5» Regalos del Cielo
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Por motivos de salud tengo prohibidos los ayunos,
y siento que esto es algo muy negativo para mi
espíritu, porque en las épocas en que yo hacía mis
ayunos, tenía una fuerza que no me permitía decaer, y
me sentía como un gigante al lado de las pequeñas
miserias diarias, las de mi alma y las de esta
humanidad, que pareciera reclamar
permanentemente sus halagos.
Por lo tanto, lo único que podía, desde hace años
ofrecerle al Señor, era el no dormir en la noche, o
dormir lo menos posible, para ofrecerle algún
sacrificio y así vencerme y someterme yo misma a los
pies de María, para que Ella me tenga siempre la
mano asida a la Suya en el camino hacia Dios.
De ese modo el Señor me venía dando las fuerzas
para no caer en un colapso, frente a tantos y tantos
ataques con los que debo enfrentarme cada día. Al
irme a la cama le decía: "Señor, permite que las pocas
horas de descanso que voy a tener, me sean
suficientes para seguir en pie..." y así todo este tiempo
ha sido. Ahora el dormir poco ya no es un sacrificio,
se me hizo un hábito y ya no me es necesario dormir
muchas horas.
¡Cuántas llamadas de atención recibo por ello!, sobre
todo de quienes me aman y se preocupan por mi
salud. Ya lo sé: No es bueno, pero aunque a veces se
me ve deteriorada y muy cansada, la verdad es que,
salvo en ocasiones, por lo general me siento bien.
Cada arruga de esta cara, que a menudo trato de
borrar con los recursos que tenemos las mujeres, en el
fondo me causa alegría, ¡qué hermoso es gastarse por
el Señor!
No hace mucho tiempo atrás, tal vez hará un mes y
medio, durante mi oración personal en la Comunión,
tuve una visión: Fue como si estuviese frente a mí una
pantalla. Allí me veía junto a Jesús y a la Virgen.
Estaban llenos de paz, y sonriendo, se movían
despacio, cuidadosa, amorosamente, pero también
con algo de ceremonia.
Se acercaron y me revistieron con una túnica blanca.
Sabía que era yo, pero me veía mucho más joven, tal
vez como cuando tenía unos 40 ó 43 años. La Virgen
ató un cíngulo, un cordón blanco, como el que usan
los franciscanos, alrededor de mi cintura. Yo los
miraba a los dos, agradecida y feliz.
De pronto desapareció todo aquello y me vi vestida
con una armadura, un traje muy duro, pesado, lleno
de metal y con el pecho con una coraza, como un
soldado de la época de las cruzadas.
En la mano izquierda tenía unos papeles o un
cuaderno y una pluma, y en la mano derecha una
espada larga, plateada y brillante, que destellaba una
luz propia, muy blanca. Abría mi boca y salía fuego
como en llamaradas. Me asusté tanto por esa fea
visión –sentía que estaba tirando fuego por la boca
como un dragón— que cerré fuertemente los ojos,
apretándolos. En ese momento la voz de Jesús me
dijo:
-Tal vez te asuste menos esto. Observa
bien y luego dibújalo.
Y vi frente a mí un corazón rojo, como si fuera una
bandeja grande, encima de él había un cuaderno, y
nuevamente la pluma, y cruzando el cuaderno
diagonalmente, la misma espada brillante y larga.
Desapareció la visión, volví al final de la Misa, siguió
la Antífona de la Comunión, la oración conclusiva, la
bendición y de inmediato bosquejé la visión que había
tenido en mi cuaderno, para enseñársela a mi Director
Espiritual, quien me hizo una explicación de lo que
podría aquello significar; explicación que, por cierto,
no me dejó del todo tranquila.
Transcurridos unos días, tuve otra visión: Jesús se
acercaba a mí y me estiraba las manos, le alcancé yo
las mías y Él me puso Sus palmas sobre los dorsos de
mis manos, las hizo resbalar delicadamente, luego
tomó mis dos manos rodeándolas entre las Suyas.
Sonrió y desapareció, dejando mi corazón que latía a
mil por hora, y con una sensación tan dulce y cálida
que es difícil de expresar.