Legado de los Padres y Doctores
de la Iglesia Católica
8 »San Clemente de Roma
San Clemente de Roma, también conocido como Clemente Romano o San Clemente I
San Clemente de Roma es el tercer sucesor de San Pedro, después de los Papas San Lino y San Cleto.
Por su carácter de obispo de Roma, la Iglesia Católica le considera como el cuarto Papa.
Es uno de los Padres Apostólicos y una de las figuras principales de la antigüedad Cristiana. Eusebio lo menciona siempre junto a San Ignacio de Antioquia.
Según San Ireneo, San Clemente conoció a los Apóstoles, de los que recibió la predicación viva de Jesucristo.
Según Tertuliano, de Pedro recibe el diaconado, el sacerdocio y el episcopado. Y según Orígenes, con Pablo colabora en la fundación de la Iglesia de Filipos.
San Clemente gobernó la Iglesia romana, como sucesor del Papa San Cleto, del 90 al 99. Su pontificado fue muy fecundo.
Fue un verdadero pastor y líder manteniendo la unidad de la Iglesia. Reorganizó la Comunidad de Roma, dividió la ciudad en siete sectores, encomendados a siete diáconos y mandó redactar con cuidado las Actas de los Mártires.
El hecho más importante de su pontificado es la Carta dirigida a la Iglesia de Corinto, desgarrada por la discordia, donde los llama a la obediencia del obispo de Roma.
La Carta a los Corintios es el documento papal más antiguo, después de las Cartas de San Pedro.
Esta Carta es llamada “Primera epifanía del Primado Romano”, y el obispo Dionisio de Corinto la veneraba como a la Biblia.
En su Carta, San Clemente enfatiza su idea de la jerarquía, de la disciplina y de la liturgia, su espíritu Católico, su amplia cultura, su solidez teológica, su amor a la paz y a la unidad.
Su identificación con el autor de la célebre Epístola a los Corintios cuyo nombre aparece en todas las versiones de los manuscritos es opinión concorde y formulada ya en tiempos muy antiguos.
San Clemente gozo del trato con los apóstoles y recibido el elogio de San Pablo por la colaboración prestada a los filipenses (Filipenses 4:3)
San Clemente Restableció el uso de la Confirmación según el rito de san Pedro. Empieza a usarse en las ceremonias religiosas la palabra “Amén”.
Escribe, como obispo de Roma, a la Iglesia de Corinto en referencia a la desobediencia de algunos fieles hacia los presbíteros (C. 95AD).
Su intervención en un asunto particular de otra Iglesia indica la preeminencia de Roma:
“Es preciso someterse con humildad. Dejemos la soberbia, enemiga de la armonía. Las ofrendas y los ritos litúrgicos han de celebrarse, no a voluntad de cada uno y sin orden, sino conforme a lo ordenado por el Maestro (refiriéndose a Jesucristo).
Sigamos el canon venerable y glorioso de nuestra tradición, conservemos el muro fraterno de la caridad. Sin ella nada es agradable a Dios. La cabeza no es nada sin los pies, pero, a su vez, los pies serían inútiles sin la cabeza. Los pequeños y los grandes se necesitan mutuamente” (8)
En la primera persecución contra la Iglesia, desencadenada por el emperador Nerón, después del incendio de la ciudad de Roma en el año 64, muchos cristianos sufrieron la muerte en medio de atroces tormentos.
Este hecho está atestiguado por el escritor pagano Tácito (Annales, 15, 44) y por Clemente, obispo de Roma, en su carta a los Corintios (1)
¿Cuál fue el final de la vida de San Clemente?
La tradición lo presenta como mártir. Parece ser que, por orden de Trajano, fue desterrado al Quersoneso, en la actual península de Crimea.
Allí dos mil cristianos, también desterrados, trabajaban con él en las canteras de mármol. San Clemente empezó a consolarlos.
Todos acudían a él: “Ruega por nosotros, Clemente, para que seamos dignos de las promesas de Cristo”. Y él les decía:
“No por mis méritos me ha enviado a vosotros el Señor, sino, por los vuestros, para hacerme también a mí partícipe de vuestras coronas”.
Más tarde, sigue la tradición, parece que Clemente fue arrojado al mar, y le habrían atado una pesada ancla al cuello, para ser sumergido en las aguas.
Los Santos eslavos, Cirilo y Metodio, en el pontificado de Nicolás I (858-867), trasladaron el cuerpo de San Clemente desde Quersoneso a Roma, y lo colocaron bajo el altar del templo a él dedicado, uno de los templos más antiguos de Roma, situado entre el monte Celio y el Esquilino (8).