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EL GRAN MEDIO
DE LA ORACION


El gran medio de la Oracion para Adorar a Dios

Autor: San Alfonso Maria
de Ligorio

Fuente: iteadjmj.com


Capítulo II
A. Eficacia de la oración


Tan gratas a Dios son nuestras plegarias que ha querido que sus santos ángeles se las presenten, apenas se las dirigimos. Lo dice San Hilario: Los ángeles presiden las oraciones de los fieles y diariamente las ofrecen al Señor.

Y ¿qué son las oraciones de los santos, sino aquel humo de oloroso incienso que subía ante el divino acatamiento y que los ángeles ofrecían a Dios, como vio San Juan? Y el mismo Santo Apóstol escribe que las oraciones de los santos son incensarios de oro llenos de perfumes deliciosos y gratísimos a Dios.

Para mejor entender la excelencia de nuestras oraciones ante el divino acatamiento bastará leer en las Sagradas Escrituras las promesas que ha hecho el Señor al alma que reza, y eso lo mismo en el antiguo que en el nuevo Testamento.

Recordemos algunos textos nada más: Invócame en el día de la tribulación ... Llámame y yo te libraré ... Llámame y yo te oiré ... Pedid y se os dará ... Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.

Cosas buenas dará mi Padre que está en los cielos a aquel que se las pida ... Todo aquel que pide, recibe ... Lo que queráis, pedidlo, y se os dará. Todo cuanto pidieren, lo hará mi Padre por ellos. Todo cuanto pidáis en la oración, creed que lo recibiréis y se hará sin falta. Si algo pidiéreis en mi nombre, os lo concederá.

Y como éstos muchos textos más que no traemos aquí para no extendemos más de lo debido.

Quiere Dios salvarnos, mas, para gloria nuestra, quiere que nos salvemos, como vencedores. Por tanto, mientras vivamos en la presente vida, tendremos que estar en continua guerra. Para salvarnos habremos de luchar y vencer. Sin victoria nadie podrá ser coronado.

Así afirma San Juan Crisóstomo:
Cierto es que somos muy débiles y los enemigos muchos y muy poderosos; ¿cómo, pues, podremos hacerles frente y derrotarlos?

Responde el Apóstol animándonos a la lucha con estas palabras: Todo lo puedo con Aquel que es mi fortaleza.

Todo lo podemos con la oración; con ella nos dará el Señor las fuerzas que necesitamos, porque, como escribe Teodorato, la oración es una, pero omnipotente.

San Buenaventura asegura que con la oración podemos adquirir todos los bienes y libramos de todos los males.

San Lorenzo Justiniano afirma que con la oración podemos levantamos una torre fortísima donde hemos de estar seguros de las asechanzas y ataques de todos nuestros enemigos.

San Bernardo escribe estas hermosas palabras:

Fuerte es el poder del infierno, pero la oración es más fuerte que todos los demonios. Y ello es así, porque con la oración alcanza el alma la ayuda divina que es más poderosa que toda fuerza creada.

Por esto el santo rey David, cuando le asaltaban los temores, se animaba con estas palabras: "Con cánticos de alabanza invocaré al Señor y seré libre de todos mis enemigos".

San Juan Crisóstomo lo resume en esta sentencia:
La oración es arma poderosa, tutela, puerto y tesoro. Es arma poderosa porque con ella vencemos todos los asaltos del enemigo; defensa, porque nos ampara en todos los peligros; puerto, porque nos salva en todas las tempestades; y tesoro, porque con ella tenemos y poseemos todos los bienes.

Conociendo el Señor, como conoce, que tan grande bien sea para nosotros la necesidad de la oración, como se dijo en el anterior capítulo, permite que seamos asaltados de muchos y terribles enemigos para que acudamos a El y le pidamos la ayuda que El mismo nos prometió y bondadosamente nos ofrece.

Si halla mucha complacencia en ver cómo recurrimos a El, no es menor su pena y pesadumbre cuando nos halla perezosos en la oración.

Lo mismo que un rey tendría por traidor al capitán que se hallara sitiado en una plaza y no pidiera fuerzas de socorro, de la misma manera, dice San Buenaventura tiene el Señor por traidor a aquel que al verse sitiado de tentaciones no acude a El en demanda de socorro, pues deseando está y esperando que se le pida para volar en su auxilio.

Lo asegura el profeta Isaías:
Díjole al rey Acaz de parte de Dios que pidiera el milagro que quisiera al Señor su Dios. Contestó el impío rey: Nada pediré ... no quiero tentar al Señor. Esto dijo, porque confiaba en sus ejércitos y para nada quería el apoyo del auxilio divino.

Duramente se lo echó en cara el profeta con estas palabras. Oye, oh rey de la casa de David, ¿acaso te parece poco el hacer agravio a los hombres, que osáis hacerlo también a mi Dios? Con lo cual quiso significar que ofende e injuria al Señor aquel que deja de pedirle las gracias que El bondadosamente le ofrece.

Venid a mí todos los que andáis agobiados con cargas y trabajos, que yo os aliviaré. Pobres hijos míos, dice el Señor, los que andáis combatidos de tantos enemigos y cargados con el peso de tantos pecados, recurrid a MI con la oración y yo os daré fuerzas para resistir y pondré remedio a todos vuestros males.

En otro lugar dice por labios del profeta Isaías: Venid y argüidme ... aunque vuestros pecados sean rojos, como la grana, blancos quedarán, como la nieve.

Que es lo mismo que decir: Hombres, venid a mí, y aunque tengáis vuestra conciencia manchada con grandes culpas, no dejéis de venir... y si después de haber acudido a mí, yo con mi gracia no os vuelvo vuestra alma pura y cándida como la nieve, os autorizo para que me lo echéis en cara.

¿Qué es la oración?

La oración – responde el Crisóstomo – es áncora para el que está en peligro de zozobrar ... tesoro inmenso de riquezas para aquel que nada tiene, medicina eficacísima para los enfermos del alma.

Defensa segurísima para aquel que quiere conservarse firme en santidad ¿Para qué sirve la oración? Responda por mí San Lorenzo Justiniano. La oración aplaca a Dios, el cual perdona al punto a aquel que con humildad se lo pide ... alcanza todas las gracias que pide ... vence todas las fuerzas del demonio; en una palabra, tan maravillosamente transforma a los hombres que a los ciegos ilumina, a los débiles fortifica y de los pecadores hace santos. El que tenga necesidad de luz divina acuda al Señor y tendrá luz.

Lo dice Salomón: Invoqué al Señor y al punto descendió sobre mí la sabiduría. El que tenga necesidad de fortaleza, llame al Señor y tendrá fortaleza como lo confesaba el profeta David: Abrí los labios para rezar y en el acto recibí la ayuda de Dios. ¿Y cómo pudieron los mártires tener tan grande fortaleza que resistieron a todos los tiranos? Con la oración, con la cual tuvieron la fuerza para vencer todos los tormentos y hasta la misma muerte.

Resumiéndolo todo, escribe San Pedro Crisólogo que aquel que emplea el arma de la oración, no cae en la muerte de la culpa, sino que se desprende de la tierra, y se eleva a los cielos y goza del trato con Dios. Túrbanse algunos y se preguntan inquietos y miedosos: ¿Quién sabe si estaré escrito en el libro de la vida? ¿Quién sabe si Dios me dará la gracia eficaz y la perseverancia? Vanas son estas preguntas. Sigamos el ejemplo de San Pablo, el cual escribía.

No os inquietéis por la solicitud de cosa alguna: mas en todo presentad a Dios vuestras peticiones por medio de la oración y de las plegarias, acompañadas de hacimiento de gracias. Con estas palabras parece que nos quiere decir: ¿Por qué inquietarnos con necios temores y con inútiles angustias? Dejad todas vuestras temerosas solicitudes, que no sirven más que para empujar a la desesperación y hacer tibios y perezosos en el camino de la salvación eterna.

Rezad, rezad siempre; que vuestras plegarias suban continuamente ante el trono de Dios. Dadle siempre gracias por las promesas que os hizo de concederos todas las gracias que le pidiereis; la gracia eficaz, la perseverancia, la salvación y todo cuanto deseareis... Nos lanzó el Señor a la batalla contra enemigos fuertes, pero Él será fiel a la promesa que nos hizo de no permitir que seamos más fieramente combatidos de lo que nuestras fuerzas pueden resistir. Es fiel porque al punto socorre al que le invoca.

Dice a este propósito el eminentísimo cardenal Gotti:
que el Señor no está obligado a darnos una gracia que sea tan poderosa como la tentación, pero si la tentación arrecia y nosotros acudimos a Él, entonces Él se obliga a darnos la fuerza necesaria para vencer la acometida del demonio.

   


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