Wednesday May 08,2024
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EN ADORACION
Testimonio de Catalina
  



Prólogo

Introducción
Jesús el buen Pastor

Capitulo I
El Trono de Dios

Capitulo II
Por Quiénes Pedir

Capitulo III
La Comunión de los Santos

Capítulo IV
Las Ofensas a nuestro Redentor

Capítulo V
Los Misterios del Reino

Capítulo VI
Dios Quiere Habitarnos

Capítulo VII
"Vengan a mi los Agobiados..."

10»Capítulo VIII
Las Pruebas de su Presencia

11»Capítulo IX
Conocerse para Cambiar

12»Capítulo X
La Misericordia del Señor

13»Capítulo XI
Un Bálsamo y Doce Promesas

14»Capítulo XII
Juan Pablo II - Cerca del Trono

15» Oraciones
del Siervo de Dios:
S.S. Juan Pablo II

 


 

 

2» Introducción
Jesús el Buen Pastor

Autora: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org 

Hace algunos años, fuimos invitados a una Conferencia Mariana en la ciudad de Pittsburg, Pennsylvania, en los Estados Unidos de Norteamérica. Esta conferencia se realiza todos los años y son invitadas muchas personalidades de
distintos grupos marianos del mundo entero.

Hacía poco tiempo que habíamos comenzado a predicar en el exterior, así es que al ver tanta gente en un auditórium enorme, me sentía bastante nerviosa.

Lo poco que pude escuchar de las conferencias, de pasada, me mostraba las vivencias o el conocimiento de las personas participantes, así como su experiencia en este campo y aquello era muy fuerte para mí, así es que sin tener un tema específico más que mi testimonio de conversión, que consideré que no era para ese público por su pobreza, me puse en oración, suplicando la asistencia del Espíritu Santo.

Mi equipo se componía de un grupo de personas, todas muy preparadas en su campo, científicos, sacerdotes, alguna otra gente del grupo y bueno, yo.

Durante la Santa Misa, que era celebrada justamente antes de la última charla que correspondía a nuestro grupo, pregunté al Señor qué era lo que Él quería decirle a la gente a través de mí, que me dejara saber para qué estaba yo allá.

Casi las tres mil personas asistentes comulgaron. Nosotros fuimos de los primeros en hacerlo, por estar ubicados más cerca del escenario donde debíamos subir luego. Recibí la Santa Eucaristía y me puse de rodillas cerca a mi asiento, en ese momento tuve como una pantalla dentro de mí, una gigante pantalla en la que vi un campo enorme: había lugares verdes, pequeñas lomas con plantas, arboledas, un lago muy
grande... Era un lugar definitivamente precioso.

Pero en medio de todo este campo había como una gran parcela que no estaba trabajada, se veía fea, toda llena de espinas y tierra, algo que se desdecía con aquel mágico paisaje.

Allá, en medio de todas esas espinas había una pequeña oveja blanca, de la que no se podía ver mucho la piel porque estaba llena de sangre. Tenía muchas heridas en las patitas, en el cuerpo y lloraba incesante y dolorosamente. Intentaba salir de allí pero no podía, caminaba dos pasos y las espinas comenzaban a crecer y a lastimarla más.

El cielo estaba oscuro en ese lugar, había muchos nubarrones, tronaban los rayos y un viento sucio hacía más fea la escena y asustaba más al pequeño animal.

De pronto vi una mujer de espaldas a mí, vestida de azul y con un velo muy blanco y supe en seguida que era la Santísima Virgen. Ella extendía las manos y llamaba a la ovejita para que se acercase, pero la ovejita asustada intentaba salir por otro lado, y puesto que las espinas crecían rápidamente, se iba alejando más y más, como tratando de escapar de las espinas y a la vez de las manos que la llamaban. Era tanto su miedo que no sabía hacia donde correr, resbalaba, se caía y se le abría nuevamente la carne en sangrantes heridas.

Por un momento la Virgen se dio la vuelta y pude ver su perfil, tan hermoso y tan dulce. Miró hacia un punto lejano, como tratando de buscar a alguien con la mirada y desapareció.

Al momento apareció ante mis ojos un hombre alto y fuerte, vestido con una brillante túnica de color blanco perlado. Calzaba sandalias y tenía un bastón alto. El cabello castaño oscuro le caía un poco sobre los hombros; los brazos y la parte del cuello que se alcazaba a ver cuando el viento le levantaba el pelo, mostraban su piel bronceada. Tenía los brazos fuertes, de persona trabajadora.

Mi corazón iba a saltar de emoción: era Jesús, quien sin pensarlo siquiera, se metió entre las espinas. Unas tres o cuatro veces, golpeó las espinas altas con su bastón e hizo saltar las plantas. Sin embargo, las demás espinas rompían también su piel, desgarraban su túnica, que se enganchaba entre ellas, pero a Él parecía no importarle que se desgarrara su ropa, ni que las espinas lastimasen Su piel.

Se apresuraba en entrar y vi cómo la sangre saltaba de sus pies, tobillos y piernas, salpicando la tierra por donde pasaba. La ovejita se metía más y más hacia otra maraña de espinas, ya era prácticamente una mancha de sangre cuando Jesús se agachó, la tomó entre Sus brazos y comenzó a salir del campo. Ya ni se fijaba en las espinas que parecían atacarlo, lacerando su piel. El único objeto de Su atención era el animalito que llevaba en Sus brazos.

Salió de aquel campo caminando hacia un lugar donde yo podía verlo de frente. Él estaba llorando, juntamente con la ovejita. Ella temblaba entre Sus brazos, que estaban tiñéndose de sangre, y lo miraba como buscando Su consuelo. Jesús la apretaba contra Su pecho.

De pronto Él miró hacia el Cielo, su gesto se endureció un poco por instantes, el tiempo suficiente para que desaparecieran velozmente todas las nubes oscuras y comenzara a salir el sol. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, que corrían por sus mejillas.

Jesús comenzó a besar a la ovejita y allá, donde caía cada una de sus lágrimas, o donde Él besaba, de golpe se cerraban las heridas del pequeño animal y aparecía la blanca lana.

Eran tan grandes la ternura y el Amor de Jesús que parecía que aquel animalito fuese todo lo que Él poseía. Llegó un momento en que besaba la cabecita de la oveja, ella lamía Su mano mientras las lágrimas de ambos se entremezclaban, y al tiempo que lloraban juntos, Jesús sonreía y la ovejita emitía un débil balido.

Un momento después vi a Jesús caminando con pasos lentos, como esperando a su pequeña compañera. Su porte era altivo. Pese a la sencillez de Su vestir, era majestuoso como un Rey y la ovejita feliz, con la cabeza muy levantada, sanita, corría detrás de Él, balando ya más vigorosamente, lamiéndole la punta de los dedos de la mano, de cuando en cuando. Por momentos Él le acariciaba la cabecita,
correspondiendo a su ternura.

Como en imágenes sucesivas, vi después a Jesús sentado sobre una roca, Él hablaba, y la ovejita sentada sobre sus dos patas traseras, como se sientan los perros, lo escuchaba atenta. De cuando en cuando, Él tomaba la cabeza de ella entre Sus manos y la besaba riendo. Luego era ella la que lamía los pies de Jesús y las heridas del Señor se sanaban. Todas las heridas se vieron así cerradas, y hasta la túnica de Jesús parecía nueva.

Ya no quedaban rastros de tanta sangre y tanto dolor. Era una escena muy bella, ya no había nubes, el sol brillaba con unas luces doradas sobre la cabeza del Pastor, corría una brisa fresca que hacía mover Su cabello y Él sonreía.

Se oyó otro balido lastimero y vi a Jesús caminando presuroso nuevamente hacia el campo de espinas. Su semblante reflejaba entre tristeza y preocupación; nuevamente se encaminaba en búsqueda de otra ovejita, pero esta vez la que ya estaba sana se adelantó al Señor y corrió a buscar a la que ahora gemía.

Como si fuera una experta, entró por los senderos más escarpados. Se lastimaba, sí, pero era como si no le importara o no le doliera mucho, porque corría, buscaba a su compañera y la guiaba hacia donde estaba el Señor, a los brazos fuertes y seguros de Jesús…

En ese momento la voz del Sacerdote me volvió a la celebración cuando dijo: "Oremos…" Miré en torno mío a toda aquella gente, con mucha pena de que tan hermosa visión hubiera terminado. Tenía el rostro cubierto de lágrimas y todavía se me escapaba algún sollozo. Entonces me habló Jesús, que dulcemente me dijo así: "Ahí tienes el tema, relata así tu conversión, porque esa primera ovejita eres tú".

Mientras hablaba la gente que me antecedía, ya no sentía yo temor de hablar, apenas escuchaba lo que cada uno decía y los aplausos, como si estuviese oyendo de lejos. Cerraba los ojos y podía ver el bello Rostro de Jesús, unos momentos llorando y otros sonriendo, y eso llenaba por completo mi corazón.

Sé que aquella fue una de mis mejores pláticas, porque puse todo mi corazón en describir a la gente lo que el Señor me había permitido vivir un momento antes. Cuando prendieron las luces y pude ver al público, mucha gente lloraba, tal vez sintiéndose identificada con la pequeña oveja que había sido rescatada del campo espinoso del mundo y sanada con las lágrimas, la sangre y el Infinito Amor de Jesús.

Han transcurrido varios años, tal vez ocho o nueve, desde aquel día, y al escribir esta experiencia, el Señor me Ha permitido volver a vivirla con una claridad y nitidez increíbles.

Desde aquel tiempo tengo en casa una imagen del Buen Pastor frente a mi cama, para que nunca se me olvide el lugar del que fui rescatada, para tener siempre presente la misión que Dios me ha asignado en Su rebaño, y así poder vencer el temor o la comodidad que pudiesen impedirme el salir en busca de otras almas necesitadas de Jesús... Para poder mirar el futuro con esperanza y confianza total en Su Divino Querer: todo en un himno de gratitud que cada día y cada noche coloco, con el corazón enamorado, a los pies de mi Buen Pastor.

¿Por qué toda esa historia a modo de introducción? Tal vez
porque aquellos que no han leído ninguno de los otros
testimonios, o no saben de qué barro está hecha la mujer
que hoy les comparte las maravillas que el Todopoderoso
hace en cada uno de nosotros, podrían pensar que se trata
de alguna persona muy piadosa, que se pasó la vida frente
al Tabernáculo, adorando a Jesús Sacramentado.

Nada estaría más alejado de la verdad, soy una mujer
conversa, tocada por la Misericordia de Dios siendo ya
madura. Consciente de mi miseria y de mis muchos pecados, que trato de recubrir ante los ojos de Jesús únicamente con mi amor.

Un día el Señor dijo que habían demasiados maestros en el
mundo, y muy pocos testigos. Fue esta aseveración la que
motivó a que en nuestro Apostolado se asumiera como carisma principal la Nueva Evangelización, buscando que sus miembros adopten el deber de formarse EN el Señor, por medio de la vida en Gracia y la recepción frecuente de los Sacramentos, para ser testigos ante el mundo, con el propio testimonio de vida, del Infinito Amor y la Misericordia de Dios, y de Su poder transformador.

Todo paso bueno que haya podido dar en estos años, lo he
dado impulsada por el Señor y Su Santísima Madre, quien no Ha dejado de proteger esta Obra con Su maternal ternura.

Son ellos los autores responsables de todos estos libros, que han utilizado caritativamente a esta "caña-hueca" para
derramar Sus infinitas Gracias, sobre la mujer y el hombre
de hoy.

 

   


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