7» Mi pequeña tristeza y la enorme
tristeza de la Virgen María
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
El 4 de julio amanecí con mucho dolor de cabeza.
Me había subido la presión, cosa muy rara en mí porque más bien la tengo baja. Teníamos una
invitación a almorzar con gente a la que aprecio
mucho y a la que me dolía tener que fallar, pero
realmente no me sentía bien. Estaba haciendo un
esfuerzo por abrir los ojos, porque la luz me
lastimaba, cuando me llegó la voz dulce de María:
-Hijita, ¿Quieres quedarte hoy Conmigo?
Inmediatamente le dije que sí ¡y se me alumbró el día!
Me disculpé, esta vez sin sentimiento de culpa;
realmente me dolía la cabeza pero, además, me
quedaba con Ella… No quise decir nada a nadie al
respecto.
Fue así como, en cuanto salieron todos, corrí a tomar
mi Rosario para unirme a la Virgen, porque ya lo
había dicho Ella, que cuando recitamos el Santo
Rosario, a la primera oración se hace presente y nos
acompaña, orando a Su vez para interceder por
nosotros y enviar con Sus Ángeles nuestras oraciones
a los pies del Altísimo.
Terminado el 4º Misterio Glorioso escuché Su voz:
-Ofrece al Señor todos tus sufrimientos,
todo cuanto has vivido en estos meses, por
este país, por las autoridades, por la
Iglesia y por la gente de este lugar. Hay
demasiado dolor en los corazones, hay
demasiado rencor, que alimentan día a día
sin pensar cuántas personas, con su exilio
adolorido –porque todo exilio es
doloroso- están ayudando a salvar tantas
almas… Pero cuántas más podrían salvar si
en lugar de recordar su triste pasado o las
circunstancias de su exilio, se propusieran
evangelizar cada día un alma…
No estoy autorizada a transcribir aún todo el mensaje
que recibí en aquel momento, pero sí a comentarles
que Su voz estaba muy triste cuando me dijo que
intensificáramos las oraciones y sacrificios para que se
detuvieran las guerras, porque una guerra llevaría a
todos nuestros países a una situación mucho más
angustiante. Me habló de otras cosas y finalmente,
con un tono maternal, me pidió que no me molestara
con los otros por haber olvidado la fecha.
-Así están los hombres, así está la
humanidad… Es más fácil acordarse de los
festejos del mundo que de una aparición
que fue un regalo más de Dios para la
humanidad y para mi pueblo.
En un momento, casi como en un sollozo, La Virgen
me dijo que perdonara a aquel hijo Suyo que estaba
lastimando más Su Corazón que el mío, porque Ella
había querido enseñarle otro camino, a través de la
humildad.
Que Ella sufría cuando uno de nosotros sufría, pero
que estaba siempre cerca para consolarnos, para
ayudarnos a ofrecer nuestros sufrimientos, porque
ofrecidos al Señor siempre serán redentores.
Me puse a llorar mucho sintiendo el dolor de María
en Su preciosa voz. Seguramente pasaron por mi
mente horribles deseos, porque no me importa que
me lastimen a mí pero sí a los seres que amo, ¡y a la
Virgen, mucho más!
Ella me pidió que no permitiera que esos sentimientos
opacasen aquel dolor que podía ofrecerlo limpio a
Jesús. Que le escribiera a esa persona y le dijera que,
si él pudiera ver Sus ojos, lejos de encontrar
aceptación con lo que estaba haciendo, seguramente
vería la tristeza que le producía… Le prometí que lo
haría con Su ayuda, aunque todavía no me he
animado a hacerlo.
Finalmente, cuando me daba Su bendición, me
permitió escuchar un maravilloso coro que en
millones de voces de distintos matices y tonos
cantaban: Ave, ave, ave María… Ave, ave, ave
María...
Quedé con mucha paz en el corazón. Comencé a
pensar que si el Señor permitía que recibiéramos esta
injusticia, de parte de aquellos hermanos de Cristo,
era porque quería hacer algo muy grande y me sentí,
en medio de mi dolor, feliz de poder ayudar una vez
más al Señor, que es tan bueno siempre con nosotros.