|  | EL EVANGELIOCOMO ME HA SIDO REVELADO
 
 
   Autor: María Valtorta 
 « PARTE 5 de 7 »
PREPARACIÓN PARA LA PASION
 
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 541. Judíos en Betania de visita  542. Los judíos en casade Lázaro
 543. Marta llama a un criadoa llamar al Maestro
 544. La muerte de Lázaro  545. El criado de Betania refiere a Jesús el mensaje de Marta  546. El día de los funerales de Lázaro
 547. Jesús decide ir a Betania  548. La resurrección de Lázaro  549. Sesión del Sanedrín y audiencia en el palacio de Pilato  550. Misión de amor para Lázaro y contemplación absoluta para su hermana María. Jesús debehuir a Samaria
 551. Los apóstoles son informados, después de un alto donde Nique, del decreto del Sanedrín. Llegada a losconfines de Judea
 552. Preparativos y recibimientos en Efraím  553. Comienzo del sábado en Efraím. Los ladrones del Adomín y la ayuda prestada a tres niños  554. El sábado en Efraím. Con los apóstoles y los tres niños en una pequeña isla del torrente  555. Lección nocturna a Simón Pedro sobre el perdón de los pecados y sobre el dolor de los santos y de los inocentes  556. Otro sábado en Efraím. Intolerancias de Judas Iscariote. Palabras a los samaritanos sobre el tiempo nuevo  557. Llegan de Siquem los parientes de los tres niños arrebatados a los bandoleros  558. Con la comitiva que regresa a Siquem. Parábola de la gota que excava la roca  559. En Efraím, peregrinos de la Decápolis y misión secretade Manahén
 560. En las cercanías de Gofená, coloquio durante la noche con José de Arimatea, Nicodemoy Manahén
 561. El saforim Samuel,de sicario a discípulo
 562. Habladurías en Nazaret  563. Falsos discípulos en Siquem. Curación en Efraím del esclavo mudo de Claudia Prócula  564. El hombre de Jabnia y el final de Hermasteo. Reprensión a los samaritanos que carecen de caridad
 565. Jesús conforta a Samuel, turbado por Judas de Keriot. Lecciones de las abejas y de la vela plegada por el torbellino  566. En Efraím el día de la llegada de la Madre de Jesús con Lázaro y las discípulas  567. Parábola de la tela desgarrada. Milagro a la mujer parturienta. Judas Iscariote, sorprendido robando, es censurado por Jesús  568. Comienzo del viaje por Samaria partiendo de Efraím en dirección a Silo  569. En Silo, la parábola de los malos consejeros  570. En Lebona, la parábola de los mal aconsejados  571. Llegada a Siquem y recibimiento  572. En Siquem, la última parábola sobre los consejos dados y recibidos  573. Partida para Enón después de un tira y afloja entre Judas Iscariote y Elisa, que se quedan en Siquem  574. En Enón, rescatado y acogido el pastorcillo Benjamín. Hacia Tersa  575. Mal recibimiento en Tersa. Extremo intento de redimir a Judas Iscariote  576. Encuentro con el joven rico en el camino hacia Doco  577. Tercer anuncio de la Pasión. María de Alfeo evoca la figura de José. La insensata petición de los hijos de Zebedeo  578. Encuentro con discípulos y hombres de relieve conducidos por Manahén. Llegada a Jericó  579. Judíos desconocidos refieren las acusaciones recogidas por el Sanedrín. Alegoría dirigida a Jerusalén  580. Delaciones de Judas Iscariote y profecías sobre Israel. Milagros en el camino de Jericó a Betania  581. En Betania en la casade Lázaro
 582. La víspera del sábado anterior a la entrada en Jerusalén. Ofrenda extrema por la salvación de Judas Iscariote  583. Víspera del sábado anterior a la entrada en Jerusalén. Despedida de las discípulas. El desdichado nieto de Nahúm  584. El sábado anterior a la entrada en Jerusalén. Parábola de las dos lámparas y parábola viva del pequeño deforme sanado. El futuro de la Humanidad  585. El sábado anterior a la entrada en Jerusalén. Judíos y peregrinos en Betania.El Sanedrín ha decidido
 586. El sábado anterior a la entrada en Jerusalén. La cena en Betania. Judas de Keriot ha decidido  587. El adiós a Lázaro   588. Iscariote con los Jefesdel Sanedrín
 589. De Betania a Jerusalén, predisponiendo a los apóstoles en orden a la Pasión inminente  590. El llanto ante Jerusalén y la entrada triunfal en laCiudad Santa
 591. Por la noche en Getsemaní. Los apóstoles llamados de nuevo a la realidad después de la embriaguez del triunfo  592. Lunes santo. Consuelo a la madre de Analía y encuentro con el soldado Vital. La higuera estéril y la parábola de los viñadores pérfidos. La autoridad de Jesús y el bautismo de Juan  593. El lunes por la noche en el Getsemaní con los apóstoles  594. Martes santo Lecciones sacadas de la higuera agostada. El tributo de César y la resurrección de los cuerpos  595. El martes por la noche en el Getsemaní con los apóstoles  596. Miércoles santo. El mayor de los mandamientos y el óbolo de la viuda. Los discursos sobre los escribas y fariseos, sobre el Templo nuevo, sobre los últimos tiempos  597. El miércoles por la noche en el Getsemaní con los apóstoles  598. Jueves Santo. Preparativos de la Cena pascual. La manifestación del Padre y el homenaje de los Gentiles  599. La llegada al Cenáculo y el adiós de Jesús a su Madre  600. La última Cena pascual    | 
      
      
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             554- El sábado en Efraím. Con los apóstoles y los tres niños en una pequeña isla del torrente
 -Alzaos. Vamos por la orilla  del torrente. Como los hebreos que están fuera de su patria y en lugares donde  no hay sinagogas, celebraremos el sábado entre nosotros. 
 Venid, niños... -dice  Jesús a los apóstoles, ociosos en el huerto de la casa, y tiende la mano a los  tres pobres niños que están en grupo en un ángulo.
 
 Éstos acuden con una tímida  alegría en la carita precozmente pensativa, de niños que han visto cosas  demasiado mayores que ellos. Los dos más grandecitos meten su manita en la de  Jesús, pero el más pequeño quiere que lo coja en brazos, y Jesús lo contenta.  Al más mayor le dice:
 
 -Tú estáte de todas formas a  mi lado. Me agarras la túnica como ayer. Pero Isaac está demasiado cansado y es  demasiado pequeño como para arreglárselas solo...
 El más grandecito bebe la  sonrisa de Jesús y acepta, contentándose con caminar al lado de Jesús como un  hombrecito.
 
 -Déjame a mí el niño, Maestro.  Supongo que estarás cansado todavía de ayer, y Rubén sufre si no te agarra la  mano... dice Bartolomé, y hace ademán de tomar de sus brazos al más pequeño,  que se abraza al cuello de Jesús.
 
 -¡Obcecado como toda la raza!  -exclama Judas Iscariote.
 -No. Está asustado. No  entiendes nada de hijos. Los pequeñuelos son así. Cuando están afligidos o  asustados buscan refugio en el primero que les ha sonreído y consolado -rebate  Bartolomé, quien, no pudiendo tomar en brazos al más pequeño, da la mano al  mayor después de haberle acariciado en el pelo y haberle sonreído paternamente.
 
 Salen de la casa, donde se  queda sola la mujer. Van siguiendo el torrente ya fuera del pueblo. Son bonitas  sus márgenes cubiertas de hierba nueva, tachonadas de flores pradeñas.
 
 Es agua  cristalina, cantarina entre las piedras; aunque sea poca, canta con notas de  arpa, susurra rompiéndose contra las piedras más grandes diseminadas en el  guijarral, o introduciéndose entre los recovecos de alguna minúscula isla  poblada de cañas.
 
 En los árboles que hay en las orillas, los pájaros alzan  velocísimos el vuelo con trinos de alegría, o se posan en alguna rama expuesta  al sol y cantan las primeras canciones de primavera, o bajan al suelo,  graciosos y vivarachos, a buscar insectos y gusanos o a beber en las orillas.
 
 Dos tortolitas silvestres se bañan en una curva de la orilla y zureando, se  picotean, para alzar el vuelo luego, llevando en el pico una vedija de lana  dejada por alguna oveja contra un arbusto de espino albar que empieza ya a  florecer en su cima.
 
 -Hacen eso para hacer el nido  -dice el mayor de los niños -Está claro que tienen pichoncítos...
 Agacha mucho la cabeza, y,  después de un atisbo de sonrisa mientras decía las primeras palabras, llora  quedo secándose los ojos con la mano.
 
 Bartolomé lo coge en brazos, comprendiendo  en qué herida han hurgado las dos tortolitas con sus cuidados; y suspira, él  que tiene el buen corazón de un buen padre de familia. El niño llora sobre el  hombro de Bartolomé, y el otro, el segundo, viendo ese llanto, se echa a llorar  a su vez, imitado por el tercero, que llama a su padre con su vocecita de  pequeñuelo que desde hace poco sabe hablar.
 
 -Hoy será ésta nuestra oración  del sábado. ¡Hubieras podido dejarlos en casa! La mujer es más idónea que  nosotros en estos casos y... -observa Judas Iscariote.
 
 -¡Pero si ella no hace más que  llorar, también! Como incluso yo, que tengo también grandes ganas de llorar...  Porque son cosas... que hacen llorar... -le responde Pedro tomando en brazos al  segundo niño.
 
 -Sí. Son cosas que hacen  llorar. Es verdad. Y María de Jacob, una pobre anciana afligida, no es muy  capaz de consolar... confirma el Zelote.
 
 -Y nosotros tampoco parece que  lo consigamos mucho. E1 único que podía consolar era el Maestro, y no lo ha  hecho.
 -¿No lo ha hecho? ¿Y qué más  debía hacer? Ha convencido a los bandidos, ha recorrido millas con los niños en  brazos, ha dispuesto las cosas para que sean advertidos los parientes de los  niños...
 
 -Esas son cosas secundarias.  Él, que tiene autoridad incluso sobre la muerte, podía, es más, debía, haber  bajado al aprisco y haber resucitado al pastor. ¡Lo ha hecho incluso por  Lázaro, que no era ya útil para nadie! Aquí, un padre, y además viudo; unos  niños que se quedan solos... Esta resurrección había que haberla hecho. No te  comprendo, Maestro...
 
 -Y nosotros no te comprendemos  a ti, tan irrespetuoso como te muestras...
 
 -¡Calma! ¡Calma! Judas no  comprende. No es el único que no comprende las razones de Dios y las  consecuencias del pecado. Tú tampoco comprendes, Simón de Jonás, por qué los inocentes  deben sufrir. No queráis juzgar, pues, a Judas de Simón, que no comprende por  qué ese hombre no ha resucitado. Si Judas reflexiona, él, que siempre me echa  en cara el que vaya sólo y lejos, comprenderá que no podía ir tan lejos...  Porque el aprisco estaba en la llanura de Jericó, pero pasada la ciudad, hacia  el vado. ¿Qué habríais dicho si hubiera estado fuera al menos tres días?
 -Hubieras podido, con tu  espíritu, ordenar al muerto resucitar.
 
 -¿Eres más que los fariseos y  escribas, que quisieron la prueba de un muerto ya descompuesto para poder decir  que Yo resucito realmente a los muertos?
 -Pero ellos la querían porque  te odian. Yo la quisiera porque te amo y quisiera verte aplastar a todos tus  enemigos.
 
 -Tu viejo sentimiento y tu  desordenado amor. No has sabido desarraigar de tu corazón las viejas plantas  para sustituirlas por las nuevas; y las viejas, fertilizadas por la Luz a que  te has acercado, se han hecho aún más fuertes. Este error tuyo es el de muchos,  presentes y futuros; el de los que, a pesar de las ayudas de Dios, no se  transforman porque no responden 
con heroica voluntad al  auxilio de Dios.
 
 -¿Y es que éstos, que son  discípulos tuyos como yo, han destruido las viejas plantas?
 
 -Al menos, las han podado  mucho y han hecho muchos injertos. Tú esto no lo has hecho. Ni siquiera has  observado con atención si era conveniente hacerles injertos o podarlas o  arrancarlas. Eres un jardinero incauto, Judas.
 
 -Bueno, sólo para mi alma  ¿eh?, porque para los jardines soy hábil.
 -Eres hábil. Para todas las  cosas terrenas eres hábil. Quisiera verte igualmente hábil para las cosas del  Cielo.
 -¡Pero tu Luz debería obrar  por sí sola todo prodigio en nosotros! ¿Es que no es buena? Si fertiliza el mal  y lo hace más fuerte, no es buena; y, si no nos hacemos buenos, es culpa suya.
 
 -Habla por ti, amigo. Yo no  veo que el Maestro haya hecho en mí más fuertes las malas tendencias -dice  Tomás.
 -Yo tampoco.
 
 -Ni yo -dicen Andrés y  Santiago de Zebedeo.
 -¡Pues a mí!... Su potencia me  ha liberado del mal y me ha renovado. ¿Por qué hablas así? ¿No reflexionas en  lo que dices? -pregunta Mateo.
 
 Pedro está para intervenir,  pero prefiere marcharse; se echa a andar, raudo, con el niñito sobre los  hombros, imitando el ondeo de una barca para hacerle reír; al pasar, toma de un  brazo a Judas Tadeo y grita:
 
 -¡Venga, vamos allá, a aquella  isla! Está llena de flores, como una canasta. Venid, Natanael, Felipe, Simón,  Juan... Un buen salto y estamos allí. El torrente, dividido así, es sólo dos  arroyos, a este lado y al otro de la isla...
 
 Y él es el primero que salta y  pone el pie en una porción arenosa emergente, de unos pocos metros de  extensión, herbosa como un prado, florida como una alfombra con las primeras  flores; en el centro de ella hay un solo chopo, alto y fino, que ondea sus  ramas con un viento ligero. Se unen a Pedro, poco a poco, los apóstoles que han  sido nombrados; y a éstos los siguen los que estaban más cerca de Jesús, que se  queda retrasado hablando con Judas Iscariote.
 
 -¿Pero no ha terminado todavía  ése? -pregunta Pedro a su hermano.
 -El Maestro está trabajando su  corazón -responde Andrés.
 -¡En fin! Es más fácil que yo  consiga que broten higos en este árbol, que no que la justicia entre en el  corazón de Judas.
 
 -Y en su intelecto -añade  Mateo.
 
 -Es necio porque quiere serlo,  y en lo que quiere -dice Judas Tadeo.
 
 -Sufre porque no ha sido  elegido para evangelizar. Yo lo sé -explica Juan.
 
 -Pues por mí... Si quiere ir  él en mi lugar... ¡No tengo ningún interés especial en andar por esos caminos!  -exclama Pedro.
 
 -Ninguno de nosotros lo tiene.  Pero él sí. Y, sin embargo, mi hermano no quiere enviarlo. Esta mañana le he  hablado de esto, porque había comprendido el estado de ánimo de Judas y las  causas de él. Y Jesús me ha dicho:
 
 "Precisamente por ser un corazón tan  enfermo, lo tengo a mi lado. Son los enfermos y los débiles los que tienen  necesidad del médico y de alguien que los sujete".
 
 -¡Ya!... ¡Bien!... Venid,  niños. Ahora agarramos estas hermosas cañas y hacemos barquitas con ellas.  ¡Mirad qué bonitas! Y dentro de ellas metemos estas flores, que son los  pescadores. Mirad si no parecen cabezas con un gorro blanco y rojo... Aquí  hacemos el puerto y aquí... pues las casitas de los pescadores... Ahora atamos  las barcas a estas bonitas hierbas finas y vosotros las metéis en el agua...  así... y luego las sacáis a la orilla después de la pesca...
 
 Podéis dar la  vuelta a la isla... ¡pero cuidado con los escollos, eh!... Pedro tiene una  paciencia admirable. Ha trabajado con el cuchillo trozos de caña, cortando de  nudo a nudo y destapando un lado para transformar las cañas en barquitas; ha  puesto a hacer de pescadores unas mayas todavía en capullo; ha excavado en la  arena un puerto liliputiense; ha construido casitas con la arena húmeda: ha  conseguido la finalidad de recrear a los niños, y se sienta satisfecho  susurrando:
 
 -¡Pobres criaturas!...
 
 Jesús pone pie en la isla  precisamente cuando los dos niñitos empiezan su juego y, dejando en el suelo al  más pequeño, que se une al juego de sus hermanitos, los acaricia.
 -Aquí estoy, con vosotros.  Ahora vamos a hablar de Dios. Porque hablar de Dios y hablar a Dios es  prepararse para la misión. Después de hacer oración, o sea, después de hablar a  Dios, hablaremos de Dios, que está presente en todas las cosas para instruir en  orden a las cosas buenas.
 
 Vamos, alzaos y vamos a orar -y entona unos salmos en  hebreo a los cuales los apóstoles hacen coro.
 
 Los niños, que se habían  alejado con sus barquitas, suspenden el gorjeo de sus vocecitas y sus juegos y  se acercan al oír cantar a estos hombres. Escuchan atentos con los ojos fijos  en Jesús, que para ellos es todo, y luego, con ese espíritu de imitación que  tienen los niños, toman la misma postura de los que están orando y tratan de  seguir su canto, sólo con la voz, pues no saben las palabras de los salmos.  Jesús baja los ojos y los mira con una sonrisa que aumenta el canto de las  vocecitas inocentes. Se sienten aprobados y cobran ánimos...
 
 El canto de los salmos  termina. Jesús se sienta en la hierba y empieza a hablar:
 
 -Cuando los reyes de Israel (2  Reyes 3,1-20), el de Edom y el de Judá, se unieron para  combatir contra el rey de Moab y se dirigieron a Eliseo profeta para solicitar  consejo, éste respondió al enviado de los reyes: "Si no sintiera respeto  por Josafat, rey de Judá, ni siquiera te habría mirado. Pero ahora traedme a un  arpista".
 
 Y, mientras el arpista tocaba, Dios habló a su profeta y ordenó  que hiciera excavar muchos fosos en el torrente árido, para que se llenara de  agua para hombres y animales. Y a la hora del sacrificio de la mañana el  torrente, sin que hubiera ni viento ni lluvia, se llenó como el Señor había  dicho. ¿Cuáles, según vosotros, son las lecciones de este episodio? ¡Hablad!
 
 Los  apóstoles se consultan entre sí. Quién dice: «En la turbación del corazón Dios  no habla. Eliseo quiere aplacar su irritación, surgida al verse enfrente al rey  de Israel, para poder oír a Dios». Quién: «Es una lección sobre la justicia.  Eliseo, para no castigar al inocente rey de Judá, salva también al culpable».  Quién: «Es una lección de obediencia y fe. Excavaron los fosos obedeciendo a  una indicación aparentemente absurda, y esperaron con fe el agua, aunque el  cielo estuviera sereno y no hubiera viento».
 
 -Habéis respondido bien, pero no ampliamente bien. En la turbación del  corazón Dios no habla. Es verdad. Pero no se necesitan las arpas para calmar el  corazón. Basta con tener la caridad, que es el arpa espiritual que emite notas  de paraíso. Cuando un alma vive en la caridad, tiene el corazón sereno y oye la  voz de Dios y la comprende.
 -Entonces  Eliseo no tenía caridad, porque estaba turbado.
 
 -Eliseo  es del tiempo de la Justicia. Hay que saber transportar al tiempo de la Caridad  los episodios antiguos, y verlos no a la luz de los rayos, sino a la de los  astros. Vosotros sois del tiempo nuevo. ¿Y por qué, entonces, tan  frecuentemente sois más iracundos y estáis más turbados que los del tiempo  antiguo? Despojaos del pasado.
 
 Lo repito, aunque a Judas no le guste oírlo  repetir.
 
 Extirpad, podad, injertad, plantad plantas nuevas.
 
 Renovaos, excavad  los fosos de la humildad, obediencia y fe. Aquellos reyes supieron hacerlo, y  eran en la proporción de dos a uno no de Judá, y no oyeron a Dios, sino al  profeta de Dios referir la voluntad del Altísimo.
 
 Habrían muerto de sed en  medio de la aridez, si no hubieran sabido obedecer. Obedecieron y el agua llenó  los fosos excavados, y no sólo fueron salvados de la sed; vencieron también a  los enemigos. Yo soy el Agua de la Vida. Excavad fosos en vuestros corazones  para poder recibirme. Y ahora escuchad. No pronuncio largos discursos.
 
 Os doy  sentencias para que las meditéis. Seréis siempre como estos niños -e incluso  menos que ellos, porque ellos son inocentes y vosotros no lo sois, y por eso es  más sombría en vosotros la luz espiritual-, si no os acostumbráis a meditar.  Siempre escucháis, pero de ninguna manera retenéis, porque vuestra inteligencia  duerme en vez de estar activa.
 
 Por tanto, oíd. Cuando a la Sunamita (2 Reyes  4, 1837) se le murió el hijo, quiso presentarse al profeta, a pesar de que  el marido le dijera que no era el uno del mes ni sábado. Pero ella sabía que  debía ir porque para ciertas cosas no se admiten dilaciones. Y por haber sabido  comprender el espíritu de las cosas recobró a su hijo resucitado. ¿Qué decís de  este hecho?
 
 -Que  es un reproche a mí, por el sábado -dice Judas Iscariote.
 
 -¿Ves,  Judas, que cuando quieres sabes entender? Abre, pues, tu espíritu a la  justicia.
 
 -Sí...  pero Tú no has violado el sábado por resucitar al hombre.
 
 -He  hecho más. He impedido la ruina, la muerte de éstos, la verdadera muerte, y he  recordado a los bandidos que...
 
 -¡Espera  a contentarte de haber hecho algo! No creo que te hayan obedecido...
 
 -Si  el Maestro lo dice...
 
 -También  Eliseo en la narración de la Sunamita dice: "El Señor me lo ha mantenido  oculto". Así que los profetas no saben todo -rebate Judas Iscariote.
 
 -Nuestro  hermano es más que un profeta -observa Judas Tadeo.
 
 -Lo  sé. Es el Hijo de Dios. Pero también es el Hombre.
 Como tal, puede estar sujeto  a no saber cosas secundarias, 
               como esta de una conversión y de un regreso...  Maestro, ¿sabes realmente siempre, siempre, todo? 
 Yo me pregunto esto a  menudo... -insta con corazón tenaz Judas Iscariote.
 
 -¿Con  qué espíritu? ¿Buscando paz, consejo, turbación?
 -pregunta Jesús.
 -Hombre,  pues... no sabría decirte. Me lo pregunto y...
 -Y  pareces turbado incluso en el acto de preguntártelo -dice Tomás.
 
 -¿Yo?  Hombre, claro, la perplejidad siempre turba...
 
 -¡Cuántas  sutilezas! Yo no me planteo tantas sutilezas.
 
 Creo sin indagar, y no me siento  ni perplejo ni turbado por nada. Pero, dejemos hablar al Maestro. A mí no me  gusta esta lección. Dinos palabras hermosas, Maestro. Les gustarán también a  los niños -dice Pedro.
 
 -Todavía  tengo una cosa que preguntar. Ésta: ¿Qué significado tiene para vosotros la  harina que anula lo amargo en el potaje de los hijos de los profetas?
 
 Un  profundo silencio es la respuesta a la pregunta.
 -¿Entonces?  ¿No sabéis responder?
 
 -Quizás  la harina absorbió la sustancia amarga... -dice inseguro Mateo.
 
 -Todo  se habría puesto amargo, incluso la harina.
 -Por  un milagro del profeta, que no quería que se sintiera avergonzado el criado  -sugiere Felipe.
 -También.  Pero no por eso sólo.
 
 -El  Señor quiso que resplandeciera el poder del profeta incluso sobre las cosas  comunes -dice el Zelote.
 
 -Sí.  Pero no es todavía el significado exacto. Las vidas de los profetas anticipan  lo que luego se actuará en el tiempo pleno: el mío; reflejan mi día terrenal en  símbolos y figuras. ¿Entonces?...
 
 Silencio.  Se miran. Luego Juan agacha la cabeza, se ruboriza, sonríe.
 -¿Por  qué no manifiestas tu pensamiento, Juan? -le pregunta Jesús -No es falta de  amor hablar, porque no lo haces para zaherir a nadie.
 
 -Creo  que quiere decir esto. Que en el tiempo del hambre de la Verdad y la carestía  de Sabiduría -este en que has venido-todo árbol se ha vuelto silvestre y ha  dado frutos amargos, imposibles de comerse, como el veneno, para los hijos de  los hombres, que, de tal forma, en vano los recogen y se los preparan para  alimentarse.
 
 Pero la bondad del Eterno te envía a ti, harina de trigo elegido;  y Tú, con tu perfección, anulas el tóxico de todo alimento, devolviendo la  bondad, tanto a los árboles de las Escrituras, que los siglos han  desnaturalizado, como a los paladares de los hombres, que la concupiscencia ha  corrompido. En este caso, el que ordena llevar la harina y la echa en la olla  amarga es el Padre tuyo, y Tú eres la harina que se sacrifica para hacerse  alimento para los hombres. Y, después de tu consumación, ya no quedará nada  tóxico en el mundo, porque habrás restablecido la amistad con Dios. Quizás me  he equivocado. -No te has equivocado. Ése es el símbolo.
 
 -¿Y  cómo lo has pensado? -pregunta asombrado Pedro.
 Le responde Jesús:
 
 -Te  lo digo con tus propias palabras de hace un rato. Un buen salto y se está en la  isla pacífica y florecida de la espiritualidad. Pero hay que tener el valor de  dar ese salto, abandonando la orilla, el mundo. Saltar sin pensar si alguien  puede reírse a causa de nuestro salto desmañado, o burlarse de nuestro  simplismo de preferir antes que el mundo una islita solitaria. Saltar sin miedo  a herirse o mojarse, o a quedar defraudados. Dejar todo para refugiarse en  Dios.
 
 Establecerse en la isla separada del mundo y salir de ella únicamente para  distribuir, a los que se han quedado en las orillas, las flores y las aguas  puras recogidas en la isla del espíritu, donde hay un único árbol: el de la  Sabiduría. Estando a su pie, lejos del fragor del mundo, se aferran todas sus  palabras y uno se hace maestro sabiendo ser discípulo. También esto es un  símbolo. Pero ahora contaremos una bonita parábola a los niños. Venid aquí bien  cerca.
 
 Los  tres niños se acercan tanto, que incluso se sientan en sus piernas. Jesús los  rodea con los brazos y empieza a narrar:
 
 -Un  día el Señor Dios dijo: "Haré al hombre, y el hombre vivirá en el Paraíso  Terrenal, donde está el gran río, que luego se reparte en cuatro brazos, que  son el Pisón, el Guijón, el Eufrates y el Tigris, que riegan la Tierra. Y el  hombre será feliz, teniendo todas las bellezas y bondades de la Creación y mi  amor para gozo de su espíritu".
 
 Y así hizo. Era como si el hombre  estuviera en una isla grande, pero más florida todavía que ésta y con árboles  de todos los tipos y con todos los animales; y como si, sobre él, estuviera el  amor de Dios haciendo de Sol para el alma. Y la voz de Dios estaba en los  vientos, más melodiosa que canto de pájaro.
 
 Pero  en esta bonita isla florida, entre todos los animales y las plantas, entró  reptando una serpiente distinta de las que habían sido creadas por Dios y que  eran buenas, sin veneno en los dientes, sin saña en las vueltas de su cuerpo  flexuoso.
 
 Esta serpiente se había vestido con la piel de colores de gemas que  tenían las otras; es más, se había engalanado más que las otras, tanto que  parecía una gran joya de rey que fuera zigzagueando por entre los espléndidos  árboles del Jardín. Fue a enroscarse en torno a un árbol que se alzaba en medio  del jardín, un árbol bello, solitario, mucho más alto que éste, cubierto de  hojas y frutos maravillosos.
 
 La serpiente parecía una joya alrededor del bonito  árbol, y con el sol despedía destellos. Todos los animales la miraban porque  ninguno se acordaba de haberla visto crear ni de haberla visto antes de  entonces. Pero ninguno se acercaba a ella; al contrario, todos se alejaban del  árbol, ahora que tenía enroscada en su tronco a la serpiente.
                Sólo  el hombre y la mujer se acercaron allí; la mujer antes que el hombre, porque le  gustaba esa cosa resplandeciente que brillaba al sol y movía la cabeza como una  flor semicerrada, y escuchó lo que decía la serpiente, y desobedeció al Señor e  hizo desobedecer a Adán. 
 Sólo después de la desobediencia vieron a la serpiente  en su realidad y comprendieron el pecado, porque habían perdido la inocencia  del corazón. Y se escondieron de Dios, que los buscaba, y luego mintieron a  Dios, que les hacía preguntas.
 
 Entonces  Dios puso ángeles en la entrada del Paraíso y expulsó de él a los hombres. Fue  como si los hombres fueran arrojados, de la orilla segura del Edén, a los ríos  terrestres llenos de agua como cuando vienen las riadas de primavera.
 
 Pero Dios  dejó en el corazón de los expulsados el recuerdo de su destino eterno, o sea,  del pasaje del hermoso Jardín, donde percibían la voz y el amor de Dios, al  Paraíso en que habrían gozado de Dios completamente: y con este recuerdo dejó  el estímulo santo de remontarse, con una vida de justicia, hasta el lugar  perdido.
 
 Pero,  niños míos, vosotros habéis experimentado hace poco que mientras la barca baja  siguiendo la corriente es fácil su camino, mientras que, cuando remonta la  corriente, le cuesta mantenerse a flote, no ser arrollada por la ola, no  naufragar entre las hierbas y arenas o piedras del río. Si Simón Pedro no  hubiera atado vuestras barquichuelas con los juncos finos de la orilla,  habríais perdido todas, como le ha sucedido a Isaac por haber soltado el junco.
 
 Lo  mismo les sucede a los hombres arrojados a las corrientes de la Tierra. Deben  estar siempre en las manos de Dios, poniendo confiadamente su voluntad, que es  como el junco, en las manos del buen Padre que está en los Cielos y que es  Padre de todos, especialmente de los inocentes; y deben tener mirada vigilante  para evitar hierbas y espadañas, piedras, remolinos y barro, que podrían  retener, romper, tragarse la barca de su alma, arrancando el hilo de la  voluntad que los mantiene unidos a Dios.
 
 Porque la Serpiente, que ya no está en  el Jardín, está ahora en la Tierra tratando de hacer naufragar a las almas, de  no dejarlas remontarse por el Éufrates, el Tigris, el Guijón y el Pisón, hasta  el Gran Río que fluye en el Paraíso eterno y alimenta los árboles de la Vida y  la Salud, que dan perpetuos frutos de que gozarán todos los que hayan sabido  remontar la corriente para unirse de nuevo a Dios y a los ángeles suyos sin  tener que sufrir ya jamás por nada.
 
 -Esto  lo decía también nuestra mamá -dice el más grandecito de los niños.
 -Sí,  lo decía-gorjea el más pequeño.
 
 -Tú  no lo puedes saber. Yo sí, porque soy mayor. Pero si dices cosas que no son  verdad no vas a entrar en el Paraíso.
 
 -Pero  nuestro padre decía que no era verdad nada -objeta el del medio.
 -Porque  no creía en el Señor de mamá.
 
 -¿No  era samaritano tu padre? -pregunta Santiago de Alfeo.
 -No.  Era de otros lugares. Pero nuestra mamá sí que lo era. Y nosotros lo somos,  porque quería que fuéramos como ella. Y nos hablaba del Paraíso y del Jardín,  pero no bien como lo has dicho Tú. Yo tenía miedo de la serpiente y de la  muerte, porque decía que una era el diablo y porque nuestro padre decía que con  la muerte acaba todo.
 
 Por eso me sentía tan infeliz de estar solo, y decía que  ya era inútil ser bueno, porque, mientras estaban mamá y papá, uno daba alegría  siendo bueno, pero ya no había nadie al que alegrar siendo bueno. Pero ahora  sé... Y voy a serlo. No voy a quitar nunca mi hilo de las manos de Dios, para  que no me lleven las aguas de la Tierra.
 
 -¿Pero  nuestra mamá ha ido arriba o abajo? -pregunta con perplejidad el segundo de los  niños.
 -¿Qué  quieres decir, niño? -pregunta Mateo.
 
 -Digo  que dónde está. ¿Ha ido al río del Paraíso eterno?
 -Esperemos  que sí, niño. Si era buena...
 -Era  samaritana... -dice con desprecio Judas Iscariote.
 
 -¿Y entonces no hay Paraíso para nosotros, por ser samaritanos?  ¿Entonces no vamos a tener a Dios nosotros?
 
 Él lo ha llamado "Padre de  todos". Yo, huérfano, quería pensar que tenía un Padre todavía... Pero si  para nosotros no existe... -agacha la cabeza afligido.
 
 -Dios  es el Padre de todos, niño mío. ¿Acaso Yo te he querido menos, porque seas  samaritano? He luchado por ti ante los bandidos, y lucharé por ti contra el  demonio, de la misma manera con que lucharía por el hijito del Sumo Sacerdote  del Templo de Jerusalén, si él no considerara un oprobio el que el Salvador  salvara a su criatura.
 
 Es más, lucho todavía más por ti, porque estás solo y  vives infeliz. No hay diferencia para mí entre el espíritu de un judío y el de  un samaritano. Y dentro de poco no habrá división entre Samaria y Judea porque  el Mesías tendrá un solo pueblo, que llevará su Nombre y estará formado por  todos los que lo quieran.
 
 -Yo  te quiero, Señor. Pero ¿me llevas donde mi mamá? -dice el mayor de los tres  niños.
 -No  sabes dónde está. Ese hombre ha dicho que hay que tener esperanza... -dice el  segundogénito.
 -Yo  no lo sé. Pero el Señor sí que lo sabe. Ha sabido hasta dónde estábamos nosotros,  y nosotros ni siquiera lo sabíamos.
 
 -Con  los bandidos... Nos querían matar...
 El  terror vuelve a la carita del segundogénito.
 
 .Los  bandidos eran como demonios. Pero Él nos ha salvado porque nuestros ángeles lo  han llamado.
 -También  a mamá la han salvado los ángeles. Yo lo sé porque sueño con ella siempre.
 
 -Eres  un mentiroso, Isaac. No puedes soñar con ella porque no la recuerdas.
 El  pequeñuelo llora diciendo:
 
 -¡No!  ¡No! ¡Sueño con ella, sí que sueño con ella!...
 -No  llames mentiroso a tu hermano, Rubén. Su alma claro que puede ver a su mamá,  porque el buen Padre de los Cielos puede conceder que este huerfanito sueñe con  ella y la conozca parcialmente, de la misma forma que concede conocerlo a Él  mismo. Para que de este conocimiento limitado nazca una buena voluntad de  conocerlo perfectamente, cosa que se obtiene siendo siempre muy buenos. Y ahora  vámonos. Hemos hablado de Dios y el sábado ha sido santificado.
 
 Se  levanta y entona otros salmos.
 Gente  de Efraím, al oír el coro, viene en esa dirección y espera con respeto a que el  salmo termine, para saludar; y dicen a Jesús:
 
 -¿Has  preferido venir aquí antes que ir donde nosotros? ¿Es que no nos estimas?
 -Ninguno  de vosotros me había invitado. Por tanto, he venido aquí con mis apóstoles y  los niños.
 
 -Es  verdad. Pero creíamos que tu discípulo te habría manifestado nuestro deseo  -Jesús mira a Juan y a Judas.
 Y  Judas responde:
 
 -Ayer  me olvidé de decírtelo; y hoy, con estos niños... pues me he distraído.
 
 Jesús,  mientras tanto, pasa el minúsculo brazo de agua y deja la isla. Va hacia los de  Efraím. Los apóstoles lo siguen, mientras los niños se detienen un poco para  desatar las dos barquichuelas de caña que quedan, y a Pedro, que los apremia,  le explican:
 
 -Queremos  conservarlas para recordar la lección.
 -¿Y  yo? ¡Yo la he perdido! No recordaré la lección y no iré al Paraíso -dice  llorando el más pequeño.
 -¡Espera! No llores. Te  hago la barquita inmediatamente. Por supuesto. Tú también tienes que recordar  la lección.
 
 ¡Todos tendríamos que hacernos una barquita con su junco atado a la  proa para recordar! ¡Y más nosotros, los adultos, que vosotros, los niños! ¡En  fin! -y Pedro corta y forma la barquita, con su junco. Y toma en brazos abarcándolos  sólo con uno-a los tres niños, luego salta el río y va donde Jesús, a su lado.
 
 -¿Son  éstos? -pregunta Malaquías de Efraím.
 -Estos.
 -¿Y  son de Siquem?
 -Eso  decía el zagal. Decía que los parientes eran de la campiña.
 -¡Pobres  niños! Pero, si los parientes no vinieran, ¿qué harías?
 -Los  tendría conmigo. Pero vendrán.
 
 -Esos  bandidos... ¿No vendrán ellos también?
 -No  vendrán. Pero no tengáis miedo de ellos. Aunque vinieran... Yo sería su ladrón  y no ellos vuestros ladrones. Ya les he arrebatado cuatro presas y espero haber  arrebatado al pecado un poco de su alma, al menos en alguno.
 
 -Te  ayudaremos con estos niños. Esto nos lo concederás, ¿no?
 -Sí.  No porque sean de vuestra región, sino porque son inocentes, y el amor a los  inocentes es un camino que conduce rápidamente a Dios.
 
 -Tú  eres el único que no hace distinciones entre unos inocentes y otros. Un judío  no habría recogido a estos pequeños samaritanos; y tampoco un galileo. No somos  amados. Y el desamor hacia nosotros lo extienden también a los que ni siquiera  saben lo que es ser samaritano o judío. Y eso es cruel.
 
 -Sí.  Pero cuando se siga mi Ley no será así. ¿Ves, Malaquías? Los niños están en los  brazos de Simón Pedro, mi hermano y Simón Zelote, y ninguno de los tres es ni  samaritano ni padre. Pues bien, ni siquiera tú aprietas contra tu corazón con tanto  amor a tus hijos, como estos discípulos míos hacen con los huérfanos de  Samaria. La idea mesiánica es ésta: reunir a todos en el amor. Ésta es  la verdad de la idea mesiánica. Un solo pueblo en la Tierra bajo el cetro del  Mesías, un solo pueblo en el Cielo bajo la mirada de un solo Dios.
 
 Se  alejan, hablando, en dirección a la casa de María de Jacob.
 
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