Primera Parte
29.2» Douglas Hyde
Parte 2
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Cuando estuve seguro de que nadie me veía, me encaminé casi como un perro por el centro de la iglesia como ella había hecho. Al llegar al altar, giré a la izquierda, eché unas monedas en la alcancía, encendí una vela, me arrodillé en el reclinatorio e intenté rezar a Nuestra Señora.
Pero era lo mismo que me ahorcaran por una oveja que por un cordero. Si iba a ser supersticioso e iba a rezar a alguien que no estaba allí, bien podría dar un paso más en mi superstición y rezar a una imagen.
Pero ¿cómo se rezaba a Nuestra Señora? Yo no lo sabía.
¿Se rezaba a Ella o por medio de Ella como si fuese una intermediaria? ¿Se contemplaba la imagen para ver la realidad que había tras ella o había que dirigir las palabras solamente a la imagen? Tampoco lo sabía.
Intenté recordar alguna oración dedicada a Ella de la literatura medieval o algo de los poemas de Chesterton o Belloc. Pero fue inútil...
Fuera de la iglesia traté de recordar las palabras que había pronunciado y casi me eché a reír. Eran la letra de una música de baile del año veinte de un disco de gramófono que había comprado en mi adolescencia:
Oh dulce y encantadora señora, sed buena. Oh Señora, sed buena conmigo48.
A las ocho y media de la noche del 17 de enero de 1948 telefonee al colegio de los jesuitas de nuestro barrio para bautizar a nuestros dos hijos... y nuestra instrucción comenzó bajo la dirección del Padre Joseph Corr, un santo y culto anciano jesuita del norte de Irlanda, que comenzó su tarea sin hacernos más preguntas.
Tardó semanas en saber quién era yo49.
Después de convertido, me puse a trabajar solo, escribiendo para periódicos de todo el mundo, pero conservando mi independencia.
Emprendía una serie de artículos en el Catholic Herald, explicando en breves bosquejos mi conversión del comunismo al catolicismo y contando algunas anécdotas. Mis artículos despertaron gran interés y, todavía más importante, sirvieron de orientación a muchos, como demostraba la correspondencia que recibía...
Algunos de mis folletos fueron distribuidos entre las guerrillas comunistas griegas y otros en China roja. Un folleto fue traducido al indonesio para su distribución entre los comunistas de aquel país...
Desde todas partes de Inglaterra me llegaban invitaciones de organizaciones políticas y, desde luego, de millares de sociedades católicas para dar conferencias...
Acudía a todas partes, no importaba que fuese a hablar a seis monjas en un pequeño convento o a cinco mil personas en una gran sala de una ciudad.
En dos años hablé en cientos de regiones y recorrí miles de millas. La empresa primera y principal era despertar la conciencia de los cristianos, no precisamente porque fuesen anticomunistas, sino, porque había que hacerles comprender que sus acciones eran las que decidirían el curso de la historia durante las próximas centurias.
En aquellos dos años, hablé probablemente a medio millón de personas por lo menos... Dormí en trenes, en monasterios, en hoteles y escribí en todas partes50.
Douglas Hyde, un gran convertido, un gran luchador por la causa de Dios contra los comunistas, que le habían mentido y engañado durante veinte años, inculcándole odio contra Dios y los reaccionarios creyentes.
Por eso, ahora no podía callarse, debía hacer conocer el amor que Cristo había venido a traer a la tierra. A veces, decía que se quedaba asombrado, cuando hablaba a sus amigos y compañeros de su fe, y ellos lo tomaban como si fuera un fanático.
Dice que, cuando era comunista, procuraba estar al día para poder contar a sus amigos todo lo que descubría de nuevo en el comunismo y, cuando hacía lo mismo como católico, parecía que se reían de él, como si muchos católicos estuvieran viviendo una fe aguada, sin base ni fundamento, de rutina, que no aprovecha ni a quien la posee.
Y decía: Si realmente creyeran que Jesús está vivo, ¿cómo podrían estar indiferentes para comunicar esta gran noticia a otros?
Y termina con estas palabras su libro Yo creí:
No me fue fácil llegar a conocer a mi nuevo Dios. El amor de Dios no me llegó automáticamente...
Lentamente, yo llegué a conocer el amor de Dios. Pero una cosa es segura: mi Dios no ha fracasado51.
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8 ib. p. 290.
49 ib. p. 299.
50 ib. p. 328-329.
51 ib. p. 336.