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EL GRAN MEDIO
DE LA ORACION


El gran medio de la Oracion para Adorar a Dios

Autor: San Alfonso Maria
de Ligorio

Fuente: iteadjmj.com


Capitulo III
VIII. Se dice por qué el Señor no nos da hasta
el fin la gracia de la perseverancia


Y ahora dirá alguno... Pues si el Señor puede y quiere darnos la santa perseverancia, ¿por qué no nos la da de una vez, cuando se la pedimos?

A esta pregunta responden los santos Padres alegando muchas y sapientísimas razones.
Y es la primera, que Dios quiere por este camino probar la confianza que tenemos en Él.

La segunda nos la da San Agustín cuando escribe que es porque quiere el Señor que suspiremos por ella con grandes deseos. Y añade, no quiere darte el Señor la perseverancia, apenas se la pides, para que aprendas que las cosas muy excelentes hay que desearlas con muy grandes ansias: pues vemos acá que lo que por mucho tiempo codiciamos, lo saboreamos más deliciosamente cuando lo poseemos, y las cosas que pedimos y al punto recibimos fácilmente las estimamos poco y hasta tenemos por viles.
Otra razón podemos dar y es que Dios quiere de este modo que nos acordemos más de Él.

Si, en efecto, estuviéramos ya seguros de la perseverancia y de nuestra salvación eterna y no sintiéramos a cada paso necesidad de la ayuda de Dios, fácilmente nos olvidaríamos de Él. Los pobres, porque padecen pobreza, por eso acuden a casa de los potentados, que tienen riquezas. Por esto mismo dice el Crisóstomo que no quiere el Señor darnos la gracia completa de la salvación hasta la hora de nuestra muerte, para vernos muy a menudo a sus pies y tener El la satisfacción de llenarnos a todas horas de beneficios.

Y aún podemos dar otra cuarta y última razón, y es que con la oración diaria y continua nos unimos con Dios con lazos más estrechos de caridad. Lo afirma el mismo San Juan Crisóstomo con estas palabras:

No es la oración pequeño vínculo de amor divino, sino que así el alma se acostumbra a tener sabrosos coloquios con Dios, y este acudir a El y este confiar que nuestras oraciones nos van a obtener las gracias que deseamos, es llama y cadena de santo amor, que nos abrasa y nos une más íntimamente con Dios.

¿Qué hasta cuándo hemos de orar? Responde el mismo Santo: Hemos de orar siempre, hasta que oigamos la sentencia de nuestra salvación eterna, es decir, hasta la muerte. Este es el consejo que el Santo nos da: No cejes hasta que no recibas tu galardón. Y añade: El que dijere que no suspenderá su oración hasta que sea salvo, ése se salvará, Ya escribía antes el Apóstol que muchos son los que toman parte en los campeonatos pero que uno solamente gana el premio.

¿No sabéis, exclamaba, que los que corren en el estadio, si bien todos corren, uno solo se lleva el premio? Corred, pues, de tal modo que lo ganéis.

Por aquí podemos ver que no basta orar: hay que orar siempre hasta que recibamos la corona que Dios ha prometido a aquellos que no cesan en la oración.

Si, por tanto, queremos ser salvos, si ganamos el ejemplo del profeta David, el cual tenía siempre los ojos vueltos al Señor para pedirle su ayuda y no caer en poder de los enemigos del alma. Mis ojos, cantaba, miran siempre al Señor: porque El es quien arrancará mis pies del lazo que me han tendido mis enemigos.

Escribe el apóstol San Pedro que nuestro adversario, el demonio, anda dando vueltas, como león rugiente, a nuestro alrededor, en busca de presa para devorar. De aquí hemos de concluir que, así como el demonio a todas horas nos anda poniendo trabas para devorarnos, así nosotros hemos de estar continuamente con las armas de la oración dispuestas para defendernos de tan fiero enemigo. Entonces podremos decir con el rey David: Perseguiré a mis enemigos.. y no volveré atrás hasta que queden totalmente deshechos.

Mas ¿cómo reportaremos esta victoria tan decisiva y tan difícil para nosotros? Nos responde San Agustín: Con oraciones, pero con oraciones continuas. ¿Hasta cuándo? Ahí está San Buenaventura que nos dice. La lucha no cesa nunca ... nunca tampoco debemos dejar de pedir misericordia.

Los combates son de todos los días, de todos los días debe ser la oración para pedir al Señor la gracia de no ser vencidos. Oigamos aquella temerosa "amenaza" del Sabio:

¡Ay de aquel que perdiere el ánimo y la resistencia! Y san Pablo nos avisa que seamos constantes en orar confiadamente hasta la muerte con estas palabras: Nos salvaremos. a condición de que hasta el fin mantengamos firme la animosa confianza en Dios y la esperanza de la gloria.

Animados, pues, por la misericordia de Dios y sostenidos por sus promesas repitamos con el Apóstol:
¿Quién, pues, nos separará de la caridad de Cristo?
¿La tribulación? ¿La angustia? ¿El peligro? ¿La persecución? ¿La espada? Quiso decirnos: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? ¿Acaso la tribulación? ¿Por ventura el peligro de perder los bienes de este mundo? ¿Las persecuciones de los demonios y de los hombres?

¿Quizás los tormentos de los tiranos? En todas esas cosas salimos vencedores por amor de Aquel que nos amó. Así decía Él.

Ni tribulación alguna, ni peligro alguno, ni persecución, ni tormento de ninguna clase nos podrán separar de la caridad de Cristo, que todo lo hemos de vencer luchando por amor de aquel Señor que dio la vida por nosotros.

En la vida del P. Hipólito Durazzo leemos que el día que renunció a la dignidad de prelado romano para darse todo a Dios y abrazar la vida religiosa en la Compañía de Jesús temblaba pensando en su propia debilidad, y así se dirigió al Señor:

No me dejéis, Señor, hoy sobre todo que enteramente me consagro a Vos ... ¡por piedad! no me desamparéis.

Oyó allá en su corazón la voz de Dios que respondía: Yo soy el que debo decirte a ti que nunca me desampares. El siervo de Dios, confortado con estas palabras, le contestó: Pues entonces, Dios mío, que Vos no me dejéis a mí, que yo no os dejaré a Vos.

Digamos, pues, para concluir, que, si queremos que Dios no nos abandone, hemos de pedirle a todas horas la gracia que no nos desampare: que si así lo hacemos, ciertamente que nos socorrerá siempre y no permitirá que nos separemos de El y perdamos su santo amor.

Para lograr esto no hemos de pedir solamente la gracia de la perseverancia y las gracias necesarias para obtenerlas, sino que hemos de pedir de antemano también la gracia de perseverar en la oración. Este es precisamente aquel privilegiado don que Dios prometió a sus escogidos por labios del profeta Zacarías:

Derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén el espíritu de gracia y de oración. ¡Oh!, ésta sí que es gracia grande, el espíritu de oración, es decir, la gracia de orar siempre... esto sí que es puro don de Dios.

No dejemos nunca de pedir al Señor esta gracia y este espíritu de continua oración, porque, si siempre rezamos, seguramente que alcanzaremos de Dios el don de la perseverancia y todos los demás dones que deseemos, porque infaliblemente se ha de cumplir la promesa que El hizo de oír y salvar a todos los que oran. Con esta esperanza de orar siempre ya podemos creernos salvos. Así lo aseguraba San Beda, cuando escribía:

Esta esperanza nos abrirá ciertamente las puertas de la santa ciudad del Paraíso.

   


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