Saturday April 27,2024
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PREPARACION
PARA LA MUERTE


Un buena preparacion para la muerte

Autor: San Alfonso Maria
de Ligorio

Fuente: iteadjmj.com


Partes: [ 1/20 ] [ 21/37]

A. A Jesús Crucificado para alcanzar la gracia
de una buena Muerte

B. Aceptación de la Muerte


21. VIDA INFELIZ DE PECADORES Y VIDA DICHOSA DEL QUE AMA A DIOS
21.1 Mucha paz para los que..
21.2 Los desdichados pecadores 21.3 Por breves y envenenados..

22. LOS MALOS HABITOS
22.1 Nuestra propensión ....
22.2 Malos hábitos endurecen...
22.3 Perdida la luz que nos guía..

23. ENGAÑOS QUE EL ENEMIGO SUGIERE AL PECADOR
23.1 ¿Imaginemos que un joven..
23.2 Dices que el Señor es Dios..
23.3 Aún soy joven... Dios se...

24. DEL JUICIO PARTICULAR
24.1 Presentación del reo...
24.2 Acusación y examen..
24.3 Me arrepiento, Bien Sumo!,

25. DEL JUICIO UNIVERSAL
25.1 No hay en el mundo..
25.2 Apenas hayan resucitado..
25.3 Comenzará el juicio...

26. DE LAS PENAS DEL INFIERNO
26.1 Dos males comete...
26.2 La pena de sentido...
26.3 Pérdida de Dios..

27. DE LA ETERNIDAD DEL INFIERNO
27.1 Si el infierno tuviese fin ...
27.2 Del infierno jamás salir...
27.3 En la vida del infierno..

28. REMORDIMIENTOS DEL CONDENADO
28.1 Este gusano que no muere..
28.2 Lo poco para salvarse...
28.3 El muy alto bien perdido...

29. DE LA GLORIA
29.1 Vuestra tristeza en alegria..
29.2 Enjugará Dios las lágrimas...
29.3 Verá el alma las gracias...

30. DE LA ORACION
30.1 Pedid y se os dará...
30.2 Necesidad de la oración...
30.3 Condiciones de la oración..

31. DE LA PERSEVERANCIA
31.1 El que persevere al final..
31.2 Cómo se ha de vencer ...
31.3 Tercer enemigo, la carne..

32. DE LA LA CONFIANZA EN LA PROTECCION DE MARIA SANTISIMA
32.1 Quien me hallare, hallará...
32.2 María es abogada clemente.
32.3 María abogada tan piadosa..

33. DEL AMOR DE DIOS
33.1 Pues amemos a Dios...
33.2 Se nos dio y entregó...
33.3 Jesús padeció y morió...

34. DE LA SAGRADA COMUNION
34.1 Tomad y comed;éste es mi..
34.2 Jesús nos otorga este don.
34.3 Recibirlo en la comunión...

35. DE LA AMOROSA PERMANENCIA DE CRISTO EN
EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
35.1 Venid a mi los abrumados...
35.2 A todos nos da audiencia...
35.3 El Nos comunica su gracia...

36. CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS
36.1 Y la vida, en su voluntad...
36.2 Conformarnos con todo...
36.3 Admirable y continua paz...

 

21. Vida infeliz de pecadores y vida dichosa
del que ama a Dios
21.1
Mucha paz para los que aman tu ley


Non est pax impiis, dicit Dominus. No hay paz para los impíos, dice el Señor. ls., 48, 22.
Pax mulla diligentibus legem tuam. Mucha paz para los que aman tu ley. SAL. 118. 165.

PUNTO 1
Afánanse en esta vida todos los hombres para hallar la paz. Trabajan el mercader, el soldado, el litigante, porque piensan que con la hacienda, el lauro merecido o el plei­to ganado obtendrán los favores de la fortuna y alcanza­rán la paz. Mas, ¡ah, pobres mundanos, que buscáis en el mundo la paz que no puede daros! Dios sólo puede dárnosla. Da a tus siervos—dice la Iglesia en sus pre­ces—aquella paz que el mundo no puede dar.

 No, no puede el mundo, con todos sus bienes, satisfa­cer el corazón del hombre, porque el hombre no fué crea­do para este linaje de bienes, sino únicamente para Dios; de suerte que sólo en Dios puede hallar ventura y reposo.

 El ser irracional, creado para la vida de los sentidos, busca y encuentra la paz en los bienes de la tierra. Dad a un jumento un haz de hierba; dad a un perro un trozo de carne, y quedarán contentos, sin desear cosa alguna. Pero el alma, creada para amar a Dios y unirse a Él, no halla su paz en los deleites sensuales; Dios únicamente puede hacerla plenamente dichosa.

 Aquel rico de que habla San Lucas (12, 19) había re­cogido de sus campos ubérrima cosecha, y se decía a si propio: «Alma mía, ya tienes muchos bienes de repuesto para muchísimos años; descansa, come, bebe...» Mas este infeliz rico fué llamado loco, y con harta razón, dice San Basilio. «¡Desgraciado! —exclamó el Santo—. ¿Acaso tienes el alma de un cerdo, o de otra bestia, y pretendes contentarla con beber y comer, con los deleites sensua­les ?»

 El hombre, escribe San Bernardo, podrá hartarse, mas no satisfacerse con los bienes del mundo. El mismo San­to, comentando aquel texto del Evangelio (Mi., 19, 27): «Bien veis que lo abandonamos todo», dice que ha visto muchos locos con diversas locuras.

Todos —añade— padecían hambre devoradora; pero unos se saciaban con tie­rra, emblema de los avaros; otros con aire, figura de los vanidosos; otros, alrededor de la boca de un horno, atizaban las fugaces llamas, representación de los iracundos ; aquellos, por último, símbolo de los deshonestos, en la orilla de un fétido lago bebían sus corrompidas aguas. Y dirigiéndose después a todos, les dice el Santo: «¿No veis, insensatos, que todo eso antes os acrecienta que os extingue el hambre?»

 Los bienes del mundo son bienes aparentes, y por eso no pueden satisfacer el corazón del hombre (Ag., 1, 6); así, el avaro, cuanto más atesora, más quiere atesorar, dice San Agustín. El deshonesto, cuanto más se hunde en el cieno de sus placeres, mayor  amargura y, a la vez, más terribles deseos siente, ¿y cómo podrá aquietarse su corazón con la inmundicia sensual?

 Lo propio sucede al ambicioso, que aspira a saciarse con el humo sutil de vanidades, poder y riquezas; porque el ambicioso más atiende a lo que le falta que a lo que posee. Alejandro Magno, después de haber conquistado tantos reinos, se lamentaba por no haber adquirido el do­minio de otras naciones.
 
Si los bienes terrenos bastasen para satisfacer al hom­bre, los ricos y los monarcas serían plenamente venturo­sos; pero la experiencia demuestra lo contrario. Afírma­lo Salomón (Ecl., 2, 10), que asegura no había negado nada a sus deseos, y, con todo, exclama (Ecl., 1, 2): «Vanidad de vanidades, y todo es vanidad»; es decir, cuanto hay en el mundo es mera vanidad, mentira, locura...

AFECTOS Y SÚPLICAS


¿Qué me han dejado, Dios mío, las ofensas que os hice, sino amarguras y penas y méritos para el infierno? No me abruma el dolor que por ello siento, antes bien, me con­suela y alivia, porque es un don de vuestra gracia, que va unido a la esperanza de que me habéis de perdonar.

Lo que me aflige es lo mucho que os he injuriado a Vos, Redentor mío, que tanto me amasteis. Merecía yo, Señor, que del todo me abandonaseis; pero, lejos de eso, veo que me ofrecéis perdón y que sois el primero en procu­rar la paz. Sí, Jesús mío, paz deseo con Vos y vuestra gracia más que todas las cosas.

 Duéleme, ¡oh Bondad infinita!, dé haberos ofendido, y quisiera morir de pura contrición. Por el amor que me tuvisteis muriendo por mí en la cruz, perdonadme y acogedme en vuestro corazón, mudando el mío de tal modo, que cuando os ofendí en lo pasado, tanto os agrade en lo por venir. Renuncio por vuestro amor a todos los placeres que el mundo pudiera darme, y resuelvo perder antes la vida que vuestra gracia. Decidme qué queréis que haga para serviros, que yo deseo ponerlo por obra.

 Nada de placeres, ni honras, ni riquezas; sólo a Vos amo, Dios mío, mi gozo, mi gloria, mi tesoro, mi vida, mi amor y mi todo. Dadme, Señor, auxilio para seros fiel, y el don de vuestro amor, y haced de mí lo que os agrade.
  

María, Madre y esperanza nuestra después de nuestro Señor Jesucristo, acogedme bajo vuestra protección y ha­ced que yo sea plenamente de Dios.

   


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