I 2c. Oracion
¡Oh Madre santísima! ¿Cómo es posible que teniendo una Madre tan santa sea yo tan pecador?, ¿una Madre abrasada en el amor divino, y ame yo tan locamente a las criaturas?, ¿una Madre riquísima en virtudes, y me vea yo tan pobre y desnudo de todas ellas?
Verdaderamente, Señora, no soy digno de llamarme hijo vuestro, y así me tendré por feliz en que siquiera me contéis como el menor de vuestros esclavos, que por sólo ese título renunciaría gustoso todos los reinos de la tierra.
No me privéis de la dicha de poder, a lo menos, deciros Madre. Este nombre dulcísimo me llena de tanta confianza, que, aunque, por otra parte, me aterran mis pecados y el rigor de la divina justicia, me conforta y alienta el pensar que sois Madre mía.
Permitidme, pues, que os llame Madre, y Madre amabilísima. Así quiero llamaros, y así os llamaré siempre. Después de Dios habéis de ser toda mi esperanza, refugio y amor, mientras viva en este valle de lágrimas, y cuando llegue la hora de mi muerte, pondré mi alma en vuestras manos benditísimas, diciendo con toda seguridad: Madre mía.
Madre mía, vuestro soy; amparadme y tened misericordia de mí. Amén.