Thursday April 25,2024
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CURSO DE APOLOGÉTICA
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San Pedro Apostol

San Pedro Apóstol



01. ¿Qué es Apologética, cómo, cuándo y por qué hacerla?.

02. El origen de la Iglesia.

03. Los pecados de la Iglesia.

04. La infalibilidad del Papa.

05. El dinero del Vaticano.

06. Iglesia y política.

07. El celibato de los sacerdotes.

08. Preservativos y sida.

09. Fe y Razón.

10. ¿En que creen los que dicen que no creen?.

11. Mitos protestantes (I).

12. Mitos protestantes (II).

13. ¿Por qué protestan los protestantes? (I).

14. ¿Por qué protestan los protestantes? (II).

15. Los hermanos de Jesús.

16. El por qué del celibato sacerdotal (I)

17. El por qué del celibato sacerdotal (II).

18. Por qué fue Pedro el elegido.

19. Preservativos y sida.

20. Adopción por parejas homosexuales.

21. Investigación con células madre.

22. Economía y moral.

23. El silencio de Dios (I).

24. El silencio de Dios (II).

25. Catolicismo y tolerancia.

26. Educación y derechos de los padres.

27. La historicidad de Jesús.

28. El relativismo según Benedicto XVI.

29. ¿Se puede ser cristiano sin Cristo y sin Iglesia?

30. Violencia, pacifismo y paz.

31. Cristianismo y progreso.

32. Catolicismo y Masonería (I).

33. Catolicismo y Masonería (II).

34. Catolicismo y Masonería (III).

35. La reencarnación (I)

36. La reencarnación (II).

37. ¿Son iguales todas las religiones?.

38. Los obispos españoles hablan del laicismo.

39. Iglesia y política

40. La responsabilidad civil de los católicos.

41. Fátima, noventa años de presencia mariana.

42. Víctimas de la persecución religiosa en España.

 

 

 

23. El silencio de Dios (I)


¿Por qué Dios ha consentido el “tsunami” que ha arrasado Asia?

Esta pregunta se la han hecho y la han hecho muchos recientemente.

Con variaciones, se repite cada vez que hay una catástrofe o cada vez que, a nivel personal, algún problema zarandea violentamente nuestra existencia.

Es, quizá, el mayor de los interrogantes a que debe responder quien tiene la osadía, como es el caso de los cristianos, de creer en el amor de Dios.

 

“Si el cerebro del ser humano fuera tan sencillo que lo pudiéramos entender, entonces seríamos tan estúpidos que tampoco lo entenderíamos”.

La frase no es de un teólogo, o de un santo, sino de un filósofo de nuestro tiempo con fama de ateo: Jostein Gaarder, autor del conocido y discutible “Libro de Sofía”.

No sé si un neurólogo le daría plenamente la razón, pero yo sí estoy dispuesto a dársela si ampliamos el concepto y pasamos de considerar el cerebro humano a considerar a Dios.

Porque, si Dios es Dios, es decir, si Dios es lo que decimos que es Dios: el Creador Todopoderoso, ¿cómo podemos pretender entenderle del todo?.

La fe, sin embargo, no es creer cosas absurdas. Fe es creer cosas posibles que, al menos de momento, no se pueden demostrar.

Además, la fe no es una cuestión exclusivamente religiosa. Tienen fe los enamorados en la fidelidad del otro.

Tienen fe -a veces excesivamente ingenua- los ciudadanos en las promesas de los políticos y por eso les votan.

Tienen fe los conductores en que pueden cruzar un semáforo en verde porque los contrarios están parados respetando el rojo.

En el ámbito religioso, la fe comienza por la existencia de Dios. Kant, el concienzudo filósofo alemán, afirmó que “es moralmente necesario suponer la existencia de Dios”.

En realidad, no es difícil creer que Dios existe. De hecho, la inmensa mayoría de los hombres lo han creído y lo creen así.

Entre otras cosas, porque alguien ha tenido que poner en marcha este invento maravilloso que es la creación y que es, en particular, la vida.

Los que dicen que no creen porque sólo aceptan lo que pueda ser demostrado en un laboratorio, deberían recordar el diálogo que dicen tuvo lugar entre un astronauta y un neurólogo de la Unión Soviética que discutían sobre religión. El neurólogo era cristiano y el astronauta no.

“He estado en el espacio muchas veces”, se jactó el astronauta, “pero no he visto ni a Dios ni a los ángeles”.

“Y yo he operado muchos cerebros inteligentes”, contestó el neurólogo, “pero nunca he visto un solo pensamiento”.

Y, sin embargo, los pensamientos existen, como existe el amor. Tienen, naturalmente, una base fisiológica, química, pero son mucho más que eso.

No es difícil creer en Dios y tienen más fe los que creen que no existe -porque, sin poderlo demostrar, rechazan todas las pruebas de su existencia- que los que creen que sí existe.

Es más fácil, lógico e inteligente creer que Dios existe que creer que no existe

Lo difícil, sin embargo, es creer en el amor de Dios. Y es difícil precisamente porque una y otra vez la realidad parece confirmar que no es así.

La muerte de un niño, la enfermedad imprevista, el huracán asolador, el maremoto destructor o, simplemente, el problema que te aqueja a ti en concreto y para resolver el cual habías suplicado la ayuda de Dios.

¿Cómo puede ser amor un Dios que, aparentemente, no hace nada para resolver esos problemas, que permite que exista el mal y el dolor, que se encoje de hombros ante el sufrimiento de los inocentes?.

Con Julián Marías coincido en su afirmación de que ”aquellos contenidos de la fe que no son evidentes ni obvios no se pueden proponer como si lo fueran, si no se quiere caer en lo que hace ya muchos años llamé el “cinismo de la fe” -actitud bien poco cristiana-.

Quiero decir que en el trato con los demás, el cristiano, por muy firme que sea su certidumbre personal, debe presentar como incierto lo que para otros muchos hombres lo es, y tiene que justificar su certidumbre hasta donde sea posible”.

Yo tengo la certeza de que Dios es amor y no sólo la seguridad de que existe. O dicho de otra manera, estoy seguro de que existe y tengo fe en que es amor.

¿En qué baso esa fe?

¿Qué argumentos tengo para, partiendo de la fe, llegar a la certeza?.

Ante todo, mi fe en el amor de Dios se basa en Cristo. Y, en segundo lugar, en una concepción de mí mismo como un ser limitado que -como he dicho antes- no puede llegar a conocer del todo a Dios, ni entender del todo los planes de Dios.

Es decir, la inteligencia, de la mano de la humildad que es la actitud del sabio, me lleva a aceptar el misterio. El misterio no es absurdo.

Al contrario, en lo referente a Dios, el misterio es lo probable, lo inteligente. Pero ese misterio, ese “silencio de Dios”, ese “no entender el por qué Dios permite ciertas cosas”, se ve iluminado por la experiencia de Cristo. Iluminado, digo, no anulado. La oscuridad permanece, a veces más intensa y otras menos, pero siempre está.

Siempre es fe lo que me hace dar el salto al “sí, creo”. En todo caso, como digo, la persona de Cristo, su vida, su mensaje, su muerte, su resurrección, son una luz en la oscuridad, una luz a veces tan fuerte que la fe casi desaparece y deja paso a la certeza.

¿Por qué Cristo es la puerta que nos permite creer en el amor de Dios?.

Porque Él fue quien nos enseñó que Dios es amor, primero. Y, segundo, porque Él, siendo Dios, es la prueba definitiva de ese amor.

Puedo sufrir, puedo enfermar, puedo perder a los seres más queridos, puedo morir; sin embargo, siempre resonarán en mi corazón las palabras de Juan:

“Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para la salvación del mundo”. ¿Podía hacer algo más Dios para demostrarnos su amor?.

Podía, efectivamente, hacer otras cosas, otra cosa: suprimir el mal que hay en el corazón humano y devolver a la humanidad y a la creación a aquella situación idílica que había antes del pecado original, verdadera causa de la introducción del mal, del dolor, de la muerte en el mundo.

Podía hacer eso, efectivamente, y el por qué no lo hace es el misterio, es la oscuridad, es la dosis de fe que tengo que aceptar.

Podía hacer otra cosa, pero no podía hacer nada más, en el sentido de que no podía hacer algo mayor, más convincente que lo que hizo: enviar a su Hijo al mundo para que diese la vida por nosotros y nos demostrase, no con palabras sino con hechos, lo mucho que nos ama.

¿Y si no soy capaz de creer en el amor de Dios al ver a Cristo crucificado me va a dar esa fe la salud o el dinero? ¿Por qué no creer, entonces, al ver las muchas cosas que van bien en la vida, en mi vida?

Creo en el amor de Dios porque Cristo me lo enseña así. Porque creo en Cristo creo en el Dios-Amor.

Porque existió Cristo, soy capaz de convivir con el misterio, con la duda, con la fe.

Y porque tengo fe, soy capaz de no dejarme aplastar por el sufrimiento, soy capaz de luchar, de ver la parte buena de las cosas, de darme cuenta de lo mucho que va bien y no sólo de lo que va mal.

En definitiva, porque tengo fe soy capaz de resucitar.

 

   


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