Saulo y éste Joel y éste Isaías.
 -Le  recordaré vuestros nombres al Padre. ¿Y decís que Jonás se encuentra muy  enfermo?
 -Sí,  nada más terminar el trabajo se deja caer sobre el forraje y nosotros no lo  vemos. Nos lo dicen otros siervos de Doras.
 
 -¿Está  trabajando a esta hora?
 -Si  está en pie, sí. Debería estar al otro lado de aquel pomar.
 
 -¿Ha  sido buena la cosecha de Doras?
 -Se  ha hablado de ella en toda la región. Los árboles estaban apuntalados porque  los frutos tenían un tamaño verdaderamente milagroso. Doras ha tenido que  mandar hacer nuevos lagares, porque la uva, de tanta como había, no habrían podido  meterla en los que se venían usando.
 -¿Entonces  Doras habrá premiado a su siervo?
 -¿Premiado?  ¡Señor, qué mal lo conoces!
 
 -Pero  si Jonás me dijo que hace años le dio una paliza mortal por haber desaparecido  algunos racimos, y que pasó a ser esclavo por deudas habiéndole acusado el  patrón de pérdidas por la escasa cosecha. Este año, que ha tenido una  abundancia               milagrosa,  habría debido premiarlo.
 
 -No.  Lo azotó ferozmente, acusándole de no haber obtenido los años precedentes la  misma abundancia por no haber  cuidado la  tierra como se debía.
 -¡Este  hombre es una fiera salvaje! -exclama Mateo.
 -No.  Es un hombre sin alma - dice Jesús - Os dejo, hijos, con una bendición. ¿Tenéis  pan y comida para hoy?
 -Tenemos  este pan - y sacando un pan oscuro de un talego que estaba en el suelo, se lo  enseñan.
 -Tomad  mi comida. No tengo más que esto. Pero Yo hoy estaré en casa de Doras y...
 -¿Tú  en casa de Doras?
 -Sí.  Para rescatar a Jonás. ¿No lo sabíais?
 -Aquí  ninguno sabe nada. Pero... no te fíes, Maestro; serás como una oveja en el  antro del lobo.
 
 -No  podrá hacerme nada. Tomad mi comida. Santiago, da cuanto tenemos, incluso  nuestro vino. Que haya un poco de gozo también para vosotros, pobres amigos, en  el alma y en el cuerpo. ¡Pedro, vamos!
 
 -Voy,  Maestro. Sólo queda este surco por terminar - y corre hacia Jesús,  congestionado por la fatiga; se seca con el manto que se había quitado, se lo  vuelve a poner y ríe contento.
 
 Los  cuatro no cesan de dar las gracias.
 -¿Pasarás  por aquí, Maestro?
 -Sí,  esperadme. Saludaréis incluso a Jonás. ¿Podéis hacerlo?
 
 -¡Claro!  La tierra debía estar arada para la noche. Están hechos más de dos tercios de  ella, ¡y qué bien y qué rápido!
 
 ¡Son  fuertes tus amigos!... Que Dios os bendiga. Hoy para nosotros es más que la  fiesta de los Ázimos. ¡Que Dios os bendiga a todos, a todos, a todos!
 
 Jesús  va derecho hacia el pomar, lo cruzan, llegan a los campos de Doras. Más  campesinos al arado, o agachados para limpiar los surcos de las hierbas  arrancadas; pero Jonás no está. Reconocen a Jesús y, sin dejar de trabajar, lo  saludan.
 
 -¿Dónde  está Jonás?
 
 Después  de dos horas ha caído sobre el surco y lo han llevado a casa. ¡Pobre Jonás!  Poco tiempo más deberá sufrir. Está realmente en las últimas. Jamás tendremos  un amigo mejor.
 
 -Me  tenéis a mí en la Tierra  y a él en el seno de Abraham. Los muertos quieren a los vivos con dúplice amor:  el propio y el que asumen estando con Dios (por tanto, amor perfecto).
 
 -¡Ve  enseguida con él! ¡Que te vea ahora que sufre!
 Jesús  bendice y continúa su camino.
 -¿Y  ahora qué piensas hacer? ¿Qué le piensas decir a Doras? - preguntan los  discípulos.
 -Voy  a ir como si no supiera nada. Si se siente descubierto, es capaz de cebarse en  Jonás y en sus siervos.
 -Tiene  razón tu amigo: es como un chacal - dice Pedro a Simón.
 -Lázaro  no dice nunca sino la verdad y no es maldecidor; cuando lo conozcas, lo querrás  - responde Simón.
 
 -Se  ve la casa del fariseo: ancha, baja, bien construida, entre árboles ya  despojados de sus frutos; una casa de campo, pero rica y cómoda. Pedro y Simón  se adelantan para avisar.
 
 Sale  Doras. Un viejo de semblante duro, propio de un anciano avaricioso: ojos  irónicos, boca de sierpe que esboza bruscamente una sonrisa falsa detrás de una  barba más blanca que negra.
 
 -Salud,  Jesús - dice en tono familiar y con clara ostentación de benevolencia.
 Jesús  no dice: «Paz»; responde:
 -Que  ella vuelva a ti.
 -Entra.  La casa te acoge. Has sido puntual como un rey.
 -Como  una persona honesta - replica Jesús.
 Doras  se ríe, como si se hubiera tratado de una gracia.
 Jesús  se vuelve y les dice a los discípulos, que no han sido invitados a entrar:
 
 -Entrad  - Y añade: «Son mis amigos».
 -Que  entren... pero... ¿ése no es el recaudador de tributos, hijo de Alfeo?
 -Éste  es Mateo, el discípulo del Cristo - dice Jesús, en un tono que... el otro  entiende y... vuelve a reírse más forzadamente que antes Doras pretende  aplastar al "pobre" maestro galileo bajo la opulencia de su casa,  fastuosa por dentro, fastuosa y gélida;               los  servidores parecen esclavos. Caminan encorvados; si entran en escena,  desaparecen furtivamente y con rapidez, como quien teme siempre un castigo. Se  tiene la impresión de una casa en que reinan la frialdad y el odio.
 
 Pero  Jesús no se apabulla ante la exposición de riquezas, ni ante el recuerdo de  censo y parentela... y Doras, que percibe la indiferencia del Maestro, lo lleva  consigo por el pomar jardín, mostrando árboles raros y ofreciendo sus frutos –  los servidores los acercan en bandejas y copas de oro -. Jesús degusta y alaba  la exquisitez de la fruta, parte conservada en una especie de almíbar  (melocotones primorosos), parte fruta natural (peras de singular tamaño).
 
 -Soy  el único que las tiene en toda Palestina, y creo que ni siquiera en toda la  península las hay como éstas. Las he mandado traer de Persia, y de más lejos  aún. La caravana me costó el precio de un talento. Ni siquiera los Tetrarcas  disponen de estos frutos; quizás ni siquiera César los tiene. Cuento las piezas  y exijo todos los huesos. Las peras sólo se consumen en mi mesa, porque no  quiero que se lleven ni una semilla. A Anás le mando algunas peras, pero sólo  de las cocidas porque así son estériles.
 
 -Son  plantas de Dios, y los hombres son todos iguales.
 -¿Iguales?  ¡No, hombre, no! ¿Yo igual que... que tus galileos?
 
 -El  alma viene de Dios, y Él las crea iguales.
 -¡Pero  yo soy Doras, el fiel fariseo!...- diciendo esto parece esponjarse como un  pavo.
 
 Jesús  lo asaetea con sus ojos de zafiro, cada vez más encendidos (signo que en Él  denuncia que rebosa de piedad o de severidad). Jesús es mucho más alto que  Doras y lo domina; está majestuoso con su vestido purpúreo al lado del pequeño  y un poco encorvado fariseo, apergaminado, que lleva un vestido de una holgura  y una abundancia de franjas impresionante.
 
 Doras,  después de un rato de autoadmiración, exclama:
 -Pero  Jesús, ¿por qué has enviado a casa de Doras, el puro fariseo, a Lázaro, hermano  de una meretriz? ¿Amigo tuyo, Lázaro? ¡No debes permitirlo! ¿No sabes que está  anatematizado porque su hermana, María, es una meretriz?
 -No  conozco más que a Lázaro y sus acciones, que son honestas.
 
 -Pero  el mundo recuerda el pecado de esa casa y ve que su mancha se extiende entre  los amigos... No vayas a esa casa.
 
 ¿Por  qué no eres fariseo? Si lo deseas... yo soy poderoso... hago que te acojan como  tal a pesar de que seas galileo. Yo lo puedo todo en el Sanedrín. Está en mi  mano Anás como lo está esta orla de mi manto. Te temerían más.
 
 -Deseo  sólo ser amado.
 -Yo  te amaré. ¿Ves como ya te amo al condescender a tu deseo dándote a Jonás?
 -He  pagado por él.
 -Es  verdad, y estoy asombrado de que hayas podido abonar tal suma.
 -No  Yo, un amigo por mí.
 -Bien,  bien. No quiero indagar. Mira como es  verdad  que te amo y deseo satisfacerte: tendrás a Jonás después de la comida. Sólo por  ti hago este sacrificio... - y se ríe con su cruel risa.
 
 Jesús,  con los brazos cruzados a la altura del pecho, cada vez más severo, lo traspasa  con la mirada. Todavía están en el huerto jardín en espera de la comida.
 
 -Pero  tú tienes que concederme una cosa. Satisfacción por satisfacción. Yo te doy mi  mejor siervo, por tanto me privo de una futura ganancia. Este año tu bendición  - sé que viniste cuando comenzaba el calor fuerte - me ha proporcionado una recolección  que ha hecho famosas mis propiedades. Bendice pues ahora mis rebaños y mis  campos. El próximo año no echaré de menos a Jonás... y entre tanto, encontraré  uno como él. Ven, da tu bendición. Dame la satisfacción de que me celebren en toda  Palestina y de tener rediles y graneros saturados de bienes. Ven - Y lo aferra  y trata de arrastrarlo, invadido por la fiebre del oro.
 
 Pero  Jesús se resiste:
 -¿Dónde  está Jonás? - pregunta severo.
 -En  la aradura. No ha querido marcharse sin hacer este trabajo para su buen patrón,  pero antes de terminar de comer vendrá. Mientras, ven a bendecir rebaños,  campos, árboles frutales, cepas y almazaras. Todo, todo... ¡Ah, qué fértiles  serán el año próximo! ¡Ven!
 
 -¿Dónde  está Jonás? -truena Jesús más fuerte.
 -¡Pero  si ya te lo he dicho! Está dirigiendo la aradura. Es el primero entre mis  servidores y no trabaja: preside.
 -¡Embustero!
 
 -¿Yo?  ¡Lo juro por Yeohveh!
 -¡Perjuro!
 -¿Yo?  ¿Yo perjuro? ¿Yo que soy el fiel más fiel? ¡Cuidado cómo hablas!
 
 -¡Asesino!  - Jesús ha ido levantando la voz, y la última palabra es un trueno.
 
 Los  discípulos hacen un círculo en torno a Él, los criados se asoman a las puertas,  temerosos. El rostro de Jesús
 transparenta  una severidad insostenible. Los ojos parecen emanar rayos fosforescentes.
 
 Doras  siente un momento de miedo. Se hace más pequeño, madeja de estofa finísima  junto a la alta persona de Jesús,               vestida  de pesada lana rojo oscuro. Pero luego la soberbia vuelve a hacerse con él.  Doras se pone a gritar con su voz chillona
 (exactamente  como la de los zorros):
 
 -¡En  mi casa doy órdenes sólo yo! ¡Vete, vil galileo!
 -Me  iré después de maldecirte a ti, a tus campos, a tus rebaños y a tus cepas, para  éste y para los futuros años.
 -¡No,  eso no! Sí. Es verdad. Jonás está enfermo, pero se le está cuidando, se le está  cuidando bien. Retira tu maldición.
 
 -¿Dónde  está Jonás? Que un criado me conduzca a él, inmediatamente. Yo lo he pagado, y,  dado que para ti es una mercancía, una máquina, tal lo considero; y puesto que  lo he comprado, lo quiero. Doras saca del pecho un pequeño silbato de oro y  silba tres veces. Una nube de servidores de la casa y de las tierras acude de  todas partes; corren - encorvados hasta el punto de que casi rozan el suelo -  hasta donde está el temido patrón.
 
 -Traedle  a Jonás a éste y entregadlo.
 -¿A  dónde vas?
 
 Jesús  ni siquiera responde. Sigue a los servidores que, presurosos han cruzado el  jardín en dirección a las casas de los campesinos, los misérrimos cuchitriles  de los míseros campesinos.
 
 Entran  en el tugurio de Jonás. Éste está completamente esquelético, jadeante a causa  de la fiebre, semidesnudo, sobre un cañizo; como colchón, un vestido remendado;  como manta, un manto aún más roto. La joven de la otra vez lo cuida como puede.
 
 -¡Jonás!  ¡Amigo mío! ¡He venido a llevarte conmigo!
 -¿Tú?  ¡Mi Señor! Me estoy muriendo... pero me siento feliz de tenerte aquí.
 
 -Amigo  fiel, ahora eres libre. No morirás aquí. Te llevo a mi casa.
 -¿Libre?  ¿Por qué? ¿A tu casa? ¡Ah, sí! Me prometiste que vería a tu Madre.
 
 Jesús,  combado hacia el miserable lecho del infeliz, es todo amor, mientras que Jonás,  de alegría, parece reanimarse.
 
 -Pedro,  tú eres fuerte, levanta a Jonás. Vosotros, poned aquí vuestro manto; es  demasiado duro este lecho para uno en su estado.
 
 Los  discípulos se despojan de sus mantos con prontitud, los pliegan en varios  dobleces y los extienden; con algunos hacen la almohada. Pedro deposita su  carga de huesos y Jesús tapa a Jonás con su propio manto.
 -Pedro,  ¿tienes dinero?
 
 -Sí,  Maestro, tengo cuarenta denarios.
 -Bien.  ¡Vamos! ¡Ánimo, Jonás! Todavía un poco de esfuerzo; luego mucha paz en mi casa,  con María...
 -María...  sí... ¡tu casa!
 
 El  pobre Jonás está en el límite de sus fuerzas y llora; lo único que es capaz de  hacer es llorar.
 -Adiós,  mujer; el Señor te bendecirá por tu misericordia.
 -Adiós,  Señor. Adiós, Jonás. Ora, orad por mí - La joven llora...
 
 Llegados  al umbral de la puerta, aparece Doras. Jonás tiene una reacción de temor y se  cubre el rostro; mas Jesús le pone una mano sobre la cabeza y sale a su lado,  más severo que un juez. La mísera comitiva sale al rústico patio y toma el sendero  del huerto.
 
 -¡Ese  lecho es mío; te he vendido el siervo, no la cama!
 Jesús  le arroja a los pies la bolsa sin decir nada.
 Doras  la coge, la vacía:
 
 -Cuarenta  denarios y cinco didracmas. ¡Es poco!
 Jesús  mira fijamente, de arriba abajo, - es imposible describir su gesto - al  codicioso y repugnante cómitre, y no responde.
 
 -Al  menos dime que retiras tu maldición.
 
 Jesús  lo fulmina con una nueva mirada y una breve frase:
 
 -Te  remito al Dios del Sinaí - y pasa erguido, al lado de la tosca camilla que, con  cuidado, transportan Pedro y Andrés.
 
 Doras,  viendo que todo es inútil y que la condena es cierta, grita:
 
 -¡Volveremos  a vernos, Jesús! ¡No pienses que te has librado de mis zarpas! ¡Te haré la  guerra a muerte! Llévate si quieres ese pingajo de hombre; ya no me sirve. Me  ahorro la sepultura. ¡Vete, vete, maldito Satanás! Pero te pondré en contra a todo  el Sanedrín. ¡Satanás! ¡Satanás!
 
 Jesús  no hace ni siquiera ademán de haber oído. Los discípulos están consternados.
 
 Jesús  se ocupa sólo de Jonás; busca los senderos más llanos, más protegidos, hasta  que llega a un cruce de caminos en la propiedad de Jocanán. Los cuatro  campesinos corren a saludar al amigo que parte y al Salvador, que los bendice.
 
 Pero  el camino de Esdrelón a Nazaret es largo y además no se puede ir deprisa con  esa conmovedora carga humana.
 
 A  lo largo de la calzada principal no hay ningún carro, ninguna carreta, nada.  Continúan caminando en silencio. Jonás parece dormir, pero no suelta la mano de  Jesús.
 A1  atardecer, un carro militar romano pasa a su lado.
 -¡En  nombre de Dios, parad! - dice Jesús levantando el brazo. Dos soldados detienen  el carro; el comandante, un hombre todo pomposo, se asoma, descorriendo un poco  el toldo               con  que acababa de cubrir el carro porque empezaba a llover.
 
 -¿Qué  quieres? - le pregunta a Jesús.
 -Tengo  un amigo que está agonizando. Lo que os pido es un lugar para él en el carro.
 -No  se podría hacer... pero... sube. Al fin y al cabo, no somos perros.
 
 Se  sube la camilla.
 -¿Tu  amigo? ¿Tú quién eres?
 
 -El  rabí Jesús de Nazaret.
 -¿Tú?  ¡Oh!... - el militar lo mira con curiosidad.
 -Si  eres Tú, entonces... montad cuantos más podáis. La única cosa es que tratéis de  que no se os vea... Así está ordenado... pero, por encima de las órdenes está  la humanidad, ¿no? Y Tú eres bueno, yo lo sé. Nosotros, los soldados, sabemos todo...  ¿Que cómo es que lo sé? Hasta las piedras hablan, bien o mal; y nosotros  tenemos oídos para oírlas, para servir al César.
 
 Tú  no eres un falso Cristo como los demás de antes, sediciosos y rebeldes. Tú eres  bueno. Roma lo sabe. Este hombre... está muy mal.
 
 -Por  eso lo llevo donde mi Madre.
 -¡Poco  tiempo podrá cuidarlo! Dale un poco de vino. Está en esa cantimplora. Tú, Aquila,  instiga a los caballos, y tú,               Quinto,  dame la ración de miel y de mantequilla; es mía, pero le sentará bien. Tiene  mucha tos y la miel es medicinal.
 
 -Eres  bueno.
 
 -No.  Soy menos malo que muchos, y estoy contento de tenerte conmigo. Acuérdate de  Publio Quintiliano, de la   Itálica. Estoy en Cesárea, pero ahora voy a Tolemaida.  Inspección de rigor.
 
 -No  estás en enemistad conmigo.
 -¿Yo?  Soy enemigo de los malos, jamás de los buenos. Y desearía ser yo también bueno.  Dime: para nosotros, hombres de armas, ¿qué doctrina predicas?
 
 -Una  es la doctrina, para todos: justicia, honestidad, continencia, piedad. Ejercer  el propio oficio sin abusos. Incluso en la dura necesidad de las armas, seguir  la humanidad. Tratar de conocer la   Verdad, o sea, a Dios Uno y Eterno; sin este conocimiento  toda acción queda privada de gracia y, por tanto, de premio eterno.
 -Pero,  una vez muerto, ¿para qué me sirve el bien que haya hecho?
 -Quien  se llega al Dios verdadero encuentra ese bien en la otra vida.
 -¿Renazco  otra vez? ¿Llego a ser tribuno, o incluso emperador?
 -No.  Eres como Dios, desposándote con su eterna beatitud en el Cielo.
 -¿Cómo?  ¿En el Olimpo yo? ¿Entre los dioses?
 -No  hay dioses. Existe el Dios verdadero, el que Yo predico, el que te oye y signa  tu bondad y tu deseo de conocer el Bien.
 -¡Esto  me gusta! No sabía que Dios se pudiera ocupar de un pobre soldado pagano.
 -Él  te ha creado, Publio; por eso te ama y querría tenerte consigo.
 -Bueno,  ¿y por qué no? Pero... nadie nos habla de Dios... nunca....
 
 -Iré  a Cesárea y me oirás.
 -Sí,  iré a oírte. Allí está Nazaret. Querría servirte más, pero si me ven...
 -Bajo,  y te bendigo por tu bondad.
 -Adiós,  Maestro.
 -Que  el Señor se muestre a vosotros, soldados. Adiós.
 Bajan.  Se ponen a caminar de nuevo.
 -Dentro  de poco descansarás, Jonás - dice Jesús para animarlo.
 
 Jonás  sonríe. Cada vez más tranquilo, a medida que la tarde va cayendo y que está  seguro de estar lejos de Doras.
 Juan  con su hermano se adelanta corriendo para avisar a María.
 Y,  cuando la pequeña comitiva llega a Nazaret, casi desierta al caer de la tarde,  María está ya en el umbral de la puerta esperando a su Hijo.
 -Madre,  éste es Jonás. Se acoge a tu dulzura para empezar a gustar su Paraíso.  ¿Contento, Jonás?
 -¡Contento!  ¡Contento! - susurra como en éxtasis el exhausto.
 
 Le  llevan a la pequeña habitación en donde murió José.
 -Estás  en la cama de mi padre, y aquí está mi Madre, y aquí estoy Yo. ¿Ves? Nazaret se  hace así Belén, y tú ahora eres el pequeño Jesús entre dos que te quieren, y  éstos son los que veneran en ti al siervo fiel. No ves a los ángeles, pero sus  alas de luz espiran sobre ti y cantan las palabras del salmo natalicio...
 
 Jesús  derrama su dulzura sobre el pobre Jonás, que se va apagando por momentos.  Parece como si hubiera resistido hasta este momento para morir aquí... Pero su  estado es beato. Sonríe, trata de besar la mano de Jesús, la de María, y de  decir, decir... pero el jadeo quiebra la palabra. María, como una madre, lo  conforta. Y él repite:
 
 -Sí...  sí - con su sonrisa beata en ese rostro suyo esquelético.
 Los  discípulos, que están a la puerta del huerto, guardan silencio y observan con  conmoción.
 
 -Dios  ha escuchado tu prolongado deseo. La Estrella de tu larga noche viene a ser ahora la Estrella de tu eterna mañana.  Tú sabes su Nombre -dice Jesús.
 
 -¡Jesús,  el tuyo! ¡Oh! ¡Jesús! Los ángeles... ¿Quién me está cantando el himno angélico?  El alma lo está oyendo...
 También  el oído lo quiere escuchar... ¿Quién, para que yo duerma feliz?... ¡Tengo mucho  sueño! ¡He trabajado mucho! Muchas               lágrimas...  Muchos insultos... Doras... yo lo perdono... pero no quiero oír su voz y la  oigo... Es como la voz de Satanás en la hora de mi muerte. ¡Alguien que me  cubra esa voz con las palabras provenientes del Paraíso!
 
 Es  María quien con la misma melodía de su canción de cuna entona dulcemente:  «Gloria a Dios en los altos Cielos y paz a los hombres aquí abajo». Y lo repite  dos o tres veces porque ve que Jonás oyéndola se calma.
 
 -Ya  no habla Doras - dice, pasado un rato - Sólo los ángeles... Era un Niño... en  un pesebre... entre un buey y un asno... y era el Mesías... y yo lo adoré... y  con Él estaban José y María...
 
 La  voz se pierde en un breve gorgoteo dando paso al silencio.
 
 -¡Paz  en el Cielo al hombre de buena voluntad! Ha muerto.
 
 Le pondremos en nuestro  pobre sepulcro. Merece esperar la resurrección de los muertos junto al padre  mío justo - dice Jesús.
 
 Y  mientras, advertida no sé por quién, entra María de Alfeo, todo cesa.
 |          |