Friday April 26,2024
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MIS ENCUENTROS
CON MARIA




Autora: Maria Susana Ratero

Parte 2

Partes: [ 1 ] [ 2 ]


»58.-María y la Morada de Jesús

»57.-Con María y la Viña en mi Alma

»56.-María y los sembradores
del Alma


»55.-De paseo con María Santísima

»54.-Con María, multiplicando migas

»53.-Con María, en mi última Misa...

»52.-María Santísima,
y las lámparas del alma...


»51.-Con María, y una barca
que se aleja


»50.-Con María, sin poder
asistir a misa


»49.-Con María, bajando
la montaña


»48.-Con María y José"

»47.-Con María y un Sagrario Vacio

»46.-Con María, comprendiendo
a San Pablo


»45.-Con María, agujereando
el techo…


»44.-Con María, comenzando
la Misa…


»43.-Una carta a los abuelos
de Jesús


»42.-Con María, en la puerta
de la Misericordia


»41.-Secreto de María
secreto de mujer


»40.-María... ahora y en la
hora de nuestra muerte


»39.-María y un Seminarista
en Nazaret


»38.-María y un Río de Rosas

»37.-María Santísima y una
cunita de harina blanca


»36.-María Santísima y una
colecta diferente


»35.-María Santísima y los
sirineos del alma


»34.-María y la campana
de mi parroquia


»33.-Invitación al cumpleaños
de María Santísima


»32.-Hacia la Profecía

»31.-El primer dolor de
María y José




 

Con María y José, en la Elevación


   El sacerdote, durante la Misa, alza sus manos sosteniendo en alto a Jesús Eucaristía.

   Es la Elevación.

   Y mi corazón te contempla a su derecha, María Santísima, sosteniendo amorosamente su brazo, en tanto que San José se halla a su izquierda.

   Ambos, con infinita delicadeza y suave firmeza, ayudan al sacerdote al sostener al Niño…

- ¿Al Niño, Madre?
- Si hija mía- respondes a mi alma sin soltar tu preciosa carga- el Niño…

   José no aparta la mirada de las manos del sacerdote. Ambos son perfectos custodios del Hijo amado.
- Dime, Madre, pues no comprendo ¿Por qué Tu y José ayudan al sacerdote a sostener la Hostia?

   Tu manto con piedritas bordadas se ilumina de repente:
- ¿Sabes hija? En cada Elevación vuelven a mi alma aquellos recuerdos de Belén, cuando José y yo tomábamos al pequeño Jesús en brazos. Le alzábamos alto y le contemplábamos… con infinito amor, con serena admiración.

Por eso es que, José y yo, nos acercamos al sacerdote en cada Elevación, para volver a abrazar a Jesús.

   Las manos consagradas del sacerdote  sostienen delicadamente al Niño.

   Si, un Divino Niño que parece pan, pero los ojos de mi alma ven más allá de su apariencia. Esas manos consagradas sostienen a Jesús con la misma delicadeza que José y María lo hacían en los días de Belén.

   Las manos santas y las consagradas se han unido, se han mezclado, prodigando al pequeño, las mas suaves caricias.
   Y mi alma te entrega la pregunta.

 - ¿Belén? ¿Belén en la Elevación, Señora mía?
 - Si hija, Belén, José y yo alzando al Niño
Y la Parroquia se transporta toda a la cueva de Belén

   Tu, Madre junto a tu esposo, toman delicadamente a Jesús bebe y lo van elevando para que lo vean los pastores. Luego dejan al Niño en manos del sacerdote, quien pronuncia la magnifica invitación:

  “Dichosos los invitados a la Cena del Señor”
   Y sé que no soy digna, Señor, de que entres en mi casa, pero una sola palabra Tuya bastara para sanarme.

   Es tiempo de comunión. Es tiempo de abrazo.
   Sales majestuosamente del humilde copón y vas nombrándonos, a todos, uno a uno.

  Y eres Niño, y eres Hombre… y eres mi Dios…
   Te entregas en un abrazo perfecto, único, irrepetible.
   Así, entre parroquianos y pastores, te llegas a mi alma.

   Vuelvo lentamente al banco de la parroquia y te suplico, Señora mía:

- Sostenlo, Madre, sostenlo en mi corazón con esa delicadeza que solo Tus manos tienen. Sostenlo y dile que le amo. Tus palabras llegan a Su Corazón más puras que las mías…

   Maestra del alma, gracias…. Gracias por hacerme conocer este pequeño gran secreto de amor. Gracias por ayudar a cada sacerdote a sostener al Niño.

   Ahora viviré plenamente cada Elevación, porque tu generoso Corazón descorrió, para mí, un poquito, el velo que cubre el más profundo de los misterios: La Eucaristía.
   Niño de brazos tiernos y perfume de pan. Pan que llega a mi alma con el acompasado latido del Sagrado Corazón de Jesús.

   Amiga mía, amigo mío que lees este pequeño relato de amor. Espero que tu alma se inunde de gozo al contemplar, en cada Misa, este sencillo pero profundo gesto. La Elevación. Aunque tus ojos vean solo las manos del sacerdote, tu corazón sabrá, que otras Manos sostienen tan preciosa carga, desde la eternidad.

 

   

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