Primera Parte
25.2» Alexis Carrel
Segunda Parte
Autor: P. Angel Peña O.A.R
- Doctor, estoy completamente curada, dijo a Lerrac, aunque me siento débil...
La curación era completa.
Aquella moribunda de rostro cianótico, vientre distendido y corazón agitado, habíase convertido en pocas horas en una joven casi normal, sólamente demacrada y débil...
¡Es el milagro, el gran milagro, que hace vibrar a las multitudes, atrayéndolas alocadas a Lourdes!
¡Qué feliz casualidad ver cómo, entre tantos enfermos, ha sanado la que yo mejor conocía y a la que había observado largamente!27 Y él se fue a la gruta, a contemplar atentamente la imagen de la Virgen, las muletas que, como exvotos, llenaban las paredes iluminadas por el resplandor de los cirios, cuya incesante humareda había ennegrecido la roca...
Lerrac tomó asiento en una silla al lado de un campesino anciano y permaneció inmóvil largo rato con la cabeza entre las manos, mecido por los cánticos nocturnos, mientras del fondo de su alma brotaba esta plegaria:
“Virgen Santa, socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame.
Creo en ti, has querido responder a mi duda con un gran milagro. No lo comprendo y dudo todavía. Pero mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionada y ciegamente sin discutir ni criticar nunca más.
Tu nombre es más bello que el sol de la mañana. Acoge al inquie
to pecador, que con el corazón turbado y la frente surcada por las arrugas se agita, corriendo tras las quimeras.
Bajo los profundos y duros consejos de mi orgullo intelectual yace, desgraciadamente ahogado todavía, un sueño, el más seductor de todos los sueños: el de creer en ti y amarte como te aman los monjes de alma pura...”
Eran las tres de la madrugada y a Lerrac le pareció que la serenidad que presidía todas las cosas había descendido también a su alma, inundándola de calma y dulzura.
Las preocupaciones de la vida cotidiana, las hipótesis, las teorías y las inquietudes intelectuales habían desaparecido de su mente.
Tuvo la impresión de que bajo la mano de la Virgen, había alcanzado la certidumbre y hasta creyó sentir su admirable y pacificadora dulzura de una manera tan profunda que, sin la menor inquietud, alejó la amenaza de un retorno a la duda28.
En su libro Meditaciones escribió:
“Señor, te doy gracias por haberme conservado la vida hasta el día de hoy. Mi vida ha sido un desierto, porque no te he conocido. Haz que, a pesar del otoño, este desierto florezca.
Que cada minuto de los días que me queden esté consagrado a Ti. No quiero nada para mí, excepto tu gracia. Que cada minuto de mi vida esté consagrado a tu servicio.
Señor, toma la dirección de mi vida, porque estoy perdido en las tinieblas. Todo lo que tu voluntad me inspire hacer, lo cumpliré.
Es necesario acercarse a Ti, Señor, con toda pureza y humildad... Oh, Dios mío, cómo lamento no haber comprendido nada de la vida, haber intentado entender cosas que es inútil comprender.
Y es que la vida no consiste en comprender sino en amar.
Haz, Dios mío, que no sea para mí demasiado tarde. Haz que la última página del libro de mi vida no esté ya escrita.
Que pueda añadirse otro capítulo a este libro tan malo.
Habla, que tu indigno servidor te escucha. Te ofrezco todo cuanto me queda. Te hago el sacrificio voluntario de mi vida, como una plegaria. Te pido que me guíes por el camino verdadero, el de las gentes sencillas, el de los que aman y rezan.
Perdóname todas las faltas de mi vida. Que cada minuto del tiempo, que aún me esté permitido vivir, transcurra cumpliendo tu voluntad en la senda que escojas para mí.
Oh Dios mío, en este día me abandono totalmente a Ti, con el sentimiento infinito de haber pasado por la vida como un ciego.
Haz, Señor, que pueda emplear el resto de mi vida en tu servicio y en el de los que sufren”29.
María Ferrand (María Bailly), la curada por la Virgen, se hizo religiosa de la caridad, de San Vicente de Paul, y murió en 1937.
Alexis Carrel (Dr. Lerrac), después del milagro, publicó algunos escritos sobre este hecho en los periódicos y revistas, pero fue marcado por el ambiente anticlerical de sus colegas, por lo que no le quisieron dar ningún trabajo.
Esto fue providencial; pues, buscando empleo, fue al Instituto Rockefeller de Nueva York a investigar y, como premio de sus investigaciones, a los diez años del milagro, recibió el premio Nóbel de Medicina.
Murió en París en noviembre de 1944. Según afirmó el sacerdote que lo atendió en los últimos momentos, se confesó, comulgó, recibió la unción de los enfermos y dijo:
Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia católica quiere que creamos y para ello no experimento dificultad alguna, porque no hallo nada que esté en oposición real con los datos ciertos de la ciencia30.
24 Alexis Carrel, Viaje a Lourdes, Ed. Iberia, Barcelona, 1957, p. 57.
25 ib. p. 50.
26 ib. p. 60-61.
27 ib. p. 64-66.
28ib. p. 79-80.
29 ib. p. 128-130.
30 ib. p. 13.