8.2» Maleficios - Parte 2
Autor: P. Angel Peña O.A.R.
Otro caso. Un joven, a quien llamaremos José, aunque no es su verdadero nombre, asistía a reuniones satánicas, donde hasta sacrificaban niños gitanos, que compraban por 100.000 liras. Un día lo trajo su padre para que lo exorcizara. Estaba poseído por Abú, un demonio de odio. Odiaba, especialmente a su padre, a su madre y a su hermano.
Tenía miedo del exorcismo, entre otras cosas, porque tenía miedo que los de la secta lo llegaran a matar, si se alejaba de ellos. Lo pude liberar y empezó a gritar: “Padre nuestro que estás en los cielos”. Y dijo: “Llamad a mi padre, a mi madre y a mi hermano”. Antes no los podía ni ver y, cuando los vio, los abrazó con tanto cariño... Era hermoso ver un joven lleno de odio y ahora lleno de amor hacia su familia29.
Una joven, que no era cristiana y estaba casada con un musulmán, cuenta una experiencia personal:
Tenía yo 18 años y viajaba en un autobús con mi hermana en Roma. Estaba sentada. De pie junto a mi asiento estaba una señora que tenía bajo el mentón unos largos pelos negros. Me reí de aquella señora barbuda. Pero ella se molestó y me dijo: “Tú te ríes, pero no sabes cuánto sufro con estos pelos, que te podrían crecer también a ti”. A los dos días, me aparecieron debajo de mi mentón aquellos mismos pelos negros y largos. Hasta ahora tengo esos pelos, a pesar de haber visitado distintos médicos y endocrinólogos, y de haber recibido diferentes tratamientos30.
A mi hermana, que era maga, le pedí que me enseñara un poco de fórmulas mágicas, que surtieran efecto. Me interesaba ganar dinero con los incautos e ignorantes, que acuden a los magos a pedirles ayuda. Un día, un cliente me dijo que hiciera daño a una persona para que tuviera un accidente y quedara quemado. Leí la fórmula mágica y puse el muñeco que hice bajo la ventana, sin pensar más. A los pocos días, alguien me llamó por teléfono y me dijo que el hombre a quien había hecho maleficio había tenido un accidente y había quedado quemado de medio cuerpo. Desde ese día, tuve miedo y me he alejado de estas cosas31.
Si una madre sospecha que su esposo o su hijo o algún otro familiar está afectado por fuerzas maléficas, puede hacer bendecir sus vestidos y, si él no los puede llevar por no soportarlos, podría ser un síntoma positivo. Otra prueba podría ser echar a la comida agua bendita. Si la persona afectada la siente amarga y que no la puede comer, podría ser otro síntoma.
El padre Giovanni Salerno en su libro Misión andina con Dios habla de sus experiencias con el maligno. He conocido la fuerza de Satanás... Jamás olvidaré a una pobre mujer que un día me entregó a su niño, suplicándome con lágrimas en los ojos que le encontrara a alguien que lo adoptara en Europa, en Italia, y me lo dejó.
Esta pobre mujer era una esclava. Su patrona, una maestra, era la dueña del pueblo, dueña de las vacas, dueña de todo. Cuando supo el hecho, desencadenó un infierno contra mí, obligando a la mamá del niño a buscarme para que se lo devolviera...
Decidí ensillar el caballo y viajar hasta aquel pueblo, que se hallaba en lo alto de una montaña desde la cual todos los pobladores del pueblo podían observarme, cuando me acercara a aquel lugar. Llegado a la entrada del poblado, el caballo no pudo dar un paso más. Con su cabeza hacía grandes esfuerzos para avanzar, pero inútilmente, pues parecía como si tuviese delante de sí una muralla que no podía atravesar.
Entonces, bajé del caballo, recé una oración de liberación contra el maligno y rocié el caballo con agua bendita. Hecho esto, el caballo volvió inmediatamente a galopar32.
Podría narrar muchas otras anécdotas acerca del demonio. Por ejemplo, Satanás se ensañó conmigo y empezó a inquietarme y atormentarme con terribles temores y angustias que llegaron a enfermarme del corazón. Ninguna medicina podía devolverme la serenidad y la salud, a tal punto que solamente con mucho esfuerzo, y sin levantarme de la cama, lograba celebrar la santa misa. Pero le rezaba a la Virgen, le rezaba, le rezaba... Oraba y no me cansaba de rezar rosario tras rosario todo el día.
Pero, cuando mi situación se agravó, pedí a Alipio, el chofer de la Misión que me llevara al Cuzco. En un determinado momento del viaje, a mitad del camino entre Cotabambas y Cuzco, nos detuvimos para descansar un poco. Fue entonces, mientras bajaba del coche, cuando sentí como una fuerza misteriosa que dejaba mi cuerpo. Sentí algo así como un ser que salía de mi cuerpo, al mismo tiempo que volvían a mí el vigor y la alegría de vivir33.
Hablando personalmente con el padre Salerno, me dijo que parece que le hicieron algún maleficio y que la salida del demonio de su cuerpo no fue algo sentimental, sino un hecho que lo sintió verdaderamente como muy real.
29 ib. p. 112.
32 Salerno Giovanni, Misión andina con Dios, Ed. Edibesa, Madrid, 2004, p.77.