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Los Pasdres de la Iglesia

 

»  Introducción


1»  Padres de la Iglesia

2»  Los Doctores de la Iglesia


3»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos:
San Ignacio de Antioquia
Parte 1

4»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos:
San Ignacio de Antioquia
Parte 2


5»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos:
San Ignacio de Antioquía
Resúmen de las Cartas


6»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
San Ignacio de Antioquía
Papa Benedicto XVI Audiencia
General 14/Feb/2007
Parte 1

7»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
San Ignacio de Antioquía
Papa Benedicto XVI Audiencia
General 14/Feb/2007
Parte 2


8»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
San Clemente de Roma


9»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
San Policarpo de Esmirna
Parte 1

10»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
San Policarpo de Esmirna
Parte 2


11»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
La Didache
Parte 1

12»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
La Didache
Parte 2

13»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
La Didache
Parte 3

14»  Los Primeros Padres o Padres Apostólicos :
La Didache
Parte 4


15» C o n t i n u a r á ...

Legado de los Padres y Doctores
de la Iglesia Católica
San Ignacio de Antioquía
6 »Papa Benedicto XVI Audiencia General
14/Feb/2007 - Parte 1


San Ignacio de Antioquia Obispo Como hicimos ya el miércoles pasado, hablamos de las personalidades de la Iglesia primitiva.

La semana pasada hablamos del Papa Clemente I, tercer Sucesor de san Pedro.

Hoy hablamos de san Ignacio, que fue el tercer obispo de Antioquía, del año 70 al 107, fecha de su martirio.

En aquel tiempo Roma, Alejandría y Antioquía eran las tres grandes metrópolis del imperio romano.

El concilio de Nicea habla de tres "primados": el de Roma, pero también Alejandría y Antioquía participan, en cierto sentido, en un "primado".

San Ignacio era obispo de Antioquía, que hoy se encuentra en Turquía.

Allí, en Antioquía, como sabemos por los Hechos de los Apóstoles, surgió una comunidad cristiana floreciente:  su primer obispo fue el apóstol san Pedro —así nos lo dice la tradición— y allí "por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (ch 11, 26).

Eusebio de Cesárea, un historiador del siglo IV, dedica un capítulo entero de su Historia eclesiástica a la vida y a la obra literaria de san Ignacio (III, 3).

"Desde Siria —escribe— Ignacio fue enviado a Roma para ser arrojado como alimento a las fieras, a causa del testimonio que dio de Cristo.

Al realizar su viaje por Asia, bajo la custodia severa de los guardias
" (que él, en su Carta a los Romanos, V, 1, llama "diez leopardos"), "en cada una de las ciudades por donde pasaba, con predicaciones y exhortaciones, iba consolidando las Iglesias; sobre todo exhortaba, con gran ardor, a guardarse de las herejías que ya entonces comenzaban a pulular, y les recomendaba que no se apartaran de la tradición apostólica".

La primera etapa del viaje de san Ignacio hacia el martirio fue la ciudad de Esmirna, donde era obispo san Policarpo, discípulo de san Juan.

Allí san Ignacio escribió cuatro cartas, respectivamente, a las Iglesias de Éfeso, Magnesia, Trales y Roma.

"Habiendo partido de Esmirna —prosigue Eusebio— Ignacio fue a Tróada, y desde allí envió otras cartas":  dos a las Iglesias de Filadelfia y Esmirna, y una al obispo Policarpo.

Eusebio completa así la lista de las cartas, que han llegado hasta nosotros como un valioso tesoro de la Iglesia del siglo I.

Leyendo esos textos se percibe la lozanía de la fe de la generación que conoció a los Apóstoles. En esas cartas se percibe también el amor ardiente de un santo.

Por último, desde Tróada el mártir llegó a Roma, donde, en el anfiteatro Flavio, fue dado como alimento a las bestias feroces.

Ningún Padre de la Iglesia expresó con la intensidad de san Ignacio el deseo de unión con Cristo y de vida en él.

Por eso, hemos leído el pasaje evangélico de la vid, que según el Evangelio de san Juan, es Jesús.

En realidad, confluyen en san Ignacio dos "corrientes" espirituales:  la de san Pablo, orientada totalmente a la unión con Cristo, y la de san Juan, concentrada en la vida en él.

A su vez, estas dos corrientes desembocan en la imitación de Cristo, al que san Ignacio proclama muchas veces como "mi Dios" o "nuestro Dios".

Así, san Ignacio suplica a los cristianos de Roma que no impidan su martirio, porque está impaciente por "unirse a Jesucristo". Y explica: "Para mí es mejor morir en (eis) Jesucristo, que ser rey de los términos de la tierra".

"Quiero a Aquel que murió por nosotros; quiero a Aquel que resucitó por nosotros... Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios" (Carta a los Romanos, VI: Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1993, p. 478).

En esas expresiones ardientes de amor se puede percibir el notable "realismo" cristológico típico de la Iglesia de Antioquía, muy atento a la encarnación del Hijo de Dios y a su humanidad verdadera y concreta: Jesucristo —escribe san Ignacio a los cristianos de Esmirna (I, 1) -"es realmente del linaje de David", "realmente nació de una virgen", "realmente fue clavado en la cruz por nosotros".

La irresistible orientación de san Ignacio hacia la unión con Cristo fundamenta una auténtica "mística de la unidad".

Él mismo se define "un hombre al que ha sido encomendada la tarea de la unidad" (Carta a los cristianos de Filadelfia, VIII, 1).

Para san Ignacio la unidad es, ante todo, una prerrogativa de Dios, que existiendo en tres Personas es Uno en absoluta unidad.

A menudo repite que Dios es unidad, y que sólo en Dios esa unidad se encuentra en estado puro y originario.

La unidad que los cristianos debemos realizar en esta tierra no es más que una imitación, lo más cercana posible, del arquetipo divino.

De este modo san Ignacio llega a elaborar una visión de la Iglesia que contiene algunas expresiones muy semejantes a las de la Carta a los Corintios de san Clemente Romano.

"Conviene —escribe por ejemplo a los cristianos de Éfeso— que tengáis un mismo sentir con vuestro obispo, que es justamente cosa que ya hacéis.

En efecto, vuestro colegio de presbíteros, digno del nombre que lleva, digno de Dios, está tan armoniosamente concertado con su obispo como las cuerdas con la lira. (...)

Por eso, con vuestra concordia y con vuestro amor sinfónico, cantáis a Jesucristo. Así, vosotros, cantáis a una en coro, para que en la sinfonía de la concordia, después de haber cogido el tono de Dios en la unidad, cantéis con una sola voz
" (IV, 1-2).

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