FIESTA SIN  LIMITES 
            
            En cierta población, vivió un joven que se  distinguió por ser el más alegre y vivaracho de su pueblo. En todos los festejos nocturnos, era el primero en armar buen ambiente, y nadie se iba mientras él fuera el promotor. Al que conocemos como "el alma de la fiesta", eso era este chico, pero elevado a la décima potencia. Unido a este volcán de vitalidad,  poseía un corazón de oro, que era la verdadera fuente de su alegría. 
            
            Le  encantaba estar fuera de casa, con sus amigos, hasta altas horas de la noche.  Se esperaba a que todos los del pueblo comenzaran a roncar, y entonces recorría  las calles, cantando a todo pulmón. Entre  sus aficiones estaba, como es natural, la de dejar correr por su garganta el contenido rojo de un par de botellas de vino generoso. Siempre con los amigos, y prueba de ello es que su  pandilla era conocida como la "Compañía  de la alegría". 
            
            Era de humor vivo, de inteligencia ágil y de espíritu abierto y fogoso.  El típico que encuentra  el comentario oportuno para la ocasión. Con las mujeres se comportó siempre como un caballero, y las trataba como si  se tratara de su propia madre. 
            
            Su padre tenía mucho dinero, y era un rico comerciante de telas finas y extranjeras, de los  hombres más afamados y respetables en la región. Sin embargo, este joven no fue de aquellos a los que los billetes les calientan  la cabeza, y por eso no fue contado entre  los "fresas" de su tiempo.  No quiso hacer lo que la mayoría:  buscar lo más refinado, acudir a lugares "exclusivos", aumentar más y más el valor de su ropa, y ampliar sus closets con marcas caras y "de prestigio". No. Él encontró una manera más divertida, más original, e incluso podríamos  decir "agresiva" para las  costumbres de su pueblo. No es que fuera loco, o que careciera de sentido  común, pero no podía ver una  necesidad en su prójimo, sin que  sintiese vivamente el reclamo de su conciencia para solucionarlo. 
            
            Así, si veía a un pobre hombre mal vestido, él sacaba vestidos del almacén  de su padre para  vestirlo. Muchas veces, incluso  llegó él mismo a quitarse alguna  prenda, y se la ofreció a los  necesitados. 
            
            Cuando  se sentaban a la mesa, siempre ponía panes de sobra en el canasto, para tenerlos a la mano y  regalarlos a los necesitados que  tocaban a la puerta...
          
          Nos  puede parecer insólito e increíble  este caso. ¿Por qué un joven iba a actuar de  ese modo, con dos comportamientos tan  distintos? No se trata de actitudes  opuestas. Ambas nacen de un corazón auténticamente humano, que no sabe otra cosa más que amar sin distinciones. Cuando se llega a entender que sólo se tiene una  vida, y la mejor manera de invertirla es donándose y amar... entonces se  comprende por qué cada día es una fiesta, para aprovecharla hasta la última gota con los demás.  Entonces, nuestra vida será una fiesta sin  límites, sin límites en la felicidad  y en el amor. 
            
            Me olvidaba de un dato fundamental. Este muchacho tan festivo y divertido, como noble y  magnánimo, se llamó  Francisco, de un pueblito, gracias a él, muy conocido: Asís. 
            Autor:  Vicente D. Yañes