Segunda Parte
51.2» Eugenio Zolli
Parte 2
Autor: P. Angel Peña O.A.R
Yo me sentía judío, naturalmente judío, y amaba naturalmente a Jesucristo. Y, en este amor mío por Jesús, no debían entrar ni el judaísmo ni el cristianismo. Yo con Jesús y Jesús en mí111.
Una vez invoqué a Jesús y a María para pedirles la curación de mi esposa, gravemente enferma.
Delante de una imagen de la Piedad, dije: “Tú eres madre, madre toda santa, toda santa en el dolor y en el amor. La mujer enferma es madre. Y callé.
Vuelto hacia Jesús, le dije: Señor, tú sabes todo. ¿Me ayudarás? Sí, me dijo”.
Me sentía con deseos de correr a casa para ver a la enferma. Pero tenía que trabajar y hasta me olvidé de haber rezado. Olvidé hasta el sí del Señor.
Al llegar a casa, la fiebre y el delirio estaban llegando a su grado máximo y yo hacía de enfermero, porque estábamos solos.
Pero, a medianoche, de un momento al otro, todo cambió de improviso. No podía creerme a mí mismo. Toqué la mano de la enferma y era una ex-enferma.
Comenzamos a hablar… y razonaba perfectamente. Me sentí inquieto, como si me faltara algo, descubriendo que era el Sí de Jesús112.
Yo amaba a Jesús y lo amaba cada vez más. Por muchos años, me parecía que se podía unir el judaísmo y el cristianismo. ¿Era esto una ilusión?, ¿una idea absurda? Yo amaba a ambos. ¿Qué podía hacer?
El “Día de la Expiación” (Yom Kippur), de otoño de 1944, estaba presidiendo las liturgias religiosas en el Templo (sinagoga de Roma).
Estaba en medio de una multitud de personas y comencé a sentir como una niebla espesa en mi alma, y perdiendo contacto con las personas y cosas que me rodeaban…
Era la última función litúrgica y yo estaba con dos asistentes, uno a mi derecha y el otro a mi izquierda; pero les dejé recitar a ellos solos las oraciones y el canto. No sentía ni alegría ni dolor.
Y, de pronto, vi con los ojos de la mente un prado con hierba luminosa, pero sin flores. En ese prado, vi a Jesucristo, vestido con un manto blanco y sobre su cabeza el cielo azul. Entonces, experimenté una inmensa paz interior.
Si tuviera que dar una imagen del estado de mi alma, diría que era un límpido lago cristalino entre altas montañas.
Dentro de mi corazón, escuché las palabras: “Tú estás aquí por última vez”. Las tomé en consideración con la más grande serenidad de espíritu. Y yo respondí. Amén. Así es, así será, así debe ser.
Al llegar a casa, mi esposa me dijo: “Hoy mientras estabas delante del Arca de la Ley, me pareció, como si la blanca figura de Jesús, te impusiera las manos sobre tu cabeza, como si te estuviera bendiciendo”.
Yo me quedé sorprendido, pero muy tranquilo. E hice como si no hubiera entendido. Y ella volvió a repetírmelo palabra por palabra.
En ese momento, nuestra hija Myriam, que estaba en su habitación, nos llamó y nos dijo: “Esta noche estaba soñando y veía a Jesús muy alto, blanco, pero no recuerdo nada más”.
Unos días después, renuncié a mi cargo de rabino de la Comunidad judía y busqué un sacerdote (Padre Dezza) para que me preparara para el bautismo113.
Mi conversión fue motivada por el amor a Jesucristo, un amor que vino, poco a poco, por mis meditaciones de la Escritura114.
Continuación en: 51.3» Eugenio Zolli Parte 3
111 Zolli Eugenio, Prima dell’alba, Ed. san Paolo, Milano, 2004, p. 109.
112 ib. p. 255.
113 ib. p. 275.
114 ib. p. 267.