Segunda Parte: Mi Encuentro con el "Cristo Roto"
1» De la mano del Señor...
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Hace algunos días fuimos a la librería religiosa de
un buen amigo nuestro. Hugo, mi esposo, se
había quedado en casa, porque las distancias aquí son
terriblemente cansadoras y exigen muchas horas de
estar sentado.
Decidí comprar unas cintas de audio para escucharlas
juntos, como con frecuencia hacemos. En el estante
sólo quedaba un casete: "Mi Cristo Roto", del P.
Ramón Cué, SJ. Tomé la cinta, recordé mi versión de
aquella historia y –segura de que yo ya conocía el
contenido— pensé: "Bueno, la llevo y que Hugo la
escuche".
En ese momento el Señor me dice:
"¡Y tú también!"
Yo contesto: "Si yo ya conozco la historia... Pero
bueno, yo también, Señor".
Me acerco al mostrador de la caja para pagar mi
cuenta, cuando Martha me pide que la ayude a contar
las medallas y cruces que estaba comprando para un
trabajo del Apostolado.
Comienzo a hacerlo y para mi sorpresa veo que, en la
cajita donde estaban todas las medallas, había un único crucifijo pequeño de metal. Es lo que vi en el
primer momento, pero cuando lo levanté me di
cuenta de que era sólo un Cristo, no tenía cruz...
Era simplemente un Cristo que estaba desclavado,
tenía los remaches salidos en la parte de atrás, pero le
faltaba el brazo izquierdo. Inmediatamente miro el
casete con la grabación de "Mi Cristo Roto" y
pregunto al Señor si esto no sería "una cosa Suya".
-Así es, por eso te dije que tú también
escucharas la cinta – me contesta el Señor.
Les digo a todos: "Este Cristo roto es para mí porque
acabo de comprar el casete del "Cristo Roto".
Hicieron alguna broma pero nadie se dio cuenta de
todo lo que se estaba sacudiendo dentro de mí. Tenía
prisa por escuchar esa cinta, por llegar a casa, por
ponerme en oración, por esperar a que el Señor me
dijera algo más…. Bueno, son cosas que me suelen
pasar, y que en general me las guardo...
Me fui a dar una vuelta por la tienda, buscando unas
estampas con la cara de Jesús, copias de un cuadro
pintado por una señora que las lleva allá para que se
las vendan. Es hermoso el rostro, y pensé adquirir
alguna estampa más para mi familia. Las señoras que
trabajan allí estaban buscándolas sin poder
encontrarlas, cuando escuché la voz del Señor
nuevamente que me decía:
"Lleva esta otra."
Mi mirada se vuelve hacia el lado al que me señalaba
interiormente el Señor y levanto una de un Cristo
crucificado muy hermoso, una estampa traída de
Canadá, según pude leer en el dorso.
El Señor me guió con otras estampas:
"Llévate esta otra… y esta más… así ya
tienes lo que necesitas."
Una de ellas, enorme, representa a Jesús desclavado
de la Cruz con las manos aún sangrantes, sujetando
por las axilas a un joven que viste un uniforme
camuflado, de esos que se usan en la guerra.
Inmediatamente recordé el mensaje de la Virgen.
Pero la otra es una imagen de la Santísima Virgen,
muy triste y comprendo o recuerdo que el mensaje
dice:
"Ofrece tus sufrimientos unidos a los de
Jesús por quienes están en guerras, para
que no venga una nueva guerra, por la paz
del mundo…"
Las personas que estaban conmigo me miraron con
un poco de asombro, pero sólo un poco. Están
habituándose cada vez más, a verme actuar así (rara,
diría la gente del mundo) en circunstancias similares.
Cuando ya íbamos a salir veo un cuadro casi idéntico
a uno que tengo en casa, del que únicamente difiere
en el rostro de Jesús. Está caminando sobre las aguas.
Me gustó el marco de éste, el mensaje es muy
significativo, pensé en regalárselo a David para su
oficina nueva y lo llevé a la caja para pagarlo. El
dueño, mi amigo Juan David, me dice: "Ese te lo
regalo yo a ti".
Volqué la cara hacia el otro David y le dije que lo
sentía, pero que se acababa de quedar sin cuadro,
porque no podía regalarle lo que se me daba con
tanto afecto. Me sentí feliz al mismo tiempo… Pero,
inmediatamente registro el hecho y reviví un suceso
que, retrocediendo en el tiempo, se los contaré ahora.