Wednesday April 24,2024
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EL EVANGELIO
COMO ME HA SIDO REVELADO


El Evangelio como me ha sido revelado

Autor: María Valtorta

« PARTE 4 de 7 »

TERCER AÑO DE LA
VIDA PUBLICA DE JESUS

Partes: [ 1 ] [ 2 ] [ 3 ]
[ 4 ] [ 5 ] [ 6 ] [ 7 ]



313. Preparativos para salir de Nazaret, después de la visita de Simón de Alfeo con su familia. Durante el tercer año,
Jesús será el Justo

314. La cena en la casa de Nazaret. La dolorosa partida

315. El viaje hacia Yiftael y las reflexiones de Juan de Endor

316. Jesús se despide de Juan
de Endor y de Síntica

317. La oración de Jesús por la salvación de Judas Iscariote

318. En barca de Tolemaida
a Tiro

319. Partida de Tiro en la nave del cretense Nicomedes

320. Prodigios en la nave en medio de una tempestad

321. Arribo a Seleucia.
Se despiden de Nicomedes

322. Partida de Seleucia en un carro y llegada a Antioquía

323. La visita a Antigonio

324. Las pláticas de los ocho apóstoles antes de dejar Antioquía. El adiós a Juan de Endor y a Síntica

325. Los ocho apóstoles se reúnen con Jesús
cerca de Akcib

326. Un alto en Akcib

327. En los confines de Fenicia. Palabras de Jesús sobre la igualdad de los pueblos.
Parábola de la levadura

328. En Alejandrocena donde los hermanos de Hermiona

329. En el mercado de Alejandrocena. La parábola
de los obreros de la viña

330. Santiago y Juan "hijos del trueno". Hacia Akcib
con el pastor Anás

331. La fe de la mujer cananea y otras conquistas. Llegada a Akcib

332. La sufrida separación de Bartolomé, que con Felipe
vuelve a unirse al Maestro

333. Con los diez apóstoles
hacia Sicaminón

334. También Tomas y Judas Iscariote se unen de nuevo al grupo apostólico

335. La falsa amistad de Ismael ben Fabí, y el hidrópico
curado en sábado

336. En Nazaret con cuatro apóstoles. El amor de Tomás
por María Santísima

337. El sábado en Corazín. Parábola sobre los corazones imposibles de labrar. Curación
de una mujer encorvada

338. Judas Iscariote pierde el poder de milagros.
La parábola del cultivador

339. La noche pecaminosa
de Judas Iscariote

340. El enmendamiento de Judas Iscariote y el choque con los rabíes junto al sepulcro de Hil.lel

341. La mano herida de Jesús. Curación de un sordomudo en los confines sirofenicios

342. En Quedes. Los fariseos piden un signo.
La profecía de Habacuc

343. La levadura de los fariseos. El Hijo del hombre.
El primado a Simón Pedro

344. Encuentro con los discípulos en Cesárea de Filipo y explicación de la sedal de Jonás

345. Milagro en el castillo
de Cesárea Paneas

346. Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Simón Pedro

347. En Betsaida. Profecía sobre el martirio de los Apóstoles y curación de un ciego

348. Manahén da algunas noticias acerca de Herodes Antipas, y desde Cafarnaúm va con Jesús a Nazaret. Revelación de las transfiguraciones
de la Virgen

349. La Transfiguración en el monte Tabor y el epiléptico curado al pie del monte. Un comentario para los predilectos

350. Lección a los discípulos sobre el poder de vencer
a los demonios

351. El tributo al Templo pagado con la moneda hallada
en la boca del pez

352. Un convertido de María de Magdala. Parábola para el pequeño Benjamín y lección sobre quién es grande
en el reino de los Cielos

353. La segunda multiplicación de los panes y el milagro de la multiplicación de la Palabra

354. Jesús habla sobre el Pan del Cielo en la sinagoga
de Cafarnaúm

355. El nuevo discípulo Nicolái de Antioquía y el segundo anuncio de la Pasión

356. Hacia Gadara. Las herejías de Judas Iscariote y las renuncias de Juan,
que quiere sólo amar

357. Juan y las culpas de Judas Iscariote. Los fariseos y la cuestión del divorcio

358. En Pel.la. El jovencito Yaia y la madre de Marcos de Josías

359. En la cabaña de Matías cerca de Yabés Galaad

360. El malhumor de los apóstoles y el descanso en una gruta. El encuentro
con Rosa de Jericó

361. Los dos injertos que transformarán a los apóstoles. María de Magdala advierte a Jesús de un peligro. Milagro ante la riada del Jordán

362. La misión de las "voces" en la Iglesia futura. El encuentro con la Madre y las discípulas

363. En Rama, en casa de la hermana de Tomás. Jesús habla sobre la salvación.
Apóstrofe a Jerusalén

364. En el Templo. Oración universal y parábola del hijo verdadero y los hijos bastardos

365. Judas Iscariote insidia la inocencia de Margziam. Un nuevo discípulo, hermano de leche de Jesús. En Betania, en la
casa de Lázaro, enfermo

366. Anastática entre las discípulas. Las cartas de Antioquía

367. El jueves prepascual. Preparativos en el Getsemaní

368. El jueves prepascual. En Jerusalén y en el Templo

369. El jueves prepascual. Parábola de la lepra de las casas

370. El jueves prepascual. En el convite de los pobres en el palacio de Cusa

371. El jueves prepascual. Por la noche en el palacio de Lázaro

372. El día de la Parasceve. Despertar en el palacio de Lázaro

373. El día de la Parasceve.
En el Templo

374. El día de la Parasceve. Por las calles de Jerusalén y en el barrio de Ofel

375. La cena ritual en casa de Lázaro y el banquete sacrílego en la casa de Samuel

376. Lección sobre la obra salvífica de los santos, y condena al Templo corrompido

377. Parábola del agua y del junco para María de Magdala, que ha elegido la mejor parte

378. La parábola de los pájaros, criticada por unos judíos enemigos que tienden una trampa

379. Una premonición del
apóstol Juan

380. El amor de los apóstoles, de la contemplación a la acción

381. La parábola del administrador infiel y sagaz. Hipocresía de los fariseos y conversión de un esenio

382. Un alto en casa de Nique

383. Discurso sobre la muerte junto al vado del Jordán

384. El anciano Ananías, guardián de la casita de Salomón

385. Parábola de la encrucijada y milagros cerca del pueblo
de Salomón

386. Hacia la orilla occidental
del Jordán

387. En Guilgal. El mendigo Ogla y los escribas tentadores. Los apóstoles comparados con las doce piedras del
prodigio de Josué

388. Exhortación a Judas Iscariote, que irá a Betania
con Simón Zelote.

389. Llegada a Engadí con
diez apóstoles

390. La fe de Abraham de Engadí y la parábola de la semilla
de palma

391. Curación del leproso Eliseo de Engadí

392. La hostilidad de Masada, ciudad-fortaleza

393. En la casa de campo de María de Keriot

394. Parábola de las dos voluntades y despedida de los habitantes de Keriot

395. Las dos madres infelices de Keriot. Adiós a la madre de Judas

396. En Yuttá, con los niños. La mano de Jesús obradora
de curaciones

397. Despedida de los fieles
de Yuttá

398. Palabras de despedida en Hebrón. Los delirios
de Judas Iscariote

399. Palabras de despedida en Betsur. El amor materno de Elisa

400. En Béter, en casa de Juana de Cusa, la cual habla del daño provocado por Judas Iscariote ante Claudia

401. Pedro y Bartolomé en Béter por un grave motivo.
Éxtasis de la escritora

402. Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter

403. Una lucha y victoria espiritual de Simón de Jonás

404. En camino hacia Emaús
de la llanura

405. Descanso en un henil y discurso a la entrada de Emaús de la llanura. El pequeño Miguel

406. En Joppe. Palabras inútiles a Judas de Keriot y diálogo sobre el alma con algunos Gentiles

407. En los campos de Nicodemo. La parábola de los dos hijos

408. Multiplicación del trigo en los campos de José de Arimatea

409. El drama familiar del Anciano Juan

410. Provocaciones de Judas Iscariote en el grupo apostólico

411. Una lección extraída de la naturaleza y espigueo milagroso para una viejecita. Cómo ayudar a quien se enmienda

412. Elogio del lirio de los valles, símbolo de María. Pedro se sacrifica por el bien de Judas

413. Llegada a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés y disputa con los doctores del Templo

414. Invectiva contra fariseos y doctores en el convite en casa
del Anciano Elquías

415. Un alto en el camino
en Betania

416. Un mendigo samaritano en el camino de Jericó

417. Historia de Zacarías el leproso y conversión
de Zaqueo el publicano

418. Curación del discípulo José, herido en la cabeza y recogido en la casita de Salomón

419. Curaciones en un pueblecito de la Decápolis. Parábola del escultor y de las estatuas

420. Curación de un endemoniado completo. La vocación de la mujer al amor

421. El endemoniado curado, los fariseos y la blasfemia contra
el Espíritu Santo

422. El Iscariote, con sus malos humores, ocasiona la lección sobre los deberes
y los siervos inútiles

423. Partida del Iscariote, que ocasiona la lección sobre
el amor y el perdón

424. Pensamientos de gloria y martirio ante la vista de la costa mediterránea

425. En Cesárea Marítima. Romanos mundanos y parábola de los hijos con destinos distintos

426. Con las romanas en Cesárea Marítima. Profecía en Virgilio.
La joven esclava salvada

427. Bartolomé instruye
a Áurea Gala

428. Parábola de la viña y del viñador, figuras del alma y del libre albedrío

429. Con Judas Iscariote en la llanura de Esdrelón

430. El nido caído y el escriba cruel. La letra y el espíritu
de la Ley

431. Tomás prepara el encuentro de Jesús con los campesinos
de Jocanán

432. Con los campesinos
de Jocanán, cerca de Sefori

433. Llegada a Nazaret. Alabanzas a la Virgen.
Curación de Áurea

434. Trabajos manuales en Nazaret y parábola
de la madera barnizada

435. Comienzo del tercer sábado en Nazaret y llegada de Pedro con otros apóstoles

436. En el huerto de Nazaret, revelado a apóstoles y discípulas el precio de la Redención

437. Coloquio
de Jesús con su Madre

438. María Santísima con María de Alfeo en Tiberíades, donde Valeria. Encuentro con Judas Iscariote

439. María Santísima enseña a Áurea a hacer la voluntad de Dios

440. Otro sábado en Nazaret. Obstinación de José de Alfeo

441. Partida de Nazaret. Un incendio de brezos durante el viaje viene a ser el tema de una parábola

442. Judas Iscariote en Nazaret en casa de María

443. La muerte del abuelo de Margziam

444. Las dotes de Margziam. Lección sobre la caridad, sobre la salvación, sobre los méritos del Salvador

445. Dos parábolas durante una tormenta en Tiberíades. Llegada de Maria Stma., e impenitencia de Judas Iscariote

446. Llegada a Cafarnaúm en medio de un cálido recibimiento

447. En Cafarnaúm unas palabras de Jesús sobre la misericordia y el perdón no encuentran eco

448. Encuentro de barcas en el lago y parábola sugerida por Simón Pedro

449. El pequeño Alfeo desamado de su madre

450. Milagros en el arrabal cercano a Ippo y curación del leproso Juan

451. Discurso en el arrabal cercano a Ippo sobre los deberes de los cónyuges y de los hijos

452. El ex leproso Juan se hace discípulo. Parábola de los diez monumentos

453. Llegada a Ippo y discurso en pro de los pobres. Curación de un esclavo paralítico

454. María Santísima y su amor perfecto. Conflicto de Judas Iscariote con el pequeño Alfeo

455. La Iglesia es confiada a la maternidad de María. Discurso, al pie de Gamala, en pro
de unos forzados

456. Despedida de Gamala y llegada a Afeq. Advertencia a la viuda Sara y milagro en su casa

457. Discurso en Afeq, tras una disputa entre creyentes y no creyentes. Sara se hace discípula

458. Una curación espiritual en Guerguesa y lección sobre
los dones de Dios

459. El perdón a Samuel de Nazaret y lección sobre
las malas amistades

460. Fariseos en Cafarnaúm con José y Simón de Alfeo. Jesús y su Madre preparados
para el Sacrificio

461. Confabulación en casa de Cusa para elegir a Jesús rey. El griego Zenón y la carta de Síntica con la noticia de la muerte de Juan de Endor

462. Discurso y curaciones en las fuentes termales de Emaús
de Tiberíades

463. En Tariquea. Cusa, a pesar del discurso sobre la naturaleza del reino mesiánico, invita a Jesús a su casa. Conversión de una pecadora

464. En la casa de campo de Cusa, intento de elegir rey a Jesús. El testimonio
del Predilecto

465. En Betsaida para un encargo secreto a Porfiria. Apresurada partida de Cafarnaún

466. Un alto en la casa de los ancianos cónyuges Judas y Ana

467. Parábola de la distribución de las aguas. Perdón condicionado para el campesino Jacob. Advertencias a los apóstoles camino de Corazín

468. Un episodio de enmendamiento de Judas Iscariote, y otros que
ilustran su figura

469. Despidiéndose de los pocos fieles de Corazín

470. Lección a una suegra sobre los deberes del matrimonio

471. Encuentro con el levita José, llamado Bernabé, y lección
sobre Dios-Amor

472. Solicitud insidiosa de un juicio acerca de un hecho ocurrido en Yiscala

473. Curación de un niño ciego de Sidón y una lección
para las familias

474. Una visión que se pierde en un arrobo de amor

475. Abel de Belén de Galilea pide el perdón para sus enemigos

476. Lección sobre el cuidado de las almas y perdón a los dos pecadores castigados con la lepra

477. Coloquio de Jesús con su Madre en el bosque de Matatías. Los sufrimientos morales
de Jesús y María

478. Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo, que van a la fiesta de los Tabernáculos

479. Con Juan al pie de la torre de Yizreel en espera de los campesinos de Jocanán

480. Parten de Yizreel tras la visita nocturna de los campesinos de Jocanán

481. Llegada a Enganním. Maquinaciones de Judas Iscariote para impedir una trama
de los fariseos

482. En camino con un pastor samaritano que ve
premiada su fe

483. Polémica de los apóstoles sobre el odio de los judíos. Los diez leprosos curados en Samaria

484. Alto obligado en las cercanías de Efraím y parábola de la granada

485. Jesús llega con los apóstoles a Betania, donde ya están algunos discípulos con Margziam

486. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Reino

487. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Cristo

488. En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Partida secreta hacia Nob después
de la oración

489. En Nob. Parábola del rey no comprendido por sus súbditos. Jesús calma el viento

490. En el campo de los Galileos con los primos apóstoles y encuentro con el levita Zacarías

491. TEn el Templo el último día de la fiesta de los Tabernáculos. Sermón sobre el Agua viva

492. En Betania se evoca la memoria de Juan de Endor

493. Jesús habla cabe la fuente de En Royel, lugar en que hicieron un alto los tres Sabios

494. La mujer adúltera y la hipocresía de sus acusadores

495. Jesús instruye acerca del perdón de los pecadores, y se despide de sus discípulos en el camino de Betania

496. Un alto en la casita de Salomón. Improvisa turbación
de Judas Iscariote.

497. Simón Pedro atraviesa una hora de abatimiento

498. Exhortación a Judas Tadeo y a Santiago de Zebedeo después de una discusión
con Judas Iscariote

499. Fuga de Esebón y encuentro con un mercader de Petra

500. Reflexiones de Bartolomé y Juan después de un retiro
en el monte Nebo

501. Parábola de los hijos lejanos. Curación de dos hijos ciegos del hombre de Petra

502. Otro abatimiento en Pedro. Lección sobre las posesiones (divinas y diabólicas)

503. Los apóstoles indagan acerca del Traidor. Un saduceo y la infeliz mujer de un nigromante. Saber distinguir lo sobrenatural de lo oculto

504. Margziam preparado para la separación. Regreso a la aldea de Salomón y muerte de Ananías

505. En el Templo, una gracia obtenida con la oración incesante y la parábola del juez y la viuda

506. En el Templo, oposición al discurso que revela que Jesús
es la Luz del mundo

507. El gran debate con los judíos. Huyen del Templo con la ayuda del levita Zacarías

508. Juan será la luz de Cristo hasta el final de los tiempos. El pequeño Marcial-Manasés acogido por José de Seforí

509. El anciano sacerdote Matán acogido con los apóstoles y discípulos que han huido
del Templo

510. La curación de un ciego
de nacimiento

511. En la casa de Juan de Nob, otra alabanza a la Corredentora. Embustes de Judas Iscariote

512. Profecía ante un pueblo destruido

513. En Emaús Montana, una parábola sobre la verdadera sabiduría y una advertencia
a Israel

514. Consejos sobre la santidad a un joven indeciso. Reprensión a los habitantes de Bet-Jorón después de la curación de un romano y una judía

515. Las razones del dolor salvífico de Jesús. Elogio de la obediencia y lección sobre
la humildad

516. En Gabaón, milagro del mudito y elogio de la sabiduría como amor a Dios

517. Hacia Nob. Judas Iscariote, tras un momento polémico, reconoce su error

518. En Jerusalén, encuentro con el ciego curado y palabras que revelan a Jesús como
buen Pastor

519. Inexplicable ausencia de Judas Iscariote y alto en Betania, en casa de Lázaro

520. Conversaciones en torno a Judas Iscariote, ausente. Llegada a Tecua con el anciano Elí-Ana

521. En Tecua, Jesús se despide de los habitantes del lugar y del anciano Elí-Ana

522. Llegada a Jericó. El amor terreno de la muchedumbre y el amor sobrenatural del
convertido Zaqueo

523. En Jericó. La petición a Jesús de que juzgue a una mujer. La parábola del fariseo y el publicano tras una comparación entre pecadores y enfermos

524. En Jericó. En casa de Zaqueo con los pecadores convertidos

525. El juicio sobre Sabea
de Betlequí

526. T526 Curaciones cerca del vado de Betabara y discurso en recuerdo de Juan el Bautista

527. Desconocimiento y tentaciones en la naturaleza humana de Cristo

528. En Nob. Consuelo materno de Elisa y regreso inquietante de Judas Iscariote

529. Enseñanzas a los apóstoles mientras realizan trabajos manuales en casa de Juan de Nob

530. Otra noche de pecado de Judas Iscariote

531. En Nob, enfermos y peregrinos venidos de todas partes. Valeria y el divorcio. Curación del pequeño Leví

532. Preparativos para las Encenias. Una prostituta enviada a tentar a Jesús, que deja Nob

533. Hacia Jerusalén con
Judas Iscariote

534. Enseñanzas y curaciones en la sinagoga de los libertos romanos. Un encargo
para los gentiles

535. Judas Iscariote llamado
a informar a casa de Caifás

536. Curación de siete leprosos y llegada a Betania con los apóstoles ya reunidos. Marta y María preparadas por Jesús
a la muerte de Lázaro

537. En el Templo en la fiesta de la Dedicación, Jesús se manifiesta a los judíos, que intentan apedrearle

538. Jesús, orante en la gruta de la Natividad, contemplado por los discípulos ex pastores

539. Juan de Zebedeo se acusa de culpas inexistentes

540. La Madre confiada a Juan. Encuentro con Manahén y lección sobre el amor a los animales. Conclusión del tercer año

 

532- Preparativos para las Encenias. Una prostituta enviada a tentar a Jesús, que deja Nob


Los pueblos tomados como masa, los hombres tomados individualmente, son siempre un poco niños y un poco salvajes, o al menos primitivos; sensibilísimos, por tanto, a todo aquello que tenga sabor de novedad, de cosa extraordinaria, y produzca sonido de fiesta.

El hecho de acercarse las solemnidades tiene siempre el poder de exaltar a los hombres: casi como si la festividad anulara lo que los entristece y fatiga. En comenzando a acercarse una fiesta, algo, de carácter vigoroso, levemente exaltado, afecta a todos: casi como si este hecho de acercarse la fiesta asemejara al tam-tam de los salvajes en sus conmemoraciones idolátricas o en sus empresas belicosas.

Y también los apóstoles, en la proximidad de las Encenias, se hallan en este estado de euforia. Locuaces, alegres, dan en hacer proyectos, recuerdan fiestas pasadas; alguna añoranza empaña de melancolía sus palabras, pero luego el aire de fiesta se adueña de ellos otra vez y los incita a preparar las cosas, para que todo esté bonito durante la festividad.

¿Que las lámparas en casa de Juan son pocas? ¡Oh, llena de ellas está la casa de Tomás en Rama! Y Tomás marcha a Rama por las lámparas. ¿Que el aceite no es abundante? ¡Oh, Elisa tiene mucho aceite en Betsur y lo ofrece! Y Andrés y Juan van a Betsur por el aceite.

¿Que para cocer las tortas es necesario suave fuego de hornija? Pues los dos Santiagos van por ella por los montes. ¿Que parecen escasos la harina y la cebada y la miel para los platos de rito?

¿Y qué hace entonces en Jerusalén Nique ­que casi se ha sentido herida porque nunca le piden nada-, sino poder ofrecer su blondísima miel y la harina y la cebada de su linda propiedad? Y Pedro y Simón Zelote van donde Nique, mientras Judas de Alfeo ayuda a Elisa a poner bonita la casa.

Hasta el viejo Bartolomé se une a la común alegría y, junto con Felipe, da una buena mano de cal a la cocina renegrida para que esté más alegre. Judas Iscariote se reserva la parte decorativa, y vuelve una y otra vez cargado de ramas vivaces, olorosas y adornadas de bayas, y las coloca garbosamente en repisas o alrededor de la campana de la chimenea.

Y en la vigilia de las Encenias la casita parece preparada para recibir a una recién casada, por lo cambiada que está: cacharros de cobre resplandecientes, lámparas que ahora están brillantes como soles, ramajes alegres en las paredes blancas; mientras una fragancia de pan y tortas se esparce por el aire, ya oloroso por las ramas cortadas.

Jesús deja estas iniciativas. ¡Parece tan alejado de todos!... Está muy pensativo, incluso triste. Responde a los que le preguntan (solicitando, con la pregunta que hacen, encomio por lo que han hecho). Y son estas preguntas las que me ofrecen la manera de reconstruir los trabajos que los discípulos han hecho, los cuales con su: «¿No he tenido una buena idea yendo a casa por las lámparas?»; o: ¿Hemos hecho bien yo y Felipe blanqueando todo?

Ahora está claro y alegre. Parece más grande»; o también: « ¿Ves, Maestro? Elisa está contenta. Le parece estar en su propia casa y en la época de sus hijos. Hoy cantaba mientras ponía su aceite en las lámparas y luego amasando su miel con la harina y disolviéndola en la leche para la cebada»; y también:

«Que diga lo que quiera Elquías. Pero un poco de verde está bien. En el fondo... si el Creador ha hecho las frondas es para que las usemos, ¿no es verdad?» permiten reconstruir el trabajo que cada uno ha hecho. Pero, aun respondiendo a estas preguntas que celan un deseo de alabanza, su pensamiento está ausente. Y se nota.

Anochece. Después de los últimos saludos de los vecinos del lugar -que antes de recogerse en sus casas introducen su cabeza en la cocina para saludar al Maestro-, el silencio se establece en Nob. Es la hora de las cenas. Es ya la hora del descanso para los niños y los viejos, para todos aquellos a los que la enfermedad o la edad hacen delicados.

Debe existir la costumbre de hacer regalos para las Encenias porque veo que en cuanto se retira el anciano Juan a su cuartito de al lado de la cocina, Elisa y los apóstoles se ponen a terminar, ella una túnica, ellos, objetos útiles tallados en madera y una cortina de red con cuerdecitas teñidas de rojo, verde, amarillo y añil, fatiga que toca especialmente a los pescadores. Tomás, Mateo, Bartolomé y el Zelote los miran.

-Bien. He terminado -dice Elisa, y se levanta y sacude los hilachos que pudiera haber.

-¡Pobre anciano, estará calentito! ¡Ah, nosotros los hombres, sin las mujeres, somos verdaderamente unos infelices! No sé, sin ti, en qué condiciones estaríamos ya, después de meses de ausencia de casa. Yo puedo hacer esto. ¡Pero si me tengo que coser una hebilla! -dice Pedro palpando la tela.

-Y lo has hecho rápido. Pareces mi mujer -dice Bartolomé.
-Yo también he terminado. Era buena esta madera. Blanda para hendirla y, al mismo tiempo, resistente -dice Judas Tadeo, dejando en la oscura mesa un cubilete, que puede servir para la sal o alguna especia.

-El mío, sin embargo, todavía se demora. Hay aquí una veta dura que no quiere dejarse trabajar. A lo mejor no me sale este trabajo Lo siento. Lo bonito estaba en estas vetas oscuras en la madera clara. Mira, Jesús. ¿No parecen crestas de montes pintadas en la madera? -dice Santiago de Alfeo mostrando una especie de jarrón, que no sé a qué uso pueda destinarse, verdaderamente hermoso por la forma, cubierto con una tapadera en forma de cúpula, y graciosamente veteado, tanto en la panza como en la tapadera.

Pero es precisamente en la tapadera, junto al bolillo para agarrar, donde la madera resiste tenaz.
-Insiste, insiste; verás como lo consigues. Calienta la herramienta hasta el rojo. Incidirás la fibra y lo conseguirás. Una vez roto el primer estrato... -responde Jesús, que ha observado.

-¿Pero no se estropea con el fuego? -pregunta Mateo.
-No, si se usa con pericia. Y además, o este medio o tirarlo.

Santiago pone al rojo el punzón cortante, luego acerca la punta roja al punto resistente. Olor a madera quemada...
-¡Basta! Ahora trabaja y lo conseguirás -dice Jesús. Y ayuda a su primo manteniendo prieta la tapa como en una mordaza.

Dos veces el filo resbala y pasa cerquísima de los dedos de Jesús.

-Quita la mano, hermano. No quisiera herirte... -dice Santiago de Alfeo. Pero Jesús sigue sujetando el jarrón. La tercera vez el cortante punzón hace sangrar el pulgar de Jesús.

-¿Lo ves? ¡Te has hecho daño! ¡Déjame que lo vea!
-No es nada. Dos gotas de sangre... -responde Jesús, sacudiendo su dedo para que caiga la sangre que gotea del corte.

-Más bien, seca la tapa. Se ha quedado manchada -añade.
-No. ¡Dejadlo! Es precioso así. Seca aquí tu dedo, Maestro. Aquí, en mi velo. Sangre tuya, sangre bendita -dice Elisa, envolviendo la mano en el lino de su velo.

La tapa causa de tanto apuro está vencida. La incisión ha quedado hecha.

-Pero antes quería hacer daño -observa el Zelote.

-Sí. Y después ha cedido. ¡Obstinada madera! -dice Tomás.
-Con el hierro, el fuego y el dolor. Parece una de esas frases estimadas por los romanos -observa Simón Zelote.
-A mí, no sé por qué, me trae a la memoria a los profetas en ciertos puntos. También nosotros somos madera tenaz... ¿Hará falta hierro, fuego y dolor, para hacernos buenos? -pregunta Bartolomé.

-En verdad, será necesario. Y no bastará. Yo trabajo con el fuego y con mi dolor, pero no todos los corazones saben imitar a esa madera... ¡Silencio! Afuera hay alguien... Hay rumor de pasos...

Escuchan. No se oye nada.
-Quizás el viento, Maestro. Hay hojas secas en el huerto...

-No. Eran pasos...

-Algún animal nocturno. No oigo nada.

-Tampoco yo, tampoco yo...

Jesús escucha. Parece que escucha. Luego alza la cara y clava su mirada en Judas de Keriot, el cual también está a la escucha (muy a la escucha, más que los otros). Lo mira tan fijamente, que Judas pregunta:

-¿Por qué me miras de esa manera, Maestro?
Pero no hay respuesta, porque una mano llama a la puerta.

De los catorce rostros que la lámpara esclarece, el único que continúa igual es el de Jesús; los otros cambian de color.

-¡Abrid! ¡Abre, Judas de Keriot!
-¡Yo no! ¡No abro, no! Podría ser mala gente que viniera a propósito durante la noche. ¡No he de perjudicarte yo!
-Abre tú, Simón de Jonás.
-¡Menos todavía! ¡Yo, más bien, meto la mesa contra la puerta! -dice Pedro, y hace ademán de llevarlo a cabo.

-Abre, Juan, y no temas.

-¡Oh! Si estás decidido a dejar que entren, yo me marcho allí donde el viejo. No quiero ver nada -dice Judas Iscariote, y recorre con cuatro largos pasos el trecho que lo separa de la puerta de la habitación del anciano, y en ésta desaparece.

Juan, derecho junto a la puerta, la mano ya en la llave, mira asustado a Jesús y susurra:
-¡Señor!...
-Abre y no temas.

-Pues sí. Al fin y al cabo, somos trece hombres fuertes.

¡Seguro que no será un ejército! Con cuatro puñetazos y muchos gritos -tú grita, Elisa, si hay que hacerlo-los ponemos en fuga. ¡Que no estamos en un desierto!» dice Santiago de Zebedeo, y se quita el vestido y se recoge las mangas de la túnica (bueno, o del vestido de debajo de la túnica), preparado para la defensa. Pedro hace lo mismo.

Juan, todavía titubeante, abre la puerta, mira por la tronera. No ve nada. Grita: -¿Quién viene a incomodar?
Una voz femenina responde, dócil, como angustiada:
-Una mujer. Quisiera ver al Maestro.

-Ésta no es hora de venir a las casas. Si estás enferma, ¿por qué vas por la calle a estas horas? Si estás leprosa, ¿cómo te aventuras a venir a un pueblo? Si algo te aflige, vuelve mañana. Vete, vete a tus cosas -dice Pedro, que se había puesto detrás de Juan.

-¡Por piedad! Estoy sola en medio de la calle. Tengo frío. Tengo hambre. Y soy una desdichada. Llamadme al Maestro. El tiene compasión...

Los apóstoles, vacilantes, miran a Jesús, que tiene un aspecto muy severo y calla. Cierran de nuevo la puerta.
-¿Qué hacemos, Maestro? -pregunta Felipe -¿Darle, al menos, un poco de pan? Sitio no hay. Ir a las casas con una desconocida...

-Espera, voy yo a ver -dice Bartolomé, y agarra la lámpara para darse luz.

-No hace falta que vayas. Esa mujer no tiene frío ni hambre, y sabe muy bien a dónde ir. No tiene miedo de la noche. Pero es una desdichada, aunque no esté ni enferma ni leprosa. Es una prostituta. Y viene a tentarme. Os lo digo porque sepáis que sé las cosas, para que os convenzáis de que las sé. Y os digo más: no viene por propio capricho, sino que viene porque está pagada por venir.

Jesús habla alto, en un tono que puede ser oído en la habitación de al lado, donde está Judas.

-¿Y quién crees que puede haber hecho esto? ¿Con qué finalidad? -dice el mismo Judas Iscariote presentándose de nuevo en la cocina -Los fariseos está claro que no, los escribas tampoco, y tampoco los sacerdotes, si es una prostituta. Y no creo que los herodianos sean tan... rencorosos como para tomarse ciertas molestias para... Es que no sé tampoco yo para qué.

-El "para qué" te lo voy a decir Yo; y tú sabes, como Yo, que es así. Para poder llegar a decir que soy un pecador, uno que tiene tratos con las pecadoras públicas. Y te digo también que no maldigo, ni a ella ni a quien la ha mandado. Sigo siendo, siempre soy, la Misericordia. Y voy a ir donde ella. Si crees oportuno venir conmigo, ven. Voy donde ella porque es realmente una desdichada. Dice que lo es creyendo no decir verdad, porque es joven, hermosa y está bien pagada, está sana y vive contenta de su infame vida. Pero es una desdichada. Es la única verdad que dice entre tantas mentiras. Precédeme y asiste al diálogo.

-¡Yo no! ¡Que no asisto! ¿Por qué debería hacerlo?
-Para testificar a quien te pregunte.
-¿Y quién crees que me va a preguntar? Entre nosotros, no hay necesidad de hacer preguntas, y los otros... Yo no veo a nadie.
-Obedece. Ve delante.
-No. No quiero obedecer en esto, y no me puedes obligar a acercarme a una meretriz.

-¡Hala! ¿Qué eres? ¿El Sumo Sacerdote? Voy yo, Maestro, y sin miedo a que se me pegue nada -dice Pedro.
-No. Voy solo. Abre.

Jesús sale al huerto. En el negror absoluto de la noche, aún sin Luna, no se ve nada.
La puerta de la cocina vuelve a abrirse. Pedro sale con una lámpara.
-Toma al menos esto, Maestro, si es que decididamente no quieres que esté yo -dice en voz alta. Y luego, en voz baja:

-Pero ten presente que estamos detrás de la puerta. Si tienes necesidad, llama...

-Sí. Ve. Y no discutáis entre vosotros.

Jesús toma la lámpara y la alza para ver. Detrás del grueso tronco del nogal hay una forma humana. Jesús da dos pasos hacia ella y ordena:

-Sígueme.

Y va a sentarse en el banco de piedra que está contra la casa en el lado de oriente.

La mujer sale, velada toda y corvada. Jesús pone la lámpara sobre la piedra, cerca de sí.

-Habla.

Ordena, tan austero, rígido, tan Dios, que la mujer, en vez de avanzar y de hablar, retrocede y se encorva más todavía y calla.

-Habla, te digo. Preguntabas por mí. He venido. Habla -dice con un cierto matiz de dulzura en la voz.

Silencio.

-Entonces hablo Yo. Te pregunto: ¿Por qué me odias hasta el punto de servir a quien quiere mi perdición, y la sueña en todos los modos, y busca todo lo que pueda causarla?

Responde. ¿Qué mal te he hecho Yo, desdichada? ¿Qué mal te ha hecho el Hombre que ni siquiera en su corazón te ha vilipendiado por la vida infame que llevas? ¿Es que te ha pervertido el Hombre, que ni en su corazón te ha deseado, para que tengas que odiarlo más que a los que te han prostituido y que te vejan cada vez que van a ti?

¡Responde! ¿Qué te ha hecho Jesús de Nazaret, el Hijo del hombre, al que apenas conoces de vista por haberlo encontrado por las calles de alguna ciudad; Jesús, que ignora tu rostro y que de tus gracias no hace caso, porque sólo de tu alma busca la ensuciada, la dañada efigie, para conocerla y curarla? ¡Habla, pues!

¿No sabes quién soy? Sí, en parte lo sabes. Es más, por dos partes lo sabes. Sabes que soy un hombre joven y que mi físico te gusta esto te lo ha dicho tu animalidad desatada; y tu lengua de ebria se lo ha dicho a quien ha recogido la confesión de tu sensualidad y con ello se ha hecho un arma para perjudicarme. Sabes que soy Jesús de Nazaret, el Cristo: esto te lo han dicho aquellos que, aprovechándose de tu deseo carnal, te han pagado para que vinieras aquí a tentarme.

Te han dicho: "Él se dice el Cristo. Las muchedumbres lo llaman el Santo, el Mesías. Es sólo un impostor. Necesitamos tener las pruebas de su miseria de hombre.

Dánoslas y te cubriremos de oro". Y dado que tú, con un resto de justicia, la última brizna del tesoro de justicia que Dios había puesto en tu carne con el alma y que tú has roto y desbaratado, no querías causarme un daño -porque, a tu manera, me amabas- ellos te dijeron:

"No le vamos a hacer ningún daño. ¡Al contrario! Te lo dejamos a ti a ese hombre, dándote medios para que pueda vivir como un rey a tu lado. Nos basta poder decirnos a nosotros mismos, para dar paz a nuestra conciencia, que Él es un simple hombre. Una prueba de que estamos en la verdad no creyendo que sea el Mesías". Esto te han dicho.

Y tú has venido. Pero si Yo me dejara engatusar por ti, vendría sobre mí el infierno. Ellos están preparados para cubrirme de fango y capturarme. Y tú eres el instrumento para hacer esto.

Como ves, no te pregunto. Hablo porque sé sin necesidad de preguntar. Pero, si sabes estas dos cosas, la tercera no la sabes. Tú no sabes quién soy, además de hombre y de Jesús. Tú ves al hombre. Los otros te dicen: "Es el Nazareno". Pero Yo te digo quién soy. Soy el Redentor.

Para redimir debo estar sin pecado. Mira cómo he pisoteado mi posible sensualidad de hombre. Así, como lo hago con esta repelente larva que en las tinieblas se encaminaba de un fango a otro fango para sus lascivos amores. Así la he pisoteado siempre. Así la pisoteo también ahora. Y, de la misma manera, estoy dispuesto a arrancar de ti tu enfermedad y a pisotearla y librarte de ella, para sanarte y hacerte santa. Porque soy el Redentor. Sólo esto.

He tomado cuerpo de hombre para salvaros, para destruir el pecado, no para pecar. Lo he tomado para borrar vuestros pecados, no para pecar con vosotros. Lo he tomado para amaros, pero con un amor que da su vida, su sangre, su palabra, todo, para llevaros al Cielo, a la Justicia, no para amaros como un animal; y ni siquiera como un hombre, porque Yo soy más que hombre.

¿Sabes con precisión quién soy? No lo sabes. No conocías siquiera la entidad de lo que venías a cumplir. Esto te lo perdono sin que lo solicites. No sabías. ¡Pero tu prostitución!

¿Cómo has podido vivir en ella? No eras así. Eras buena. ¡Oh, desdichada! ¿No recuerdas tu infancia? ¿No recuerdas los besos de tu madre, ni sus palabras? ¿Y las horas de la oración? Las palabras de la Sabiduría, cuya explicación oías al anochecer por boca de tu padre y los sábados por boca del arquisinagogo... ¿Quién te ha hecho obtusa de mente y ebria? ¿No recuerdas? ¿No añoras? ¡Dime! ¿Eres verdaderamente feliz? ¿No respondes? Hablo Yo por ti.

Digo: no, no eres feliz. Cuando te despiertas, encuentras en tu almohada tu vergüenza, para darte la primera, cotidiana vuelta de tortura. Y la voz de la conciencia te grita su censura mientras te atavías y perfumas para gustar. Y sientes infame olor en las esencias más finas. Y sabor de náusea en los más caprichosos alimentos. Y tus joyas te pesan como una cadena. Lo son.

Y, mientras ríes y seduces, dentro de ti hay algo que gime. Y buscas la embriaguez para vencer el aburrimiento y la náusea de tu vida. Y odias a aquellos que dices que amas para obtener una ganancia. Y te maldices a ti misma.

Y tu sueño es cargante por las pesadillas. Y la idea de tu madre es para ti una espada en el corazón; la maldición de tu padre no te deja sosiego. Y además, las ofensas de los que se cruzan contigo, la crueldad de quienes te usan, sin piedad, nunca. Eres una mercancía. Te has vendido. Una mercancía comprada se usa como se quiere. Se rompe, se consume, se pisotea, se escupe. Derecho del comprador. Tú no puedes rebelarte... ¿Te hace feliz esta situación? No.

Estás desesperada. Estás encadenada. Vives torturada. En la Tierra eres un trapajo sucio que puede ser pisoteado por cualquiera. Si tratas, en alguna hora de dolor, de encontrar consuelo alzando el espíritu hacia Dios, sientes la ira de Dios sobre ti, prostituta, y el Cielo más cerrado que para Adán. Si te encuentras mal, sientes el terror de morir porque conoces tu suerte. El Abismo es para ti.

¡Oh, desdichada! ¿Y no era suficiente? ¿Es que quieres unir a la cadena de tus culpas la de ser la perdición del Hijo del hombre, de Aquel que te ama? ¡El único que te ama! Porque también por tu alma se ha vestido de carne.

Yo podría salvarte, si tú quisieras. Sobre el abismo de tu abyección se curva el Abismo de la misericordiosa Santidad, y espera un deseo tuyo de salvación para sacarte del abismo de tu inmundicia.

En tu corazón piensas que es imposible que Díos te perdone. Sacas los principios de este pensamiento tuyo por comparación con el mundo, que no te perdona el ser la prostituta. Pero Dios no es el mundo. Dios es Bondad. Dios es Perdón. Dios es Amor.

Has venido a mí, pagada para perjudicarme. En verdad te digo que el Creador, con tal de salvar a una criatura suya, puede transformar en bien incluso lo malo. Y, si tú lo quieres, en bien se transformará tu venida a mí. No te avergüences de tu Salvador. No te avergüences de mostrarle desnudo tu corazón. Aunque quieras velarlo, Él lo ve y llora por él; llora, ama. No te avergüences de arrepentirte.

Sé audaz en el arrepentimiento como lo fuiste en la culpa.

No eres la primera prostituta que llora a mis pies y conduzco de nuevo a la justicia... Jamás he alejado de mí a una criatura, por muy culpable que fuera. Al contrario, he tratado de atraerla hacia mí; salvarla. Es mi misión.

No me causa horror el estado de un corazón. Conozco a Satanás y sus obras. Conozco a los hombres y sus debilidades. Conozco la condición de la mujer que expía, como es justicia, más duramente que el hombre las consecuencias de la culpa de Eva. Sé, por tanto, juzgar y sé compadecerme. Y te digo que, más que para con las mujeres caídas, soy severo para con aquellos que las inducen a la caída.

 Respecto a ti, infeliz, soy más severo con los que te han mandado que contigo que has venido, no sabiendo con precisión a qué te prestabas. Hubiera preferido que hubieras venido impulsada por un deseo de redención, como otras hermanas tuyas. Pero, si secundas el deseo de Dios, y de una mala acción haces la piedra angular de tu nueva vida, Yo te diré la palabra de paz...

Jesús -que al principio estaba muy severo y cada vez ha ido adquiriendo un tono más dulce, aunque permaneciendo tan... Dios como para excluir cualquier debilidad de la carne y también cualquier error de valoración respecto a su bondad­ahora calla, y mira a la mujer, que ha estado todo este tiempo en pie pero encorvada, cada vez más encorvada, a unos dos metros de Él, y que a mitad de sus palabras se ha llevado las manos a la cara, apretando contra el velo, dos hermosas manos que sobresalen del manto oscuro, adornadas enteramente con anillos. Lleva pulseras en las muñecas, desnudos los brazos hasta el codo.

No podría decir si la mujer llora o no. Si lo hace, es calladamente, porque no se perciben ni sollozos ni convulsiones. Vestida de oscuro, está tan inmóvil que parece una estatua.

Luego, de repente, cae de rodillas y se arrebuja en el suelo; entonces sí llora verdaderamente, sin miedo a que se vea. Y luego, permaneciendo así, como un trapajo tirado por el suelo, habla:

-¡Es verdad! Eres verdaderamente un profeta... Todo es verdad... Me han pagado por esto... Pero me habían dicho que era por una apuesta... La idea era descubrirte en mi casa... Pero también a tu lado...

-Mujer, Yo no escucho sino la narración de tus culpas... -la interrumpe Jesús.

-Es verdad. No tengo derecho a acusar a nadie, porque soy un estercolero de inmundicia. Es verdad todo. No soy feliz... No gozo de las riquezas, de los festines, de los amores... Me ruborizo al pensar en mi madre... Tengo miedo de Dios y de la muerte... Odio a los hombres que me pagan.

Todo lo que has dicho es verdad. Pero no me arrojes de tu presencia, Señor. Nadie, nunca, después de mi madre, me ha hablado como Tú. Tú, incluso, me has hablado más dulcemente que mi madre, que en los últimos tiempos era dura conmigo por mi conducta... Para no seguir oyéndola, huí a Jerusalén... Pero Tú... Y es como si tu dulzura fuera nieve sobre el fuego que me devora.

Mi fuego se atenúa; es más, es un fuego distinto. Era fuego ardiente, pero no daba ni luz ni calor: yo estaba como el hielo y en las tinieblas. ¡Oh, cuánto he querido sufrir! ¡Cuánto dolor inútil y maldito me he producido!

Señor, te he dicho, a través de la puerta entreabierta, que era una desdichada y que tuvieras compasión. Eran las palabras de falsedad que me habían enseñado para decírtelas para llevarte a la trampa. Me dijeron que después mi belleza haría el resto... "¡Mi belleza! ¡Mis vestidos!...

La mujer se pone en pie. Ahora que está erguida veo que es alta. Se desprende bruscamente de su velo y de su manto, y aparece en su verdadera belleza de moreno castaño y carne blanquísima. Los ojos, agrandados por el rimel, aparecen ensanchados y muy hermosos, tienen una mirada de inocencia azarada que es extraño encontrar en una mujer de éstas. Quizás los ha lavado ya el llanto.

La mujer desgarra y pisotea la tela del manto, rompe el velo, arranca las fíbulas preciosas del uno y del otro y las arroja al suelo, se saca anillos y pulseras, lanza lejos los adornos de la cabeza, se agarra los rizos llenos de horquillas brillantes y se los arranca y despeina, para borrar el artificio, en medio de una furia de sacrificio que llega a producir miedo.

El collar que tiene en el cuello, estirajado con violencia, se desgrana y cae al suelo, y el pie calzado con sandalias adornadas pisotea las gemas y las tritura; el precioso cinturón sigue la misma suerte, y lo mismo un broche que sujetaba con arte la tela del vestido en el pecho. Y todo esto repitiendo en voz baja, jadeante:

-¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! Cosas malditas. ¡Fuera! Vosotros y quienes me las han dado. ¡Fuera mi belleza! ¡Fuera mis cabellos! ¡Fuera mi carne de jazmín!

Rápida, agarra una piedra angulosa que ve en el suelo y se golpea y se hace sangre en la cara, en la boca; se araña con las uñas pintadas. La sangre gotea de las heridas, los rasgos faciales aparecen abultados a causa de los golpes... hasta que su furia se aplaca y, jadeante, exhausta, desfigurada, despeinada, lacerada, sus vestidos, manchados de sangre y tierra, se arroja al suelo a los pies de Jesús Y, gimiendo, dice:

-Y ahora me puedes perdonar, si ves mi corazón, porque de mi pasado ya no hay nada, nada de... Has vencido Tú, Señor, contra tus enemigos y mi carne... Perdóname mi pecar...

-Te lo había perdonado ya, desde que he salido a tu encuentro. Levántate y no vuelvas a pecar nunca.

-Dime qué tengo que hacer, para ello.
-Aléjate de los lugares de tu pecado, de las personas que saben quién eres. Tu madre...

-¡Oh, mi Señor! Ella ya no me recibirá. Me odia a causa de mi padre, que murió por mí maldiciéndome.

-Si te acoge Dios que es Dios, y te acoge porque es Padre, ¿podrá no acogerte la madre que te ha engendrado y que es mujer como tú? Ve humildemente donde ella. Llora a sus pies como lloras a los míos. Confiésate a ella como has hecho conmigo. Manifiéstale tu sufrimiento. Invoca su piedad. Tu madre espera este momento desde hace años. Lo espera para morir en paz. Soporta sus palabras de amorosa reprensión como has soportado las mías. Yo, para ti, era un extraño, y a pesar de todo me has escuchado. Ella es tu madre. Tienes el doble deber, por tanto, de escucharla con respeto.

-Tú eres el Mesías. Eres más que mi madre.
-Esto lo dices ahora. Pero cuando has venido para tentarme no sabías que era el Mesías, y, no obstante, has escuchado mis palabras.

-Eras tan distinto de los hombres... tan... ¡Eres santo, Jesús de Nazaret!

-Tu madre es santa como madre y como criatura. Por sus oraciones has hallado misericordia ante Dios. ¡La madre siempre es santa! Y Dios quiere que se honre a la madre.

Yo la he mancillado. Todo el pueblo lo sabe.

-Razón de más para ir a ella y decirle: "Madre, perdón". Y para consagrarle la vida para compensarla por las penas que por ti ha sufrido.

-Lo haré... Pero... Señor, no me mandes ahora a Jerusalén. Ellos me esperan... y no sé si sabré resistir las amenazas... Déjame aquí hasta el alba, y después...
-Espera un momento.

Jesús se levanta, va a la puerta de la cocina, llama, dice que le abran y añade: -Elisa, sal.

Elisa obedece. Jesús la conduce hacia la mujer, la cual, al ver venir a otra mujer, y anciana, tiene una reacción de vergüenza y trata de taparse la cara y el vestido procaz con los restos del manto y del velo desgarrados.
-Escucha, Elisa. Yo dejo inmediatamente esta casa. Dirás a mis apóstoles que me verán a la aurora en la puerta de Herodes. Todos menos Judas de Keriot, que debe venir conmigo. Llevarás a esta mujer a dormir contigo. Puedes ocupar mi cama, porque Yo no volveré a Nob durante mucho tiempo. Mañana, cuando se despierte Juan, tú y él acompañaréis a esta mujer a donde ella diga. Le darás una túnica común y un manto de los tuyos. Y la ayudaréis en todo.

-De acuerdo, Señor. Se hará como Tú quieres. Lo siento por Juan...

-Yo también. Quería complacerlo, pero el odio de los
hombres impide al Hijo del hombre dar una hora de fiesta a un justo...

-¿Y después, Señor?
-¿Después? Puedes volver a Betsur, y esperar... Adiós, Elisa. Mi bendición y mi paz queden contigo. Adiós, mujer.

Te dejo en manos de una madre y un justo. Pero, si crees que debes volver para recoger tus bienes...
-No. Ya no quiero tener nada del pasado.
-¡Pero mujer! ¡No podrás dejar todo abandonado! ¿No tienes siervos ni parientes? -dice Elisa.

-Tengo sólo una sierva... y...
-Tendrás que despedirla, tendrás que...
-Te ruego que lo hagas tú, cuando vuelvas. Ayúdame a sanar del todo, mujer. Hay una verdadera angustia en la mujer.

-¡Sí, hija mía! Sí. No te acongojes. Mañana pensaremos en todas estas cosas. Ahora ven conmigo arriba -y Elisa la toma de la mano y la guía por la escalera a uno de los dos cuartos superiores.

Luego, rápidamente, baja:

-He pensado que convenía que todos te vieran sin ella, Señor. Y que no supieran dónde está. Estas joyas... Se agacha a recoger anillos y pulseras, fíbulas y horquillas y cinturón, y todas las cuentas que puede del collar roto:

-¿Qué vamos a hacer, Señor, con esto?

-Ven conmigo. Tienes razón. Conviene que me vean.

Entran en la cocina. Todos miran a Jesús con gesto interrogativo. Se ha levantado también el anciano, quizás despertado por una polémica.

-
Elisa, da a Tomás las cosas preciosas. Y Tú, Tomás, mañana las venderás a algún orfebre. Servirán para los pobres. Sí. Son joyas de mujer, de esa mujer. Ésta es la respuesta para quien piensa que una carne pueda tentar al Hijo del hombre y desviarlo de su misión. Y también es el consejo, para todos los que me odian, de que es inútil cualquier embrollo para encontrar materia de acusación.

Juan, Elisa te dirá lo que debes hacer. Yo te bendigo...
-¿Me dejas, Señor?

El viejecito está afligido.
-Debo hacerlo. Adiós. La paz sea contigo.
Se vuelve hacia los apóstoles:

-Id a descansar. Todos menos Judas de Keriot, que viene conmigo.
-¿Pero a dónde? Es de noche -objeta Judas.

-A orar. No te va a perjudicar. ¿O es que temes el aire nocturno si lo respiras conmigo?

Judas agacha la cabeza y, de mal talante, coge su manto, mientras Jesús coge el suyo.

-Mañana a la aurora en la puerta de Herodes. Iremos al Templo y...
-¡No!

El "no" es unánime; el de Judas, el más fuerte.
-Iremos al Templo. ¿No has dicho, acaso, que los has convencido de que me dejen en paz?
-Es verdad.

-Pues entonces iremos al Templo. Ven -y está para salir.

-Pues ya se acabó la fiesta que habíamos preparado... -suspira Pedro.

-Terminada antes de empezar, deberías decir -le responde Santiago de Zebedeo. Jesús está ya en el umbral de la puerta. Se vuelve y bendice. Luego desaparece en la noche.

En la cocina, todos se han quedado mudos. Hasta que Mateo pregunta a Elisa: -¿Pero y qué es lo que ha pasado?

-No lo sé. Había una mujer que lloraba. Y Él ha dicho lo que os ha dicho luego a vosotros. No sé ni quién es, ni de dónde ni por qué ha venido...

-Bien. Vamos...
Y, menos Mateo y Bartolomé, que duermen en la casa, se marchan todos.

   


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