32.3 María Santísima es abogada tan piadosa, que no sólo auxilia a los que recurren a Ella.
PUNTO 3
Consideremos en tercer lugar que María Santísima es abogada tan piadosa, que no sólo auxilia a los que recurren a Ella, sino que va buscando por Sí misma a los desdichados para defenderlos y salvarlos.
Ved cómo nos llama a todos, con el fin de alentarnos a esperar toda suerte de bienes si a su protección nos acogemos. «En Mi toda esperanza de vida y de virtud. Venid a Mi todos» (Ecl., 24, 26).
A todos nos llama, justos o pecadores, exclama el devoto Peibardo comentando ese texto. Anda el demonio alrededor de nosotros, buscando a quién devorar, dice San Pedro (1 P., 5, 8). Mas esta divina Madre, como dijo Bernardino de Bustos (11), va buscando siempre a quien puede salvar.
Es María Madre de misericordia, porque la piedad y clemencia con que nos atiende la obligan a compadecerse de nosotros y a tratar continuamente de salvarnos, como una cariñosa madre, que no podría ver a sus hijos en riesgo de perderse sin que se apresurase a socorrerlos.
Y, después de Jesucristo, ¿quién procura más cuidadosamente que Vos la salvación de nuestras almas?, dice San Germán (12). Y San Buenaventura añade (13) que María se muestra tan solícita en socorrer a los miserables, que no parece sino que en esto se cifran sus más vivos deseos.
Ciertamente, auxilia a los que se le encomiendan, y a ninguno de ellos desampara. Tan benigna es, exclama el Idiota (14), que no rechaza a nadie. Mas esto no basta para satisfacer el corazón piadosísimo de María, dice Ricardo de San Víctor (In Cant., c. 23), sino que se adelanta a nuestras súplicas y nos ayuda antes que se lo roguemos. Y es tan misericordiosa, que allí donde ve miserias acude al instante, y no sabe mirar la necesidad de nadie sin darle auxilio.
Así procedía en su vida mortal, como nos lo prueba el suceso de las bodas de Cana de Galilea, donde apenas notó que faltaba el vino, sin esperar a que se le pidiese cosa alguna, y compadecida de la aflicción y afrenta de los esposos, rogó a su Hijo que los remediase, y le dijo (Jn., 2, 3): No tienen vino, alcanzando así del Señor que milagrosamente convirtiese en vino el agua.
Pues si tan grande era la piedad de María con los afligidos cuando estaba en este mundo, ciertamente, dice San Buenaventura (15), es mayor la misericordia con que nos socorre desde el Cielo, donde ve mejor nuestras miserias, y se compadece más de nosotros. Y si María, sin que se lo suplicasen, se mostró tan pronta a dar su auxilio, ¡ cuánto más atenderá a los que le ruegan!...
No dejemos de acudir en todas nuestras necesidades a esta Madre divina, a quien siempre hallamos dispuesta para socorrer al que se lo suplica. Siempre la hallarás pronta a socorrerte, dice Ricardo de San Lorenzo; porque, como afirma Bernardino de Bustos (16), más desea la Virgen otorgamos mercedes que nosotros mismos el recibirlas de Ella; de suerte que cuando recurrimos a María la hallamos seguramente llena de misericordia y de gracia.
Y es tan vivo ese deseo de favorecernos y salvarnos —dice San Buenaventura (17)—, que se da por ofendida, no sólo de quien positivamente la injuria, sino también de los que no le piden amparo y protección; y, al contrario, seguramente, salva a cuantos se encomiendan a Ella con firme voluntad de enmendarse, por lo cual la llama el Santo Salud de los que la invocan.
Acudamos, pues, a esta excelsa Madre, y digámosle con San Buenaventura: In te, Domina speravi, non confundar in aetemum!... ¡Oh Madre de Dios, María Santísima, porque en Ti puse mi esperanza, espero que no he de condenarme!
- Marial, p. 3, serm. 2.
- Serm. De Zona Virg.
- Super Salve Reg.
- Pref.. in Cant.
- In Spec. B. M. V. , c. 28.
- Marial. 1, Serm. 5, de Nom. Mar.
- S. Bon., in Spec. Virg.
AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Oh María!, a vuestros pies se postra pidiendo clemencia este mísero esclavo del infierno. Y aunque es cierto que no merezco bien ninguno, Vos sois Madre de misericordia, y la piedad se puede ejercitar con quien no la merece.
El mundo todo os llama esperanza y refugio de los pecadores, de suerte que Vos sois mi refugio y esperanza.
Ovejuela extraviada soy; mas para salvar a esta oveja perdida vino del Cielo a la tierra el Verbo Eterno y se hizo vuestro Hijo, y quiere que yo acuda a Vos y que me socorráis con vuestras súplicas. Santa María, Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus...
¡Oh excelsa Madre de Dios!, Tú, que ruegas por todos, ora también por mí. Di a tu divino Hijo que soy devoto tuyo y que Tú me proteges. Dile que en Ti puse mis esperanzas.
Dile que me perdone, porque me pesa de todas las ofensas que le hice, y que me conceda la gracia de amarte de todo corazón. Dile, en suma, que me quieres salvar, pues Él concede cuanto le pides...
¡Oh María, mi esperanza y consuelo, en Ti confío! Ten piedad de mí.!