Tuesday April 23,2024
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PREPARACION
PARA LA MUERTE


Un buena preparacion para la muerte

Autor: San Alfonso Maria
de Ligorio

Fuente: iteadjmj.com


Partes: [ 1/20 ] [ 21/37]

A. A Jesús Crucificado para alcanzar la gracia
de una buena Muerte

B. Aceptación de la Muerte


21. VIDA INFELIZ DE PECADORES Y VIDA DICHOSA DEL QUE AMA A DIOS
21.1 Mucha paz para los que..
21.2 Los desdichados pecadores 21.3 Por breves y envenenados..

22. LOS MALOS HABITOS
22.1 Nuestra propensión ....
22.2 Malos hábitos endurecen...
22.3 Perdida la luz que nos guía..

23. ENGAÑOS QUE EL ENEMIGO SUGIERE AL PECADOR
23.1 ¿Imaginemos que un joven..
23.2 Dices que el Señor es Dios..
23.3 Aún soy joven... Dios se...

24. DEL JUICIO PARTICULAR
24.1 Presentación del reo...
24.2 Acusación y examen..
24.3 Me arrepiento, Bien Sumo!,

25. DEL JUICIO UNIVERSAL
25.1 No hay en el mundo..
25.2 Apenas hayan resucitado..
25.3 Comenzará el juicio...

26. DE LAS PENAS DEL INFIERNO
26.1 Dos males comete...
26.2 La pena de sentido...
26.3 Pérdida de Dios..

27. DE LA ETERNIDAD DEL INFIERNO
27.1 Si el infierno tuviese fin ...
27.2 Del infierno jamás salir...
27.3 En la vida del infierno..

28. REMORDIMIENTOS DEL CONDENADO
28.1 Este gusano que no muere..
28.2 Lo poco para salvarse...
28.3 El muy alto bien perdido...

29. DE LA GLORIA
29.1 Vuestra tristeza en alegria..
29.2 Enjugará Dios las lágrimas...
29.3 Verá el alma las gracias...

30. DE LA ORACION
30.1 Pedid y se os dará...
30.2 Necesidad de la oración...
30.3 Condiciones de la oración..

31. DE LA PERSEVERANCIA
31.1 El que persevere al final..
31.2 Cómo se ha de vencer ...
31.3 Tercer enemigo, la carne..

32. DE LA LA CONFIANZA EN LA PROTECCION DE MARIA SANTISIMA
32.1 Quien me hallare, hallará...
32.2 María es abogada clemente.
32.3 María abogada tan piadosa..

33. DEL AMOR DE DIOS
33.1 Pues amemos a Dios...
33.2 Se nos dio y entregó...
33.3 Jesús padeció y morió...

34. DE LA SAGRADA COMUNION
34.1 Tomad y comed;éste es mi..
34.2 Jesús nos otorga este don.
34.3 Recibirlo en la comunión...

35. DE LA AMOROSA PERMANENCIA DE CRISTO EN
EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
35.1 Venid a mi los abrumados...
35.2 A todos nos da audiencia...
35.3 El Nos comunica su gracia...

36. CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS
36.1 Y la vida, en su voluntad...
36.2 Conformarnos con todo...
36.3 Admirable y continua paz...

 

30.2 Consideremos, además, la necesidad
de la oración


PUNTO  2

Consideremos, además, la necesidad de la oración. Dice San Juan Crisóstomo (tomo 1, 77) que así como el cuer­po sin alma está muerto, así el alma sin oración se halla también sin vida, y que tanto necesitan las plantas el agua para no secarse, como nosotros la oración para no per­dernos.

Dios quiere que nos salvemos todos y que nadie se pier­da (1 Ti., 2, 4). «Espera con paciencia por amor de vos­otros, no queriendo que perezca ninguno, sino que todos se conviertan a penitencia» (2 P., 3, 9).

Pero también quiere que le pidamos las gracias necesarias para nuestra salvación; puesto que, en primer lugar, no podemos observar los divinos preceptos y salvarnos sin el auxilio actual del Señor, y, por otra parte, Dios no quiere, en general, darnos esas gracias si no se las pedimos.

 Por esta razón dice el Santo Concilio de Trento (sess. 6, c. 2) que Dios no impone preceptos imposibles, porque, o nos da la gracia próxima y actual necesaria para observar­los, o bien nos da la gracia de pedirle esa gracia actual.

 Y enseña San Agustín (4) que, excepto las primeras gracias que Dios nos da, como son la vocación a la fe, o a la penitencia, todas las demás, y especialmente la perseverancia, Dios las concede únicamente a los que se las piden.

 Infieren de aquí los teólogos, con San Basilio, San Agustín, San Juan Crisóstomo, San Clemente de Alejandría y otros muchos, que para los adultos es necesaria la oración, con necesidad de medio. De suerte que, sin orar, a nadie le es posible salvarse. Y esto dice el doctísimo Lessio (5), debe tenerse como de fe.

 Los testimonios de la Sagrada Escritura son conclu-yentes y numerosos: «Es menester orar siempre. Orad para que no caigáis en la tentación. Pedid y recibiréis. Orad sin intermisión» (6).

Las citadas palabras «es menester, orad, pedid», según general sentencia de los doctores con el angélico Santo Tomás (3 p., q. 29, a. 5), imponen precepto que obliga bajo culpa grave, especialmente en dos casos: primero, cuando el hombre se halla en pecado; segundo, cuando está en peligro de pecar.

 A lo cual añaden comúnmente los teólogos que quien deja de orar por espacio de un mes o más tiempo, no está exento de culpa mortal. (Puede verse a Lessio en el lugar citado.) Y toda esta doctrina se funda en que, como hemos visto, la oración es un medio sin el cual no es posible obtener los auxilios necesarios para la salvación.

 Pedid y recibiréis. Quien pide, alcanza. De suerte —decía Santa Teresa— que quien no pide no alcanzará. Y el Apóstol Santiago exclama (4, 2): No alcanzáis porque no pedís.

Singularmente es necesaria la oración para obtener la virtud de la continencia. «Y como llegué a entender que de otra manera no podía alcanzarla, si Dios no me la daba..., acudí al Señor y le rogué» (Sb., 8, 21).

 Resumamos lo expuesto considerando que quien ora se salva, y quien no ora, ciertamente, se condena.

Todos cuantos se han salvado lo consiguieron por medio de la oración.

Todos los que se han condenado se condenaron por no haber orado. Y el considerar que tan fácilmente hubieran podido salvarse orando, y que ya no es tiempo de remediar el mal, aumentará su desesperación en el infierno.

  1.   De dono persev., c. 16.
  2.   De lust., lib. 2, c. 39, n. 9.
  3.   Lc., 18, 1; 22, 40;  In.. 16, 24;  1 Ts., 5, 17.

 AFECTOS Y SÚPLICAS

¿Cómo he podido, Señor, vivir hasta ahora tan olvi­dado de Vos? Preparadas teníais todas las gracias que yo debiera haber buscado; sólo esperabais que os las pi­diese; pero no pensé más que en complacer a mi sen­sualidad, sin que me importase verme privado de vues­tro amor y gracia.

Olvidad, Señor, mi ingratitud, y tened misericordia de mí; perdonad las ofensas que os hice, y concededme el don de la perseverancia, auxiliándome siempre, ¡oh Dios de mi alma!, para que no vuelva a ofenderos. No permitáis que de Vos me olvide, como os olvidé antes.

Dad­me luz y fuerza para encomendarme a Vos, especialmente cuando el enemigo me mueva a pecar. Otorgadme, Dios mío, esta gracia por los méritos de Jesucristo y por el amor que le tenéis.
 
Basta, Señor;  basta de culpas. Amaros quiero en el resto de mi vida. Dadme vuestro santo amor, y él haga que os pida vuestro auxilio siempre que me halle en pe­ligro de perderos pecando...

 María Santísima, mi esperanza y amparo, de Vos espero la gracia de encomendarme a Vos y a vuestro divino Hijo en todas mis tentaciones. Socorredme, Reina mía, por amor de Cristo Jesús.

   


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