593- El lunes por la noche en el Getsemaní
 
               con los apóstoles
             
             Jesús está todavía en el  Huerto de los Olivos, con sus apóstoles; de nuevo habla. 
               
-Y otro día ha pasado. Ahora  la noche, y luego mañana, y luego otro mañana, y después la cena pascual. 
-¿Dónde vamos a cenar, Señor  mío? Este año estarán también las mujeres -pregunta Felipe. 
-Todavía no tenemos previsto  nada y la ciudad está saturada de gente. Parece que este año todo Israel, hasta  el más lejano prosélito, ha venido al rito -dice Bartolomé. 
Jesús lo mira, y, como si  recitara un salmo, dice: 
-Reuníos, apresuraos, acercaos  de todos los lugares a mi víctima, que inmolo por vosotros, a la gran Víctima  inmolada en los montes de Israel; a comer su Carne, a beber su Sangre. (Ezequiel 39, 17; 14, 12-13; Daniel 7; Oseas 6,1-6, 8,11-14; Malaquías  1, 10-11; 2, 3-6; y anticipará Apocalipsis 11, 15-17)  
-¿Pero  qué víctima? ¿Qué víctima? Pareces como uno del que se hubiera apoderado una  demencia obsesiva. Hablas sólo de muerte... nos afliges... -dice vehemente  Bartolomé. 
Jesús  lo mira de nuevo, dejando con la mirada a Simón, que se inclina hacia Santiago  de Alfeo y Pedro y habla sigiloso con ellos, y dice: 
-¿Cómo?  ¿Tú me lo preguntas? Tú no eres uno de estos pequeños que para ser doctos deben  recibir la heptamorfa luz. Ya estabas versado en la Escritura antes de que Yo  te llamara a través de Felipe. Aquella dulce mañana de primavera. De mi  primavera. ¿Y tú me preguntas todavía que cuál es la víctima inmolada en los  montes, la víctima a la que todos acudirán para nutrirse?
¿Y dices que estoy a  merced de una demencia obsesiva porque hablo de muerte? ¡Bartolmái! Como el  grito de los escoltas, Yo, en medio de vuestra tiniebla, que nunca se ha  abierto a la luz, he lanzado una vez, dos veces, tres veces... el grito  anunciador. Pero vosotros no habéis querido entenderlo. En ese momento habéis  sufrido por ello; luego... como niños, habéis olvidado pronto las palabras de  muerte y habéis vuelto festivos a vuestro trabajo, seguros de vosotros y llenos  de esperanza respecto a que mis palabras y las vuestras persuadirían cada vez  más al mundo a seguir y amar a su Redentor. 
No.  Sólo después de que esta Tierra haya pecado contra mí -y recordad que son  palabras del Señor a su profeta-, sólo después, el pueblo -y no sólo este pueblo concreto, sino el gran pueblo de Adán empezará a gemir:  “Acerquémonos al Señor. Él, que nos ha herido, nos curará". Y dirá el  mundo de los redimidos:
"Después de dos días, o sea, dos tiempos de  la eternidad, durante los cuales nos dejará a merced del Enemigo, que con todo  tipo de armas nos golpeará y matará, como nosotros hemos golpeado al Santo y lo  hemos matado y le seguimos golpeando y matando, porque siempre existirá la raza  de los Caínes que maten con la blasfemia y las malas obras al Hijo de Dios, al  Redentor, lanzando flechas mortales no contra su eterna, glorificada Persona,  sino contra sus almas propias, las rescatadas por Él de forma que las matarán,  matándolo, por tanto, a Él a través de sus propias almas-, sólo después de  estos dos tiempos, vendrá el tercer día, y resucitaremos en su presencia  en el Reino de Cristo en la Tierra y viviremos en su presencia en el triunfo  del espíritu.
Lo conoceremos, aprenderemos a conocer al Señor para estar  preparados a combatir, mediante este conocimiento verdadero de Dios, la extrema  batalla que Lucifer presentará al Hombre antes del sonido del ángel de la  séptima trompeta, que abrirá el coro bienaventurado de los santos de Dios -coro  de un número eternamente perfecto, al que jamás podrá ser añadido ni el más  pequeño infante, ni el más anciano de los ancianos- el coro que cantará:
“Ha  terminado sus días el pobre reino de la Tierra. El mundo ha pasado con todos  sus habitantes ante la revista del Juez victorioso. Y los elegidos están ahora  en las manos del Señor Dios nuestro y de su Cristo, y Él es nuestro Rey para  siempre. Alabado sea el Señor Dios Omnipotente, que es, que era, que será,  porque ha asumido su gran poder y ha tomado posesión de su Reino".  
             ¡Oh!,  ¿quién de vosotros sabrá recordar las palabras de esta profecía, que ya sonó en  las palabras de Daniel con velado sonido y que ahora grita por boca del Sabio  ante el mundo atónito y ante vosotros más atónitos que el mundo? 
               
               "La  venida del Rey -continuará gimiendo el mundo herido y cerrado en el sepulcro,  el que ha vivido mal y ha muerto mal, cerrado por su septenario vicio y sus  infinitas herejías, el agonizante espíritu del mundo, cerrado, con sus extremos  estertores, dentro del organismo, muerto leproso por todos sus errores-, la  venida del Rey está preparada como la de la aurora, y vendrá a nosotros como la  lluvia de primavera y de otoño". A la aurora la precede y prepara la  noche. Ésta es la noche. Esta de ahora. ¿Y qué debo hacer contigo,  Efraím? ¿Qué debo hacer contigo, Judá?... 
               
               Simón,  Bartolmái, Judas, los primos, vosotros que sois los más versados en el Libro,  ¿reconocéis estas palabras? Vienen no de un espíritu desatinado, sino de quien posee  la Sabiduría y la Ciencia. Como rey que abre seguro sus arcas, porque sabe  dónde está la gema concreta que busca, pues la ha puesto ahí con sus propias  manos, Yo cito a los profetas.
               
Soy la Palabra. Durante siglos he hablado  por labios humanos, durante siglos seguiré haciéndolo. Pero todo lo que de  sobrenatural se ha dicho es palabra mía. El hombre no podría, ni siquiera el  más docto y santo, subir, águila de alma, más allá de los límites del ciego  mundo, para comprender y manifestar los misterios eternos. 
               
               Sólo  en la Mente divina el futuro es "presente". Necedad es en aquellos  que, no elevados por nuestra Voluntad, pretenden hacer profecías y  revelaciones. Y Dios pronto los desmiente y castiga, porque sólo Uno puede  decir: "Yo soy" y decir: "Yo veo" y decir: "Yo  sé". Mas cuando una Voluntad no sujeta a medida ni a juicio, una Voluntad  que debe ser aceptada agachando la cabeza y diciendo sin discusión:
               
“Aquí estoy”, dice: "Ven, sube, oye, ve, repite",  entonces, zambullida en el eterno presente de su Dios,  el alma, llamada por el Señor para ser "voz", ve y tiembla, ve y  llora, ve y exulta; entonces el alma llamada por el Señor para ser  "palabra" oye y, llegando a éxtasis o a agónico sudor, expresa las  tremendas palabras del Dios eterno. 
               
               Porque toda palabra de Dios es tremenda,  pues viene de Aquel cuyo veredicto es inmutable y cuya Justicia es inexorable,  y porque está dirigida a los hombres, de los cuales demasiado pocos merecen  amor y rendición, sino rayo y condena. Ahora bien, esta palabra, pronunciada y  vilipendiada, ¿no es causa de tremenda culpa y tremendo castigo para los que,  habiéndola oído, la rechazan? Lo es. 
               
               ¿Y  qué debía hacer con vosotros, Efraím, Judá, mundo?; ¿qué, que .no haya  hecho ya? Amándote, he venido, oh Tierra mía, y mi palabra ha sido para ti  espada mortal porque la has aborrecido. ¡Oh, mundo que matas a tu Salvador  creyendo hacer algo justo, ¿tan identificado con el demonio estás, que no  comprendes ya siquiera cuál es el sacrificio que Dios exige, sacrificio del  propio pecado, no de un animal inmolado y comido con el alma sucia? ¿Qué te he  dicho, entonces, en estos tres años? ¿Qué he predicado? 
               
               He dicho: "Conoced  a Dios en sus leyes y en su naturaleza". Y me he secado como vaso de  arcilla porosa puesto al sol, predicando el conocimiento vital de la Ley y de  Dios. Y has seguido cumpliendo holocaustos sin cumplir nunca el único  necesario: ¡La inmolación de tu mala voluntad al Dios verdadero! 
               
               Ahora  el Dios eterno te dice, ciudad de pecado, pueblo apóstata – y en la hora del  Juicio contigo se usará un azote que no será usado con Roma y Atenas, que son  débiles mentales y no conocen ni saber ni palabra, pero que, cuando, de ser  eternos niños mal cuidados por su nodriza; niños cuyas capacidades han quedado  a nivel animal, pasen a estar en los brazos santos de mi Iglesia, mi única,  sublime Esposa que dará a luz innumerables hijos dignos de Cristo, entonces se  harán adultos y capaces, y me darán palacios y soldados, templos y santos que  poblarán el Cielo como de estrellas-, ahora el Dios eterno te dice: 
               
               "No me  sois gratos ya y ya no aceptaré don venido de tu mano, que me es como estiércol  y Yo os lo arrojo de nuevo a la cara y se os quedará prendido. Vuestras  solemnidades, todas ellas exteriores, me dan asco. Rescindo el pacto con la  estirpe de Aarón y se lo paso a los hijos de Leví, porque éste es mi Leví y  con Él, eternamente, he hecho un pacto de vida y paz y Él me fue siempre fiel,  hasta el sacrificio. Tuvo el santo temor del Padre y tembló por el enojo del  Padre, si ofendido, con sólo oír herido mi Nombre.
               
La ley de la verdad estuvo  en su boca y en sus labios no hubo iniquidad; caminó conmigo en la paz y la  equidad y a muchos apartó del pecado. Ha llegado el tiempo en que en todo lugar  -ya no en el que fue único altar de Sión, no siendo merecedores vosotros de  ofrecerlo-será sacrificada y ofrecida en mi Nombre la Hostia pura, inmaculada,  grata al Señor". 
               
               ¿Reconocéis  estas eternas palabras? 
               -Las  reconocemos, Señor nuestro. Y créenos que nos sentimos abatidos como bajo un  duro golpe. Pero ¿no es posible desviar el destino? 
               -¿Destino  lo llamas, Bartolmái? 
               -No  sabría qué otro nombre... 
               
               -Reparación. Ése es el nombre. No se ofende al Seor sin que la ofensa deba ser reparada.  Y Dios Creador fue ofendido por la primera criatura. Desde entonces, la ofensa  ha ido siendo cada vez mayor Y no valió ni la gran masa de agua del Diluvio, ni  la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra, para hacer santo al hombre. Ni el  agua ni el fuego. 
               
               La Tierra es una Sodoma sin fronteras, por donde se pasea,  libre y como rey, Lucifer. Venga, pues, una trina realidad para lavarla: el  fuego del amor, el agua del dolor, la sangre de la Víctima. Éste es, Tierra, mi  don. He venido para dártelo. ¿Y ahora habría de huir ante su cumplimiento? Es  Pascua. No se puede huir. 
               -¿Por  qué no vas donde Lázaro? No sería huir. Pero en su casa no te tocarían. 
               
               -Tiene  razón Simón. ¡Te lo suplico, Señor, hazlo! -grita Judas Iscariote arrojándose a  los pies de Jesús. 
               A  su gesto responde un llanto desconsolado de Juan. Aunque más controlados en su  dolor, también lloran los primos y Santiago y Andrés. 
               
  -¿Me crees el “Señor”? ¡Mírame! - y Jesús perfora con sus ojos la cara  angustiada de Judas Iscariote; porque no finge,               y  Jesús perfora con sus ojos la cara angustiada de Judas Iscariote; porque no finge,  está realmente angustiado (quizá es la última lucha de su alma con Satanás y no  sabe vencerla). 
  
               Jesús  lo estudia y sigue su lucha como un científico podría estudiar una crisis en un  enfermo. Luego se alza bruscamente, con tanta vehemencia, que Judas, que estaba  apoyado en sus rodillas, impulsado hacia atrás, cae al suelo sentado. Jesús  retrocede incluso y, visiblemente turbado su rostro, dice:  
               
               -¿Y  así prenden también a Lázaro? Doble presa y, por tanto, doble alegría. No.  Lázaro está reservado para el Cristo futuro, para el Cristo triunfante. Sólo  uno será arrojado fuera de la vida y no volverá. Yo volveré. Él no  volverá. Pero Lázaro se queda. Tú, tú que sabes tantas cosas, sabes  también ésta.
               
Mas los que esperan obtener una doble ganancia capturando al  águila y al aguilucho, en el nido y sin esfuerzo, pueden estar seguros de que  el águila tiene ojo para todos, y que por amor hacia su pequeñuelo se  alejará del nido, para que sólo a ella la prendan, salvándolo así a él. Me da  muerte el odio, pero sigo amando. Idos. Yo me quedo a orar. Nunca como en esta  hora que vivo he tenido necesidad de llevar el alma al Cielo. 
               -Déjame que me  quede aquí contigo, Señor -suplica Juan. 
               -No. Todos  necesitáis descansar. Ve. 
               
               -¿Te quedas solo?  ¿Y si te hacen algún mal? Pareces incluso enfermo... Yo me quedo -dice Pedro. 
               
               -Tú ve con los  otros. ¡Dejadme olvidar durante una hora a los hombres! ¡Dejadme en contacto  con los ángeles de mi Padre! Me suplirán a mi Madre, que pena en el llanto y la  oración, y a la que no puedo cargar más con mi acongojado dolor. Idos. 
               
               -¿No nos das la  paz? -le pregunta su primo Judas. 
               -Tienes razón. La  paz del Señor descienda sobre aquellos que no son oprobio ante sus ojos. Adiós  -y Jesús se interna, subiendo un escalón del terreno, en la espesura de los  olivos. 
               
               -¡Pues la verdad  es que... lo que dice está en la 
               Escritura! Y, oyéndolo a Él, se comprende por  qué y para quién fue dicho –  susurra Bartolomé. -Esto se lo dije yo a Pedro en otoño del primer año... -dice  Simón. -Es verdad... Pero... ¡no! Yo, estando yo vivo, no dejaré que lo  prendan. Mañana... -dice Pedro. -¿Qué vas a hacer mañana? -pregunta Judas  Iscariote.
               
-¿Que qué voy a hacer? Hablo conmigo mismo. Éstos son tiempos de  conjura. No confío mi pensamiento ni al aire. Y tú,               que tienes influencia -muchas veces lo has  dicho-¿por qué no buscas protección para Jesús? 
               -Lo haré, Pedro.  Lo haré. No os extrañéis si me ausento alguna vez. Es que estoy trabajando para  Él. ¡Pero no se lo digáis, eh! 
               
               -Puedes estar  seguro. Bendito seas. Alguna vez he desconfiado de ti, pero te pido que me  disculpes por ello. Veo que en los momentos claves eres mejor que nosotros. Tú  actúas... yo lo único que sé hacer es echar palabras al vuelo -dice Pedro,  humilde y sincero. Y Judas ríe como contento de la alabanza. 
             Se ponen en marcha para salir del Getsemaní e ir  hacia el camino que lleva a Jerusalén.