Tuesday April 23,2024
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AQUEL
PABLO DE TARSO


San Pablo

Autor: P. Pedro García
Fuente: Evangelicemos.net

« PARTE 3 de 3

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]



71. La carta a los Filipenses. Corazón de punta a punta

72. ¿Nuestra mística? ¡Jesucristo! Invariable en Pablo

73. El amor fraterno.
Insistencia continua.

74. Trivialidades de la vida.
La virtud cristiana

75. Filemón.
Sembrando la libertad.

76. A los de Colosas.
Jesucristo sobre todo

77. Cristo en Colosenses. Grandezas y compromiso

78. Resucitados con Cristo. Somos seres celestiales

79. Cristo x Adán.
O uno u otro

80. Una lección machacona.
La Oración en San Pablo


81. Ceñidos por el amor.
El principio, el medio y el fin

82. La carta a los Efesios. Páginas sublimes

83. Predestinados y elegidos.
De eternidad a eternidad.

84. Santos, inmaculados, amantes. Así nos pensó Dios

85. ¡Ven, Espíritu Santo!
El único Espíritu de la Iglesia


86. ¡Viva la Vida de Dios!

87. El “Misterio” de Cristo.
Un secreto revelado

88. Pablo, el héroe
de la humildad.
El menor que el más pequeño

89. ¡Perfectos!
Nada de medianías.
El crecimiento en Cristo

90. El Matrimonio cristiano.
Un misterio grande.

91. Pablo y sus colaboradores. Un equipo magnífico

92. Primera carta a Timoteo.
A dirigir bien la Iglesia

93. Dios nuestro Salvador. Bondad sobre bondad

94. Un solo Mediador.
Gozo, confianza y seguridad

95. Soldados.
En Pablo, ya se sabe…

96. Jesucristo.
La clave del arco

97. Tito.
Estás en puesto difícil…

98. Jesucristo más y más.
El inagotable Pablo

99. Hebreos.
Con muchas ideas de Pablo

100. Sacerdote y Víctima.
Y el cristiano con Cristo

101. Tras el Jefe y el Guía.
¡A perseverar!

102. Timoteo, ¡ven!...
Un testamento de Pablo

103. He terminado mi carrera. Pablo en el final

104. Dinos, Pablo,
¿tú, quién eres?...
Estamos de despedida

 

Un solo Mediador.
Gozo, confianza y seguridad.


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En solo unas cuantas palabras ha encerrado San Pablo una verdadera arenga, íbamos a decir que llena de entusiasmo, pero, digamos mejor, llena de una sabiduría grande y de alcances muy largos.

Le escribe a su querido discípulo Timoteo:

-¡Hagan oración en las Iglesias!

¡Rueguen por las autoridades, para que tengamos paz!

¡Pidan a Dios, el cual quiere que todos los hombres se salven!

¡Y confíen, confíen, porque tenemos ante Dios un valedor poderoso!

¿Saben quién es? ¡Jesucristo! El único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Un Hombre como nosotros, que se entregó a Sí mismo en la Cruz como rescate por todos (1Tm 2,1-6)

La clave de esta ardiente exhortación se encuentra en una sola palabra: “Mediador”.

Jesucristo es el puente que une a los hombres con Dios. Un puente por el que Dios baja a los hombres y por el que los hombres suben a Dios.

Puente firmísimo, que desafiará los siglos, por inundaciones que se echen sobre el mundo. En una orilla está Dios, en la otra, la Humanidad.

¿Y por qué Jesucristo es el único Mediador, capaz de unir a los hombres con Dios?

Por esto precisamente: porque Jesucristo es Dios, y se mantiene firmísimo en una de las orillas; y porque es también Hombre, y se mantiene firmísimo igualmente en la orilla opuesta.

Por Jesucristo Dios, Dios llega a los hombres; y por Jesucristo Hombre, los hombres llegamos a Dios.

Parece que estamos jugando con las palabras, pero este es el sentido grandioso de esta afirmación de Pablo:

“Hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también”.

Tal como lo vemos en todo el Antiguo Testamento, los judíos veían en Moisés al gran mediador entre Dios y el pueblo. Y lo fue ciertamente.

Impresiona a este respecto el capítulo 19 del Éxodo, donde vemos intercambiarse a Dios y el pueblo mediante el caudillo Moisés, con este diálogo:

Dice Dios: -Moisés, habla así a la casa de Jacob y anuncia esto a los hijos de Israel.

Habla Moisés: -Pueblo de Israel, estas son las palabras que Yahvé te ha mandado.

Contesta el pueblo: -Dile a Yahvé que haremos todo lo que nos ha ordenado.

Pero Moisés fue mediador únicamente en símbolo, en figura, como una representación del Mediador que había de venir, Cristo Jesús.

Llegado el momento culminante de la Historia, Jesús realizó con su Misterio Pascual, su muerte y su resurrección, todo lo que la Antigua Ley significaba.

Jesucristo, Dios y Hombre a la vez, era inmensamente superior a Moisés.

Como Hijo de Dios, era Dios igual que Dios su Padre.
Como hombre, nos representaba plenamente a los hombres sus hermanos.

Al ofrecerse a Sí mismo como sacrificio en la cruz, agradaba y glorificaba a Dios de una manera plena, total, porque Jesús era Dios.

Y por eso Dios otorgaba a los hombres el perdón absoluto, con una amnistía completa, anulando la condenación que pesaba sobre la Humanidad por todas sus culpas.

Mirando a Jesús, el que se ofrecía en sacrificio derramando su sangre, pasma la magnanimidad, la generosidad, el amor inmenso con que iba a la cruz este Hombre sin igual.

Pablo lo pondera con estas palabras:

-Comprendemos que haya alguien que se ofrezca a morir por un amigo, por un bienhechor, por un inocente, por una persona buena.

Pero, ¿quién es el que se ofrece a morir por un criminal?
Sin embargo, esto es precisamente lo que hizo Jesús, inocente del todo.

Cargó con nuestros pecados, y murió para que nosotros, los criminales y pecadores, nos salváramos todos ante Dios (Ro 5,8)

San Pablo, al considerar esto, saca muchas consecuencias de lo que por nosotros hizo Cristo el Señor.

Es comprensible el gozo que nos llena a los hijos de la Nueva Alianza, a los cristianos.

Sabemos que estábamos irremisiblemente perdidos, pero Cristo nuestro Mediador respondió por nosotros, ¿y qué ocurrió?

Cuando nos hallábamos sin fuerzas para salvarnos, y éramos pecadores, inmundos delante de Dios, vino Cristo y murió por nosotros, los impíos...

Ahora, ¡estamos santificados por la sangre de Jesús, y la ira de Dios ya no nos puede alcanzar!...

Somos santos, y, por lo mismo, hijos de Dios, el único Santo, que nos ha admitido a un trato íntimo con Él al darnos un espíritu filial, no el de esclavos como antes, que nos hacía temblar ante el Dios justiciero.

Pablo acaba este párrafo precioso con una confesión llena de orgullo santo:

“¡Ahora nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido la reconciliación” (Ro 5,6-11)

Juan en el Apocalipsis exclamará de la misma manera:

“Al que nos ama y con su sangre nos ha lavado de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para Dios y Padre suyo, a él la gloria y el poder los siglos de los siglos” (Ap 1,5-6)

Es un gozo contemplar a Jesús, en quien las figuras del Antiguo Testamento se hacen realidad.

Pasan las sombras, y la luz aparece en todo su esplendor.

Moisés, el mediador de entonces, simple hombre mortal, deja paso al Mediador verdadero y eterno.

El cordero pascual es sustituido por Jesucristo, el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, y que renueva continuamente en su Iglesia por la Eucaristía el mismo sacrificio del Calvario.

La Redención, ya no es la liberación de Egipto: sólo un pueblo, Israel, que queda libre, sino la de todos los pueblos, libres de la esclavitud del pecado y de una condenación eterna.

Los bautizados, ya no son esclavos de una Ley opresora, sino hombres y mujeres libres, hijos e hijas de Dios, sin otra ley que la del Espíritu Santo que llevan en sus corazones.

Hoy repetimos mucho la palabra de Pablo: “Hay un solo Dios, y un solo Mediador, Jesucristo el Hombre Dios”.

¡Qué feliz la sociedad que vive esta verdad grandiosa!

Vamos a caminar hacia Dios, agarrados de un Hombre hermano nuestro, Jesucristo, que sabe muy bien la senda y que no nos suelta de su mano…

   


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