Primera carta a Timoteo. A dirigir bien la Iglesia.
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Entrado el año 64, después de su viaje a España, Pablo había marchado a Oriente para visitar las Iglesias de Éfeso y Colosas.
Poco después, en el mes de Julio, estallaba en Roma la persecución decretada por Nerón contra los cristianos, a los que se achacaba el incendio de la Urbe.
Nada sabemos de Pablo durante la persecución, pero debía estar fuera de Roma, pues de lo contrario le hubiera sido difícil escapar de la Policía romana, que lo conocía bien desde los días de su prisión casi a las puertas del Pretorio.
Evangelizando por Oriente, deja en Éfeso a Timoteo y marcha él a Macedonia, desde donde escribe esta carta a su discípulo y colaborador más querido, para recomendarle:
-Trabaja en esa Iglesia de Éfeso, buena y que se conserva bien. Pero, las cosas han cambiado desde que marché de allí hace ya más de siete años.
A pesar de tu juventud, mira de que se te respete, y haz frente con valor a esas nuevas doctrinas que pueden perjudicar mucho a los cristianos.
Si estamos acostumbrados a leer a San Pablo, vemos que las cartas a Timoteo y a Tito, llamadas las “Cartas pastorales”, son totalmente diferentes de las anteriores.
Pablo no escribe ahora a grupos en los cuales ha de corregir abusos inaceptables, sino a discípulos particulares con unos consejos aptos para dirigir bien la Iglesia.
Esto es lo importante de estas cartas: que nos dan normas prácticas de vida cristiana, aunque tienen también detalles circunstanciales que ya no rigen hoy en la Iglesia.
Y lo primero que pide Pablo es algo tan sencillo y tan elevado como lo encerrado en estas palabras apenas comenzar:
“El amor que procede de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera” (1,5)
Pablo señala los errores que se están introduciendo en Éfeso, y se enfrenta severo a los perturbadores:
-¿Qué es eso de prohibir el matrimonio?... Quiero que las jóvenes se casen y que tengan hijos… Pues la mujer se salvará por la maternidad…
¿Y por qué prohíben el uso de alimentos, que Dios creó para que los coman con acción de gracias?...
Sepan que todo queda santificado por la palabra de Dios y por la oración…
Ya lo escribí en otra ocasión: “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (4,3; 4,14; 2,15. 4,3-4. Ro 14,17)
Con este presupuesto de conciencia pura en los oyentes, Pablo puede exponer la doctrina más elevada, pues los limpios de corazón captan todo lo que sea de Dios.
“Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de lo cuales el primero soy yo” (1,15)
Ante esta confesión de Pablo, ¿qué cristiano tiene miedo de su salvación?
No la puede tener, y más contando con el Dios y con el Jesús que tenemos en el cielo:
“Dios nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven”.
Y para ello nos ha dado un intercesor sin par:
“Porque tenemos un Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (2,4-6)
Piensa Pablo en Jesucristo, y trae la estrofa de un himno precioso que se cantaba en las asambleas de la Iglesia:
¡Jesucristo!... “Ese Dios que se manifestó en la carne, fue justificado en el Espíritu, apareció como Dios a los ángeles, ha sido proclamado a los gentiles, es creído en el mundo, y ha sido ensalzado a la gloria” (3,16)
Con este Jesucristo ante los ojos, que ha iniciado el tiempo de la salvación, Pablo ve a los rebeldes al Evangelio, nuevos predicadores de falsedades, y amenaza serio:
“Algunos apostatarán de la fe, entregándose a espíritus engañadores y a doctrinas diabólicas, por la hipocresía de embaucadores que tienen marcada a fuego su propia conciencia”.
Son los falsos maestros que se han presentado siempre en el mundo cambiando la doctrina de la Iglesia.
Los apóstoles, con Pablo y Juan a la cabeza, no los toleran, nos avisan, nos previenen, y nos piden fidelidad y perseverancia en nuestra fe, aunque nos cueste.
En la siguiente carta a Timoteo, Pablo refrendará esta su condena a esos falsificadores de la verdad con palabras muy duras:
“Son hombres de mente corrompida, descalificados en la fe, aunque su insensatez quedará descubierta ante todos” (2Tm 3,8-9)
Los apóstoles eran muy buenos, pero también muy serios y muy firmes.
Esta carta primera a Timoteo, sencilla, es una serie de consejos para gobernar la Iglesia, pero acaba de una manera solemne de verdad:
“Te recomiendo en la presencia de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que ante Poncio Pilato rindió tan hermoso testimonio,
“que conserves la fe sin tacha ni culpa hasta la manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo,
“el bienaventurado y único Soberano, el rey de los reyes y el Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad,
“que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A él sea el honor y el poder por siempre. Amén” (6,13-16)
Cada vez que nos trae Pablo un párrafo como éste nos entusiasmamos queramos que no.
Porque nos encontramos con Jesucristo en quien creemos;
a quien confesamos lleno de gloria a la derecha del Padre;
al que esperamos con ilusión creciente;
al que le decimos anhelantes con el Apocalipsis: “¡Ven, Señor Jesús”;
al que sabemos que será nuestro gozo eterno.
Jesucristo llenando nuestra vida…
Jesucristo siempre y en todas partes…
Jesucristo, obsesión de la mente y pasión del corazón…
Es el Jesucristo al que le decimos con sinceridad y con el entusiasmo juvenil de aquel cantar: