Monday May 20,2024
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PREPARACION
PARA LA MUERTE


Un buena preparacion para la muerte

Autor: San Alfonso Maria
de Ligorio

Fuente: iteadjmj.com


Partes: [ 1/20 ] [ 21/37]

A. A Jesús Crucificado para alcanzar la gracia
de una buena Muerte

B. Aceptación de la Muerte


21. VIDA INFELIZ DE PECADORES Y VIDA DICHOSA DEL QUE AMA A DIOS
21.1 Mucha paz para los que..
21.2 Los desdichados pecadores 21.3 Por breves y envenenados..

22. LOS MALOS HABITOS
22.1 Nuestra propensión ....
22.2 Malos hábitos endurecen...
22.3 Perdida la luz que nos guía..

23. ENGAÑOS QUE EL ENEMIGO SUGIERE AL PECADOR
23.1 ¿Imaginemos que un joven..
23.2 Dices que el Señor es Dios..
23.3 Aún soy joven... Dios se...

24. DEL JUICIO PARTICULAR
24.1 Presentación del reo...
24.2 Acusación y examen..
24.3 Me arrepiento, Bien Sumo!,

25. DEL JUICIO UNIVERSAL
25.1 No hay en el mundo..
25.2 Apenas hayan resucitado..
25.3 Comenzará el juicio...

26. DE LAS PENAS DEL INFIERNO
26.1 Dos males comete...
26.2 La pena de sentido...
26.3 Pérdida de Dios..

27. DE LA ETERNIDAD DEL INFIERNO
27.1 Si el infierno tuviese fin ...
27.2 Del infierno jamás salir...
27.3 En la vida del infierno..

28. REMORDIMIENTOS DEL CONDENADO
28.1 Este gusano que no muere..
28.2 Lo poco para salvarse...
28.3 El muy alto bien perdido...

29. DE LA GLORIA
29.1 Vuestra tristeza en alegria..
29.2 Enjugará Dios las lágrimas...
29.3 Verá el alma las gracias...

30. DE LA ORACION
30.1 Pedid y se os dará...
30.2 Necesidad de la oración...
30.3 Condiciones de la oración..

31. DE LA PERSEVERANCIA
31.1 El que persevere al final..
31.2 Cómo se ha de vencer ...
31.3 Tercer enemigo, la carne..

32. DE LA LA CONFIANZA EN LA PROTECCION DE MARIA SANTISIMA
32.1 Quien me hallare, hallará...
32.2 María es abogada clemente.
32.3 María abogada tan piadosa..

33. DEL AMOR DE DIOS
33.1 Pues amemos a Dios...
33.2 Se nos dio y entregó...
33.3 Jesús padeció y morió...

34. DE LA SAGRADA COMUNION
34.1 Tomad y comed;éste es mi..
34.2 Jesús nos otorga este don.
34.3 Recibirlo en la comunión...

35. DE LA AMOROSA PERMANENCIA DE CRISTO EN
EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
35.1 Venid a mi los abrumados...
35.2 A todos nos da audiencia...
35.3 El Nos comunica su gracia...

36. CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS
36.1 Y la vida, en su voluntad...
36.2 Conformarnos con todo...
36.3 Admirable y continua paz...

 

34.3 El gran deseo que tiene Jesucristo de que le recibamos en la santa Comunión...


PUNTO  3

Consideremos, por último, el gran deseo que tiene Jesucristo de que le recibamos en la santa Comunión... Sabiendo Jesús que era llegada su hora... (Jn., 13, 1); mas, ¿por qué Jesucristo llamaba su hora a aquella noche en que había de comenzarse su dolorosa Pasión?...

Llamábala así porque en aquella noche iba a dejarnos este divino Sacramento, con el fin de unirse al mismo Jesús con las almas amadísimas de sus fieles.

 Ese excelso designio movióle a decir entonces (Lc., 22, 15): «Ardientemente he deseado celebrar esta Pascua con vosotros»; palabras con que denota el Redentor el vehemente deseo que tenía de esa unión con nosotros en la Eucaristía... Ardientemente he deseado... Así le hace hablar el amor inmenso que nos tiene, dice San Lorenzo Justiniano.

Quiso quedarse bajo las especies de pan, a fin de que cualquiera pudiese recibirle; porque si hubiese elegido para este portento algún manjar exquisito y costoso, los pobres no hubiesen podido recibirle a menudo. Otra clase de alimento, aunque no fuese selecto y precioso, acaso no se hallaría en todas partes. De suerte que el Señor prefirió quedarse bajo las especies de pan, porque el pan fácilmente se halla dondequiera y todos los hombres pueden procurársele.


 El vivo deseo que el Redentor tiene de que con frecuencia le recibamos sacramentado movíale no sólo a exhortarnos muchas veces o invitarnos a que lo recibiésemos: «Venid, comed mi Pan, y bebed mi Vino que os he mezclado. Comed, amigos, y bebed; embriagaos, los muy amados» (Pr., 9, 5; Cant., 5, 1); vino a imponérnoslo como precepto: «Tomad y comed; éste es mi Cuerpo» (Mt. 26, 26).

 Y a fin de que acudamos a recibirle, nos estimula con la promesa de la vida eterna. «Quien come mi Carne, tiene vida eterna. Quien come este Pan, vivirá eternamente» (Jn., 6, 55, 56). Y de no obedecerle, nos amenaza con excluirnos de la gloria: «Si no comiereis la Carne del Hijo del Hombre no tendréis vida en vosotros» (Jn., 6, 54).

 Tales invitaciones, promesas y amenazas nacen del deseo de Cristo de unirse a nosotros en la Eucaristía; y ese deseo procede del amor que Jesús nos profesa, porque —como dice San Francisco de Sales— el fin del amor no es otro que el de unirse al objeto amado, puesto que en este Sacramento Jesús mismo se une a nuestras almas (el que come mi Carne y bebe mi Sangre, en Mí mora y Yo en él) (Jn., 6, 57); por eso desea tanto que le recibamos. «El amoroso ímpetu con que la abeja acude a las flores para extraer la miel —dijo el Señor a Santa Matilde— no puede compararse al amor con que Yo me uno a las almas que me aman.»

¡Oh, si los fieles comprendiesen el gran bien que trae a las almas la santa Comunión!... Cristo es el dueño de toda riqueza, y el Eterno Padre le hizo Señor de todas las cosas (Jn., 13, 3).

 De suerte que, cuando Jesús penetra en el alma por la sagrada Eucaristía, lleva consigo riquísimo tesoro de gracias. «Vinieron a mí todos los bienes juntamente con ella», dice Salomón (Sb., 7, 11) hablando de la eterna Sabiduría.

 Dice San Dionisio que el Santísimo Sacramento tiene suma virtud para santificar las almas. Y San Vicente Ferrer dejó escrito que más aprovecha a los fieles una Comunión que ayunar a pan y agua una semana entera.

 La Comunión, como enseña el Concilio de Trento (ses. 13, c. 2), es el gran remedio que nos libra de las culpas veniales y nos preserva de las mortales; por lo cual, San Ignacio, mártir, llama a la Eucaristía «medicina de la inmortalidad». Inocencio III dice que Jesucristo con su Pasión y muerte nos libró de las penas del pecado, y con la Eucaristía nos libra del pecado mismo.

 Este Sacramento nos inflama en el amor de Dios, «Me introdujo en la cámara del vino; ordenó en mí la caridad.

Sostenedme con flores, cercadme de manzanas, porque desfallezco de amor» (Cant., 2, 4-5). San Gregorio Niseno dice que esa cámara del vino es la santa Comunión, en la cual de tal modo se embriaga el alma en el amor divino, que olvida las cosas de la tierra y todo lo creado; desfallece, en fin, de caridad vivísima.

 También el Venerable Padre Francisco de Olimpio, tea-tino, decía que nada nos inflama tanto en el amor de Dios como la sagrada Eucaristía. Dios es caridad; es fuego consumidor (1 Jn., 4, 8; Dt., 4, 24). Y el Verbo Eterno vino a encender en la tierra ese fuego de amor (Lucas, 12, 49).

 Y, en verdad, ¡qué ardentísimas llamas de amor divino enciende Jesucristo en el alma de quien con vivo deseo le recibe Sacramentado!

 Santa Catalina de Sena vio un día a Jesús Sacramentado en manos de un sacerdote, y la Sagrada Forma le parecía brillantísima hoguera de amor, quedando la Santa maravillada de cómo los corazones de los hombres no estaban del todo abrasados y reducidos a cenizas por tan grande incendio.

 Santa Rosa de Lima aseguraba que, al comulgar, parecíale que recibía al sol. El rostro de la Santa resplandecía con tan clara luz, que deslumbraba a los que la veían, y la boca exhalaba vivísimo calor, de tal modo, que la persona que daba de beber a Santa Rosa después de la Comunión sentía que la mano se le quemaba como si la acercase a un horno.

El rey San Wenceslao solamente con ir a visitar al Santísimo Sacramento se inflamaba aun exteriormente de tan intenso ardor, que a un criado suyo, que le acompañaba, caminando una noche por la nieve detrás del rey, le bastó poner los pies en las huellas del Santo para no sentir frío alguno.

San Juan Crisóstomo decía que, siendo el Santísimo Sacramento fuego abrasador, debiéramos, al retirarnos del altar, sentir tales llamas de amor que el demonio no se atreviese a tentarnos.

Diréis, quizá, que no os atrevéis a comulgar con frecuencia porque no sentís en vosotros ese fuego del divino amor. Pero esa excusa, como observa Gerson, sería lo mismo que decir que no queréis acercaros a las llamas porque tenéis frío. Cuanta mayor tibieza sintamos, tanto más a menudo debemos recibir el Santísimo Sacramento, con tal que tengamos deseos de amar a Dios.

«Si acaso te preguntan los mundanos —escribe San Francisco de Sales en su Introducción a la vida devota— por qué comulgas tan a menudo..., diles que dos clases de gente deben comulgar con frecuencia: los perfectos, porque, como están bien dispuestos, quedarían muy perjudicados en no llegar al manantial y fuente de la perfección, y los imperfectos, para tener justo derecho de aspirar a ella...»

Y San Buenaventura dice análogamente: «Aunque seas tibio, acércate, sin embargo, a la Eucaristía, confiando en la misericordia de Dios. Cuanto más enfermos estamos, tanto más necesitamos del médico» (2). Y, finalmente, el mismo Cristo dijo a Santa Matilde (3): «Cuando vayas a comulgar, desea tener todo el amor que me haya tenido el más fervoroso corazón, y Yo acogeré tu deseo como si tuvieses ese amor a que aspiras.»

  1.    De  Prof.  Rel.,  c.   78.
  2.    Ap. Blos. in Conci. An. fldel., c. 4, n. 6.

AFECTOS Y SÚPLICAS

i Oh amantísimo Señor de las almas! Jesús mío, no podéis ya darnos prueba mayor para demostrarnos el amor que nos tenéis. ¿Qué más pudierais inventar para que os amásemos?...

Haced, ¡oh Bondad infinita!, que yo os ame desde hoy viva y tiernamente. ¿A quién debe amar mi corazón con más profundo afecto que a Vos, Redentor mío, que después de haber dado la vida por mí os dais a mí Vos mismo en este Sacramento?... ¡Ah Señor! ¡Ojalá recuerde yo siempre vuestro excelso amor y me olvide de todo y os ame sin intermisión y sin reserva!...

 Os amo, Dios mío, sobre todas las cosas, y a Vos sólo deseo amar. Desasid mi corazón de todo afecto que para Vos no sea... Gracias os doy por haberme concedido tiempo de amaros y de llorar las ofensas que os hice. Deseo, Jesús mío, que seáis único objeto de mis amores. Socorredme y salvadme, y sea mi salvación el amaros con toda mi alma en ésta y en la futura vida...

María, Madre nuestra, ayudadme a amar a Cristo y rogad por mí.

   


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