10» Capítulo VIII
Las Pruebas de Su Presencia
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
1) En una oportunidad habíamos ido a predicar en
una cárcel de alta seguridad, y cuando salíamos,
el guardia que nos acompañó me dijo: "Gracias por
venir, señora, ojalá que sus palabras hayan llegado a los
reclusos, porque necesitan de ellas." Le pregunté qué le
habían parecido mis palabras a él.
Dijo: "Pues, bien,
pero usted estaba predicando a los internos del penal, no a
nosotros." Le dije que había predicado sobre el Amor
de Jesús a todos cuantos me oían y que él y todos los
guardias necesitaban de ese amor, tanto como los
reclusos. Que todos necesitamos del Evangelio y el
Amor de Dios porque esos beneficios no se
encuentran en ninguna otra parte y en ninguna otra
persona.
2) Era jueves Santo, Jesús se había derramado, pleno
de Misericordia aquella tarde en el pabellón de los "castigados", donde muchos tenían miedo entrar.
Nosotros sentimos que Jesús mismo nos había abierto
la reja al llegar allá, que Él era nuestro Anfitrión.
3) Así fue porque hubo muchísimas confesiones. Mi
director espiritual confesaba, mientras un coro
alternaba entre mis prédicas y oraciones. De cinco a
diez de la noche pasaron por el confesionario
hombres rudos, gozando de una manera inolvidable
del quebrantamiento que se experimenta cuando se
ha vuelto a la vida después de veinte y hasta
cincuenta años. Habían obtenido un nuevo rótulo en
sus pechos, en vez de un número ahora tenían la
palabra "Perdonado"
4) Ante Jesús en la hermosa Custodia de la capillita,
estaba pensando ese día en esas personas. En cómo se
sentiría Jesús los días "Jueves Santo", cada año… En
qué habría sentido cuando les lavaba los pies a Sus
discípulos.
5) "Hijita, quiero que queden grabados en tu
memoria y esculpidos en tu corazón todos los
detalles de la escena que revivo ante tus ojos.
6) Aquel jueves estaban todos con mucho
entusiasmo, conocía a fondo a esos hombres ante
cuyos pies Me arrodillaba y leía su corazón sin tener
necesidad de ser informado por ellos sobre lo
secreto de sus almas.
7) No ignoraba, en particular, que uno de ellos urdía
un proyecto satánico y se preparaba contra Mí, como
el animal que rabioso muerde la mano del amo que
le da la comida."
8) Hundí la cara entre las manos sollozando por la
tristeza que sentía en la voz de mi Señor. Cuando
volví a mirar, vi a Jesús y a unos hombres (Sus
Apóstoles) reclinados sobre una mesa. Jesús se
levantó de la mesa y quitándose el manto, se quedó con una túnica blanca. Tomó un pedazo de tela y lo
ató alrededor de Su cintura.
9) Ya en otras oportunidades el Señor me había hecho
el regalo inmenso de permitirme contemplar escenas
como esta. Pero siempre adquieren un matiz distinto.
Algo diferente en lo que me detengo.
10) En esta oportunidad me llamó la atención verlo
vestido tan pobremente, sin Su hermoso manto. Jesús
siguió Su relato: "Era el vestido de un siervo, de un
criado cualquiera que no fuera de la raza de Israel,
porque ellos estaban exentos de este servicio.
11) Detentaba en Mis manos la potestad soberana,
aquella autoridad universal que El Padre, en Su
bondad, Me Había comunicado.
12) En este preciso momento Mi mirada los penetró, y
quise prevenir la crisis que sacudiría la generosidad
de Mis Apóstoles. Eran todo fuego, como una llama
y prometían seguirme hasta la muerte, pero los
entusiasmos del espíritu no suprimen las flaquezas
de la carne, y Yo penetraba el porvenir.
13) Toda Mi vida humana, encierra un misterio: Yo
pasaba Mi existencia amando a los Míos. El Hijo,
exegeta de Dios daba así, como Hombre y para los
hombres, la definición del Padre: "Dios es Amor".
14) Por eso es que, en Mi Corazón es donde ustedes
deben buscar el sentido y la importancia de esta
hora suprema: Yo, que había consumido Mi Vida en
Amar, les reservaba un testimonio supremo de Mi
caridad. ¡El colmo del Amor al final de Mi
existencia!
15) Experimenté entonces, con extraordinaria fuerza,
el sentimiento que acusó tu querida mamá y todos
aquellos que se van en Gracia sabiendo que la vida
es apenas un paso a la Casa del Padre, y que la
perspectiva de la separación aviva el afecto de los
que se van por parte de los que se quedan.
16) Hijos Míos, pidan que Yo los adiestre y revista de
Mi grandeza natural y de Mis abajamientos
voluntarios, a fin de que al menos, en su pequeñez
natural, no pongan ustedes dificultad en bajarse de
su pobre pedestal y en servir a sus hermanos.
17) No están cerrados los Sagrarios sino sus
corazones. Qué pocos logran entender cómo Yo, que
Estoy oculto y encerrado, tengo la libertad de
manifestarme, de hacerme sentir vivo, ahí en la
Hostia que encierra cada uno de esos Tabernáculos.
18) Mi Presencia puede ser notada si se tiene la
mente, el corazón y el alma despejados. Quien acude
así ante Mí, recibe pruebas de Mi Presencia
Eucarística, ya que suscito este maravilloso prodigio,
precisamente para acercarme a ustedes, para
acogerlos, para consolar a los sufrientes de la vida
que pasa."
19) Qué torpes somos los hombres y mujeres al no
pensar en todo esto. En el momento en el que Jesús
va a entregarse a la Voluntad del Padre para
salvarnos, sabiendo todo lo que Era desde la
eternidad, en el Presente y lo que iba a ser por los
siglos de los siglos, después de Su Resurrección y
Ascensión a los Cielos, Su Amor Ha llegado a la cima
y lo expresa, no abrazándolos, sino que Se puso a
lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la
toalla que se había ceñido.
20) Continuó el Señor diciendo: "Y dirás a Mi Pueblo
que oren por sus autoridades. Especialmente por las
autoridades de la Iglesia porque: que los poderosos
busquen con la mayor avidez el honor y la gloria,
que los hombres corran detrás de los títulos externos
para hacerse llamar "Bienhechores" o "Salvadores",
y que los monarcas impongan su poder a sus
subordinados, es normalmente esperado por el
hombre, porque son glorias que vienen del hombre.
21) Pero dentro de Mi Iglesia, entre las comunidades
eclesiales, jamás debería suceder esto. Las
autoridades eclesiásticas tienen el estricto deber de
inclinarse a la entrega, para cumplir el deseo
exclusivo de la Gloria de Dios.
22) La Transubstanciación es prodigio no ilusorio, es
prodigio que permanece. Es llamarme, participarme
a ustedes, y no es solamente un pan bendecido. No
se Transubstancia dejando del pan sólo pan, porque
de este modo no habría cambio de substancia.
23) He dicho: "Es Mi Cuerpo", y esta afirmación tiene
la fuerza de Mi Omnipotencia, si es pronunciada
por Mis verdaderos Ministros.
24) Pobres y desdichados los Ministros que ponen en
duda Mis Palabras y hacen tanto daño a las almas…
25) Me dejo desangrar en muchas Hostias, ante sus
ojos, para que tengan la certeza de que los Milagros
siguen ocurriendo ante su incredulidad, hoy como
ayer o más que ayer. ¿Deberá el asno humillar
nuevamente al ser humano, arrodillándose delante
de Mi Presencia Eucarística? (*)
26) Exprésales que Yo Me esfuerzo, por todos los
medios, en arrancar de las garras de Mi adversario
un alma ya comprometida.
27) Que lucho incansablemente, hasta el fin, le
manifiesto una extrema delicadeza y una paciencia
sin límites. Interna y externamente le hago saber
que no se Me escapa nada del drama que se
desarrolla en su corazón o en su mente, en su alma o
en sus sentidos. Todo lo pongo de Mi parte y tan
sólo pido lo que están menos dispuestos a darme: su
voluntad."
28) (*) En vista de que Jesús me hablaba de un asno, y
que no sabía a qué se refería, consulté con un Teólogo
y me aclaró que se refiere a un pasaje de la vida de
San Antonio de Padua, que seguramente es bien
conocido por todos los sacerdotes y religiosos, pero
no por la mayoría de los laicos; o al menos, de
aquellos laicos a quienes el Señor quiera llegar con
este pequeño libro. Por eso considero importante
transcribir el texto que este Padre me hizo llegar:
"En la vida de San Antonio de Padua, sucedió un
hecho sorprendente y por todos conocido. Había un
hereje, llamado Guillardo, que no creía en la Presencia
real de Jesús en la Eucaristía, no obstante las
conversiones numerosas que hacía la predicación de San
Antonio. Este hereje vivía onfundiendo a la gente con
sus errores.
30) Un día San Antonio públicamente comenzó una
discusión con Guillardo y éste se vio humillado, y sin
saber qué contestar contra la magistral defensa que
hacía el santo. Entonces, para salir del paso pidió al
Santo que hiciese un milagro para creer en la Presencia
Real de la Eucaristía. Y le propuso: "yo tengo una
mula, la voy a privar durante tres días de
alimento y si después de estos días renuncia a la
comida que ofreceré para adorar la Hostia
consagrada que tú le presentes y en la cual tú dices
que está Cristo verdadera y real y
sustancialmente, entonces abrazaré la doctrina de
la Iglesia Católica plenamente"
31) San Antonio, movido por Dios, aceptó la propuesta y
pasó aquellos tres días dedicado a la oración y la
penitencia. Terminado el tercer día, Antonio celebró la
Santa Misa y luego, sin quitarse las vestiduras
sagradas, tomó la Hostia Consagrada y, acompañado de
una multitud de fieles, se presentó en medio de la plaza.
Guillardo sacó de la cuadra la mula hambrienta y puso
ante ella el forraje. Entonces el Santo, dirigiéndose a la
mula, le dijo: "En Nombre de tu Creador, a quien yo
tengo en mis manos, te mando que te postres
inmediatamente ante Él, para que los herejes
conozcan que toda la creación está sujeta al
Cordero que se inmola en nuestros altares".
32) Ante la admiración de todos los presentes, la mula
que estaba hambrienta, ignorando por completo su
comida que le era ofrecida por Guillardo, se dirigió ante
el Santísimo Sacramento sostenido por el Santo y,
doblando sus patas delanteras quedó postrada inmóvil,
con una actitud de profunda reverencia. Este hecho hizo
que se convirtiera no solo Guillardo, sino muchos
herejes que habían asistido al desafío.
33) Por este hecho que corrió rápidamente por todo el
mundo, San Antonio recibió el apelativo de "Martillo de
los herejes". Es un verdadero testimonio histórico y de
público reconocimiento".