Thursday April 25,2024
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AQUEL
PABLO DE TARSO


San Pablo

Autor: P. Pedro García
Fuente: Evangelicemos.net

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36. ¡Pero Cristo resucitó!
El fundamento de nuestra fea

37. Carta segunda a los Corintios.
Seguían las inquietudes

38. Reconciliados.
De enemigos,
amiguísimos de Dios

39. Hacia la Ciudad futura.
La ilusión más grande

40. Urgidos por el amor. Amor DE Cristo, amor A Cristo

41. Servidor y apóstol.
La conciencia misionera
de Pablo

42. Pablo, ¡qué apóstol!
Cómo se retrata a sí mismo

43. En la Trinidad Santísima. Cómo nos habla Pablo

44. Seguimos en Éfeso.
Aquella puerta tan ancha

45. La carta a los Gálatas.
Tan queridos y tan volubles

46. En Cristo Jesús.
Esta insondable expresión paulina

47. Con las Llagas de Cristo.
Y con Pablo, otros y otros

48. ¿Está María en San Pablo?... ¿Probamos a ver?

49. Con las obras del Espíritu.
El vencedor de todo mal

50. En la Cruz de Cristo.
Sin altas teologías

51. La carta magna a los Romanos.
Lo mejor de lo mejor

52. ¡Fe! Vivir de la fe.
El tema de toda la carta

53. ¿Arrancar del pecado? Extraño, pero es así

54. ¿Qué es eso de Justicia?
En Pablo, continuamente

55. ¡Gracias a Dios!
Por la gracia precisamente…

56. La Esperanza que no falla. Optimismo total

57. El Amor en nuestros corazones.
Derramado a torrentes

58. Hijos y herederos. ¿Valoramos lo que somos?

59. ¡Ese octavo de los Romanos! La página cumbre de Pablo

60. Los Judíos.
Gloria, caída y esperanza
del gran pueblo

61. Una hostia con Cristo.
Esto es la vida del cristiano

62. Los apóstoles laicos.
Pablo, animador y maestro

63. De Tróade y Mileto
a Jerusalén.
El viaje tan problemático

64. Entre la segunda
y tercera misión.

Dejando por ahora

65. En la temida Jerusalén.
Lo que tenía que suceder…

66. El preso de Cesarea.
Dos años interminables

67. “¡Irás al César!”.
Pablo se decide, y apela

68. La tempestad espantosa.
Las aventuras de aquel viaje

69. ¡Por fin, en Roma!
El sueño más acariciado

70. Procesado y absuelto. Apóstol entre las cadenas

 

En la Trinidad Santísima.
Cómo nos habla Pablo


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Les invito, amigas y amigos, a que cuenten las veces que se nos saluda en la Iglesia con estas palabras:

“La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén con ustedes”.

¿Cuántas veces lo oímos?... ¿Y sabemos de quién son estas palabras? Pues…, se las debemos a nuestro querido San Pablo, que así se despide de los Corintios (2Co 13,13)
Y empezamos con una pregunta: ¿Qué pensaba Pablo de la Santísima Trinidad?

Parecería fácil la respuesta, pero no resulta tan sencilla.

Pensemos que Pablo era un judío acérrimo.

Para él, no había más que un solo Dios, Yahvé y nadie más.

¿Y que le vengan ahora los de esa secta del Crucificado a decirle que Jesús es el Hijo de Dios, y Dios como su Padre? ¿Y que hablen de un Espíritu Santo, que también es Dios?...

A un judío tradicional esto no le entraba por nada en la cabeza.

Por eso entregaron a Jesús, por blasfemo, porque se hacía pasar como Hijo de Dios y Dios como su Padre.

Por eso apedrearon a Esteban, porque aseguró que veía a Jesús a la derecha de Dios, es decir, Dios también como Yahvé.

¿Cómo vino Pablo a saber que Jesús era Dios, y el Espíritu Santo también?

Fue por iluminación clarísima de Dios.

Al ver a Jesús que se le aparecía glorioso ante las puertas de Damasco, no lo dudó un instante: ¡Es el Hijo de Dios, y es Dios!

Al recibir el bautismo tres días después, oye que le dice Ananías, el enviado de Dios:

“Vengo para que te llenes del Espíritu Santo”.
A partir de ahora, sabe Pablo muy bien que Yahvé, el Dios de Israel, tiene un Hijo que es Dios, Jesucristo.

Y sabe también que en Yahvé hay otra Persona divina, que se llama el Espíritu Santo.

¿Cómo hablará Pablo de las tres divinas Personas, qué dirá de cada una de ellas?

Sin hacer teología, siempre hablará del mismo y único Dios.

Pero Pablo irá atribuyendo al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo lo que cada una de las tres Personas ha hecho y hace en la obra de la salvación y santificación de los hombres.

El Padre es el Dios todo en todas las cosas (1Co 15,28)
Jesús, el Hijo, es el Dios bendito por los siglos Ro 9,5)

El Espíritu Santo es, dentro del mismo Dios, el único que sondea las profundidades infinitas de Dios (1Co 2,10)
¿Y qué hace el Padre por nuestra salvación? “Por el inmenso amor que nos tuvo” (Ef 2,4), “envió a su Hijo, nacido de una Mujer”, de María, con la cual únicamente comparte su paternidad divina (Gal 4,4). Y nos lo dio de tal manera, “que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros” (Ro 8,32)

¿Qué hace para salvarnos Jesús, el Hijo de Dios? Cada uno en particular repite con Pablo: “¡Que me amó y se entregó a la muerte pro mí!” (Gal 2,20)

¿Qué hace el Espíritu Santo?... “Se nos ha dado, y por él se ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones” (Ro 5,5)

Qué preciosidad de obra la del Dios Trinidad, tal como nos la describe San Pablo en sólo un par de líneas:

-Es Dios, el Padre, quien nos da toda la fuerza en Cristo, su Hijo, y nos marca en nuestros corazones con el sello de su Espíritu (2Co 1,21-22)

El Padre nos comunica toda su vida, y por eso somos sus hijos; lo hace el Padre mediante Jesucristo, en quien habita la plenitud de la Divinidad;
y sella y garantiza su vida en nosotros para la eternidad con las arras del Espíritu Santo.

Tenía mucha razón aquel gran Papa y Doctor de la antigüedad cristiana, San León Magno, cuando se dirigía al bautizado:

-“¡Reconoce, cristiano, tu dignidad!”. No encontrarás a nadie más grande que tú en la redondez del mundo.

Entre tantas veces que Pablo nos trae en sus cartas a las Tres Divinas Personas, podemos escoger una de singular valor:

“El Espíritu Santo se une a nuestro propio espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Ro 8,16-17)

Aquí encontramos la mística de lo que es en nosotros la Santísima Trinidad.

Nos encontramos, ante todo, con el Padre que nos ama, y, porque nos ama, nos manda su Hijo a nuestros corazones. Con Él nos da su Vida y todas sus riquezas.

Con el Hijo que el Padre nos ha dado y vive dentro de nosotros, tenemos expedito el camino que nos conduce al Padre y hallamos abierta la puerta del Dios que nos espera.

Jesucristo nos pasa a nosotros todos sus derechos de Hijo de Dios; nos comunica la Vida de su Padre Dios que Él posee en plenitud; nos hace herederos de su misma Gloria.

Jesús es el Hijo Primogénito de Dios, y nosotros, sus hermanos, hijos también de Dios.

El Espíritu Santo, Espíritu del Señor Jesús, está muy metido en nosotros, invadiendo todo nuestro ser, y asegurándonos que sí, que tengamos fe y esperanza, porque Él mismo sale garante de que somos hijos de Dios.

Es el Espíritu quien nos hace gritar cuando nos dirigimos a Dios: ¡Abbá, Padre, Papá!

Es el Espíritu Santo quien inspira nuestra oración y quien nos llena de anhelos celestiales y divinos.

Y será el Espíritu Santo, concluye Pablo, quien, después que ha resucitado a Jesús de entre los muertos, nos resucitará también a nosotros, sacándonos de nuestros sepulcros para la gloria inmortal (Ro 8,11)
San Pablo no se mete a hacer teologías sobre la Santísima Trinidad.

Pero lo que nos dice de Ella ─y la cita en un montón de pasajes de sus cartas─ no cansa el leerlo, el meditarlo, el asimilarlo como lo más dulce, tierno y subido de la vida cristiana.

¡Trinidad Santísima!, la Trinidad que Pablo nos enseña. Ven y vive en los hijos que tienes en la tierra, y que no pueden con las ganas que sienten de gozarte allá arriba, donde Tú los esperas a todos…

   


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