HACER LAS PACES
          Tenía  apenas 14 años cuando conocí a Gabriel. Él no era mucho mayor  y, al igual que yo, pasaba por la difícil etapa de la adolescencia.  Nos hicimos amigos, y juntos nos  divertíamos mucho. 
            
            No recuerdo qué pasó entre nosotros. Hubo palabras duras y lágrimas. La imagen de él, con el pelo empapado bajo la lluvia, y las lágrimas que le resbalaban por las mejillas,  se quedó para siempre grabada en mi  memoria. Quise reparar el daño, pero  me faltó valor, y no supe hacerlo.  La situación me parecía demasiado compleja. 
            Gabriel y yo nos distanciamos. 
            
            Transcurrieron  los años, y no supe mucho de él. Luego, en abril de  1998, los amigos mutuos me hicieron saber que estaba en estado de coma. Había caído unos  treinta metros, mientras escalaba una  montaña. El corazón me dio un vuelco.  En ese instante comprendí que jamás  lo volvería a ver. Los médicos se esforzaron por ayudarlo, pero Gabriel murió  al cabo de unas semanas. 
            
            Después de  aquello, durante un tiempo no podía conciliar el sueño de noche, deseando que hubiese podido resolver nuestras diferencias, y que hubiésemos seguido siendo  amigos. 
          Tenía la certeza de que había  perdido toda oportunidad de hacerlo. Me preguntaba  si él me habría perdonado el daño que le  había causado, si podía observarme desde  el Cielo, y si comprendía el dolor  que azotaba mi alma. 
            Luego, una  noche me vino la respuesta a mi interrogante. No era nada  largo ni complicado, pero era todo lo que me hacía falta,  para librarme del tremendo remordimiento.  Oí claramente una voz en mi cabeza. Era Gabriel, que me decía: 
            
            - ¡Siempre  te consideré mi amiga! 
            Se me  llenaron los ojos de lágrimas. Comprendí que todo estaba perdonado, y  a mi corazón llegó la paz. 
            
            Entonces,  me propuse que jamás dejaría transcurrir un día sin  hacer las paces con aquellos a quienes ofendiera, por si no  se me vuelve a presentar la ocasión de  hacerlo. 
            
            Hoy podría ser mi única  oportunidad de demostrar a alguien que es  importante para mí, de decirle:  "Te quiero",  y hacer  las paces.