Segunda Parte
52.1» Karl Stern
Parte 1
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Karl Stern (1905-1975), de familia judía, nació en Alemania, pero pudo huir, cuando comenzaron las persecuciones contra los judíos por los nazis.
Su proceso de conversión comenzó poco a poco, cuando estaba trabajando en el Instituto de Siquiatría de Munich.
Por las noches, se reunía a estudiar la Biblia con una mujer católica, Frau Flamm, y una pareja de esposos japoneses, los Yamagiwa, que eran protestantes.
Un día de diciembre de 1933 fue por primera vez a una iglesia católica a oír el tema Judaísmo y cristianismo, que iba a ser dictado por el cardenal de la ciudad. Esto tuvo un efecto muy positivo.
Dice: El sermón me vino como especialmente pensado y dicho para mí y dejó una huella imborrable en mi alma.
Recuerdo que las ligeras alusiones al pensamiento paulino con respecto al judaísmo postcristiano, descubrieron ante mi vista un mundo nuevo120.
Debo confesar aquí, anticipadamente, que me costó mucho tiempo (aproximadamente diez años) el aceptar la divinidad de Jesucristo.
Cuanto más creía en Él como Mesías, más me veía arrastrado hacia una especie de arrianismo, considerándolo simplemente como el personaje histórico o el profeta, que cumplía y rebasaba todas las profecías121.
Fue una sensación dolorosísima para mí el ver que, precisamente, cuando acababa de redescubrir al judaísmo, cuando comenzaba a sentir en mi corazón el inmenso orgullo de mi rica herencia espiritual, en medio de un mundo de vulgar estupidez, cuando apenas había logrado la posesión de una verdad absoluta, tenía que abandonar lo que había hallado.
Hoy día veo que, realmente, no tenía que abandonar nada. En el plano espiritual, el cristianismo es judaísmo, judaísmo llevado a su consumación. No hay una sola verdad esencial del Antiguo Testamento que rechace el cristianismo122.
Vi, entonces, que la suerte de mi pueblo estaba estrechamente asociada a la suerte de Cristo en el mundo, que había gentes en torno mío que llevaban en su corazón al Dios de Israel, aunque no eran judíos; y, en la intensidad y profundidad de sus vidas, vi cumplida la profecía mesiánica de Isaías.
Esto fue para mí el principio de una nueva perspectiva de la vida. Se había roto en pedazos algo de lo antiguo, aunque yo me empeñaba en que no era así, y había brotado algo nuevo.
No veía aún claro adónde era conducido, pero sentía que nuevas luces significaban nuevos deberes y barruntaba que llegaría la hora en que tendría que dar el tremendo salto hacia lo desconocido123.
Empecé a pensar: Si fuera cierto que Dios se hizo hombre por nosotros y que su vida y muerte tienen sentido personal para cada uno de los millones de seres humanos que se gastan en la hediondez de los tugurios, en un mundo sin horizontes, en sofocante angustia de odio, enfermedades y muerte; si fuera eso cierto, aún habría algo que da a la vida un valor infinito.
¡Pensar que llama a las puertas de esos millones de oscuras moradas, quien puede ofrecer promesas seguras a cada uno de sus habitantes!
Cristo salva el caos de la historia y, al mismo tiempo, salva la mezquindad de cada existencia personal124.
Continuación en: 52.2» Karl Stern Parte 2
120 Karl Stern, El pilar de fuego, Ed. Criterio, Buenos Aires, 1954, p. 193.
121 ib. p. 201.
122 ib. p. 211.
123 ib. p. 213.
124 ib. p. 256.