» Prólogo
Autor: Catalina Rivas | Fuente: www.LoveAndMercy.org
Quien se sumerge en el Misterio de la Pasión del
Señor, no puede evitar los sentimientos de
dolor y compasión, por los terribles tratos que los
hombres dieron a su Salvador.
Como hombre, Jesús experimentó los peores
dolores que pueda soportar un ser humano:
ultrajes, golpes, ofensas, heridas en todo su
cuerpo... Fue tratado como si hubiera sido un
asesino, un enemigo de la humanidad.
Con expresiones muy impactantes, los evangelistas
nos describen las circunstancias que acompañaron
a Jesús en aquellos momentos fatales. Seguramente
estos textos pasaron en reiteradas ocasiones bajo
nuestros ojos, pero muchas veces en forma tan
fugaz que no hemos podido penetrar en el mensaje
profundo que contiene aquella realidad histórica.
El presente libro narra y describe algunos de los
acontecimientos más relevantes de nuestra
Redención. Durante dos meses, por varias horas
diarias, Jesús invita a Catalina –la autora de estas
páginas- a vivir, a contemplar sus últimos
momentos en la cruz, y al mismo tiempo a meditar
sobre sus últimas palabras.
Aquellas "últimas palabras", que jamás perderán
su fuerza, adquieren un significado particular a la
luz de los acontecimientos que vive el hombre de
hoy, empañado de materialismo, de violencia, de
pérdida de sentido; enceguecido por su soberbia, al
punto de atribuirse el derecho de manipular la
vida, de sofocarla, de decidir sobre el destino de los
demás…
Sin duda, vivimos en un mundo marcado por la
cultura de la rivalidad y de la muerte, que
promueve el hedonismo en sus expresiones más
aberrantes, mientras se formulan leyes cada vez
más alejadas de la fe, de los verdaderos valores. Es
como si en todo lo que el hombre hace, procurara
excluir en forma sistemática y obstinada a su
Creador, al grado que para muchos, hablar de Dios
en la cultura de hoy, resulta un anacronismo, un
atropello a la razón.
Mientras tanto, quienes creemos, estamos
conscientes de que hay un gran debilitamiento en
la práctica de nuestra fe, de nuestra capacidad y
disposición para orar; de nuestro compromiso con
Dios. La ausencia de razones para sostener la fe
nos viene conduciendo a la pereza espiritual, a la
pérdida del celo por las cosas del Señor, a la
confusión y a las más diversas maneras en que se
manifiesta el mal.
Observando este mundo, nos damos cuenta de que
necesita un freno; necesita -como dice Juan Pablo
II- una nueva evangelización, que haga
resplandecer con renovadas fuerzas la presencia de
Dios, que reoriente al mundo hacia Cristo, nuestra
Esperanza; hacia su Misericordia; invitando a todos
para que vuelvan a mirar la Cruz, para poder
calmar la tormenta que el enemigo común ha
desatado sobre el mundo, y para enderezar los
caminos de los hombres.
Estas páginas son una invitación especial para ti,
hermano sacerdote, hermano consagrado, hermano
laico -que estás involucrado en la efervescencia de
la actividad y del pensamiento humano- un
llamado para que redescubras el significado del
trabajo por los intereses de Cristo.
Hemos olvidado el valor de la cruz, del
sufrimiento, de la penitencia; por esto no estamos
respondiendo como debiéramos al mandato
recibido, que es el de ir por todo el mundo y
predicar la Buena Nueva del Evangelio.
Cuando Jesús le habla a Catalina refiriéndose a los
consagrados le dice: "Di a las almas consagradas
que la cruz que llevan no es solamente para que
adorne su pecho […] deben revestirse de ella,
deben aprender a 'acomodarse' en ella en lugar de
huir de ella […] no pueden ambicionar el Tabor
sin antes pasar por el Gólgota [...] En la cruz es
donde se aprende la caridad, la humildad, la
pobreza de espíritu, la templanza…"
Pero resulta que, con la mentalidad de hoy, todo lo
referido a la cruz, al sufrimiento, a la renuncia, nos
parece obsoleto; huimos de todo aquello que
implica penitencia o mortificación, no le vemos
sentido...
Sin embargo, las palabras de Cristo en el Evangelio "¡Si quieres seguirme toma tu cruz y sígueme!" no
han perdido vigencia. Si de veras estamos
dispuestos a configurar nuestra vida a la Suya,
entonces veremos que son muchas las vestiduras
mundanas de las que tendremos que despojarnos y
liberarnos.
Cristo sigue sufriendo en los miembros de su
Cuerpo místico, sufre en el anciano abandonado, en
el pobre, en el enfermo, en el encarcelado, en el
hambriento, en el huérfano… ¿Será que podemos
aliviar este dolor? Tomar conciencia de ello es
comenzar a curar las llagas y las heridas mismas de
Cristo.
La actitud pasiva es propia de aquel que está siendo domado por el enemigo. El enemigo común
no molesta a quienes ya tiene sujetados, éstos de
hecho niegan su existencia, niegan el infierno, creen
estar libres de las tentaciones porque ya todo les
parece normal; han perdido la conciencia del
pecado y por ello no necesitan evangelizar; están
convencidos de que su vocación consiste, en el
mejor de los casos, en amar a su prójimo como a
ellos mismos, pero olvidándose de cultivar su
relación personal con Dios a través de la Cruz.
Ha llegado el momento de abrir los ojos a esta
realidad terrible que está diezmando a nuestra
Iglesia. La falta de convicciones, la ausencia de un
compromiso serio, la falta de oración, son síntomas
que muestran claramente que nuestro enemigo no
está dormido, sino que obra incesantemente para
arrebatar almas y arrancarnos de nuestros deberes.
Este texto es un grito desesperado de Jesús a la
Iglesia y a la humanidad, para que todos
reconozcamos nuestra necesidad de vivir una
verdadera y profunda conversión.
Los editores