14» Capítulo XII
Juan Pablo II Cerca del Trono
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
1) Mucho antes de comenzar las visiones que fueron
insertadas en este pequeño trabajo, el Señor me
permitió vivir algo muy hermoso, manifestado a muy
pocas personas anteriormente. Él desea que sea yo
quien transcriba esa experiencia ahora y aquí; yo sólo
obedezco porque sé que Jesús tiene un motivo
especial para pedírmelo.
2) Era el amanecer del 3 de abril del año 2005, hacía
poco que habían anunciado la muerte de S.S. Juan
Pablo II, y me es muy difícil describir los sentimientos
que embargaban mi corazón. Estaba frente al
Santísimo Sacramento, rezando toda la corona del
Santo Rosario.
3) Llegó el momento de pedir por las intenciones del
Santo Padre y ahí me quebranté, sentí la orfandad que
habrán sentido millones de católicos; sentimiento que
me acompañó los días siguientes hasta el
nombramiento de S.S. Benedicto XVI. Cada vez que
recitaba el Rosario, decía: ¡Dios mío, no tenemos por
quién rezar! Y sé que habrá muchas respuestas, pero
ese era mi sentimiento.
4) Lloré mucho. En menos de dos meses, mi director
espiritual tuvo que irse de mi lado para cumplir su
nueva obediencia, después de haberme guiado por
más de ocho años, y ahora nuestro Padre espiritual, a
quien amé profundamente, acababa de morir.
5) Miré a Jesús pidiendo compasión para aquel
sentimiento de soledad, para aquella sensación de
estar parada sobre una cuerda que se movía
peligrosamente, porque el demonio levantaba mucho
viento, y sucio.
6) Transcurrieron varias horas y ya levantada la
mañana, cuando casi concluía mis oraciones, vi
desaparecer la pared del fondo de la capilla y el lado
izquierdo se iluminó mucho, atrayendo mi vista hacia
allá. Estaba la Virgen Santísima, vestida de blanco,
con un velo largo celeste muy claro y una corona
dorada con muchas luces como diamantes. Se la veía
hermosa, majestuosa, con esa dignidad que la
caracteriza.
7) Me dijo dulcemente y con una sonrisa: "Hija, no
llores, Mi hijo amado ya está Conmigo", mirando
hacia un lado. Unos pasos detrás de Ella, el lugar se
iluminó también y vi al Santo Padre, Juan Pablo II,
muy erguido, muchísimo más joven, como lucía
quince o veinte años antes de su muerte, sonriente y
vestido con una túnica de color blanco, una capa y
algo que asomaba por debajo de la capa, a la altura de
la cintura, como un cíngulo dorado. Su cara estaba
llena de luz, sonriente, muy feliz.
8) Desapareció la visión que me dejó una felicidad
muy grande, una paz inmensa. Al ver nuevamente a
Jesús Eucarístico delante de mí, le di gracias con todo
mi corazón por ese inmenso regalo.
9) Soy una convencida de que, si aún tenemos
hermanos que están abandonando nuestra Iglesia,
obviamente es porque no somos testimonio ante ellos.
Y no podemos ser testimonio si ignoramos lo que
significa el profundo Amor de Jesús, que quiere
abajarse hasta nuestra miserable humanidad para
darse como alimento espiritual y vivir con nosotros
en la Sagrada Eucaristía.
10) No hace falta leerse grandes tratados, aunque eso
sería lo ideal para cada cristiano, pero el legado
Eucarístico que nos ha dejado Juan Pablo II es de un
valor inmenso, y ahora aún tenemos el regalo de que
Jesús haya permitido que su sucesor, el actual Papa,
Benedicto XVI, sea un hombre cuyo corazón y
pensamiento están profundamente enraizados en la
Eucaristía.
11) Leer algo de lo que ellos han escrito y han dicho de
este maravilloso y único Sacramento, estudiar la
Palabra de Dios y permanecer unos minutos
periódicamente, meditando, ante Su Divina Presencia,
es suficiente para conocer lo que es vivir junto a un
Dios que te mira de cerca, que te escucha, que te
habla, que te besa, que limpia tus lágrimas y que
sonríe ante tus momentos felices.
12) Sepamos reaccionar y correr hacia Él, antes de que
sea demasiado tarde. Tenemos una sola vida y no es
un ensayo, es la única presentación de la obra, que
continúa con la vida eterna.
13) Querido hermano, ha llegado el momento de
despedirnos, quiero que sepas que hay una
comunidad eucarística que rezará por ti, por cada uno
de ustedes, los lectores de este escrito, pues sólo
gracias a estos encuentros con el Señor, ha nacido un
Instituto de vida consagrada que hace intercesión
para que todos estos testimonios alcancen muchos
otros testimonios de vidas santas, para Gloria de Dios
y bien de nuestra Iglesia.
14) Quiero decirte adiós, con una oración de aquel que
pasó todo sufrimiento y salió de él robustecido y
triunfante. Su fuerza nacía frente al Sagrario y, de la
mano amorosa de María, caminó hasta la cruz,
guiando como el Buen Pastor a todo el pueblo de
Dios.
15) Para Dios y el Cielo, no hay tiempo ni distancia,
por eso te invito a que tú y yo, en este momento, nos
pongamos en la Presencia de Jesús y de Juan Pablo II,
para elevar juntos esta oración. Dios sabe que será de
plena comunión...