Primera Parte
27.2» Pieter Van Der Meer De Walcheren
Segunda Parte
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Leo la Biblia, los místicos y los libros de León Bloy.
Sé que la Biblia contiene la verdad.
Los místicos, Angela de Foligno, Ruybroeck, Catalina Emmerich y las vidas de santos, como la de san Francisco, me ayudan a comprender cosas muy oscuras y maravillosas...
Bloy, al que leo intensamente, me da a conocer el catolicismo en su divino y omnímodo poder, en su sublime unidad y me enseña lo que es amar a Dios sobre todas las cosas38.
Bloy me presentó a un sacerdote para hablar con él. El sacerdote me ha entregado el catecismo y me ha aconsejado leer los capítulos referentes al Credo y a los sacramentos, especialmente el relativo al bautismo, y me ha dicho:
“Usted debe orar, rezar el Padrenuestro y el Avemaría. Con estas oraciones debe usted llamar a la puerta de la Iglesia y Jesús se las abrirá. Si es usted de buena voluntad, Dios le ayudará, se lo aseguro. Y debe usted arrodillarse y hacer el signo de la cruz. Rezarépor usted”.
Después he ido a postrarme ante el Santísimo sacramento que, en el Sacré Coeur (Sagrado Corazón) está expuesto durante todo el día y toda la noche.
Hincado de hinojos, he puesto mi mirada en la hostia de nítidos contornos circulares, aureolada de luz, colocada en la custodia.
Le he hablado a Jesús de mi zozobra espiritual y de mi miseria y le he pedido misericordia:
Dadme, Oh Jesús, la fe, dadme el conocimiento y el amor para con Dios.
Quitadme la ceguera de mis ojos para que pueda distinguir con toda claridad39.
A cada momento descubro en el catolicismo nuevas maravillas. El catolicismo es como una catedral espiritual, infinitamente hermosa, y mi alma puede ahora penetrar en el interior de la misma...
Cada mañana y cada noche nos arrodillamos los tres (con mi esposa e hijo) ante el pequeño crucifijo y oramos.
Recitamos las plegarias en voz alta y yo me esfuerzo en rodear cada palabra de la más viva atención...
Hago la señal de la cruz y la paz mora en mi corazón. No lo comprendo y no sé explicarlo. Me siento pequeño y, al mismo tiempo, inmensamente grande.
¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Por qué sobre mí? ¿Por qué sobre nosotros esta gracia abrumadora?
Buscaba la solución a mis enigmas y es tan sencillo: ¡Postrarse de hinojos y entregar el corazón a Dios!40
Ayer (24 de febrero de 1911) nuestro hijo y yo recibimos el bautismo. Cristina y yo nos unimos en matrimonio.
Jesús nos ha purificado y hemos renacido. Al conjuro de las palabras del sacerdote, se desprendió de mí la vieja vida con sucios andrajos y se me cubrió con vestido deslumbrantemente nuevo.
El sacerdote ahuyentó de mi las turbulentas tinieblas del pasado, mi cuerpo quedó puro... Nunca, nunca olvidaré aquellas horas.
El acontecimiento de ayer es el centro de mi vida, por siempre. Ahora soy cristiano. No se trata de un bello juego de imaginación, no se trata de autoengaño con palabras bien sonantes, no se trata de una hermosa apariencia ni de una consoladora mentira, no, se trata de una realidad eterna.
Soy cristiano por toda la eternidad41. He comulgado, Jesús ha visitado mi alma.
Antes de la misa, he ido a confesarme y he pedido a María que me ayudara a recibir al Rey en mi pobre morada...
Después de comulgar, regresé a mi lugar. Estaba solo, el Rey estaba solo en mí. Muy pronto, empero, fue descendiendo sobre mi alma, poco a poco, con gravidez y a la par de un modo extremadamente suave, una paz resplandeciente, me sentía lleno de Él, como de una nube de oro.
¡Oh delicia maravillosa y sin igual!
¡Está bien que haya venido, decía yo, ebrio de loca alegría!42
Después de doce años, puedo decir que esta nueva vida es infinitamente más hermosa, más rica y más profunda de lo que nunca había podido sospechar ni siquiera en los primeros años de mi conversión43.
Pieter van der Meer se entregó con su esposa totalmente a Dios y Dios le pidió todo.
Primero se llevó a su hijo de tres años, el 30 de diciembre de 1917. Y, cuando su hijo Pieterke era ya monje por diez años y cinco de sacerdote, también se lo llevó con Él.
Su hija se hizo religiosa, con el nombre Sor Cristina.
En 1954 se llevó a su esposa y se quedó solo en este mundo, pero acompañado por Dios.
Su vida fue un camino de búsqueda del sentido de su existencia.
Sin saberlo, era a Dios a quien buscaba, pues tenía nostalgia de Dios.
34 ib. p. 80.
35 ib. p. 83.
36 ib. p. 162.
37 ib. p. 164.
38 ib. p. 173
39 ib. p. 187.
40 ib. p. 194.
41 Ib. p. 214.
42 ib. p. 227.
43 ib. p. 238.