591- Por la noche en Getsemaní. Los apóstoles llamados de nuevo a la realidad después de la embriaguez del triunfo
             
             Jesús está con los suyos en la  paz del Huerto de los Olivos. Se viene la noche, una templada noche de  plenilunio. 
               
               Están sentados en esos asientos naturales que son los desniveles  del Huerto, los primeros, que se asoman a la placita natural formada por el calvero  que está al principio del Getsemaní. El Cedrón, susurrador entre sus cantos,  parece conversar animadamente consigo mismo; algún canto de ruiseñor, algún  suspiro de brisa, nada más. 
Jesús está hablando. 
-Después de la exaltación de  esta mañana, muy distinto tenéis el corazón. ¿Qué deberé decir? ¿Que lo sentís  aliviado? ¡Sí, según lo humano, aliviado! Habéis entrado en la ciudad temblando  a causa de mis palabras. Cada uno en particular parecía temer a los esbirros,  tras las murallas, preparados para caer sobre vosotros y prenderos. 
En todo hombre hay otro  hombre, que se revela en las horas más graves. Existe el héroe, que en las  horas de peligro se manifiesta en el hombre que el mundo siempre vio manso, en  ese hombre al que el mundo juzgó insignificante; el héroe que insignificante;  el héroe que que, mientras que todos huyen aterrorizados ante los sanguinarios  deseosos de víctimas, dice:
"Tomadme a mí como rehén y como víctima. Pago  yo por todos". Existe el cínico, que ante las desventuras generalizadas  saca beneficio propio, y que se ríe ante los cuerpos de las víctimas.
Existe el  traidor, que posee un coraje suyo particular: el del mal; el traidor, que es  una amalgama del cínico y el cobarde (que es también una categoría que se  manifiesta en los momentos más graves), porque cínicamente saca provecho de una  desdicha y cobardemente se pasa al grupo más fuerte, atreviéndose, con tal de  sacar provecho de ello, a hacer frente al desprecio de los enemigos y a las  maldiciones de aquellos a quienes ha abandonado.
En fin, existe -y es la  categoría más difundida-el cobarde, que en el momento grave sólo es capaz de  dolerse por haber sido reconocido como partidario de un grupo o de un hombre  que ahora sufren condenación, y de huir... La culpa del cobarde no alcanza el  grado de la del cínico, ni repugna como el traidor, pero muestra, eso sí, la  imperfección de su estructura espiritual. Vosotros... esto sois. No digáis que  no. Yo leo en las conciencias. 
-Esta mañana, íntimamente,  pensabais: "¿Qué nos va a suceder? ¿Iremos a la muerte también  nosotros?" y la parte más baja gemía: "¡No teníamos que haberlo  seguido!...". Sí. Pero ¿os he engañado alguna vez? Ya desde mis primeras  palabras os hablaba de persecución y muerte. Y cuando uno de vosotros, por  exceso de admiración quiso verme y presentarme como un rey (uno de los pobres  reyes de la Tierra, pobre aunque fuera rey y restaurador del reino de Israel  inmediatamente corregí el error y dije: "Soy Rey del espíritu. Ofrezco  privaciones, sacrificio, dolor.
No tengo otra cosa. Aquí, en la Tierra no tengo  otra cosa. Pero después de mi muerte, y de vuestra muerte en mi fe, os daré un  Reino eterno: el de los Cielos". ¿Acaso os hablé de otra manera? No.  Vosotros mismos decís que no.
Y vosotros, entonces, decíais:  "Sólo esto queremos: estar contigo, ser tratados como Tú y padecer por  ti". Sí, ésas eran vuestras palabras. Y erais sinceros. Pero era porque  razonabais sólo como niños; como niños distraídos. Os pensabais que seguirme  era fácil y estabais tan cargados de la triple concupiscencia, que no podíais  admitir que fuera verdad lo que Yo os señalaba. 
Pensabais: "Es el Hijo de  Dios. Lo dice para probar nuestro amor. Pero el hombre no podrá agredirle. ¡Él,  que obra milagros, bien sabrá hacer un gran milagro en favor propio!". Y  cada uno de vosotros añadía: "No puedo creer que lo traicionen, que lo  apresen y le den muerte". Tan fuerte era esta humana fe vuestra en mi poder, que llegabais a no tener fe en mis palabras, la Fe verdadera, espiritual, santa y santificante. 
"¡Él,  que obra milagros, hará también uno en favor propia!" decíais. No sólo  uno. Haré todavía muchos. Y dos serán como ninguna mente de hombre puede  pensar; serán como sólo los que crean en el Señor podrán admitir. Todos los  demás, durante todos los siglos, dirán: "¡Imposible!". Y después de  la muerte seguiré siendo objeto de contradicción para muchos. 
Una  dulce mañana de primavera, desde lo alto de un monte, anuncié las distintas  bienaventuranzas. Hay todavía una: 
             "Bienaventurados  los que saben creer sin ver". Ya he dicho yendo por Palestina:  “Bienaventurados los que escuchan la palabra               los  que escuchan la palabra de Dios y la cumplen", también:  "Bienaventurados los que hacen la voluntad de Dios". Y otras más,  otras he dicho, porque en la casa del Padre mío son numerosas las alegrías que  esperan a los santos. 
               
               Pero también existe ésta ¡Oh, bienaventurados los que  crean sin haber visto con los ojos corporales! Serán tan santos, que, estando  en la Tierra, verán ya a Dios, Dios escondido en el Misterio de amor. 
               
               Pero  vosotros, después de tres años de estar conmigo, a esta fe no habéis llegado  todavía. Y creéis sólo en lo que veis. Por eso, desde esta mañana, después de  la exaltación, estáis diciendo: "Es lo que decíamos nosotros. 
               
               Él triunfa.  Y nosotros con él". Y, como aves a las que les nacen las plumas que un  hombre cruel haya arrancado, alzáis vuestro vuelo ebrios de alegría, seguros,  libres de ese sentido de opresión que mis palabras habían puesto en vuestro  corazón. Entonces, ¿estáis más aliviados también en vuestro espíritu? No. En él  estáis aún menos aliviados. 
               
               Porque estáis aún menos preparados para la  hora que amenaza. Habéis bebido los gritos de hosanna como un vino fuerte y  agradable y estáis ebrios de él. ¿Un hombre embriagado es, acaso, fuerte?:  basta una manita de niño para hacerlo tambalearse y caer. Así estáis vosotros.  Y será suficiente la presencia de los esbirros para poneros en fuga, cual  temerosas gacelas que, en cuanto ven asomarse tras una roca el morro puntiagudo  del chacal, se dispersan, rápidas como el viento, por las soledades del  desierto. 
               
               ¡Cuidad  de no morir de hórrida sed en esa quemada arena que es el mundo sin Dios! No  digáis, no digáis, amigos queridos, lo que dice Isaías (8, 12-16) aludiendo  a este estado de espíritu vuestro, falso y peligroso; no digáis: 
               
               "Éste  sólo habla de conjuras, pero no hay motivo de temor, no hay motivos para sentir  espanto. No debemos temer lo que nos profetiza. Israel lo ama y nosotros eso lo  hemos visto".
               
¿Cuántas veces el tierno pie desnudo de un niño pisa las hierbezuelas  florecidas de un prado mientras arranca corolas para llevárselas a su madre, y  cree que va a encontrar sólo tallitos y flores y, sin embargo, pone el calcañar  sobre la cabeza de una culebra y ésta le muerde y el niño muere! Las flores  ocultaban la sierpe. ¡Y esta mañana... también ha sido así! Yo soy el Condenado  coronado de rosas. ¡Las rosas!... ¿Cuánto duran las rosas? ¿Qué queda de ellas  cuando su corola se ha deshojado para formar nieve de perfumados pétalos?  Espinas. 
             -Yo  -Isaías lo dijo-seré para vosotros -y, con vosotros, os digo que lo seré para  el mundo-santificación; pero también piedra de tropiezo, piedra de escándalo, y  lazo y ruina para Israel y para la Tierra. Santificaré a los que tengan  buena voluntad, seré causa de caída y de quebranto para los que tengan mala  voluntad. Los ángeles no pronuncian palabras engañosas ni palabras que  duren poco. 
               
               Ellos vienen de Dios, que es Verdad y que es Eterno, y lo que dicen  es verdad y constituye palabra inmutable. Los ángeles dijeron: "Paz a los  hombres de buena voluntad". 
               
               Entonces nacía, ¡oh, Tierra!, tu  Salvador. Ahora va a la muerte tu Redentor. Pero para recibir paz de Dios, o  sea, santificación y gloria, es necesario tener "buena voluntad".  
               
               Inútil mi nacimiento, inútil mi muerte, para aquellos que no tienen esta  voluntad buena. Mi vagido y mi estertor, el primer paso y el último, la herida  de la circuncisión y la de la consumación, se habrán producido en vano si en  vosotros, si en los hombres, no existe la buena voluntad de redimirse y santificarse.  Y os digo que muchísimos tropezarán en mí, que he sido puesto como columna de  soporte y no como trampa para el hombre; y caerán porque estarán ebrios de  soberbia, de lujuria, de avaricia, y se verán dentro de la red de sus pecados,  atrapados y entregados a Satanás. Poned estas palabras en vuestros corazones,  sigiladlas para los futuros discípulos. 
               
               Vamos.  La Piedra se alza. Otro paso hacia delante, hacia la cima del monte. Debe  resplandecer en la cima porque Él es Sol, Luz, Oriente. Y el Sol resplandece en  las cimas. Debe ser en el monte porque el mundo entero debe ver el Templo  verdadero. Y Yo mismo lo edifico con la Piedra viva de mí Carne inmolada. Y uno  sus distintas partes con 1a argamasa hecha de sudor y sangre. Estaré en mi  trono cubierto con un manto de púrpura viva, coronado con una corona nueva, y  los que están lejos vendrán a mí, trabajarán en mi Templo, para mi Templo. Yo  soy la base y la cúspide.
               
Pero todo alrededor, cada vez mayor, se irá  extendiendo la morada. Yo mismo labraré mis piedras y a mis artesanos. De la  misma manera que Yo he sido labrado con cincel por el Padre, por el Amor, por  el hombre y por el Odio, así los labraré. Y cuando en un solo día haya sido  arrancada de la Tierra la iniquidad, a la piedra del Sacerdote eterno se acercarán  los siete ojos para ver a Dios y de ella manarán las siete fuentes para vencer  el fuego de Satanás. 
             Satanás... Judas, vamos; y recuerda que el  tiempo es ya poco y que para el anochecer del Jueves debe ser entregado el  Cordero.
               
(Jueves es de inmediata comprensión para el lector de hoy, a quien  se adapta el lenguaje de la Obra valtortiana. 
               
               También en otros lugares y en los  títulos de los capítulos que siguen, se nombran los días de la semana, los  cuales, en realidad, excepciones hechas de sábado y Parasceve, no tenían un  nombre para los hebreos de aquel tiempo)