Tuesday April 23,2024
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EL GRAN MEDIO
DE LA ORACION


El gran medio de la Oracion para Adorar a Dios

Autor: San Alfonso Maria
de Ligorio

Fuente: iteadjmj.com


Capitulo III
I. Se dice por quién hemos de pedir


PEDIR POR UNO MISMO. La primera condición de la oración, dice el Doctor Angélico, es que pidamos por nosotros mismos. Sostiene, en efecto, el santo Doctor, que nadie puede alcanzar para otro hombre la vida eterna, ni por tanto las gracias que conducen a ella a título de justicia, ex condigno, como dice la teología. Y advierte además esta razón: que la promesa que hizo el Señor a los que rezan es solamente a condición de que recen por ellos mismos y no por los demás. Dabit vobis. A vosotros se os dará.

Hay sin embargo muchos doctores que sostienen lo contrario, tales como Cornelio Alápide, Silvestre, Toledo, Habert y otros, y se apoyan en la autoridad de San Basilio, el cual afirma categóricamente que la eficacia de la oración es infalible, aun cuando recemos por otros, con tal que ellos no pongan algún impedimento positivo. Se apoya en las sagradas Escrituras que dicen:

Orad los unos por los otros para que seáis salvos: que es muy poderosa ante Dios la oración del justo. Y todavía es más claro lo que leemos en San Juan: El que sabe que su hermano ha cometido un pecado, ruegue por él y Dios dará la vida al que peca, no de muerte.

Comentando esta palabras San Agustín, San Beda y San Ambrosio dicen que aquí se trata del pecador que se empeña en vivir en impenitencia o sea en la muerte del pecado; pues Para los obstinados en la maldad se necesita una gracia del todo extraordinaria.

A los pecadores que no son culpables de tan grande maldad podemos salvarlos con nuestras acciones. Así lo aseguran, apoyados en esta solemne afirmación del apóstol San Juan: Reza y Dios dará la vida al pecador.

Lo que en todo caso está fuera de duda es que las oraciones que hacemos por los pecadores, a ellos les son muy útiles y agradan mucho al Señor: y no pocas veces se lamenta el mismo Salvador de que sus siervos no le recomiendan bastante los pecadores.

Así lo leemos en la vida de santa María Magdalena de Pazzis, a la cual dijo un día Jesucristo: Mira, hija, cómo los cristianos viven entre las garras de los demonios. Si mis escogidos no los libran con sus oraciones, serán totalmente devorados.

Muy especialmente pide esto Ntro. Señor Jesucristo a los sacerdotes y religiosos. Por esto la misma santa hablaba así a sus monjas: Hermanas, Dios nos ha sacado del mundo no sólo para que trabajemos por nosotros, sino también para que aplaquemos la cólera de Dios en favor de los pecadores.

Otro día dijo el Señor a la misma santa carmelita: A vosotras, esposas predilectas, os he confiado la ciudad de refugio, que es mi sagrada Pasión: encerraos en ella y ocupaos en socorrer a aquellos hijos que perecen... y ofreced vuestra vida por ellos. Por esto la santa, inflamada de caridad, cincuenta veces al día ofrecía a Dios la sangre del Redentor por los pecadores y tanto se consumía en las llamas de su devoción, que exclamaba:

¡Qué pena tan grande, Señor, ver que podría muriendo hacer bien a vuestras criaturas y no poder morir! En todos sus ejercicios de piedad encomendaba al Señor la conversión de los pecadores, y leemos en su biografía, que ni una sola hora del día pasaba sin rezar por ellos.

Levantábase muchas veces a media noche y corría a rezar ante el sagrario por los pecadores. Un día la hallaron llorando amargamente. Le preguntaron la causa de su llanto y contestó: Lloro, porque me parece que nada hago por la salvación de los pecadores. Llegó hasta ofrecerse a sufrir las penas del infierno, con la sola condición de no odiar allí al Señor.

Probóla el Señor con grandes dolores y penosas enfermedades. Todo lo padecía por la conversión de los pecadores. Rezaba de modo especial por los sacerdotes, porque sabía que su vida santa era salvación de muchos, y su vida descuidada, ruina y condenación de no pocos. Por eso pedía al Señor que castigase en ella los pecados de los desgraciados pecadores. Señor, decía, muera yo muchas veces y otras tantas torne a la vida hasta que pueda satisfacer por ellos a vuestra divina justicia. Por este camino salvó muchas almas de las garras del demonio, como leemos en su biografía.

Aunque he querido hablar más extensamente del celo de esta gran santa, puede muy bien decirse lo mismo de todas las almas verdaderamente enamoradas de Dios, pues todas ellas no cesan de rogar por los pobres pecadores. Así ha de ser, porque el que ama a Dios, comprende el amor que el Señor tiene a las almas y lo que Jesucristo ha hecho y padecido por ellas, y a la vez se da cuenta de las grandes ansias que tiene ese Divino Salvador de que todos recemos por los pecadores; y entonces ¿cómo es posible que vea con indiferencia la ruina de esas almas desgraciadas que viven sin Dios y esclavas del infierno? ¿Cómo no se sentiría movida a pedir al Señor que dé a esas desventuradas luz y fuerza para salir del estado lastimoso en que viven y duermen perdidas?

Es verdad que el Señor no ha prometido escucharnos cuando aquellos por quienes pedimos ponen positivos impedimentos a su conversión, mas no lo es menos que Dios, por su bondad y por las oraciones de sus siervos da muchas veces gracias extraordinarias a los pecadores más obstinados, y así logra arrancarlos del pecado y ponerlos en camino de salvación.

Por tanto, cuando digamos u oigamos la santa misa, en la comunión, en la meditación, y cuando visitemos a Jesús Sacramentado, no dejemos de pedir por los pobres pecadores. Afirma un sabio escritor que quien más pide por los otros más pronto verá oídas las plegarias que haga por sí mismo.

Dejemos a un lado esta breve digresión y sigamos explicando las condiciones que exige Santo Tomás para que sean eficaces nuestras oraciones.

   


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