Primera Parte
32.3» André Frossard
Parte 3
Autor: P. Angel Peña O.A.R
En la prisión, yo rezaba, como siempre he rezado, sin muchas más palabras que las del avemaría…
En lo más alto de mi oración, seguía reinando una zona azul que ni el mismo horror conseguía turbar; pero todo lo demás era tan sólo un inservible esqueleto que temblaba de la nuca a los talones.
Nervioso e impaciente, estaba sujeto a brusquedades que sorprendían a mis compañeros… Aquello terminó una tarde de agosto, al día siguiente del desembarco en Provenza (de los aliados)66.
Dos veces se abatió sobre mi hogar el sufrimiento mas grande que puede infligirse a seres humanos. Los padres me comprenderán. Las madres, mejor aún.
Dos veces he tomado el camino del cementerio. Incapaz de rebeldía (contra Dios), excluyendo toda duda. ¿De qué podía dudar, sino de mí mismo? He vivido con esa pena en el pecho, sabiendo que Dios es amor67.
Después de mi conversión, me di cuenta de que hacía mucho tiempo la Iglesia había plasmado en fórmulas lo que se me había revelado de otra manera.
Los sacerdotes no habían pasado por la misma experiencia; sin embrago, sabían e, incluso, tenían todavía mucho que enseñarme68.
Yo no vi a Dios, pero vi su luz… una luz de verdad, una luz enseñante que, al iluminar, informa y que, en un instante, enseña más sobre la religión cristiana que diez libros de doctrina…
La verdad cristiana es la misma, tanto si te llega como un rayo de sol espiritual como por el canal de la fe transmitida por la tradición.
La coincidencia es absoluta y perfecta… Creo que este argumento aboga con fuerza por la veracidad de la enseñanza cristiana (católica). Siento que haya sido utilizado tan pocas veces69.
Al salir de la capilla de la calle Ulm, sabía cuatro cosas, o mejor dicho, veía cuatro cosas evidentes que todavía me asombran: hay otro mundo; Dios es una persona; estamos salvados y, paradójicamente, estamos por salvar; la Iglesia (católica) es de institución divina…
La Iglesia es de institución divina, porque es Dios quien le confía las almas y no al contrario… Yo no le he dado mi adhesión; he sido conducido a ella como un niño a quien se lleva a la escuela cogido de la mano, o llevado a su familia, a quien él no conocía.
Esta sensación de connivencia entre la Iglesia y lo divino ha sido tan fuerte, que siempre me retuvo, no de evaluar los errores cometidos en cada siglo por la gente de Iglesia, sino de tomar la parte por el todo…
Su santidad invisible me impresiona, sus debilidades e imperfecciones de aquí abajo me tranquilizan, y me la hacen más próxima. Sucede que tampoco yo soy perfecto70.
El conoció instantánea e intuitivamente, por revelación de Dios, las verdades de la fe católica, sobre todo, de la Eucaristía y, por eso, amó y vivió nuestra fe hasta las últimas consecuencias.
Y dice: ¡Dios mío! Entro en tus iglesias desiertas, veo a lo lejos vacilar en la penumbra la lamparilla roja de tus sagrarios y recuerdo mi alegría. ¡Cómo podría olvidarlo!
¿Cómo echar en olvido el día en que se ha descubierto el amor desconocido por el que se ama y se respira; donde se ha aprendido que el hombre no está solo, que una invisible presencia le atraviesa, le rodea y le espera: que, más allá de los sentidos y de la imaginación, existe otro mundo, al lado del cual el universo material, por hermoso que sea, no es más que vapor incierto y reflejo lejano de la belleza de quien lo ha creado?71
André Frossard, miembro de la Academia francesa y el mejor escritor católico francés del siglo XX, que ha escrito muchos libros para fomentar nuestra fe y que creía firmemente en la presencia real de Jesús en la Eucaristía.
Él sabía por experiencia, que
Dios es Amor.
Las últimas palabras, que como broche de oro, pone en el libro de su
conversión son:
Amor, para llamarte así, ni toda la eternidad será suficiente, que es como decir: Señor, te amo tanto que ni toda la eternidad será suficiente para decirte cuánto te amo.
66 ib. pp. 138-139.
67 Dios existe, yo me lo encontré, o.c., p. 166.
68 ib. P. 154.
69 Frossard André, No tengáis miedo, Ed. Plaza Janes, Barcelona, 1982, p. 49.
70 Frossard André, ¿Hay otro mundo?, o.c., pp. 51-52.
71 ib. p. 11.