2» El momento que estoy viviendo
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Desde hace casi tres meses estamos fuera de casa,
y para ayudar a mi esposo a llenar las horas en
las cuales trabajo junto al Director General del
Apostolado y Padre espiritual mío, siempre estoy
buscando para Hugo charlas grabadas en audio, para
que vaya haciendo sus reflexiones y continúe
creciendo en el espíritu junto al Señor.
Este tiempo ha sido uno de los más difíciles para mí.
Muy duro en sufrimientos, no tanto físicos –aunque
felizmente estos jamás me faltan- sino, sobre todo, en
los padecimientos anímicos y espirituales.
El motivo inicial de nuestra primera venida a los
Estados Unidos, siete meses atrás, fue la enfermedad
de Laura, mi amiga, mi hermana desde hace más de
ocho años. Con un diagnóstico de Leucemia, llegó a
este país, sola, sin conocer el idioma, y fue internada
en un Hospital en el que no se hablaba castellano. Sin
embargo, el Señor que es tan bueno, le dio una
Doctora brasilera que es un ángel de Dios y ella sí lo
habla.
La noche en que la dejamos en el Hospital, luego de
un trámite de más de cuatro horas, lloré muchísimo,
evitando que ella me viera. Le habíamos cortado el
cabello David [el director de ANE-México] y yo,
puesto que la doctora dijo que era lo mejor, porque la
quimioterapia que le harían era tan agresiva que la
dejaría pelada y no recomendaba que ella se
deprimiese al ver la caída por mechones de su cabello.
Laura tuvo siempre un pelo largo y muy bien
cuidado, que era quizás una de las características
físicas más relevantes de su personalidad.
Veía que eso la haría sufrir, así es que le sugerí cortar
de raíz todo ese apego a la vanidad, que como todas
las mujeres, ella tenía. Corté su cabello sin forma, lo
más chico posible. Recuerdo que el P. Renzo me
llamaba la atención diciéndome que estaba mal, que
no era así, y yo le hacía señas para que disimulara.
Yo quería que ella se encontrara lo peor que pudiera,
para que al raparle la cabeza las enfermeras, lo viese
como una solución, y se sintiese mejor que estando
con aquel corte desprolijo que le estábamos dejando.
Pero el Padre no comprendía lo que trataba de hacer y
vi a Laura sumamente deprimida, triste; creo que fue
una de las poquísimas veces que la vi decaer
anímicamente en todo este proceso.
Sólo el Señor puede saber lo que sentía y sufría yo a la
sola idea de que Laura también se fuera con Él. Un
año antes de perder a mi hermano y a mi mamy, se
había ido Pepita, una queridísima amiga, a quien más
que amiga, siempre consideré una hija más.
Fue tan tremendo para mí ese golpe -como para
muchas personas del Apostolado que conocieron a
Pepita- que únicamente el dolor de la enfermedad de
mi mamá, pudo rescatarme de aquella otra pérdida… Hoy sé que fue lo mejor, uno de los tantos actos de
Misericordia de Jesús para con ella y para con
nosotros, y le doy gracias también por eso.
Asumí el cuidado de Laura con mucho amor. Yo era
la persona que más cerca ella podía tener, a dos horas
de vuelo desde Mérida, pero no era suficiente. Yo
debía ver dónde y con quien la dejaba, guiarla en los
primeros pasos y ofrecerle mi compañía para darle ánimos.
Luego de regresar dos veces a Mérida, el Señor nos
trajo por un tiempo más largo a los Estados Unidos.
Sin embargo, no fue tanto para estar junto a Laura,
como en principio pensé, sino que Dios tenía otros
planes para nosotros. Poco pude estar con Laura,
aunque todos estos meses me tuvo cerca, en general a
menos de una hora de distancia.
Hay dos cosas que no quiero omitir en este inicio del
relato: En primer lugar, la profunda evangelización
que recibimos todos cuantos estuvimos cerca de
Laura: Siempre sonriendo, feliz de anunciar a quien
quisiera oírla que "tenía cáncer", pero que confiaba en
el Señor y que Él la sanaría. Siempre con una palabra
de aliento a mis sufrimientos, si hasta parecía en
muchas oportunidades que era yo la enferma y ella la
sana... ¡qué vergüenza, Señor!
En segundo término, mi enorme gratitud hacia mis
queridas amigas cubanas que asumieron el cuidado
de Laura mejor de lo que yo habría podido hacerlo.
Dios Ha hecho cosas maravillosas a través de Laura,
lo sé, estoy segura de ello: Todo ese dolor, ese miedo,
esa angustia e impotencia, se canalizaron hacia un
arroyo de fe y de amor al Señor, en el cual Jesús la
sumergió para sacarla de allá sana y fuerte, como - ¡Bendito sea Dios!- hoy está.
Estoy segura de que el ANE, cada uno de sus
integrantes, las personas que se encomiendan a
nuestras pobres oraciones, los que nos combaten, los
que nos dañan, deben mucho a Laura, porque cada
suero, cada "quimio", cada dolor, cada minuto de
silencio en un lugar donde hablan un idioma que no
conoces, han tenido la suerte de ser elevados a Dios
por todos nosotros, como sublime sacrificio, desde el
lecho de la fe.
Allá se libraba una batalla tras de otra, entre el
maligno que trataba de desanimarla y lo poco que
podíamos hacer llevándole una que otra lectura,
algunos CD's de música, charlas, lecturas,
manualidades, etc. Triunfó una vez más el Señor de
la vida y de la muerte. Triunfó y ella vuelve ahora a
su casa, completamente sana, según los reportes
médicos, para ser testigo del Amor Misericordioso de
Dios en esta gran cruzada por la salvación de las
almas.