569- En Silo, la parábola de los malos consejeros
             
             Jesús está hablando en medio  de una plaza arbolada. El sol, cuyo ocaso apenas ha comenzado, y filtrándose a  través de las hojas nuevas de gigantescos plátanos, la ilumina con una luz  entre amarilla y verde: parece como si sobre la vasta plaza estuviera extendido  un entrecielo sutil y de gran valor, que filtrara la luz solar sin  obstaculizarla. 
               
-Dice Jesús: 
-Escuchad. Un día un gran rey  mandó a su amado hijo a la parte de su reino cuya justicia quería probar,  diciéndole: "Ve, visita todos los lugares, haz el bien en mi nombre,  instruye acerca de mí, haz que me conozcan y me quieran. 
Te doy todos los  poderes. Todo lo que hagas estará bien hecho". El hijo del rey, recibida  la bendición paterna, fue a donde el padre le había mandado, y, con algún  escudero suyo y amigo, púsose a recorrer, infatigable, esa parte del reino de  su padre. 
Ahora bien, esa región, debido  a una serie de acontecimientos desafortunados, se había dividido moralmente en  partes contrarias entre sí, partes que -cada una por su cuenta-elevaban grandes  gritos y enviaban urgentes súplicas al rey para decir que cada una de ellas era  la mejor, la más fiel, mientras que las partes vecinas serían pérfidas y  merecerían ser castigadas.
Por tanto, el hijo del rey se encontró frente a unas  personas cuyos ánimos cambiaban según la ciudad a la que pertenecían, pero que  coincidían en dos cosas: la primera, en creerse cada uno mejor que los otros;  la segunda, en querer hundir a la ciudad vecina y enemiga empequeñeciéndola  ante los ojos del rey. 
Siendo justo y sabio, el hijo del rey trató, entonces,  de instruir con mucha misericordia en orden a la justicia a cada una de las  partes de esa región, para conquistarla por entero para la amistad y la estima  de su padre. 
Y, siendo bueno como era, lo conseguía, aunque lentamente, porque,  como siempre sucede, sólo los rectos de corazón de cada una de las distintas  provincias de la región seguían sus consejos. Es más -es justo decirlo-,  precisamente en los lugares en que con desprecio se decía que escaseaba más la  sabiduría y la voluntad, encontró más voluntad de escucharlo y de hacerse sabia  en la verdad. 
Entonces los de las provincias  cercanas dijeron: "Si no hacemos nada, la gracia del rey irá por entero a  estos a los que despreciamos. Vayamos y creemos subversión en esos a quienes  odiamos. Pero vamos fingiendo que nosotros mismos hemos cambiado y estamos dispuestos  a deponer los odios para tributar honor al hijo del rey". Y fueron.
Se  diseminaron, con apariencia de amigos, por las ciudades de la provincia rival.  Iban aconsejando con falsa bondad lo que convenía hacerse para honrar cada vez  más y mejor al hijo del rey, y, por tanto, a su padre el rey (porque el honor  tributado al hijo, enviado de su padre, es siempre honor tributado a aquel que  lo ha enviado). 
Pero ésos no honraban al hijo del rey; antes al contrario, lo  odiaban intensamente, hasta el punto de que querían hacerlo odioso ante los  súbditos y ante el propio rey. Tan astutos fueron en presentarse cándidos, tan  bien supieron presentar como óptimos sus consejos, que muchos de la región  vecina recibieron por bueno lo que era malo y abandonaron el camino recto que  seguían, tomando un camino desviado. Y el hijo del rey constató que en muchos  su misión fallaba. 
Ahora decidme vosotros: ¿Quién  fue el mayor pecador ante los ojos del rey? ¿Cuál fue el pecado de los que  aconsejaban, y cuál el de los que aceptaron el consejo? Y también os pregunto:  ¿Con quién ese rey bueno habrá sido más severo? ¿No sabéis responderme? Os lo  diré Yo. 
             El mayor pecador ante los ojos  del rey fue el que incitó al mal a su prójimo, por odio a éste, al que quería  arrojar a tinieblas de ignorancia aún más profundas; por odio hacia el hijo del  rey, al que quería quebrantar en lo tocante a su misión, haciéndolo aparecer  incapaz ante los ojos del rey y de los súbditos; por odio hacia el mismo rey,  porque si el amor que se tributa al hijo es amor al padre, igualmente el odio  dirigido contra el hijo es odio contra el padre. 
               
               Así pues el pecado de los que  aconsejaban el mal, con plena inteligencia de que estaban aconsejando el mal,  era pecado de odio, además de ser pecado de embuste; de odio premeditado. Sin  embargo, el de los que aceptaron el consejo, creyéndolo bueno, era únicamente  pecado de estupidez. 
               
               Pero, bien sabéis vosotros que  es responsable de sus acciones el inteligente, mientras que el que, por  enfermedad o por otra causa carece de inteligencia no es responsable en primera  persona, sino que sus padres son responsables por él. Por eso, hasta que un  niño no es mayor de edad, es considerado irresponsable, y es el padre el que  responde de las acciones del hijo. 
               
               Por tanto, el rey, que era bueno, fue severo  con los malos consejeros inteligentes, y fue benigno con los que por éstos  habían sido engañados, y simplemente los amonestó por haber creído a un súbdito  cualquiera en vez de preguntar directamente al hijo del rey y así haber sabido  de labios de éste lo que verdaderamente había que hacer: porque sólo el hijo  conoce realmente los designios del padre suyo. 
               
               Ésta es la parábola, pueblo de  Silo, ciudad que en una serie de ocasiones, durante el transcurso de los  siglos, recibió consejos, provenientes de Dios, de los hombres o de Satanás,  consejos de distinta naturaleza, consejos que florecieron en orden al bien  cuando fueron seguidos como consejos de bien o cuando, habiéndolos reconocido  como consejos de mal, se rechazaron; y que florecieron en orden al mal cuando,  siendo santos, no fueron acogidos, o cuando, siendo malos, fueron acogidos. 
               
               Porque el hombre tiene esta  magnífica libertad de arbitrio, y puede querer libremente el bien o el mal, y  posee también ese otro magnífico don que es un intelecto capaz de discernir el  bien y el mal; de manera que no es tanto el consejo en sí mismo, cuanto el modo  con que puede ser recibido, lo que puede acarrear premio o castigo.
               
Pues  ninguno puede impedir a los malos tentar a su prójimo para causarle la ruina,  nada puede impedir a los buenos rechazar la tentación y permanecer fieles al  bien. El mismo consejo puede perjudicar a diez y beneficiar a otros diez,  porque, si el que lo sigue se perjudica, el que no lo sigue beneficia a su  alma. 
               
               Por tanto, que ninguno diga:  "Nos dijeron que hiciéramos tal cosa. Sino que cada cual diga con  sinceridad: "Quise hacerlo". Recibiréis entonces, al menos, el perdón  que se da a los sinceros. Y si dudáis acerca de la bondad del consejo que  recibís, meditad antes de aceptarlo y de ponerlo en práctica.
               
Meditad invocando  al Altísimo, que nunca niega sus luces a los espíritus de buena voluntad. Y si  vuestra conciencia, iluminada por Dios, ve aunque sólo sea un punto, pequeño,  imperceptible, pero que no puede darse en una obra de justicia, entonces decid:  "No haré esto porque es justicia impura". 
               
               En verdad os digo que el que  haga buen uso de su intelecto y libertad de arbitrio e invoque al Señor para  ver la verdad de las cosas, no será quebrantado por la tentación, porque el Padre  de los Cielos le ayudará a hacer el bien contra todas las insidias del mundo y  Satanás. 
               
               Traed a vuestra memoria a Ana  de Elcaná y a los hijos de Elí (1 Samuel 1-2). El ángel luminoso de Ana le había aconsejado que hiciera un voto al  Señor si la hacía fecunda.
               
El sacerdote Elí aconseja a sus hijos que vuelvan a  la justicia y que no pequen más contra el Señor. Y, a pesar de que al hombre,  por el lastre que le grava, le sea más fácil comprender la voz de otro hombre  que no el espiritual e insensible -invisible para los sentidos físicos-decir  del ángel del Señor que habla al espíritu; a pesar de ello, Ana de Elcaná,  porque es buena y mantiene su rectitud en la presencia de Dios, acoge el  consejo y da a luz a un profeta, mientras que, por el contrario, los hijos de  Elí, por ser malos y vivir alejados de Dios, no acogen el consejo de su padre y  mueren castigados por Dios con una muerte violenta. 
               Los  consejos tienen dos valores: el de la fuente de que provienen (valor que ya de  por sí es grande porque puede tener consecuencias incalculables), y el del  corazón destinatario. El valor que los consejos reciben del corazón al que se  proponen no sólo es incalculable, sino que también es inmutable. Porque, si el  corazón es bueno y sigue un consejo bueno, da al consejo el valor propio de una  obra justa, y, si no lo hace, le quita la segunda parte de valor: el consejo,  entonces, sigue siendo consejo, pero no obra, o sea, es mérito sólo para el que  lo da.
               
Y, sí el consejo es malo y no es acogido por el corazón bueno -en vano  tentado con lisonjas o con el terror para que lo ponga en práctica-, adquiere  el valor de victoria sobre el Mal y de martirio por fidelidad al Bien, y, por  tanto, prepara un gran tesoro en el Reino de los Cielos. 
               
               Así  pues, cuando vuestro corazón se vea tentado por otros, meditad -poniéndoos a la  luz de Dios-si eso pueden ser palabras buenas; y si, con la ayuda de Dios, que  permite las tentaciones pero no quiere vuestra perdición, veis que no es una  cosa buena, sabed deciros a vosotros mismos y también a quien os tienta:  
               
               "No. Yo permanezco fiel a mi Señor, y que esta fidelidad me absuelva de  mis pecados pasados y me admita de nuevo dentro del Reino -y no quede fuera, en  la puerta-, porque también para mí el Altísimo ha enviado a su Hijo para conducirme  a la salvación eterna". 
Idos. Si alguno me necesita, ya sabéis dónde  estoy para el descanso nocturno. Que el Señor os ilumine.