Segunda Parte
52.2» Karl Stern
Parte 2
Autor: P. Angel Peña O.A.R
¡Pensar que llama a las puertas de esos millones de oscuras moradas, quien puede ofrecer promesas seguras a cada uno de sus habitantes!
Cristo salva el caos de la historia y, al mismo tiempo, salva la mezquindad de cada existencia personal124.
Un día de 1938, estando ya en Londres, entré a una iglesia católica a orar. Era la iglesia de los padres dominicos de Hampstead, cerca de nuestra casa.
Iba todas las mañanas antes del trabajo. Oraba en el altar derecho. No tenía idea exacta de ello, pero creía, de algún modo, en el poder de la oración.
No recuerdo de qué forma había llegado a esa convicción, pero aceptaba la eficacia de la oración como una verdad incuestionable. Y ponía en ella mucha fuerza, por no saber qué otro socorro práctico podía ofrecer a mi padre y a mi hermano (lejanos)125.
La providencia me había hecho judío. Me sentía tal con todas las fibras de mi corazón. Sentía en el judaísmo el calor protector de la sangre.
¿Cómo podría dudar nunca de que mi deber estaba entre ellos?
Sin embargo, lejos, a mi espalda, oía voces apagadas que me recordaban otra lealtad. Aquellos cristianos de Munich, que habían sufrido por nosotros en la noche de la aniquilación y con los cuales había visto, por primera vez, un Israel supranacional, parecían hacerme señas de que no los traicionara.
También aquello me imponía una obligación. Sabía que había sacerdotes y ministros en los campos de concentración; sabía que, entre tanta ruindad y brutalidad, había infinidad de inestimables sacrificios anónimos, que se llevaban a cabo en nombre de Jesús de Nazaret, el ungido de Israel; sacrificios realizados por quienes no pertenecían a nosotros por la carne...
Durante bastante tiempo pensé que me sería posible permanecer judío, conservando el secreto de Jesús...
Imposible que Cristo exigiera de nosotros la deserción en el momento preciso en que nuestro pueblo se debatía entre espasmos de agonía.
La mayor parte de los judíos, que se mantienen con el pie en el umbral de la Iglesia, creen que ni Jesús hubiera abandonado la comunidad judía del dolor en un momento tan crítico de la historia.
Sin embargo, había algo oscuro en este pensamiento y es que, por primera vez en la historia desde Cristo, en esta persecución nazi, no se acosaba a los judíos a causa de su religión, sino únicamente a causa de su raza.
En rigor, había visto que los cristianos judíos de Alemania lo pasaban, frecuentemente, peor que los judíos de religión, repudiados por los cristianos por judíos, y por los judíos por renegados.
Participaban en esto de la suerte de Cristo, de quien dice Pascal que era, igualmente, indeseado por paganos y por judíos.
Por este tiempo, pasé muchas tardes en conversación con una monja del Sagrado Corazón126.
La Iglesia católica está formada por la masa de la humanidad y de aquí que, el extraño que se acerca a ella, tropiece con una espesa corteza de mediocridad...
Nos costó también a nosotros tiempo y trabajo el ver el inmenso tesoro escondido de santidad anónima, que hay en la Iglesia; el poder espiritual que fluye y refluye a diario en millones de almas desconocidas, los ríos de sacrificios que hacen por motivos sobrenaturales multitudes de humildes obreros, religiosos de comunidad, sacerdotes y laicos juntamente.
Bajo un aspecto superficial, hay otra vez aquí una extraña semejanza entre el judaísmo y la Iglesia: la mala conducta de un miembro se hace más pública que la santidad de cien127.
Continuación en: 52.3» Karl Stern Parte 3
124 ib. p. 256
125 ib. p. 258.
126 ib. pp. 272-273.
127 ib. p.275