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Friday April 19,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 5 de 7 »

PREPARACIÓN
PARA LA PASION

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



541. Judíos en Betania de visita

542. Los judíos en casa
de Lázaro

543. Marta llama a un criado
a llamar al Maestro

544. La muerte de Lázaro

545. El criado de Betania refiere a Jesús el mensaje de Marta

546. El día de los funerales
de Lázaro

547. Jesús decide ir a Betania

548. La resurrección de Lázaro

549. Sesión del Sanedrín y audiencia en el palacio de Pilato

550. Misión de amor para Lázaro y contemplación absoluta para su hermana María. Jesús debe
huir a Samaria

551. Los apóstoles son informados, después de un alto donde Nique, del decreto del Sanedrín. Llegada a los
confines de Judea

552. Preparativos y recibimientos en Efraím

553. Comienzo del sábado en Efraím. Los ladrones del Adomín y la ayuda prestada a tres niños

554. El sábado en Efraím. Con los apóstoles y los tres niños en una pequeña isla del torrente

555. Lección nocturna a Simón Pedro sobre el perdón de los pecados y sobre el dolor de los santos y de los inocentes

556. Otro sábado en Efraím. Intolerancias de Judas Iscariote. Palabras a los samaritanos sobre el tiempo nuevo

557. Llegan de Siquem los parientes de los tres niños arrebatados a los bandoleros

558. Con la comitiva que regresa a Siquem. Parábola de la gota que excava la roca

559. En Efraím, peregrinos de la Decápolis y misión secreta
de Manahén

560. En las cercanías de Gofená, coloquio durante la noche con José de Arimatea, Nicodemo
y Manahén

561. El saforim Samuel,
de sicario a discípulo

562. Habladurías en Nazaret

563. Falsos discípulos en Siquem. Curación en Efraím del esclavo mudo de Claudia Prócula

564. El hombre de Jabnia y el final de Hermasteo. Reprensión a los samaritanos que carecen
de caridad

565. Jesús conforta a Samuel, turbado por Judas de Keriot. Lecciones de las abejas y de la vela plegada por el torbellino

566. En Efraím el día de la llegada de la Madre de Jesús con Lázaro y las discípulas

567. Parábola de la tela desgarrada. Milagro a la mujer parturienta. Judas Iscariote, sorprendido robando, es censurado por Jesús

568. Comienzo del viaje por Samaria partiendo de Efraím en dirección a Silo

569. En Silo, la parábola de los malos consejeros

570. En Lebona, la parábola de los mal aconsejados

571. Llegada a Siquem y recibimiento

572. En Siquem, la última parábola sobre los consejos dados y recibidos

573. Partida para Enón después de un tira y afloja entre Judas Iscariote y Elisa, que se quedan en Siquem

574. En Enón, rescatado y acogido el pastorcillo Benjamín. Hacia Tersa

575. Mal recibimiento en Tersa. Extremo intento de redimir a Judas Iscariote

576. Encuentro con el joven rico en el camino hacia Doco

577. Tercer anuncio de la Pasión. María de Alfeo evoca la figura de José. La insensata petición de los hijos de Zebedeo

578. Encuentro con discípulos y hombres de relieve conducidos por Manahén. Llegada a Jericó

579. Judíos desconocidos refieren las acusaciones recogidas por el Sanedrín. Alegoría dirigida a Jerusalén

580. Delaciones de Judas Iscariote y profecías sobre Israel. Milagros en el camino de Jericó a Betania

581. En Betania en la casa
de Lázaro

582. La víspera del sábado anterior a la entrada en Jerusalén. Ofrenda extrema por la salvación de Judas Iscariote

583. Víspera del sábado anterior a la entrada en Jerusalén. Despedida de las discípulas. El desdichado nieto de Nahúm

584. El sábado anterior a la entrada en Jerusalén. Parábola de las dos lámparas y parábola viva del pequeño deforme sanado. El futuro de la Humanidad

585. El sábado anterior a la entrada en Jerusalén. Judíos y peregrinos en Betania.
El Sanedrín ha decidido

586. El sábado anterior a la entrada en Jerusalén. La cena en Betania. Judas de Keriot ha decidido

587. El adiós a Lázaro

588. Iscariote con los Jefes
del Sanedrín

589. De Betania a Jerusalén, predisponiendo a los apóstoles en orden a la Pasión inminente

590. El llanto ante Jerusalén y la entrada triunfal en la
Ciudad Santa

591. Por la noche en Getsemaní. Los apóstoles llamados de nuevo a la realidad después de la embriaguez del triunfo

592. Lunes santo. Consuelo a la madre de Analía y encuentro con el soldado Vital. La higuera estéril y la parábola de los viñadores pérfidos. La autoridad de Jesús y el bautismo de Juan

593. El lunes por la noche en el Getsemaní con los apóstoles

594. Martes santo Lecciones sacadas de la higuera agostada. El tributo de César y la resurrección de los cuerpos

595. El martes por la noche en el Getsemaní con los apóstoles

596. Miércoles santo. El mayor de los mandamientos y el óbolo de la viuda. Los discursos sobre los escribas y fariseos, sobre el Templo nuevo, sobre los últimos tiempos

597. El miércoles por la noche en el Getsemaní con los apóstoles

598. Jueves Santo. Preparativos de la Cena pascual. La manifestación del Padre y el homenaje de los Gentiles

599. La llegada al Cenáculo y el adiós de Jesús a su Madre

600. La última Cena pascual

 

543- Marta llama a un criado a llamar al Maestro


Me encuentro todavía en la casa de Lázaro, y veo que Marta y María salen al jardín acompañando a un hombre entrado ya en años, de aspecto muy noble, y del que diría que no es hebreo, porque tiene la cara completamente afeitada, como los romanos.

Una vez que se han alejado un poco de la casa, María le pregunta:

-Bueno, Nicomedes, ¿qué nos dices, entonces, de nuestro hermano? Nosotras lo vemos muy... enfermo... Habla.

El hombre abre los brazos en un gesto de conmiseración y de constatación de lo innegable, y, parándose, dice:

-Está muy enfermo... Desde los primeros momentos en que empecé a cuidar de su salud nunca os he engañado. He intentado todo. Vosotras lo sabéis. Pero no ha sido eficaz. Esperaba también... sí, esperaba que, al menos, pudiera vivir reaccionando al agotamiento de la enfermedad con la buena nutrición y los cordiales que le preparaba.

He probado incluso con tóxicos adecuados para preservar a la sangre de la corrupción y para sostener las fuerzas, según las viejas escuelas de los grandes maestros de la medicina. Pero la enfermedad es más fuerte que los medios para curarla. Estas enfermedades son como corrosiones.

Destruyen. Y cuando se manifiestan externamente ya los huesos por dentro están invadidos, y, de igual manera que la savia en un árbol se alza desde lo profundo hasta la cima, aquí la enfermedad se ha extendido desde los pies a todo el cuerpo...

-Pero tiene enfermas sólo las piernas -gime Marta
-Sí, pero la fiebre destruye donde vosotras pensáis que no hay sino salud. Mirad esta ramita caída de ese árbol. Parece carcomido aquí, junto a la fractura. Pero, mirad... (la desmenuza con sus dedos). ¿Veis? Bajo la corteza, todavía lisa, está la caries hasta el extremo superior, donde todavía parece que hay vida porque tiene todavía unas hojitas. Lázaro está ya... muriendo. ¡Oh, pobres hermanas!

El Dios de vuestros padres, y los dioses y semidioses de nuestra medicina, nada han podido hacer... o... querido hacer (me refiero a vuestro Dios)... Así que... sí, preveo ya cercana la muerte, incluso por el aumento de la fiebre, que es síntoma de que la descomposición ha entrado en la sangre, por los movimientos desordenados del corazón y por la falta de estímulos y reacciones en el enfermo y en todos sus órganos. ¡Ya lo veis vosotras! No se alimenta, no retiene lo poco que toma y no asimila lo que retiene.

Es el final... Y -creed en lo que os dice un médico que recordando a Teófilo os está agradecido-y la cosa más deseable en estos momentos es la muerte... Son enfermedades terribles. Desde hace miles de años destruyen al hombre y el hombre no logra destruirlas a ellas. Sólo los dioses podrían, si... -se para, las mira mientras se pasa repetidamente los dedos por el mentón rasurado. Piensa. Luego dice:

-¿Por qué no llamáis al Galileo? Es vuestro amigo. Él puede, porque lo puede todo. Yo he observado a personas que estaban condenadas y que se curaron. Una fuerza extraña sale de Él. Un fluido misterioso que reanima y reúne las reacciones disgregadas y les impone la voluntad de curar... No sé. Sé que lo he seguido incluso, mezclado con la muchedumbre, y he visto cosas maravillosas...

Llamadlo. Yo soy un gentil, pero honro al Taumaturgo misterioso de vuestro pueblo. Y me alegraría si Él pudiera lo que yo no he podido.

-Es Dios, Nicomedes. Por eso puede. La fuerza que llamas fluido es su voluntad divina -dice María.

-No ridiculizo vuestra fe. Al contrario, la impulso a que crezca hasta lo imposible. Además... se lee que los dioses alguna vez han descendido a la Tierra. Yo... nunca lo había creído... Pero, con ciencia y conciencia de hombre y médico, tengo que decir que es así, porque el Galileo obra curaciones que sólo un dios puede obrar.

-No un dios, Nicomedes. El verdadero Dios -insiste María.
-Bueno, de acuerdo, como tú quieras. Y yo lo creeré y me haré discípulo suyo, si veo que Lázaro... resucita. Porque ya, más que de curación, hay que hablar de resurrección.

Llamadlo, pues, y con urgencia... porque, si no me he vuelto un ignorante, al máximo a la tercera puesta de sol a partir de ésta, morirá. He dicho "al máximo". Podría ser antes.

-¡Oh, si pudiéramos! Pero no sabemos dónde está... -dice Marta.
-Yo lo sé. Me lo dijo un discípulo suyo que iba donde Él llevándole unos enfermos (y dos eran míos). Está al otro lado del Jordán, en los alrededores del vado. Eso dijo. Vosotros quizás conocéis mejor el lugar.

-¡Ah, sin duda, en casa de Salomón! -dice María.
-¿Muy lejos?
-No, Nicomedes.
-Pues mandad inmediatamente a un criado para decirle que venga. Yo vuelvo más tarde y me quedo aquí para ver su acción en Lázaro. Salve, señoras. Y... animaos mutuamente.

Les hace una reverencia y se marcha hacia la salida. Allí un criado lo espera para sujetarle el caballo y abrirle la cancilla.

Marta ve partir al médico y luego pregunta:
-¿Qué hacemos, María?
-Obedecemos al Maestro. Dijo que le avisáramos después de la muerte de Lázaro. Y nosotras lo haremos.
-Pero, una vez muerto... ¿de qué sirve tener aquí al Maestro? Para nuestro corazón sí, será útil. ¡Pero para Lázaro!... Yo mando a un criado a llamarlo.

-No. Destruirías el milagro. Él dijo que había que saber esperar y creer contra toda realidad contraria. Si lo hacemos, tendremos el milagro; estoy segura. Si no sabemos hacerlo, Dios nos dejará con nuestra presunción de querer hacer las cosas mejor que Él, y no nos concederá nada.

-¿Pero no ves cuánto sufre Lázaro? ¿No oyes cómo, en los momentos que está consciente, desea la presencia del Maestro? ¿Quieres negarle la última alegría al pobre hermano nuestro? ¡No tienes corazón!... ¡Pobre hermano nuestro! ¡Pobre hermano nuestro! ¡Dentro de poco ya no tendremos hermano! ¡Sin padre, sin madre, sin hermano! La casa destruida, y nosotras solas, como dos palmas en un desierto.

Cae en una crisis de dolor. Yo diría que también en una crisis de nervios típica oriental: se contorsiona, se golpea el rostro, se despeina.
María la agarra. Le impone:

-¡Calla! ¡Calla, te digo! Lázaro puede oír. Yo lo quiero más y mejor que tú, y sé dominarme. Pareces una mujer enferma. ¡Calla, digo! No se cambia el curso de las cosas con estas vehemencias, ni tampoco así se conmueven los corazones. Si lo haces para conmover el mío, te equivocas. Piénsalo bien. El mío queda aplastado en la obediencia, pero resiste en ella.

Marta, dominada por la fuerza de su hermana y por sus palabras se calma mucho; pero -expresión de su dolor, ahora más tranquilo-gime invocando a la madre: -¡Mamá!

¡Oh, madre mía, consuélame! Ya no hay paz en mí, desde que moriste. ¡Si estuvieras aquí, madre! ¡Si la pena no te hubiera matado! Si tú estuvieras, nos guiarías y nosotras te obedeceríamos, por el bien de todos... ¡Oh!...
María cambia de color y, silenciosamente, llora con un rostro angustiado y retorciéndose las manos sin decir nada.

Marta la mira y dice:
-Nuestra madre, estando ya para morir, me hizo prometer que sería una madre para Lázaro. Si ella estuviera aquí...

-Obedecería al Maestro porque era una mujer justa. En vano tratas de conmoverme. Dime, si quieres, que he sido la asesina de mi madre por las penas que le causé. Te diré: "Tienes razón". Pero, si quieres hacerme decir que tienes razón queriendo que venga el Maestro, te digo: "No". Y siempre diré: "No". Y estoy segura de que desde el seno de Abraham ella me aprueba y bendice. Vamos a casa.
-¡Ya no tenemos nada! ¡Nada!

-¡Todo! ¡Debes decir: "Todo"! La verdad es que escuchas al Maestro y pareces atenta mientras habla, pero luego no recuerdas lo que dice. ¿No ha dicho siempre que amar y obedecer nos hace hijos de Dios y herederos de su Reino? ¿Y entonces cómo es que dices que nos vamos a quedar sin nada?, pues tendremos a Dios y poseeremos el Reino por nuestra fidelidad. ¡Oh, verdaderamente hemos de ser absolutas como yo lo fui en el mal, incluso para poder ser, y saber, y querer ser absolutas en el bien, en la obediencia, en la esperanza, en la fe, en el amor!...

-Tú consientes que los judíos ridiculicen al Maestro y hagan insinuaciones respecto a Él. Los has oído anteayer...

-¿Y piensas todavía en el graznido de esas cornejas, en los chillidos de esos buitres? ¡Déjalos que escupan lo que tienen dentro! ¡Qué te importa el mundo! ¿Qué es el mundo respecto a Dios? Mira: menos que este sucio moscón, entorpecido o envenenado por haber chupado inmundicias, que piso así -y da un enérgico golpe con el talón a un tábano de torpes movimientos que camina lentamente por el guijarros del paseo. Luego toma a Marta de un brazo y dice:

-Venga, ven a casa y...
-Comuniquémoselo al menos al Maestro. Mandémosle aviso de que está muriendo. Sin decirle nada más...
-¡Como si tuviera necesidad de saberlo por nosotras! No, he dicho. Es inútil. Él dijo: "Cuando haya muerto, comunicádmelo". Y lo haremos. No antes de que suceda.

-¡Nadie, nadie tiene piedad de mi dolor! Tú menos que nadie...
-Deja de llorar de esa manera, ¿no? No puedo soportarlo...
Sufriendo ella, se muerde los labios para dar fuerza a su hermana sin llorar ella también.

Marcela sale corriendo de la casa, seguida por Maximino:
-¡Marta! ¡María! ¡Corred! Lázaro está mal. Ya no responde...

Las dos hermanas se echan a correr, raudas, y entran en la casa... Después de un poco, se oye la voz fuerte de María que da órdenes para los socorros propios de esta situación, y se ve a criados correr con cordiales y barreños humeantes de agua hirviendo; se oyen bisbiseos y se ven gestos de dolor...

A tanta agitación, poco a poco, le va sustituyendo la calma. Se ve a los criados que cuchichean unos con otros, menos nerviosos pero con gestos de intenso desconsuelo que remarcan lo que dicen: quién menea la cabeza, quién la alza al cielo abriendo los brazos, como diciendo: "así es", quién llora, quién quiere esperar todavía en un milagro.

Ahí tenemos de nuevo a Marta, pálida como una muerta. Mira tras sí, para ver si la siguen. Mira a los siervos que están apretadamente en torno a ella angustiados. Vuelve a mirar para ver si de la casa sale alguien a seguirla. Luego dice a un criado:
-¡Tú, ven conmigo!

El criado se separa del grupo y la sigue hacia la pérgola de los jazmines y dentro de ella. Marta habla, sin perder de vista la casa, que se puede ver a través de la tupida maraña de las ramas:

-Escucha bien. Cuando todos los criados hayan entrado y yo les dé indicaciones para que estén ocupados en la casa, tú irás a las caballerizas, tomarás un caballo de los más rápidos, lo ensillarás... Si por casualidad alguien te ve, di que vas por el médico... No mientes tú ni te enseño a mentir yo, porque verdaderamente te envío donde el Médico bendito... Toma contigo forraje para el animal y comida para ti, y esta bolsa para todo lo que puedas necesitar.

Sal por la puerta pequeña y, pasando por los campos arados, que no producen ruido con los: y, pasando por los campos arados, que no producen ruido con los cascos, te alejas de la casa. Luego tomas el camino de Jericó y galopa sin detenerte nunca, ni siquiera de noche. ¿Has comprendido? Sin detenerte nunca. La Luna nueva te iluminará el camino, si viene la oscuridad mientras todavía sigues galopando. Piensa que la vida de tu señor está en tus manos y en tu rapidez. Me fío de ti.

-Señora, te serviré como un esclavo fiel.
-Ve al vado de Betabara. Pasas y vas al pueblo que hay más allá de Betania de la Transjordania. ¿Sabes? Donde al principio bautizaba Juan.

-Lo sé. Fui allí yo también, a purificarme.
-En ese pueblo está el Maestro. Todos te dirán cuál es la casa donde le dan alojamiento. Pero si sigues en vez del camino principa1 las orillas del río, es mejor. Te ven menos y encuentras por ti mismo la casa. Es la primera de la única calle del pueblecito, la que va de los campos al río. No tienes posibilidad de error. Una casa baja, sin terraza ni habitación alta, con un huerto que se encuentra, viniendo del río, antes de la casa, un huerto cerrado por una pequeña portilla de madera y un seto de espino albar, creo... bueno, un seto. ¿Entendido? Repite.
El criado repite pacientemente.

-Bien. Solicita hablar con Él, sólo con Él, y le dices que tus señoras te envían para decirle que Lázaro está muy enfermo, que está agonizando, que nosotras ya no podemos más, que él lo precisa y que venga enseguida, enseguida, por piedad. ¿Has comprendido bien?
-He comprendido, señora.

Y después vuelve inmediatamente, de forma que ninguno note mucho tu ausencia. Toma un farol contigo, para las horas de oscuridad. Ve, corre, galopa, revienta al caballo, pero vuelve pronto con la respuesta del Maestro.

-Lo haré, señora.
-¡Ve! ¡Ve! ¿Ves? Han entrado ya todos en casa. Ve inmediatamente. Nadie te va a ver hacer los preparativos. Yo misma te llevo la comida. ¡Ve! Te la pongo al pie de la puerta pequeña. ¡Ve! Que Dios te acompañe. ¡Ve! ...

Lo empuja, ansiosa, y luego corre a casa, rápida y cauta, para salir después sigilosa por una puerta secundaria que está en el lado sur, con un pequeño saco en sus manos; camina rozando un seto hasta la primera apertura, tuerce, desaparece...

   


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