4» Lirio Perfumado de la Paciencia
Marzo 29/09 (8:30 p. m.)
San José dice:
Hijos míos: mi corazón se exalta de gozo en este día
porque sabe de nuestro encuentro. Hoy madrugué más que
ayer, recogí algunos trocitos de madera, enderecé las patas
de una mesa, agilicé algunos trabajos de entrega y me
desocupé rápidamente porque sé que muy pronto entraréis
por las puertas de mi carpintería; tomaréis asiento, abriréis
el cuaderno y escribiréis atentamente cada una de mis
palabras; palabras que os harán más sabios, palabras que
calarán en la profundidad de vuestro ser y os moverán al
cambio, palabras que sonarán como cantos armoniosos y
os darán regocijo y quietud a vuestro espíritu.
Hijos amados: os miro cada amanecer del día miércoles,
abrid vuestros ojos, corred las cortinas de las ventanas que
adornan vuestro cuarto y os levantáis apresuradamente, os
vestís con traje de gala y esperáis pacientemente a que
llegue nuestra hora convenida; hora en que departimos,
compartimos y nos recreamos; hora que se convierte en
un festín de amor, un encuentro paternal porque al fin uno
de mis muchísimos hijos ha sentido el deseo y la
necesidad de llegar a este humilde carpintero de Nazaret.
Heme aquí con un nuevo lirio perfumado: el lirio de la
Paciencia, lirio que irradiará vuestro corazón de luz; lirio
que os dará quietud, sosiego, armonía; lirio que irá
destruyendo todo ímpetu, todo desespero, de tal modo que
todo vuestro ser quede impregnado del suave oleaje del
Señor; oleaje que os embriagará de su paz, oleaje que os
llevará en ascenso hacia el cielo, oleaje que entrapará
vuestro corazón como susurros de brisa suave; oleaje que
adormilará vuestro temperamento fuerte, irascible
haciéndoos mansos; oleaje que os dará la gracia de saber
esperar, de no impacientaros por nada, ni por nadie; oleaje
que oxigenará vuestro sistema nervioso dándoos
tenacidad, aguante para que soportéis todo, toleréis todo,
ofrezcáis todo.
Venid, pues, hijos míos: acercaos a mí; oled su exquisito
aroma, su sutil fragancia, inhalad y exhalad porque es
Dios quien os cohabita, es Dios quien os posee, es Dios
quien ha propiciado este encuentro, es Dios quien ha
susurrado en vuestro corazón y por eso estáis aquí; es
Dios quien os atrajo como imán hacia mí; es Dios quien
os ha abierto el entendimiento para que hoy, miércoles
josefino, recibáis otra gracia: un nueva virtud, virtud de la
paciencia que aquietará vuestro espíritu, desahogará
vuestra alma y descansará vuestro corazón; virtud que os
aquilatará, os refinará como oro y plata; virtud que os
encaminará y os equipará para que aceptéis con amor y
resignación todo lo que Dios se digne enviaros.
Abrid, pues, vuestros corazones hijos míos, porque quiero
plantar el lirio perfumado de la paciencia; lirio que os
embellecerá, aún, más porque os hará semejantes a Jesús,
mi Hijo Amado. Hijo que siempre se mantuvo firme en
sus pruebas; Hijo que no renegó ante el sufrimiento; Hijo
que jamás cuestionó la Voluntad de su Padre Eterno.
Hijo
que oró y conservó la calma en los momentos difíciles de
su vida. Hijo que aprovechó cada situación para crecer,
aún, más. Hijo que os llama a vosotros también a hacer lo
mismo, a ofrecer vuestras penas del cuerpo, del alma y del
espíritu; penas que os refinarán y os harán, aún, más
fuertes. Esforzaos, pues, en cultivar este preciosísimo lirio
perfumado; es demasiado delicado, cualquier oleaje lo
puede deshojar, cualquier brisa medio fuerte lo puede
marchitar; abonadlo diariamente, podadlo porque la
maleza puede llegar a él y destruirlo.
Hijos míos: salid por hoy de mi carpintería; se nos hace
tarde. Id a vuestras casas, a vuestros lugares de trabajo y
haced que se os note, sin pronunciar palabra, que sois
dueños y poseedores del escasísimo lirio perfumado de la
paciencia.
El alma dice:
San José, espejo de paciencia; esta mañana me levanté
ansioso de que llegase la hora de nuestro encuentro. Hora
en que aprendo mucho más de lo que es la vida; hora en
que el sol me calienta más con sus rayos; hora en que mis
tres potencias: cuerpo, alma y espíritu se abren al unísono
prontas en recibir vuestras gracias; hora en que guardo mi
reloj para olvidarme del tiempo; hora en que escucho
vuestra voz como murmullo de Ángeles; hora en que el
Espíritu Santo desciende sobre mí y me embellece con su
luz, con sus reflejos plateados como señal, también, de su
presencia.
San José, espejo de paciencia: ha llegado el momento de
tocar afanosamente las puertas de vuestra carpintería,
puertas que se abren al primer toque, puertas que son
bellamente adornadas cuando os veo asomar, cuando os
veo aparecer con vuestro delantal, aún, puesto,
sosteniendo dulcemente en vuestros brazos al Niño Jesús.
Niño que cuidáis con esmero porque, aún, no ha dado sus
primeros pasos. Niño que tan sólo balbucea la palabra
Abba que significa Padre. Niño que se obnubila ante
vuestra gran sabiduría. Niño que se enternece con
vuestros mimos, con vuestras caricias. Niño que os
abraza, se aferra a vos porque teme caerse. Niño que se
entretiene con sus juegos infantiles mientras vos trabajáis,
mientras cumplís con vuestro oficio de carpintero. Niño
que aprende vuestro oficio viéndoos. Niño que cuando
crezca os dará descanso con su trabajo. Niño que labrará con sus venerables manos la madera.
¡Dichosa madera que
será tocada por las manos Sagradas del Hijo de Dios! ¡Dichosa madera que será tallada por el labrador del cielo
en la tierra! ¡Oh, si supierais hablar estallaríais en cantos
de adoración y de alabanza! Porque habéis sido tocada,
tallada por las manos del Maestro.
Maestro que a la edad
de treinta y tres años habría de cargar sobre sus delicados
hombros el pesado madero de la cruz. Maestro que sería
crucificado convirtiendo la cruz en el Madero Victorioso,
porque tres días después de su muerte resucitaría para
nuca más dejarnos solos, huérfanos.
San José, espejo de paciencia: mi corazón se agita de
emoción al saber de que otro lirio perfumado habéis
sembrado dentro de mí: el lirio de la Paciencia.
Lirio que
controlará mis ímpetus, mi euforia; lirio que dará frescura
y lluvia temprana cuando me enervo por el desespero;
lirio que soplará suavemente en mí y refrenará mi cólera,
mi enojo; lirio que inundará de la paz de Dios todo mi ser;
paz que me conllevará a aceptar el sufrimiento, paz que
me conducirá a soportar las imprudencias de mis
hermanos, paz que exaltará mi corazón de gozo; gozo
porque algo nuevo está ocurriendo en mí; gozo porque
cada lirio que plantáis en mi corazón es otra gracia, otra
virtud que me adorna, me embellece; gozo porque sé que
un prodigio del Amor Santo y Divino ha engalanado mi
espíritu, espíritu que toma más luz; espíritu que se hace
más radiante, más luminoso, más fluorescente porque la
llama que hay en mí arde con mayor fuerza, con más ímpetu.
San José, espejo de paciencia: tarde os amé hermosura;
pero mi corazón es consolado porque a lo menos os
conocí en vida; vida que es tallada y labrada por vuestras
manos; vida que ha sido transformada porque desde que
llegasteis a mi lado, algo diferente se produjo dentro de
mí.
San José, espejo de paciencia: sosegad y aquietad mi
espíritu cuando se exalte, sosegad y aquietad mi corazón
con el lirio perfumado que lo adorna, lo embellece.
Ayudadme amadísimo José a que todas las almas que
caminen a mi alrededor aspiren su profuso aroma, aroma
que es prueba fidedigna de vuestra presencia en mi vida.
(Letanías y oración al final.)