Segunda Parte: Mi Encuentro con el "Cristo Roto"
4» Vuelvo a mi testimonio
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Verdad que es impactante lo que nos dice Dios a
través del padre Cué? No es necesario que diga
ahora cuánto me conmoví al escuchar ese casete que
aquí les comparto por escrito; de hecho, ese es el
origen de todo este testimonio...
Debo confesarles que al principio, cuando el "Cristo
roto" comienza a hablar al sacerdote que lo compra,
me chocó un poco, por la forma dura con la que habla
quien interpreta al Señor en la cinta.
Pero cuando fui escuchando el diálogo, iba sintiendo
que era Dios mismo el que hablaba, especialmente
cuando decía el Cristo… "Os rasgáis las vestiduras ante
el recuerdo del que mutiló mi imagen de madera, mientras
estrecháis la mano del que mutila a sus hermanos…"; "Hay
muchos cristianos que tranquilizan su conciencia besando
un Cristo bello... mientras ofenden al pequeño Cristo de
carne que es su hermano..."
Pensé en tantos dolores que debemos sufrir quienes
tratamos de hacer algo por llevar a las almas hacia
Jesús... ¡Cuántas personas ofenden sin razón, sin
motivo, lastiman y humillan aprovechándose del
privilegio que les da "su propio altar"!
Cuando escuché que a su Cristo le faltaba la mano
derecha, observé de inmediato a mi pequeño Cristo, y
constaté que a él le falta la izquierda. Entonces me
dije yo misma: "a este pobrecito mío le falta la
izquierda"...
Y la cinta seguía: "Para cada alma Dios tiene dos manos,
pero las emplea de modo distinto porque todas las almas son
diferentes. Con la derecha, como a palomas blancas o a
ovejas dóciles, Dios guiaba a Juan Evangelista, a Francisco
de Asís, a Juan de la Cruz, a Francisco Javier, a las dos
Teresas. Para conquistar a Pedro, a Pablo, a Magdalena, a
Agustín, a Ignacio de Loyola, Dios tuvo que emplear la
izquierda.
Ante la mano derecha, se rebelan, entonces entra en juego
la izquierda, busca un disfraz y se trueca en rayo, en bala,
trata de ser freno que nos detenga, quiere alzarnos del barro
en que caímos, se nos mete en el pecho para ver si logra
ablandar nuestros corazones. Sus recursos son infinitos,
hoy la disimula con modernos y actuales disfraces, es el ser
más actual."
Me senté de golpe en la cama, retrocedí la cinta, volví
a mirar una vez más a mi Cristo pequeñito y
efectivamente, era el brazo izquierdo. Le dije:
-"Es cierto, Señor, es esa mano izquierda la que tienes
empleada conmigo. Yo no puedo estar en la categoría
de la dulce Teresita del Niño Jesús, ni en la pobreza y
amor de San Francisco de Asís, más me voy por el
otro grupo… Soy tal vez torpe como Pedro, soberbia
como lo fue Pablo, pecadora como la Magdalena… Pero, ¿por qué permites todo esto? ¿No ves que yo no
lo puedo manejar porque es Tuyo? ¿Qué más quieres,
Señor de esta pobre alma que no te sirve de nada...?
Rompí a llorar como no lo había hecho en mucho
tiempo. Se me agolparon imágenes y situaciones
vividas durante el último año, desde la muerte de mi
pequeño hermano, pasando por la muerte de mi
mamá, el no haber ido a mi patria ya por casi dos
años, los golpes bajos que recibí de personas a
quienes tanto quise y a quienes traté de dar lo mejor;
los esfuerzos que tuve que hacer para mantenerme
serena, paciente, sonriente con aquellos otros a
quienes escuchaba hablar mal de mí, y el esfuerzo por
tratar de recibirlos con la auténtica cara amorosa de
Jesús, en lugar de cantarles las cuarenta o presentarles
la misma careta hipócrita que ellos me presentaban...
Las miradas que procuré no ver cuando comprobaba
que se me vigilaba como a una malhechora, tratando
de ver en qué trampa caía; las presiones que tengo
que soportar tantas veces porque cada cual quiere que
haga lo que le parece que es lo mejor, sin tener en
cuenta si es lo que verdaderamente quiero o puedo
hacer, y el constatar que ni con todo lo que pueda
hacer, poco o mucho, logro complacer a todos.
Los esfuerzos para no permitir que mis enfermedades
me dejen un día entero acostada en cama; las veces
que me despiertan en las pocas horas que duermo
porque sonó el teléfono o porque vino el aguatero o
porque… bueno, porque se le ocurre a cualquiera.
Las veces que tengo que pelear conmigo misma (¡Esa
es la primera y más dura batalla del día, del
momento, de cada instante que se repite!) sin poder
terminar de domar ese potro salvaje que llevo adentro
y que a veces quiere dar patadas hasta destrozar
muchos corrales.
El tratar de conjugar los roles de esposa, madre,
secretaria, amiga, buena cristiana, abuela cariñosa,
persona sociable, afectuosa madre espiritual, (por lo
general, así nos llaman a las fundadoras de un
movimiento laico), el procurar estar presentable y
disponible a la hora en que los demás precisen de mí,
aunque no sea más que para conversar tonteras, y
encima poner cara amable, tratando de "disimular"– si vale el término- los momentos de desaliento, de
enojo, de desagrado, de cansancio, de ganas terribles
de estar sola un día entero…
Entonces sí escuché claramente la voz de Jesús dentro
de mí:
"¡Te está doliendo mucho todo esto y
aunque te resistes a llorar, Me estás
culpando…!"
No ha salido a luz el pensamiento, ni se ha asomado
todavía a mi consciente, pero Él sabe hasta el último
de nuestros pensamientos cuando empiezan a tomar
forma. Siento una vergüenza terrible, como quien se
ve hallado en falta y le pido: "¡Si así lo hice,
perdóname, Señor! ¡Ten piedad de mí!"
Ahora sí que mi llanto ahora es a gritos, he lastimado
al Señor, encima de todo, ¡Si no sirvo para nada! ¡Me
estoy auto-compadeciendo, yo que detesto las
autocompasiones…!
En ese momento la grabación decía: "… Cristo mío
roto, te lo digo en nombre mío y de todos, porque todos
somos valientes para pedírtelo desde ahora: Señor, si no
basta para salvarnos la ternura de tu mano derecha,
desclava tu izquierda, disfrázala de lo que quieras: fracaso,
calumnia, ruina, muerte… Cristo, que seamos hijos de tu
mano, de tu derecha o de tu izquierda…"
Apreté entre mis manos mi Cristo y le dije:
"Perdóname, perdóname, perdóname Señor, por este
dolor que no piensa en el Tuyo, perdóname…" Ya no
lloraba fuerte, solo eran sollozos entrecortados.
Tomé un poco de agua, me puse en oración y después
de media hora volví a acostarme sobre la cama, y
nuevamente encendí la grabadora para terminar de
escuchar el casete.
"Atención, se ha perdido una cruz y no se da con ella (…)
¿Alguno de vosotros, ha encontrado una cruz? (…)
Todos… todos, buenos y malos, santos y criminales, sanos
y enfermos (…)
Oigo nuevamente la voz de mi Señor junto a la otra,
como a dúo con el intérprete de la obra, pero en
determinado momento se apaga la voz del casete para
que yo entienda bien lo que Jesús me dice:
"Vamos, dame esa cruz tuya, dámela. Me
doy en cambio a ti… Tómame, Soy tuyo,
dame tu cruz, tómame… Júntanos,
clávanos, abrázanos y todo habrá cambiado… Yo descanso en tu cruz y
ahora tu cruz se ablanda Conmigo en
ella."
Calló Jesús y siguió el intérprete solo, nuevamente en
la grabación:
"Hemos encontrado una cruz, la nuestra, que resulta ser la
de Cristo. ¿Quién te partió la cara? …"
¡Qué mezcla de sentimientos! La dulzura que suele
invadir ante la voz del Señor, la vergüenza por
sentirme tan débil, la gratitud por Su consuelo… ¡Anonadamiento total ante Su amada Presencia en
toda mi sangre y en todo mi espíritu!
Me sentía como ese perrito a quien el amo lo sienta
sobre sus rodillas para acariciarlo, cuando está todo
lastimado por las garras y dentelladas de los perros
de barrio ajeno. No tiene más que a su amo, sólo
quiere que él lo acaricie y cure sus heridas, porque
están demasiado abiertas como para que otra mano
pueda acercarse. Sólo la voz de aquel que le provee
todo es capaz de sosegarlo. Sólo aquel que lo limpia
misericordiosamente cuando los otros lo apalean
puede esperar que, en señal de gratitud, le lama la
mano…
...Y solamente a Él obedecerá y cuidará, y ayudará aunque solo sea dando ladridos para correr a los
ladrones, a los malhechores que rondan queriendo
despojar a su Amo de lo que le pertenece, o a los que
tratarán de lastimarlo...
"'Oye, ¿No tienes por ahí un retrato de tu enemigo? De
ese que te tiene envidia y que no te deja vivir, del que
interpreta mal por sistema todas tus cosas, del que siempre
va hablando mal de ti, del que te arruinó, del que dio malos
informes sobre ti, del traidor que te puso una
zancadilla,…." – sigue la voz de la cinta…
-¡Oh, Señor, no me pidas eso ahora! Dije nuevamente
sollozando, espera un poquito, no puedes pedirme
eso ahora…
Siguió la cinta: "…Tienes que ponerme la cara del
blasfemo, del suicida, del degenerado, del borracho, del
asesino, del criminal, del traidor, del vicioso (…) ¿No ves
que todos ellos pertenecen a esta pobre humanidad doliente
creada por Mi Padre? ¿No te das cuenta que Yo He dado la
vida por todos?…"
-"Mi Padre se asomó desde el cielo para verme en la cruz y
contemplarse en Mi Rostro (…) Sobre Mi Rostro, vio
sobrepuesta sucesiva y vertiginosamente las caras de todos
los hombres...
Desde el cielo, durante aquellas tres horas terribles de Mi
Agonía en la Cruz, contemplaba el desfile trágico de la
humanidad vencida, mientras tanto Yo le decía: ¡Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen!"(…) Mi Padre
vio pasar sobre Mi Rostro la cara del soberbio, observó, la
del sectario, imaginando la destrucción de Dios, la del
asesino frío y desalmado. Había labios repugnantes, ojeras
hundidas marcadas con fuego de lujuria, alientos
insoportables de ebriedad, palidez de madrugadas
encenegadas en el vicio, turbadoras miradas de perversión y
delito, de subterráneas anormalidades inconfesables y
oscuras… Y Mi Padre…Dios las amó a todas y perdonó sus pecados."
En este momento yo estaba en el suelo, de rodillas,
temblando como una hoja. Temblando de dolor por
Jesús, de vergüenza por toda la humanidad, de
lástima por mis propios pecados, de gratitud por todo
el mensaje que me estaba dando...
Hacía meses que estaba pidiendo un retiro espiritual,
de aquellos que a una le sacuden el alma entre la
dulzura y el amor, el arrepentimiento y la gratitud. ¡Qué pena no poder contemplar el esplendor de un
alma pura, porque si pudiésemos verla, seguramente
que gritaríamos de emoción y de alegría! El alma
humana es espléndida delante de Dios. Y Él, que es
tan delicado y tenaz, ve la manera de complacer al
alma amada, pero siempre para elevarla, jamás para
que se engría...
Ningún retiro habría sido tan fuerte para mi espíritu.
Ninguna charla habría podido llevarme frente a un
espejo y mirar mi desnudez, mi pobreza. Ninguna
ventana me habría permitido contemplar a la
humanidad en ese mosaico que brillaba ante mis ojos,
impregnado de la luz de la mirada de Dios. Ningún
encierro podría haberme llevado a la unión perfecta
de sentir el gozo en medio del dolor y pedirle a Dios: "más, dame mucho más dolor, Señor, para que mi
cruz Te sea agradable"
Santa Teresa decía: "Después de esta vida viene el Cielo
para siempre, para siempre, para siempre..." Por lo tanto,
aunque no sepamos los motivos, aunque nos invadan
las penas, Dios siempre quiere y hace lo mejor para
cada uno de nosotros y así debemos agradecérselo.
La voz de la cinta concluía: "Recordemos el rostro que
mayor odio y antipatía nos produzca, acerquémoslo a
Cristo, aunque sintamos temblar nuestro pulso;
coloquémoslo sobre el Suyo e imaginemos que nuestro
enemigo, ese ser que odiamos, ocupa Su lugar en la cruz.
Cerremos los ojos, acerquémonos al crucificado y besemos
reverentes y humildes su figura (…) Nos envolverá una
voz cálida y musical, paternal y bondadosa. Aquella que
hace muchos siglos nos dejara la más grande y maravillosa
herencia que hombre alguno pueda tener, encerrada en sólo
seis sencillas palabras: 'Amaos los unos a los otros'. "