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AQUEL
PABLO DE TARSO


San Pablo

Autor: P. Pedro García
Fuente: Evangelicemos.net

PARTE 1 de 3 »

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00. El Apóstol Pablo.
Charla Introductoria

01. El hombre que se presenta.
Formación judía y griega

02. Pablo y Esteban.
El celoso mantenedor de la Ley

03. Ante las puertas de Damasco.
La conversión de Pablo

04. Damasco-Jerusalén-Tarso. Los primeros pasos del convertido

05. La Iglesia de Antioquía. Emociones a montón

06. La primera misión.
Chipre, y adentrándose en Asia

07. Los judaizantes a la vista. Los tenemos que conocer

08. En el Concilio de Jerusalén. El triunfo de la libertad cristiana

09. Empieza la segunda misión. Por las tierras de Galacia

10. Filipos.
Se abre la puerta de Europa

11. El mundo grecorromano.
El Imperio y sus religiones

12. Algo más sobre el Imperio. Situación social y moral

13. El cristiano.
Fermento y semilla
metidos en el Imperio

14. Tesalónica y Berea.
El Evangelio por Macedonia

15. Con la Biblia en la mano.
La lección de los de Berea

16. Atenas.
Frialdad e indiferencia

17. A partir del Areópago.
Un fracaso y una lecció

18. Corinto.
Soñando en lo imposible

19. Las Cartas
magistrales de Pablo.
Doctor para siempre

20. La primera a los de Tesalónica.
Ya nadie parará la pluma

21. A ser santos llaman.
Lo primero que pidió Pablo

22. El Señor volverá.
Otra misiva a Tesalónica

23. ¡Lean, tesalonicenses!
Una súplica de Pablo

24. Entre la segunda
y tercera misión.

Dejando por ahora

25. Éfeso

26. Primera carta a Corinto. Mucha luz entre sombras

27. ¡Y Jesucristo Crucificado!... Con el escarmiento de Atenas

28. El Bautismo.
Pablo, el gran doctor

29. Una palestra de la castidad. ¡Precisamente en Corinto!

30. Olimpíadas cristianas.
A correr los valientes…

31. ¡La Iglesia!
A pensar como Pablo

32. ¡Aquí estás presente, Señor! Pablo sobre la Eucaristía

33. El Espíritu en acción.
Los carismas del Espíritu Santo

34. El himno incomparable
al Amor.
¡Ese capítulo trece!

35. La tríada gloriosa.
Con las Tres teologales

 

La primera misión.
Chipre, y adentrándose en Asia


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El puerto de Seleucia presenció aquel día primaveral del año 45 una escena hasta entonces nunca vista:
-¡Adiós, hermanos!...

Lo decían a gritos entre abrazos, besos y lágrimas, los cristianos venidos de Antioquía, que distaba 25 kilómetros.

Habían venido para dar la despedida a los primeros misioneros de la Iglesia, Bernabé y Pablo, los cuales se dirigían a Chipre, cien kilómetros adentro del mar Mediterráneo.

Allí los llevaba el afán no de hacerse ricos con sus famosas minas de cobre, sino el de conquistar para el Señor Jesús aquella isla prometedora, patria del mismo Bernabé (Hch 13,4-52. 14,1-28)

Había mucha paz en la isla, gobernada por el procónsul Sergio Paulo, un romano inteligente, que se mostró interesado en la doctrina de Jesús expuesta por Pablo.

Sin embargo, se metió de por medio Satanás.

Un mago judío, llamado Elimas, se presentaba cada día al procónsul con sus impertinencias:

-No le hagas caso a este judío renegado!...
Hasta que Pablo ya no aguantó más:

-¡Cállate, hijo del diablo! Estás repleto de todo engaño y de toda maldad. ¿Hasta cuándo vas a persistir en torcer los caminos del Señor? Para que escarmientes, te vas a quedar ciego temporalmente sin poder ver la luz del sol...
Y sigue la narración de Los Hechos:

“Al instante cayeron sobre él oscuridad y tinieblas e iba dando vueltas buscando quién le llevase de la mano”.
Aunque el castigo de Dios iba a ser sólo temporal, el procónsul Sergio Paulo, visto el portento, abrazó la fe del Señor Jesús.

No dicen nada más los Hechos sobre la evangelización de Chipre, pero fue muy fecunda a lo largo de los 250 kilómetros que atraviesan la isla de oriente a occidente.

De hecho, Bernabé volverá allí en un viaje posterior para confirmar en su fe a los creyentes.
Ahora, dejada la isla, ¡a lanzarse a la conquista del interior del Asia Menor!

Resultaba toda una aventura el atravesar las montañas del Tauro hasta llegar a la llanura de Antioquía de Pisidia, distante más de 160 kilómetros...

Caminos ásperos, a lo más de herradura, que subían hasta una altura de 1.200 metros…

Caminar siempre al acecho de los ladrones y bandoleros, tan famosos en la región…

Dormir, después de un día agotador, sólo en el suelo de posadas míseras…

Un viaje así, de unos siete días, se hace únicamente empujados por un gran ideal.

Al fin alcanzaron la planicie en la que pastaban innumerables rebaños de cabras, y llegaron a Antioquía de Pisidia, cuya evangelización tiene una importancia tan especial porque nos muestra lo que va a ser la evangelización de todas las ciudades misionadas por Pablo:

un exponer la historia del Antiguo Testamento, que preparaba la venida del Cristo;
un aceptar el Evangelio sólo algunos pocos judíos;
un pasarse Pablo a los gentiles;
y un tener que escapar de la persecución judía, aunque dejando en la ciudad bien establecida la Iglesia.

En todas partes se va a repetir el mismo esquema
La Iglesia conquistó en Antioquía muchos adeptos. Hasta que los judíos hicieron lo de siempre. Como muchas mujeres, esposas de los hombres paganos más influyentes de la ciudad, eran adictas a la sinagoga, los judíos pusieron en ellas los ojos:

-Consigan de las autoridades romanas que saquen de aquí a esos revoltosos…
Y ellas lo consiguieron, como es natural. Pero los discípulos, “mientras se llenaban de gozo y del Espíritu Santo”, despedían a sus misioneros:

-¡Animo! Y hagan en Iconio lo mismo que aquí entre nosotros…
¡Y lo hicieron! ¡Vaya que si lo hicieron!
Y lo pudieron hacer porque en Iconio iban a detenerse “bastante tiempo”.

Muchos judíos y muchos paganos abrazaron la fe, sobre todo al ver los milagros que obraban los dos enviados de Dios.
Por más que la ciudad se dividió pronto en dos. Los judíos rebeldes gritaban:

-¡A apedrearlos por blasfemos!...
Aunque no lo consiguieron, por ser Iconio ciudad romana, y ser también los dos apóstoles ciudadanos romanos.
Fueron expulsados, pero en Iconio quedaba otra iglesia llena de vida y de fervor.

En Listra, el nuevo puesto de misión, la evangelización se iba a desarrollar de manera muy diferente. Era un pueblo campesino, pagano todo. Los misioneros predican en las plazas, en las calles, en el mercado, en las casas, en cualquier lugar.

Entre los oyentes, se hallaba sentado inmóvil un tullido de nacimiento que escuchaba con suma atención la palabra. Pablo lo mira fijamente, adivina que el pobrecito aceptaba la salvación por la fe, y le grita con voz imperiosa:
-¡Ponte de pie!...

El paralítico se levanta de un salto y comienza a caminar. Y vino lo inesperado. Por todas partes se oía gritar:
-¡Dioses, dioses en forma humana han aparecido entre nosotros! Uno, Bernabé tan silencioso y solemne, es Júpiter, el dios soberano. Pablo, el que predica, es Mercurio.

Aquellos paganos y rudos campesinos pasaron de las palabras a la acción.

-¿Son dioses? Entonces, hay que adorarlos y ofrecerles sacrificios…

En el templo de Júpiter que se hallaba en la entrada de la ciudad, el sacerdote dispuso toros para el sacrificio, y la gente adornó las puertas con guirnaldas y ramos de flores para solemnizar la celebración.

Pablo y Bernabé que se enteran, rasgan sus vestiduras en señal de dolor, y se precipitan hacia la gente gritando:

-Pero, ¿qué van a hacer? ¡Cuidado! Los sacrificios son sólo para Dios! ¡No hagan esto, por favor! Porque nosotros no somos dioses, sino hombres como todos ustedes y de su misma condición…

La gente empezó a calmarse con estas palabras, aunque a duras penas se mantuvieron sin ofrecer el sacrificio. Pero judíos venidos de Antioquía de Pisidia y de Iconio se presentaron revolviendo al pueblo:

-¿Ven lo que hacen esos dos? ¡Quitarles a sus dioses!...
Agarrado entonces Pablo, lo apedrean en medio de la ciudad, y, dándolo por muerto, lo sacan a rastras hasta las afueras donde lo dejan tendido para que se lo coman los buitres y las fieras del campo.

Se echa encima la noche, y unos discípulos vienen a recoger el cadáver para darle honrosa sepultura. Pero, contra toda esperanza, Pablo daba señales de vida.
Sano del todo milagrosamente, al otro día salía tranquilo de la ciudad.

La primera misión apostólica, después de evangelizar Derbe, había durado unos cuatro años. Los dos apóstoles regresaron por las ciudades evangelizadas y animaban a los discípulos con estas palabras:

-¡Adelante! ¡Buen ánimo siempre! Y “no olviden que es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.

Llegaron por fin a Antioquía de Siria, de donde habían partido. El júbilo de la comunidad cristiana era incontenible, cuando Pablo y Bernabé “se pusieron a contar lo que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto a los gentiles las puertas de la fe”.

La Iglesia estaba en marcha, y nadie la podría ya detener…

   


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