Thursday April 25,2024
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PREPARACION
PARA LA MUERTE


Un buena preparacion para la muerte

Autor: San Alfonso Maria
de Ligorio

Fuente: iteadjmj.com


Partes: [ 1/20 ] [ 21/37]

A. A Jesús Crucificado para alcanzar la gracia
de una buena Muerte

B. Aceptación de la Muerte


21. VIDA INFELIZ DE PECADORES Y VIDA DICHOSA DEL QUE AMA A DIOS
21.1 Mucha paz para los que..
21.2 Los desdichados pecadores 21.3 Por breves y envenenados..

22. LOS MALOS HABITOS
22.1 Nuestra propensión ....
22.2 Malos hábitos endurecen...
22.3 Perdida la luz que nos guía..

23. ENGAÑOS QUE EL ENEMIGO SUGIERE AL PECADOR
23.1 ¿Imaginemos que un joven..
23.2 Dices que el Señor es Dios..
23.3 Aún soy joven... Dios se...

24. DEL JUICIO PARTICULAR
24.1 Presentación del reo...
24.2 Acusación y examen..
24.3 Me arrepiento, Bien Sumo!,

25. DEL JUICIO UNIVERSAL
25.1 No hay en el mundo..
25.2 Apenas hayan resucitado..
25.3 Comenzará el juicio...

26. DE LAS PENAS DEL INFIERNO
26.1 Dos males comete...
26.2 La pena de sentido...
26.3 Pérdida de Dios..

27. DE LA ETERNIDAD DEL INFIERNO
27.1 Si el infierno tuviese fin ...
27.2 Del infierno jamás salir...
27.3 En la vida del infierno..

28. REMORDIMIENTOS DEL CONDENADO
28.1 Este gusano que no muere..
28.2 Lo poco para salvarse...
28.3 El muy alto bien perdido...

29. DE LA GLORIA
29.1 Vuestra tristeza en alegria..
29.2 Enjugará Dios las lágrimas...
29.3 Verá el alma las gracias...

30. DE LA ORACION
30.1 Pedid y se os dará...
30.2 Necesidad de la oración...
30.3 Condiciones de la oración..

31. DE LA PERSEVERANCIA
31.1 El que persevere al final..
31.2 Cómo se ha de vencer ...
31.3 Tercer enemigo, la carne..

32. DE LA LA CONFIANZA EN LA PROTECCION DE MARIA SANTISIMA
32.1 Quien me hallare, hallará...
32.2 María es abogada clemente.
32.3 María abogada tan piadosa..

33. DEL AMOR DE DIOS
33.1 Pues amemos a Dios...
33.2 Se nos dio y entregó...
33.3 Jesús padeció y morió...

34. DE LA SAGRADA COMUNION
34.1 Tomad y comed;éste es mi..
34.2 Jesús nos otorga este don.
34.3 Recibirlo en la comunión...

35. DE LA AMOROSA PERMANENCIA DE CRISTO EN
EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
35.1 Venid a mi los abrumados...
35.2 A todos nos da audiencia...
35.3 El Nos comunica su gracia...

36. CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS
36.1 Y la vida, en su voluntad...
36.2 Conformarnos con todo...
36.3 Admirable y continua paz...

 

22.3 Perdida la luz que nos guía, y
endurecido el corazón


PUNTO 3

Perdida la luz que nos guía, y endurecido el corazón, ¿qué mucho que el pecador tenga mal fin y muera obstinado en sus culpas? (Ecl., 3, 27). Los justos andan por el camino recto (ls., 26, 7), y, al contrario, los que pecan habitualmente caminan siempre por extraviados senderos.

Si. se apartan del pecado por un poco de tiempo, vuelven presto a recaer; por lo cual San Bernardo (7) les anuncia la condenación.

 Querrá tal vez alguno de ellos enmendarse antes que le llegue la muerte. Pero en eso se cifra precisamente la dificultad: en que el habituado a pecar se enmiende aun cuando llegue a la vejez. «El mancebo, según tomó su ca­mino —dice el Espíritu Santo (Pr.t 22, 6)—, aun cuando se envejeciere, no se apartará de él.» Y la razón de esto —dice Santo Tomás de Villanueva— consiste en que nuestras fuerzas son harto débiles (8), y, por tanto, el alma privada de la gracia no puede permanecer sin cometer nue­vos pecados.

 Y, además, ¿no sería enorme locura que nos propusié­ramos jugar y perder voluntariamente cuanto poseernos, esperando que nos desquitaríamos en la última partida? Pues no es menos necedad la de quien vive en pecado y espera que en el postrer instante de la vida lo remediará todo. ¿Puede el etíope mudar el color de su piel, o el leo­pardo sus manchas? Pues tampoco podrá llevar vida vir­tuosa el que tiene perversos e inveterados hábitos (Jer., 13, 23), sino que al fin se entregará a la desesperación y aca­bará desastrosamente sus días (Pr., 28, 14).

 Comentando San Gregorio aquel texto del libro de Job (16, 15): «Me laceró con herida sobre herida; se arrojó sobre mí como gigante», dice: Si alguno se ve asaltado por enemigos, aunque reciba una herida, suele quedarle quizá aptitud para defenderse; pero si otra y más veces le hieren, va perdiendo las fuerzas, hasta que, finalmen­te, queda muerto. Así obra el pecado. En la primera, en la segunda vez, deja alguna fuerza al pecador (siempre por medio de la gracia que le asiste); pero si continúa pe­cando, el pecado se conviene en gigante (9); mientras que el pecador, al contrario, cada vez más débil y con tantas heridas, no puede evitar la muerte.

 Compara Jeremías (Lm., 33, 53) el pecado con una gran piedra que oprime el espíritu; y tan difícil—añade San Bernardo—es convertirse a quien tiene hábito de pecar, como al hombre sepultado bajo rocas ingentes y falto de fuerzas para moverlas, el verse libre del peso que le abruma.

¿Estoy, pues, condenado y sin esperanza?..., pregunta­rá tal vez alguno de estos infelices pecadores. No, toda­vía no, si de veras quieres enmendarte. Pero los males gravísimos requieren heroicos remedios. Hallase un en­fermo en peligro de muerte, y sino quiere tomar medica­mentos, porque ignora la gravedad del mal, el médico le dice que, de no usar el remedio que se le ordena, ha de morir indudablemente.

¿Qué replicará el enfermo? «Dispuesto me hallo a obedecer en todo... ¡Se trata de la vida!» Pues lo mismo, hermano mío, has de hacer tú. Si incurres habitualmente en cualquier pecado, enfermo estás, y de aquel mal que, como dice Santo Tomás de Villanueva, rara vez se cura. En gran peligro te hallas de condenarte.

 Si quieres, sin embargo, sanar, he aquí el remedio. No has de esperar un milagro de la gracia. Debes resuelta­mente esforzarte en dejar las ocasiones peligrosas, huir de las malas compañías y resistir a las tentaciones, enco­mendándote a Dios.

 Acude a los medios de confesarte a menudo, tener cada día lectura espiritual y entregarte a la devoción de la Vir­gen Santísima, rogándole continuamente que te alcance fuerzas para no recaer. Es necesario que te domines y violentes. De lo contrario, te comprenderá la amenaza del Señor: Moriréis en vuestro pecado (Jn., 8, 21). Y si no pones remedio ahora, cuando Dios te ilumina, difícilmen­te podrás remediarlo más tarde.

 Escucha al Señor, que te dice como a Lázaro: Sal afue­ra. ¡Pobre pecador ya muerto! Sal del sepulcro de tu mala vida. Responde presto y entrégate a Dios, y teme que no sea éste su último llamamiento.

  1. Serm. 12, sup. Psalm. 90.
  2. Con. 4, Dom. Quadr. 4.
  3. Irruit quasi gigas.

AFECTOS Y SÚPLICAS

¡Ah Dios mío! ¿He de aguardar a que me abandonéis y enviéis al infierno? ¡Oh Señor! Esperadme, que me propongo mudar de vida y entregarme a Vos. Decidme qué debo hacer, pues quiero ponerlo por obra... ¡ Sangre de Jesucristo, ayúdame!

¡Virgen María, abogada de pe­cadores, socórreme! ¡Y Vos, Eterno Padre, por los mé­ritos de Jesús y María, tened misericordia de mí!

 Me arrepiento, ¡oh Dios infinitamente bueno!, de ha­beros ofendido, y os amo sobre todas las cosas. Perdonad­me, por amor de Cristo, y concededme el don de vuestro amor, y también gran temor de mi condenación eterna, si volviese a ofenderos.

 Dadme, Dios mío, luz y fuerzas, que todo lo espero de vuestra misericordia. Ya que tantas gracias me otorgasteis cuando viví alejado de Vos, muchas más espero ahora, cuando a Vos acudo resuelto a que seáis mi único amor. Os amo, Dios mío, mi vida y mi todo.


 Os amo a Vos también, Madre nuestra María; en vues­tras manos encomiendo mi alma para que con vuestra intercesión la preservéis de que vuelva a caer en desgra­cia de Dios.

   


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