 LOS SUEÑOS  DE SAN JUAN BOSCO
 LOS SUEÑOS  DE SAN JUAN BOSCO 
             Muchos conocemos de los sueños proféticos de Don Bosco,   particularmente aquel famoso en que una nave maravillosa era acosada por   multitudes de naves pequeñas. Ese sueño representaba el ataque que iba a sufrir   la iglesia siglos después, en nuestros tiempos.
               
Pero muchos otros fueron los   sueños de nuestro querido santo educador de jóvenes. 
             En estos textos se reproducen muchos sueños de San Juan Bosco, los que no   solo testimonian las especiales Gracias de las que Dios lo rodeó, sino tambien   configuran una escuela de fe y caridad. 
               
               Mas que nunca debemos aprender de Don   Bosco la importancia de un corazón sencillo, que cree y se entrega a la Divina   Providencia, a María Auxiliadora de los Cristianos. 
             
             
               »Reseña
»Vida de San Juan   Bosco
»El primero de sus sueños proféticos
»Una gran cualidad: su interés por la salvación  de la   juventud
                
»La alegría de Don Bosco
»Oratorios, escuelas, talleres...
»Crece la familia 
»Dedicó su vida a la difusión de las buenas  lecturas
                
»En búsqueda de colaboradores
»Nace la gran familia Salesiana
»Nuestro Señor le inspiró un sabio método de   enseñanza
»La construcción de iglesias
»Muerte de Don Bosco
               
             
              
             
             Reseña 
             Tuvo una niñez muy dura. Una vez ordenado sacerdote,   empleó todas sus energías en la educación de los jóvenes. Sus   grandes amores que fundamentan su espiritualidad: La Eucaristía, la Virgen   María, la Iglesia, la fidelidad al Santo Padre, la juventud. 
             Fundador de la Congregación de los   Salesianos, comunidad religiosa con rama masculina y femenina, dedicados a   la educación de los jóvenes, en especial los pobres. Les enseñaba   la vida cristiana y diversos oficios. Atrajo y sigue atrayendo a multitudes de   jóvenes a Cristo. La Congregación toma su nombre de San Francisco de Sales.
             Famoso por sus sueños proféticos, ¡se conocen 159 de   ellos! Quizás el mas famoso es el de la Nave de Pedro, que explicaremos mas   adelante. 
             San Juan Bosco escribió   también algunos opúsculos en defensa de la religión. 
             Gran constructor de iglesias, entre ellas la   Basílica de San Juan Evangelista, la Basílica de María Auxiliadora y la Iglesia   del Sagrado Corazón en Roma donde celebró su última misa.
             
              Vida de San Juan   Bosco 
             Juan Melchor nace en   1815, junto a Castelnuovo, en la diócesis de Turín. Era el   menor de los hijos de un campesino piamontés. Su niñez fue muy   dura. Su padre murió cuando Juan tenía apenas dos años y medio. La madre,   Margarita, analfabeta y muy pobre, pero santa y laboriosa mujer, que debió   luchar mucho para sacar adelante a sus hijos, se hizo cargo de su educación. 
             El primero de sus sueños proféticos  
             A los nueve años de edad, un sueño que el rapazuelo no olvidó   nunca, le reveló su vocación. Más adelante, en todos los períodos críticos de su   vida, una visión del cielo le indicó siempre el camino que debía seguir. 
             En aquel primer sueño, se vio rodeado de una multitud de   chiquillos que se peleaban entre sí y blasfemaban; Juan Bosco trató de hacer la   paz, primero con exhortaciones y después con los puños. Súbitamente apareció   Nuestro Señor y le dijo: "¡No, no; tienes que ganártelos con la mansedumbre y el   amor!" Le indicó también que su Maestra sería la Santísima Virgen, quien al   instante apareció y le dijo: "Toma tu cayado de pastor y guía a tus ovejas".   Cuando la Señora pronunció estas palabras los niños se convirtieron primero, en   bestias feroces y luego en ovejas.  
             Una gran cualidad: su interés por la salvación de la   juventud
             El sueño terminó, pero desde aquel momento Juan Bosco comprendió   que su vocación era ayudar a los niños pobres, y empezó inmediatamente a enseñar   el catecismo y a llevar a la iglesia a los chicos de su pueblo. Para ganárselos,   acostumbraba ejecutar ante ellos toda clase de acrobacias, en las que llegó a   ser muy ducho. Un domingo por la mañana, un acróbata ambulante dio una función   pública y los niños no acudieron a la iglesia; Juan Bosco desafió al acróbata en   su propio terreno, obtuvo el triunfo, y se dirigió victoriosamente con los   chicos a la misa. 
               
                La alegría de Don Bosco
               
             Los muchachos de la calle lo llamaban: ‘Ese es el Padre que   siempre está alegre. El Padre de los cuentos bonitos’. Su sonrisa era de   siempre. Nadie lo encontraba jamás de mal humor y nunca se le escuchaba una   palabra dura o humillante. Hablar con él la primera vez era quedar ya de amigo   suyo para toda la vida. El Señor le concedió también el don de consejo: Un   consejo suyo cambiaba a las personas. Y lo que decía eran cosas   ordinarias. 
             Durante las semanas que vivió con una tía que prestaba servicios   en casa de un sacerdote, Juan Bosco aprendió a leer. Tenía un gran deseo de ser   sacerdote, pero hubo de vencer numerosas dificultades antes de poder empezar sus   estudios. A los dieciséis años, ingresó finalmente en el seminario de Chieri y   era tan pobre, que debía mendigar para reunir el dinero y los vestidos   indispensables. 
             El alcalde del pueblo le regaló el sombrero, el párroco la   chaqueta, uno de los parroquianos el abrigo y otro, un par de zapatos. Después   de haber recibido el diaconado, Juan Bosco pasó al seminario mayor de Turín y   ahí empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir los domingos a un   grupo de chiquillos y mozuelos abandonados de la ciudad.
             San José Cafasso, sacerdote de la parroquia anexa al seminario   mayor de Turín, confirmó a Juan Bosco en su vocación, explicándole que Dios no   quería que fuese a las misiones extranjeras: "Desempaca tus bártulos --le   dijo--, y prosigue tu trabajo con los chicos abandonados. Eso y no otra cosa es   lo que Dios quiere de ti". 
             El mismo Don Cafasso le puso en contacto con los ricos que   podían ayudarle con limosnas para su obra, y le mostró las prisiones y los   barrios bajos en los que encontraría suficientes clientes para aprovechar los   donativos de los ricos.
             El primer puesto que ocupó Don Bosco fue el de capellán auxiliar   en una casa de refugio para muchachas, que había fundado la marquesa di Barola,   la rica y caritativa mujer que socorrió a Silvio Pellico cuando éste salió de la   prisión. Los domingos, Don Bosco no tenía trabajo de modo que podía ocuparse de   sus chicos, a los que consagraba el día entero en una especie de escuela y   centro de recreo, que él llamó "Oratorio Festivo". 
             Pero muy pronto, la marquesa le negó el permiso de reunir a los   niños en sus terrenos, porque hacían ruido y destruían las flores. Durante un   año, Don Bosco y sus chiquillos anduvieron de "Herodes a Pilatos", porque nadie   quería aceptar ese pequeño ejército de más de un centenar de revoltosos   muchachos. 
             Cuando Don Bosco consiguió, por fin, alquilar un viejo granero,   y todo empezaba a arreglarse, la marquesa, que a pesar de su generosidad tenía   algo de autócrata, le exigió que escogiera entre quedarse con su tropa o con su   puesto en el refugio para muchachas. El santo escogió a sus   chicos.
             Oratorios, escuelas, talleres...
             En esos momentos críticos, le sobrevino una pulmonía, cuyas   complicaciones estuvieron a punto de costarle la vida. En cuanto se repuso, fue   a vivir en unos cuartuchos miserables de su nuevo oratorio, en compañía de su   madre, y ahí se entregó, con toda el alma, a consolidar y extender su obra. Dio   forma acabada a una escuela nocturna, que había inaugurado el año precedente, y   como el oratorio estaba lleno a reventar, abrió otros dos centros en otros   tantos barrios de Turín. 
             Por la misma época, empezó a dar alojamiento a los niños   abandonados. Al poco tiempo, había ya treinta o cuarenta chicos, la mayoría   aprendices, que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de Valdocco. Los   chicos llamaban a la madre de Don Bosco "Mamá Margarita". 
             Con todo, Don Bosco cayó pronto en la cuenta que todo el bien   que hacía a sus chicos se perdía con las malas influencias del exterior, y   decidió construir sus propios talleres de aprendizaje. Los dos primeros: el de   los zapateros y el de los sastres, fueron inaugurados en 1853.
             Crece la familia 
             El siguiente paso fue construir una iglesia, consagrada a San   Francisco de Sales. Después vino la construcción de una casa para la enorme   familia. El dinero no faltaba, a veces, por verdadero milagro. Don Bosco   distinguía dos grupos entre sus chicos: el de los aprendices, y el de los que   daban señales de una posible vocación sacerdotal. Al principio iban a las   escuelas del pueblo; pero con el tiempo, cuando los fondos fueron suficientes,   Don Bosco instituyó los cursos técnicos y los de primeras letras en el oratorio. 
             En 1856, había ya 150 internos, cuatro talleres, una imprenta,   cuatro clases de latín y diez sacerdotes. Los externos eran quinientos. Con su   extraordinario don de simpatía y de leer los corazones, Don Bosco ejercía una   influencia ilimitada sobre sus chicos, de suerte que podía gobernarles con   aparente indulgencia y sin castigos, para gran escándalo de los educadores de su   tiempo. 
                          
            Veía en sueños el estado exacto de la conciencia de sus   discípulos y después los llamaba y les hacía una descripción tan completa de los   pecados que ellos habían cometido, que muchos aclamaban emocionados: "Si hubiera   venido un ángel a contarle toda mi vida no me habría hablado con mayor   precisión" .
             Se gana de tal manera el cariño de los jóvenes, que es difícil   encontrar en toda la historia de la humanidad, después de Jesús, un educador que   haya sido tan amado como Don Bosco. Los jóvenes llegaban hasta pelear unos   contra otros afirmando cada uno que a él lo amaba el santo más que a los   demás.
             Dedicó su vida a la difusión de las buenas lecturas
             Además de este trabajo, Don Bosco se veía asediado de peticiones   para que predicara; la fama de su elocuencia se había extendido enormemente a   causa de los milagros y curaciones obradas por la intercesión del santo. Otra   forma de actividad, que ejerció durante muchos años, fue la de escribir libros   para el gusto popular, pues estaba convencido de la influencia de la lectura. 
                          
            Él decía que Dios lo había enviado al mundo para educar a los   jóvenes pobres y para propagar buenos libros, los   cuales, además eran sumamente sencillos y fáciles de entender. "Propagad   buenos libros --decía Don Bosco-- sólo en el cielo sabréis el gran bien que   produce una buena lectura". Unas veces se trataba de una obra de   apologética, otras de un libro de historia, de educación o bien de una serie de   lecturas católicas. Este trabajo le robaba gran parte de la noche y al fin, tuvo   que abandonarlo, porque sus ojos empezaron a debilitarse.
             En búsqueda de colaboradores
             El mayor problema de Don Bosco, durante largo tiempo, fue el de   encontrar colaboradores. Muchos jóvenes sacerdotes entusiastas, ofrecían sus   servicios, pero acababan por cansarse, ya fuese porque no lograban dominar los   métodos impuestos por Don Bosco, o porque carecían de su paciencia para   sobrellevar las travesuras de aquel tropel de chicos mal educados y   frecuentemente viciosos, o porque perdían la cabeza al ver que el santo se   lanzaba a la construcción de escuelas y talleres, sin contar con un céntimo. 
             Aun hubo algunos que llevaron a mal que Don Bosco no convirtiera   el oratorio en un club político para propagar la causa de "La Joven Italia". En   1850, no quedaba a Don Bosco más que un colaborador y esto le decidió a   preparar, por sí mismo, a sus futuros colaboradores. Así fue como Santo Domingo Savio ingresó en el   oratorio, en 1854.
             Nace la gran familia Salesiana
             Por otra parte, Don Bosco había acariciado siempre la idea, más   o menos vaga, de fundar una congregación religiosa. Después de algunos   descalabros, consiguió por fin formar un pequeño núcleo. "En la noche del 26 de   enero de 1854 --escribe uno de los testigos-- nos reunimos en el cuarto de Don   Bosco. Se hallaban ahí además, Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Llegamos a   la conclusión de que, con la ayuda de Dios, íbamos a entrar en un período de   trabajos prácticos de caridad para ayudar a nuestros prójimos. 
             Al fin de ese período, estaríamos en libertad de ligarnos con   una promesa, que más tarde podría transformarse en voto. Desde aquella noche   recibieron el nombre de Salesianos todos los que se consagraron a tal forma de   apostolado. Naturalmente, el nombre provenía del gran obispo de Ginebra, San   Francisco de Sales (el "Santo de la amabilidad"). El momento no parecía muy   oportuno para fundar una nueva congregación, pues el Piamonte no había sido   nunca más anticlerical que entonces. 
             Los jesuitas y las Damas del Sagrado Corazón habían sido   expulsados; muchos conventos habían sido suprimidos y, cada día, se publicaban   nuevas leyes que coartaban los derechos de las órdenes religiosas. Sin embargo,   fue el ministro Rattazzi, uno de los que más parte había tenido en la   legislación, quien urgió un día a Don Bosco a fundar una congregación para   perpetuar su trabajo y le prometió su apoyo ante el rey".
             En diciembre de 1859, Don Bosco y sus veintidos compañeros   decidieron finalmente organizar la congregación, cuyas reglas habían sido   aprobadas por Pío IX. Pero la aprobación definitiva no llegó sino hasta quince   años después, junto con el permiso de ordenación para los candidatos del   momento. La nueva congregación creció rápidamente: en 1863 había treinta y nueve   salesianos; a la muerte del fundador, eran ya 768, y en la actualidad se cuentan   por millares: Diecisiete mil en 105 países, con 1,300 colegios y 300   parroquias, y se hallan establecidos en todo el mundo. 
             Don Bosco realizó uno de sus sueños al enviar sus primeros   misioneros a la Patagonia. Poco a poco, los Salesianos se extendieron por toda   la América del Sur. Cuando San Juan Bosco murió, la congregación tenía   veintiséis casas en el Nuevo Mundo y treinta y ocho en Europa. Las instituciones   salesianas en la actualidad comprenden escuelas de primera y segunda enseñanza,   seminarios, escuelas para adultos, escuelas técnicas y de agricultura, talleres   de imprenta y librería, hospitales, etc., sin omitir las misiones extranjeras y   el trabajo pastoral.
             El siguiente paso de Don Bosco fue la fundación de una   congregación femenina, encargada de hacer por las niñas lo que los Salesianos   hacían por los niños. La congregación quedó inaugurada en 1872, con la toma de   hábito de veintisiete jóvenes, entre ellas, Santa María Dominga Mazzarello, que   fue la cofundadora, a las que el santo llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio de   los Cristianos (o Hijas de María Auxiliadora). La nueva comunidad se desarrolló   casi tan rápidamente como la anterior y emprendió, además de otras actividades,   la creación de escuelas de primera enseñanza en Italia, Brasil, Argentina y   otros países. "Hoy en día son dieciséis mil, en setenta y cinco   países".
             Para completar su obra, Don Bosco organizó a sus numerosos   colaboradores del exterior en una especie de tercera orden, a la que dio el   título de Colaboradores Salesianos. Se trataba de hombres y mujeres de todas las   clases sociales, que se obligaban a ayudar en alguna forma a los educadores   salesianos.
             Nuestro Señor le inspiró un sabio método de   enseñanza
             El sueño o visión que tuvo Don Bosco en su juventud marcó toda   su actividad posterior con los niños. Todo el mundo sabe que para trabajar con   los niños, hay que amarlos; pero lo importante es que ese amor se manifieste en   forma comprensible para ellos. Ahora bien, en el caso de Don Bosco, el amor era   evidente, y fue ese amor el que le ayudó a formar sus ideas sobre el castigo, en   una época en que nadie ponía en tela de juicio las más burdas supersticiones   acerca de ese punto. 
             Los métodos de Don Bosco consistían en desarrollar el sentido de   responsabilidad, en suprimir las ocasiones de desobediencia, en saber apreciar   los esfuerzos de los chicos, y en una gran amistad. En 1877 escribía: "No   recuerdo haber empleado nunca un castigo propiamente dicho. Por la gracia de   Dios, siempre he podido conseguir que los niños observen no sólo las reglas,   sino aun mis menores deseos". Pero a esta cualidad se unía la perfecta   conciencia del daño que puede hacer a los niños un amor demasiado indulgente, y   así lo repetía constantemente Don Bosco a los padres. 
             Una de las imágenes más agradables que suscita el nombre de Don   Bosco es la de sus excursiones domingueras al bosque, con una parvada de   rapazuelos. El santo celebraba la misa en alguna iglesita de pueblo, comía y   jugaba con los chicos en el campo, les daba una clase de catecismo, y todo   terminaba al atardecer, con el canto de las vísperas, pues Don Bosco creía   firmemente en los benéficos efectos de la buena música.
             La construcción de iglesias
             El relato de la vida de Don Bosco quedaría trunco, si no   hiciéramos mención de su obra de constructor de iglesias. La primera que erigió   era pequeña y resultó pronto insuficiente para la congregación. El santo   emprendió entonces la construcción de otra mucho más grande, que quedó terminada   en 1868. A ésta siguió una gran basílica en uno de los barrios pobres de Turín,   consagrada a San Juan Evangelista. 
             El esfuerzo para reunir los fondos necesarios había sido   inmenso; al terminar la basílica, el santo no tenía un céntimo y estaba muy   fatigado, pero su trabajo no había acabado todavía. Durante los últimos años del   pontificado de Pío IX, se había creado el proyecto de construir una iglesia del   Sagrado Corazón en Roma, y el Papa había dado el dinero necesario para comprar   el terreno. El sucesor de Pío IX se interesaba en la obra tanto como su   predecesor, pero parecía imposible reunir los fondos para la   construcción.
             "Es una pena que no podamos avanzar" --dijo el Papa al terminar   un consistorio--. "La gloria de Dios, el honor de la Santa Sede y el bien   espiritual de muchos fieles están comprometidos en la empresa. Y no veo cómo   podríamos llevarla adelante"
             --"Yo puedo sugerir una manera de hacerlo" --dijo el cardenal   Alimonda.
               --"¿Cuál? --preguntó el Papa.
               --"Confiar el asunto a Don   Bosco".
               –"¿Y Don Bosco estaría dispuesto a aceptar?"
               –"Yo le conozco bien"   --replicó el cardenal--; "la simple manifestación del deseo de Vuestra Santidad   será una orden para él".
               
               La tarea fue propuesta a Don Bosco, quien la   aceptó al punto.
             Cuando ya no pudo obtener más fondos en Italia, se trasladó a   Francia, el país en que había nacido la devoción al Sagrado Corazón. Las gentes   le aclamaban en todas partes por su santidad y sus milagros y el dinero le   llovía. El porvenir de la construcción de la nueva iglesia estaba ya asegurado;   pero cuando se aproximaba la fecha de la consagración, Don Bosco repetía que, si   se retardaba demasiado, no estaría en vida para asistir a ella. La consagración   de la iglesia tuvo lugar el 14 de mayo de 1887, y San Juan Bosco celebró ahí la   misa, poco después. 
             Muerte de Don Bosco
             Pero sus días tocaban a su fin. Dos años antes, los médicos   habían declarado que el santo estaba completamente agotado y que la única   solución era el descanso; pero el reposo era desconocido para Don Bosco. A fines   de 1887, sus fuerzas empezaron a decaer rápidamente; la muerte sobrevino el 31   de enero de 1888, cuando apenas comenzaba el día, de suerte que algunos autores   escriben, sin razón, que Don Bosco murió al día siguiente de la fiesta de San   Francisco de Sales. 
             Su cuerpo permanece incorrupto en la   Basílica de María Auxiliadora en Turín,   Italia.
             Sus últimas recomendaciones fueron: "Propagad la devoción a   Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros. Ayudad   mucho a los niños pobres, a los enfermos, a los ancianos y a la gente más   necesitada, y conseguiréis enormes bendiciones y ayudas de Dios. Os espero en el   Paraíso".
             Cuarenta mil personas desfilaron ante su cadáver en la iglesia,   y sus funerales fueron una especie de marcha triunfal, porque toda la ciudad de Turín salió a la calle durante tres días a honrar a Don   Bosco por última vez. 
             Fueron tantos los milagros conseguidos al encomendarse a Don   Bosco, que el Sumo Pontífice lo canonizó cuando apenas habían pasado cuarenta y   seis años de su muerte (en 1934) y lo declaró Patrono de los que difunden buenas   lecturas y "Padre y maestro de la juventud".
             
              Fuente Bibliográfica:  "Vidas de los Santos de   Butler", tomo I, excepto algunas adaptaciones hechas por las Siervas de los   Corazones Traspasados de Jesús y María, y partes que van en letra itálica,   procedentes de: "Vidas de Santos (1)" y "Autobiografía de San   Juan Bosco", del Padre Eliécer Sálesman, Apostolado Bíblico   Católico.