VI 2c. Oracion
¡Oh Madre Santísima!, bien conozco que habiendo sido por laníos años ingrato a Dios y a Vos, merezco justamente que me abandonéis, porque el ingrato no es acreedor a ningún beneficio. Pero yo, Señora, tengo formada muy alta idea de vuestra bondad.
Proseguid, ¡oh refugio segurísimo de pecadores!, proseguid en favorecer a un desdichado que en Vos confia. Extended la mano y levantad a un pobre caído que pide favor.
Defendedme, y si no, decidme a quién he de ir, que me pueda valer mejor que Vos. Pero, ¿dónde encontraré para con el Altísimo abogado de más poder y bondad que su misma Madre? Madre sois del Salvador del mundo, y nacisteis para salvar los pecadores.
¡Oh María, salvad a un infeliz que humilde a Vos recurre! No merezco vuestro amor; pero el deseo que arde en vuestro pecho dulcísimo de salvarnos a todos me dice que me amáis, y si Vos me amáis, no me perderé.
¡Oh amada Madre mía, si por Vos me salvo, como lo espero, ya no seré desgraciado, sino felicísimo, y con alabanzas perpetuas desquitaré mis ingratitudes pasadas, bendeciré vuestro amor y besaré vuestras manos sacrosantas, para mí tan benéficas, en aquella patria celestial donde reináis y reinaréis eternamente!
¡Oh libertadora, oh esperanza, oh Reina, oh abogada, oh Madre mía, os amo y siempre os amaré! Amén, amén. Asi lo espero, así sea.