VI 1c. Oracion
¡Oh Madre de mi Dios!, decid hoy una palabra en favor mío, que soy tan miserable. Vuestro hijo Santísimo no espera más sino que habléis, para contentaros. No olvidéis que también a beneficio nuestro recibisteis tanto poder y dignidad.
El mismo Dios quiso constituirse deudor vuestro, tomando carne en vuestro seno purísimo, con el fin de que a vuestra voluntad dispensaseis a los infelices los tesoros de su misericordia.
Siervos vuestros somos, dedicados estamos a vuestro servicio y tenemos la gloria de vivir bajo vuestro amparo. Si aun los que ni os veneran ni os conocen, si hasta quien os desprecia y blasfema experimenta vuestra piedad, ¿no hemos de esperar nosotros, que os adoramos, amamos y confiamos en Vos?
Es cierto que somos pecadores; pero Dios os ha dotado de un poder y clemencia mayor que todos nuestros deméritos. Podéis y queréis salvarnos y nosotros lo esperamos con tanta mayor seguridad cuanto menos lo merecemos, porque así tendremos mayor motivo de bendeciros en la gloria, salvos por vuestra intercesión.
Madre de misericordia, ved nuestras almas, antes tan hermosas, como que fueron lavadas con la preciosa Sangre de nuestro divino Redentor, y después feas y abominables por el pecado.
A vos las presentamos para que las purifiquéis de toda mancha. Alcanzadnos una verdadera enmienda, el amor de Dios y la posesión de la eterna bienaventuranza.
Cosas grandes os pedimos; pero Vos ¿no lo podéis todo? ¿No es todo muy poco comparado con el amor que Dios os tiene? Basta que abráis los labios; a ellos nadie se niega. Rogad, rogad por nosotros y seréis oída y nosotros salvos.