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Catecismo de la Iglesia Catolica


TERCERA PARTE

LA VIDA EN CRISTO
(1691-1698)

PRIMERA SECCIÓN:
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE: LA VIDA EN EL ESPÍRITU
(1699)

CAPÍTULO PRIMERO:
LA DIGNIDAD DE LA
PERSONA HUMANA

(1700)

Artículo 1:
El hombre, imagen de Dios
(1701-1709)

Resumen
(1710-1715) ___________________________

Artículo 2:
Nuestra vocación
a la bienaventuranza

(1716-1729)

I. Las bienaventuranzas
(1716-1717)


II. El deseo de felicidad
(1718-1719)

III. La bienaventuranza cristiana
(1720-1724)

Resumen
(1725-1729)
___________________________

Artículo 3:
La libertad del hombre
(1730)

I. Libertad y responsabilidad
(1731-1738)

II. La libertad humana en la economía de la salvación
(1739-1742)

Resumen
(1743-1748)
___________________________

Artículo 4:
La moralidad de los actos humanos
(1749)

I. Fuentes de la moralidad
(1750-1754)

II. Los actos buenos
y los actos malos

(1755-1756)

Resumen
(1757-1761)
___________________________

Artículo 5:
La moralidad
de las pasiones

(1762)

I. Las pasiones
(1763-1766)

II. Pasiones y vida moral
(1767-1770)

Resumen
(1771-1775)
___________________________

Artículo 6:
La conciencia moral
(1776)

I. El dictamen de la conciencia
(1777-1782)

II. La formación de la conciencia
(1783-1785)

III. Decidir en conciencia
(1786-1789)

IV. El juicio erróneo
(1790-1794)

Resumen
(1795-1802)
___________________________

Artículo 7:
Las virtudes
(1803)

I. Las virtudes humanas
(1804-1811)

II. Las virtudes teologales
(1812-1829)

III. Dones y frutos
del Espíritu Santo

(1830-1832)

Resumen
(1833-1845)
___________________________

Artículo 8:
El pecado

(1846-1876)

I. La misericordia y el pecado
(1846-1848)

II. Definición de pecado
(1849-1851)

III. La diversidad de pecados
(1852-1853)

IV. La gravedad del pecado: pecado mortal y venial
(1854-1864)

V. La proliferación del pecado
(1865-1869)

Resumen
(1870-1876)
___________________________

CAPÍTULO SEGUNDO:
LA COMUNIDAD HUMANA
(1877)

Artículo 1:
La persona
y la sociedad

[1878-1896]

I. Carácter comunitario de la vocación humana
(1878-1885)

II. Conversión y la sociedad
(1886-1889)

Resumen
(1890-1896)
___________________________

Artículo 2:
La participación
en la vida social

[1897-1927]

I. La autoridad
(1897-1904)

II. El bien común
(1905-1912)

III. Responsabilidad y participación
(1913-1917)

Resumen
(1918-1927)
___________________________

Artículo 3:
La justicia social
(1928)

I. El respeto de la persona humana
(1929-1933)

II. Igualdad y diferencias
entre los hombres

(1934-1938)

III. La solidaridad humana
(1939-1942)

Resumen
(1943-1948)
___________________________

CAPÍTULO TERCERO:
LA SALVACIÓN DE DIOS:
LA LEY Y LA GRACIA

(1949)

Artículo 1:
La ley moral
(1950-1953)

I. La Ley moral natural
(1954-1960)

II. La Ley antigua
(1961-1964)

III. La Ley nueva o Ley evangélica
(1965-1974)

Resumen
(1975-1986)
___________________________

Artículo 2:
Gracia y justificación [1987-2029]

I. La justificación
(1987-1995)

II. La gracia
(1996-2005)

III. El mérito
(2006-2011)

IV. La santidad cristiana
(2012-2016)

Resumen
(2017-2029)
___________________________

Artículo 3:
La Iglesia,
madre y maestra

(2030-2031)

I. Vida moral y magisterio
de la Iglesia

(2032-2040)

II. Los Mandamientos de la Iglesia
(2041-2043)

III. Vida moral y testimonio misionero
(2044-2046)

Resumen
(2047-2051)

Los Diez Mandamientos
___________________________

SEGUNDA SECCIÓN:
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
(2052-2074)

Resumen
(2075-2082)
___________________________

CAPÍTULO PRIMERO:
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS
»
(2083)

Artículo 1:
El primer mandamiento [2084-2141]

I. «Adorarás al Señor tu Dios,
y le servirás
»
(2084-2094)

II. «A Él sólo darás culto»
(2095-2109)

III. «No habrá para ti otros dioses delante de mí»
(2110-2128)

IV. « No te harás escultura alguna... »
(2129-2132)

Resumen
(2133-2141)
___________________________

Artículo 2:
El segundo andamiento

[2142-2167]

I. El Nombre del Señor es santo
(2142-2149)

II. Tomar el Nombre del Señor
en vano

(2150-2155)

III. El nombre cristiano
(2156-2159)

Resumen
(2160-2167)
___________________________

Artículo 3:
El tercer mandamiento

[2168-2195]

I. El día del sábado
(2168-2173)

II. El día del Señor
(2174-2188)

Resumen
(2189-2195)
___________________________

CAPÍTULO SEGUNDO:
«AMARÁS A TU PRÓJIMO
COMO A TI MISMO
»
(2196)

Artículo 4:
El cuarto mandamiento
(2197-2200)

I. La familia en el plan de Dios
(2201-2206)

II. La familia y la sociedad
(2207-2213)

III. Deberes de los miembros
de la familia

(2214-2231)

IV. La familia y el Reino de Dios
(2232-2233)

V. Las autoridades
en la sociedad civi
l
(2234-2246)

Resumen
(2247-2257)
___________________________

Artículo 5:
El quinto mandamiento
(2258)

I. El respeto de la vida humana
(2259-2283)

II. El respeto de la dignidad
de las personas

(2284-2301)

III. La defensa de la paz
(2302-2317)

Resumen
(2318-2330)
___________________________

Artículo 6:
El sexto mandamiento
[2331-2400]

I. « Hombre y mujer los creó... »
(2331-2336)

II. La vocación a la castidad
(2337-2359)

III. El amor de los esposos
(2360-2379)

IV. Las ofensas a la dignidad
del matrimonio

(2380-2391)

Resumen
(2392-2400)
___________________________

Artículo 7:
El séptimo mandamiento
(2401)

I. El destino universal y la propiedad privada de los bienes
(2402-2406)

II. El respeto de las personas
y de sus bienes

(2407-2418)

III. La doctrina social de la Iglesia
(2419-2425)

IV. Actividad económica
y justicia social

(2426-2436)

V. Justicia y solidaridad entre
las naciones

(2437-2442)

VI. El amor de los pobres
(2443-2449)

Resumen
(2450-2463)
___________________________

Artículo 8:
El octavo mandamiento

(2464)

I. Vivir en la verdad
(2465-2470)

II. « Dar testimonio de la verdad »
(2471-2474)

III. Ofensas a la verdad
(2475-2487)

IV. El respeto a la verdad
(2488-2492)

V. El uso de los medios de comunicación social
(2493-2499)

VI. Verdad, belleza y arte sacro
(2500-2503)

Resumen
(2504-2513)
___________________________

Artículo 9:
El noveno mandamiento

(2514-2516)

I. La purificación del corazón
(2517-2519)

II. El combate por la pureza
(2520-2527)

Resumen
(2528-2533)
___________________________

Artículo 10:
El décimo mandamiento
(2534)

I. El desorden de la concupiscencia
(2535-2540)

II. Los deseos del Espíritu
(2541-2543)

III. La pobreza de corazón
(2544-2547)

IV. « Quiero ver a Dios »
(2548-2550)

Resumen
(2551-2557)
___________________________



I. El respeto de la vida humana
(2259-2283)


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El testimonio de la historia sagrada

2259 La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (cf Gn 4, 8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la maldad de este fratricidio: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano” (Gn 4, 10-11).

2260 La alianza de Dios y de la humanidad está tejida de llamamientos a reconocer la vida humana como don divino y de la existencia de una violencia fratricida en el corazón del hombre:

«Y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre [..] Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre» (Gn 9, 5-6).

El Antiguo Testamento consideró siempre la sangre como un signo sagrado de la vida (cf Lv 17, 14). La validez de esta enseñanza es para todos los tiempos.

2261 La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: “No quites la vida del inocente y justo” (Ex 23, 7). El homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes.

2262 En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: “No matarás” (Mt 5, 21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf Mt 5, 22-39), amar a los enemigos (cf Mt 5, 44). El mismo no se defendió y dijo a Pedro que guardase la espada en la vaina (cf Mt 26, 52).

La legítima defensa

2263 La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. “La acción de defenderse [...] puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7). “Nada impide que un solo acto tenga dos efectos, de los que uno sólo es querido, sin embargo el otro está más allá de la intención” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).

2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:

«Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita [...] y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 64, a. 7).

2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar prejuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con el uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.

2266 A la exigencia de la tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión dem comportamientos lesivos de los derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable.

2267 La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.

Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo «suceden muy [...] rara vez [...], si es que ya en realidad se dan algunos» (EV 56)

El homicidio voluntario

2268 El quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza al cielo (cf Gn 4, 10).

El infanticidio (cf GS 51), el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que destruyen. Preocupaciones de eugenesia o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades.

2269 El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro.

La aceptación por parte de la sociedad de hambres que provocan muertes sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave. Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio. Este les es imputable (cf Am 8, 4-10).

El homicidio involuntario no es moralmente imputable. Pero no se está libre de falta grave cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera que se ha seguido la muerte, incluso sin intención de causarla.

El aborto

2270 La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 1, 1).

«Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jr 1, 5).

«Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra» (Sal 139, 15).

2271 Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral.

«No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido» (Didajé, 2, 2; cf. Epistula Pseudo Barnabae, 19, 5; Epistula ad Diognetum 5, 5; Tertuliano, Apologeticum, 9, 8).

«Dios [...], Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables» (GS 51, 3).

2272 La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae” (CIC can. 1398), es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito” (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.

2273 El derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación:

“Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la ha originado. Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae 3).

“Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho [...] El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae 3).

2274 Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano.

El diagnóstico prenatal es moralmente lícito, “si respeta la vida e integridad del embrión y del feto humano, y si se orienta hacia su protección o hacia su curación [...] Pero se opondrá gravemente a la ley moral cuando contempla la posibilidad, en dependencia de sus resultados, de provocar un aborto: un diagnóstico que atestigua la existencia de una malformación o de una enfermedad hereditaria no debe equivaler a una sentencia de muerte” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae 1, 2).

2275 Se deben considerar “lícitas las intervenciones sobre el embrión humano, siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual” (Instr. Donum vitae 1, 3).

«Es inmoral [...] producir embriones humanos destinados a ser explotados como “material biológico” disponible» (Instr. Donum vitae 1, 5).

“Algunos intentos de intervenir en el patrimonio cromosómico y genético no son terapéuticos, sino que miran a la producción de seres humanos seleccionados en cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas. Estas manipulaciones son contrarias a la dignidad personal del ser humano, a su integridad y a su identidad” (Instr. Donum vitae 1, 6).

La eutanasia

2276 Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible.

2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable.

Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre (cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Iura et bona).

2278 La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “encarnizamiento terapéutico”. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.

2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.

El suicidio

2280 Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. Él sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.

2281 El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.

2282 Si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral.

Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.

2283 No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él solo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida.

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