Segunda Parte: Mi Encuentro con el "Cristo Roto"
2» Vuelven los... ¿recuerdos?...
¿coincidencias?
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Hace poco más de tres años y medio, justamente el
día en que decidimos que nos trasladaríamos a
México para trabajar desde allí, en la ciudad de
Mérida, Yucatán, fuimos a la Iglesia para tener la
Santa Misa. Al entrar, vi por el cristal de la puerta
hacia una pequeña tienda de artículos religiosos y mi
vista se detuvo sobre un cuadro de Cristo caminando
sobre las aguas, el colorido y la imagen me
impactaron, y lo comenté con Martha. Ahí quedó.
Al ingresar vi al Patrón de ese Templo en el Altar
Mayor y me quedé casi sin habla, de gusto y de
alegría. Frente a nosotros estaba pintada en la pared
una imagen muy bella del Jesús Misericordioso, en
una versión algo distinta de la más conocida, sobre un
fondo claro, hermoso...
Justamente esa habría de ser nuestra capilla, la que
nos correspondía por la proximidad a la casa en la
cual viviríamos, que estaba a un par de cuadras de
allí. Mi corazón dio un vuelco, por las maravillas que
Ha hecho la Devoción al Señor de la Misericordia en
mi familia y en mucha gente cercana a nosotros.
Durante la oración personal de mi Comunión,
agradecí al Señor por haber facilitado las cosas para
este nuevo destino, por el señor Arzobispo y por el
Rector de ese Santuario que nos acogerían, por las
personas maravillosas que había puesto Dios cerca de
nosotros.
Hacían apenas dos días que, durante una Misa en la
ciudad de México, había llorado mucho durante la
Comunión, diciéndole a Jesús que tenía miedo, algo
de lástima y quizás un poco de autocompasión, que
me sentía como una exiliada por parte de personas
que eran mis hermanas en la fe, que a mi entender
debían ayudarnos y más bien nos rechazaban.
En esa ocasión Jesús me dijo:
-Nunca más vuelvas a sentir y a pensar así.
No son exiliados, al contrario, son Mis
Embajadores y así serán tratados.
En ese momento [en la capilla de Mérida] recordé aquello y viendo que Sus promesas ya empezaban a
cumplirse, le pedí que Él nos guiara en todo
momento. El cambio de un país a otro, sin conocer el
medio, las costumbres, con mi madre anciana,
enferma, con toda una familia… todo aquello me
causaba inquietud y cierto temor.
Inmediatamente me vino el consuelo del Señor, pues
al salir de la Iglesia se me acercó Fafy, una mujer de
rostro muy dulce a quien acababa de conocer, alguien
que es como el alma de esa comunidad, no sólo por su
alegría y por la claridad y transparencia de su mirada,
sino porque además trabajó desde el primer
momento, cuando todo ese Santuario era apenas un
proyecto en la cabeza de un puñado de personas, con
mucha fe y la firme decisión de erigir un centro de
devoción a la Divina Misericordia.
Entonces Fafy me abrazó fraternalmente, me dio un
beso y me dijo más o menos estas palabras: "Ya me
contaron que se vienen a vivir aquí. Bienvenida a
Mérida, Catalina. Ten esto, es un pequeño cariñito
para ti"— Y extendiendo los brazos me entregó el
cuadro de Jesús caminando sobre las aguas que me
había llamado tanto la atención una hora antes, al
entrar a la Iglesia.
Alcancé a musitar un agradecimiento, pero me quedé mirando el cuadro y mis lágrimas no pudieron
detenerse, comenzaron a resbalar por mis mejillas.
Recién en ese momento comprendía el significado
profundo de todas esas "Diosidencias": ¡Así era como
nos quería Jesús en la nueva etapa que
comenzábamos!, caminando sobre las aguas,
confiados plena y únicamente en Él y acogidos a Su
Divina Misericordia. Así es como siempre querrá que
los Suyos vayamos por la vida, movidos únicamente
por la fe y el amor.
Ahora, en la librería de Juan David [en La Florida,]
tenía nuevamente un cuadro, casi idéntico al otro,
entre mis manos, y por segundos lo vi lleno de luz.
Entonces comprendí que tenía tema de profunda
meditación para el resto de la noche.
Era ya tarde así que al llegar a casa no pude escuchar
el casete de "Mi Cristo Roto", Hugo se lo había
llevado a su velador y ni qué hacerle, debía esperar.
David y Martha habían viajado ya de regreso a
Mérida, fui a revisar mi correspondencia y a través de
algunos conocidos nuevamente me enteré de los
siguientes pasos que estaban dando los amigos de las
tinieblas, que desde la oscuridad nos disparaban por
la espalda.
Me dolió mucho porque el ataque venía nuevamente
de una persona que debería estar dando ejemplo de
caridad, del amor que debiera testimoniar todo
verdadero conductor de almas. ¡Qué triste
testimonio!
Después del almuerzo tomé la grabadora, la cinta, y
me entré al dormitorio para descansar un poco y
escuchar al fin la charla del Padre Cué, "Mi Cristo
Roto".
Puse cerca de mí las imágenes que había comprado e
hice una oración invocando al Espíritu Santo para que
me otorgara la docilidad y el discernimiento precisos
para comprender qué era lo que el Señor quería
decirme.