III. De la Biblia a la Misa
- Escuchar es Creer ▬
“La fe viene del oír [griego akoe, traducida en la Biblia de Jerusalén por predicación]” dijo San Pablo (cfr. Rom. 10:17). Y la Iglesia primitiva pudo oír la Palabra de Dios en la Misa.
Las primeras celebraciones eucarísticas siguieron la misma estructura de dos partes de nuestra Misa actual, lecturas de “las enseñanzas de los apóstoles” seguidas por “la fracción del pan.”
Vemos esto cuando San Pablo celebra la eucaristía en Tróade. Su sermón duró hasta la medianoche, con el resultado que uno de sus feligreses se durmió y cayó por la ventana del tercer piso. Sin asustarse, San Pablo, revivió al hombre y continuando con la oración él “partió el pan” (cfr. Hech. 20.7-12).
Además de las enseñanzas de los apóstoles, las liturgias primitivas probablemente incluían lecturas del Antiguo Testamento.
Este es el testimonio de la descripción más antigua que tenemos de la Eucaristía fuera de la Biblia. Escribiendo sobre esta parte de la Misa en 155 d.C., San Justino Mártir dijo: “Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas” y después se escucha una homilía (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica #1345).
El uso del Antiguo Testamento en la Liturgia—y en la estructura de dos partes de la Misa—se remonta hasta el ejemplo de Jesús. De hecho, la Biblia y la Misa fueron unidas inseparablemente para siempre por Jesús mismo la noche de la primera Pascua.
San Lucas nos dice que al resucitar, Jesús se encontró con dos discípulos en el camino a Emaús (cfr. Lc. 24:13-35).
No lo reconocieron al principio. Sin embargo, “empezando por Moisés y continuando por todos los profetas,” Jesús explicó el sentido del Antiguo Testamento a ellos, demostrando cómo todas las promesas de Dios se cumplieron en Él (cfr. Lc. 24:44-48). Mientras les hablaba su corazón “estaba ardiendo dentro de” ellos.
Entonces Jesús se sentó en la mesa, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Noten bien el deliberado uso de San Lucas de las mismas palabras de la Última Cena: En la mesa Jesús, toma el pan, lo bendice...y se lo da (cfr. Lc. 22:14-20).
San Lucas está retratando la Eucaristía, la primera celebrada después de la Pascua.
Primero, Jesús “proclama” las Escrituras, enseñando cómo el Antiguo Testamento se cumple en el Nuevo Testamento hecho con su sangre. Después ofrece acción de gracias por esta alianza en el partir del pan.
Cuando lo hace, se cumple la promesa de las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y se les abren los ojos a los discípulos y “conocen” a Jesús en una profunda comunión.
Desde esa noche, los creyentes nos hemos reunido cada domingo, el día de la resurrección que nosotros conocemos como el Día del Señor (cfr. Apoc. 1:10; Hech. 20:7). En esta asamblea abrimos las Escrituras y partimos el pan.
Y cuando lo hacemos en la Misa, vivimos de nuevo la experiencia de los discípulos en Emaús. Las Escrituras se cumplen, la Palabra de su Nueva Alianza arde como si se escribiera en nuestros corazones; y se nos abren los ojos por la fe al reconocerle en la fracción del pan.